(Esta nota ha sido escrita en Junio del año pasado, * pero se me había pasado subirla al blog)
Nota: Para leer la glosa de Whitman, ir a las imágenes
de arriba, colocar el cursor sobre la que se desee leer, hacer click con el
botón de la izquierda, al abrir la imagen, hacer click con el botón de la
derecha, seleccionar "view image" o "ver imagen" y se
activará el zoom.
***
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Entre los libros que más honda huella han dejado en mi
alma se encuentra “Días ejemplares de América”, de Walt Whitman. Un libro
conmovedor, compuesto de pinceladas y anotaciones iniciadas durante el año de
1862, en plena guerra de secesión. Es un libro al que de cuando en cuando
vuelvo, para leer al azar, cual un caminante que recoge frutos por el campo en
una travesía sin destino. Whitman cubrió sus libretas con vívidos bocetos de lo
que le tocó presenciar durante esa conflagración homicida entre hermanos, una
de las más cruentas del siglo XIX. El belicismo no es nada que el ser humano no
haya practicado desde tiempos inmemoriales. Pero resulta sorprendente que, a
pesar de los florecimientos civilizatorios de la humanidad, el hombre se siga
mostrando como la más bárbara de las especies que pueblan el mundo.
Parece increíble que los hombres hallen tantas razones
para tan empecinadamente matarse entre sí y tan pocas para disfrutar el regalo
de las llanezas con que les regala la naturaleza, esa diosa a la que Alfonso
Reyes nominara alguna vez como “dulzura ambiente”.
En medio de esa absurda mortandad, Whitman decidió ir
al teatro de la guerra, pero no como soldado, sino como enfermero voluntario y,
en buena medida, como escucha, como consolador de almas, como un imparcial
observador del exabrupto. Afirmo que estas páginas suyas logran conmover a
quien entregadamente las lee, con la misma potencia que puede alcanzar el más
iluminado de los poemas.
Notas de naturaleza contemplada, estertores de un
soldado malherido, la íngrima silueta de Lincoln a la luz de la luna,
sangrientos cuadros de guerra o pinceladas post mortem. Una de ellas, la
intitulada “Un millón de muertos”. Lo que parece, en un principio, un ejercicio
de enumeración caótica, va tornándose de repente en un río de batallas y de
seres inmolados. El épico zigzag de un carrusel plagado de fantasmas y seres
anónimos. Hubo una época de mi vida en que acostumbraba llevar ese libro bajo
el brazo y, al menor descuido, leerle esa cuartilla a un desprevenido amigo
(creo que he de volver a tal costumbre). Tal era mi necesidad de comunicar esa
develadora palabra. No soy misionero. Pero creo firmemente que debemos combatir
la humana sinrazón que avasalla al ser humano.
No he transcrito la glosa. Me he limitado a pasarla
por un scan y agregarla a este álbum de imágenes de la guerra de Secesión.
Espero que sea legible para quien (albergo esa esperanza) pueda sentir la
perentoria necesidad de leer ese texto. Lo hago impulsado por dos razones o,
mejor, tres: dos patentes y una subyacente. Una, porque me hallo inmerso en la
lectura de la novela Lincoln, de Gore Vidal, extraordinaria. Dos: porque, al
unísono, un amigo me envió un enorme archivo de fotos de la Guerra de Secesión
en los EEUU, del cual sólo agrego acá una mínima parte. Y tres, porque esos dos
eventos, aparentemente casuales, han venido a reiterar tantos años de sentida
admiración por ese libro de Whitman, por el alma humana allí representada y
porque, en el fondo, corrobora nuestra creencia de que pocas cosas en el
universo simbólico del ser humano llegan a ser casuales.
lacl
* 06/06/2012
Post scriptum, 30 de Mayo, 2019. Agregamos la glosa en su lengua original...
Post scriptum, 30 de Mayo, 2019. Agregamos la glosa en su lengua original...
THE MILLION DEAD, TOO, SUMM'D UP
The dead in this war — there they lie,
strewing the fields and woods and valleys and battle−fields of the south —
Virginia, the Peninsula — Malvern hill and Fair Oaks — the banks of the
Chickahominy — the terraces of Fredericksburgh — Antietam bridge — the grisly
ravines of Manassas — the bloody promenade of the Wilderness — the varieties of
the strayed dead, (the estimate of the War department is 25,000 national
soldiers kill'd in battle and never buried at all, 5,000 drown'd — 15,000
inhumed by strangers, or on the march in haste, in hitherto unfound localities
— 2,000 graves cover'd by sand and mud by Mississippi freshets, 3,000 carried
away by caving−in of banks, — Gettysburgh, the West, Southwest — Vicksburgh —
Chattanooga — the trenches of Petersburgh — the numberless battles, camps,
hospitals everywhere — the crop reap'd by the mighty reapers, typhoid,
dysentery, inflammations — and blackest and loathesomest of all, the dead and
living burial−pits, the prison−pens of Andersonville, Salisbury, Belle−Isle,
(not Dante's pictured hell and all its woes, its degradations, filthy torments,
excell'd those prisons) — the dead, the dead, the dead — our dead — or South or
North, ours all, (all, all, all, finally dear to me) — or East or West —
Atlantic coast or Mississippi valley — somewhere they crawl'd to die, alone, in
bushes, low gullies, or on the sides of hills — (there, in secluded spots,
their skeletons, bleach'd bones, tufts of hair, buttons, fragments of clothing,
are occasionally found yet) — our young men once so handsome and so joyous,
taken from us — the son from the mother, the husband from the wife, the dear
friend from the dear friend — the clusters of camp graves, in Georgia, the
Carolinas, and in Tennessee — the single graves left in the woods or by the road−side,
(hundreds, thousands, obliterated) — the corpses floated down the rivers, and
caught and lodged, (dozens, scores, floated down the upper Potomac, after the
cavalry engagements, the pursuit of Lee, following Gettysburgh) — some lie at
the bottom of the sea — the general million, and the special cemeteries in
almost all the States — the infinite dead — (the land entire saturated,
perfumed with their impalpable ashes' exhalation in Nature's chemistry
distill'd, and shall be so forever, in every future grain of wheat and ear of
corn, and every flower that grows, and every breath we draw) — not only
Northern dead leavening Southern soil — thousands, aye tens of thousands, of
Southerners, crumble to−day in Northern earth. And everywhere among these
countless graves — everywhere in the many soldier Cemeteries of the Nation, (there
are now, I believe, over seventy of them) — as at the time in the vast
trenches, the depositories of slain, Northern and Southern, after the great
battles — not only where the scathing trail passed those years, but radiating since
in all the peaceful quarters of the land — we see, and ages yet may see, on
monuments and gravestones, singly or in masses, to thousands or tens of
thousands, the significant word Unknown.
(In some of the cemeteries nearly all
the dead are unknown. At Salisbury, N. C., for instance, the known are only 85,
while the unknown are 12,027, and 11,700 of these are buried in trenches. A
national monument has been put up here, by order of Congress, to mark the spot
— but what visible, material monument can ever fittingly commemorate that
spot?)
W. W. Specimen Days
Benjamin Britten, Réquiem de guerra (War requiem)
DEMOCRATIC VISTAS: ENLACE AL LIBRO, EN LÍNEA...
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