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viernes, 28 de diciembre de 2012

Santos Inocentes.

Imagen captada por Cartier-Bresson


Los Santos Inocentes.

En el día de los santos inocentes, una colecta de viejas glosas en torno a la inocencia, la convocada por los niños, la convocada por los ancestros.


(A)

¿Cuánto no hay de mecanismo de tortura en eso que hoy entendemos por educación y régimen escolar? Sería necesario un resurgimiento de inocencia en el pecho de los adultos, aprender a no concederle tanta estúpida importancia a nuestros jactanciosos temas: la economía,la política, los logros personales, los logros de una ciega tecnología, el sexo desalmado, desamorado (¡y cuántas veces ausente de cuerpo!), el patrioterismo, los prejuicios raciales o de clase, las tomas de partido por guerras no padecidas; la moralina pseudo-religiosa o la religión sin
religiosidad; en fin, todo ese mundo ajeno que, por medio del ensalzamiento, nos inculcan los medios de prensa. El mundo del dinero prevalece sobre nuestros sentimientos.
Los niños están indefensos.

Contracorrientes, Sentencias en incertidumbre.  BID&CO Editor, Col. Manoa, Caracas, 2006.
P. S. Edición corregida y aumentada en 2013

(B)


(Acompañando a mi padre en su lecho de enfermo)

I.

Guarda la noche contigo
Ella es una y la misma
Cada una de las noches de nuestras vidas
Y cuán frágil es
-a nuestros ojos-
la permanencia de su dúctil parsimonia
entre nosotros.
La irreverencia de los pájaros,
ante la hazaña del hombre,
es poco apreciada
por nuestros lentes de aumento,
pero es sabido que
los pájaros hacen silencio
cada noche,
no ante los logros del hombre,
sino ante la cúpula del cielo,
gran madre de todas las cosas


II.

Guarda la noche contigo
Ella es un bello manto que podemos rasgar,
hacer jirones
Podemos, luego, sentir remordimiento,
quedar, quizás, estupefactos
ante una prestada noción de vacío
O acaso al final resulte que todo
nos importe un bledo.
Pero un paso más allá de todo este acomodo nuestro,
adverbial, de circunstancia
y un paso más acá de este vivir complementario,
entre podas de flores axiomáticas,
a nuestro pesar o sin él,
sus hebras de ébano y oro,
en amoroso contrapunto
y siempre en silente dicción
que nunca acaban de empezar,
su tela de azar nos restablecen
La noche vive a contrapunto.
Llévala contigo,
déjate llevar por ella.


III.

Guarda la noche contigo

Más allá de todo logro
subyace una acechanza,
más allá de toda hazaña
palpita una obra humilde

Guárdala en tu pecho


(Cuadernario, Común Presencia Editores, Col. Los Conjurados, Bogotá, 2007)

(C)

(01 de Marzo, 2009)

He ido a visitar, con Sebastián y mi madre, al muy querido Don Federico Cisneros, un hombre hecho de puro corazón. Si a alguien podemos endilgarle el título de Don es a ese donador de aprecio y simpatía que ha sido Federico a lo largo de su peregrinar. Está despidiéndose de la vida mundana y algunas facultades de su memoria se van retirando con él. Me invadió una revuelta resaca de conmovedor dolor confluyendo, en una misma cuenca, con el regidor amor y un sentimiento pleno de alegría. Lo vi claramente, su alma está suspendida, en estado de gracia. Ha puesto una foto de su querida Carmen Luisa en la mesa de la sala, en la que pasa buenas horas del día contemplándola. Ha tomado la costumbre de escribir todo lo que hace, recurso que ha encontrado, pienso yo, para mitigar el elusivo escape de la arena en el reloj de la memoria. Federico ha sido un hombre de sabio corazón. De allí las buenas migas que hiciera con mi padre. ¡Había que verlos juntos! Dos seres que, a la luz de la insensibilidad que hoy gobierna al mundo, lucían ser de otro planeta. Los hombres y mujeres de hoy viven temerosos de mostrar su mundo anímico, las tierras de sus fantasías, sentimientos y emociones. Nada que ver con ese par de abuelos. Cada uno a su manera, lograba vencer las más encumbradas murallas del ego con sus almados coloquios. Claro que vi a algunas gentes seguir inmunes ante sus llamados. El temor de vivir -o de aceptar el regalo que es el vivir- hacía más fuertes sus corazas. Mi padre ya se despidió, pero vive en el aire que respiramos. Federico está despidiéndose, como me dijera esta noche esbozando una sonrisa. Pero acá y allá seguirá esperándonos. Hace un par de años le regalé un ejemplar de Contracorrientes y, en una lección de humildad que jamás olvidaré, un par de meses después me devolvió el regalo con una conmovedora apología. Me tomó del brazo, se me acercó al oído y me dijo: “Tengo tu libro por un devocionario. A él vuelvo todas las noches”. Sentí que me desnudaba el alma por la fruición con que pronunció sus palabras, acento muy usual de sus alocuciones. Fue un sello más en el pacto amoroso que se instauró el día en que nos conocimos. Consigno algunas de las frases que nos confiara esta noche:

“…Ahora que estoy por partir, todos mis pensamientos van para Carmen Luisa y mis tres queridas hijas…”

“…Para despedirme de esta juventud voy a organizar una cena con todos mis amigos; estás invitado. Tú vendrías, ¿verdad?…”

(al recibirnos) “…Pero qué grata sorpresa esta visita de ustedes. Esta noche voy a dormir feliz y contento…”

Cada una de estas frases la expresó unas tras o cuatro veces a lo largo de la noche.

Y la última, una perla con la que abrió la conversa y que nadie captó, creo, excepto yo. Fue la única que no volvió a repetir:

“…Cuando quieras llorar, ven a llorar conmigo. Ésta es tu casa…”

Esta vez fue él quien se sintió imprevistamente desnudo, pues es un pensamiento que en otro momento de su vida no hubiera cruzado el umbral de sus labios de manera tan despojada de afeites, aunque tácitamente ése fuera el talante de su sentir. Federico es un hombre hecho de puro corazón y ese corazón siempre ha sido incapaz de dar la espalda allí donde vislumbraba que se le necesitaba. Don Federico, a orillas de su novena década de vida, sigue siendo un donador de afectos.

(3:00 am - 04 de Marzo, 2009)

Esta madrugada, al llegar de un jam session al que fuimos invitados, le he leído a Sebas esta breve glosa y él, que suele ser muy reservado en la manifestación de sus afectos, se abalanzó hacia mis brazos, totalmente conmovido…

(de un cuaderno de anotaciones…)


Niño afgano refugiado en Pakistán. Howard Davies.


















Henri Cartier-Bresson













Robert Doisneau





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