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sábado, 31 de agosto de 2024

Un texto de Hannah Arendt y un comentario



Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. 

Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. 

Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. 

Con gente así, puedes hacer lo que quieras.

Hannah Arendt. Historiadora y filósofa alemana. Desarrolló el concepto de "la banalidad del mal"


Mi comentario ante esta exposición y nuestra situación:

En nuestro caso, este escenario no calza. La gente acá está, en su gran mayoría, hastiada de tantas mentiras, lo que no indica que se haya instaurado una ausencia de pensamiento. El caso es que no ha habido forma de que se imponga la decisión de las mayorías, esto es, su verdad. Cuando una minoría gobernante tiene el control de las fuerzas y se apropia de todos los estamentos del estado, resulta muy empinado el camino para lograr un cambio.

Por mi parte, yo sólo puedo preguntarle a la minoría gobernante:

¿No les da vergüenza seguir aplaudiéndose sus propias mentiras, año tras año?

lacl.


Guarida de los poetas: Adonis. Algunos poemas. /

 


TIERRA DE AUSENCIA,

Adonis


Ésta, 

ésta es la tierra del dolor. 

Sin mañanas que vengan,

ni vientos que la alumbren. 


¿Qué voz podrá llegar, amigos míos, a esta tierra perdida?


Adonis, CANCIONES DE MIHYAR, EL DE DAMASCO.

"ediciones del oriente y del mediterráneo",

Madrid, 1997.


TEXTO EN EDICIÓN, CONTINUARÁ...

Más de Kafka, UNA CRUZA. / .

 





UNA CRUZA 

"Tengo un animal curioso, mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mí padre. En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el hueco de la ventana, se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. Dispara de los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina de los ratones. Horas y horas pasa en acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato. 

"Lo alimento con leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente es un gran espectáculo para los niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad. 

"Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser humano: "Por qué hay un solo animal así, por qué soy yo su poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos, cómo se llama, etcétera. No me tomo el trabajo de contestar; me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. 

"A veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus esperanzas no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino. En mis rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir. Acurrucado contra mí, es como se siente mejor. Se apega a la familia que lo ha criado. Esa fidelidad no es extraordinaria; es el recto instinto de un animal, que aunque tiene en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene uno solo consanguíneo, y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros. "A veces tengo que reírme cuando resuella a mi alrededor, se me enreda entre las piernas y no quiere apartarse de mí. Como si no le bastara ser gato y cordero quiere también ser perro. Una vez -eso le acontece a cualquiera- yo no veía modo de salir de dificultades económicas, ya estaba por acabar con todo. Con esa idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto, con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que goteaban en sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mías? ¿Tiene este gato de alma de cordero el orgullo de un hombre? No he heredado mucho de mi padre, pero vale la pena cuidar este legado. "Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la del cordero, aunque son muy distintas. 

Por eso le queda chico el pellejo. A veces salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al oído. Es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente para observar el efecto de su comunicación. Para complacerlo hago como si lo hubiera entendido y muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y brinca alrededor. 

"Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una herencia y debo negársela. Por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable". 


Franz Kafka, tomado de El libro de los seres imaginarios, compilado por Jorge Luis Borges en colaboración con Margarita Guerrero. 

Edición de Bruguera - Libro Amigo, Barcelona, 1981.








viernes, 30 de agosto de 2024

Del Libro de los seres imagínarios: Prólogo, El Uroboros y otros textos. /

 



Del Libro de los seres imagínarios: Prólogo, El Uroboros y otros textos.

Jorge Luis Borges, en colaboración con Margarita Guerrero.

***

EL LIBRO DE LOS SERES IMAGINARIOS. 

PRÓLOGO 

El nombre de este libro justificaría la inclusión del príncipe Hamlet, del punto, de la línea, de la superficie, del hipercubo, de todas las palabras genéricas y, tal vez, de cada uno de nosotros y de la divinidad. En suma, casi del universo. Nos hemos atenido, sin embargo, a lo que 

inmediatamente sugiere la locución "seres imaginarios", hemos compilado un manual de los extraños entes que ha engendrado, a lo largo del tiempo y del espacio, la fantasía de los hombres. 

Ignoramos el sentido del dragón, como ignoramos el sentido del universo, pero algo hay en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres, y así el dragón surge en distintas latitudes y edades. 

Un libro de esta índole es necesariamente incompleto; cada nueva edición es el núcleo de ediciones futuras, que pueden multiplicarse hasta el infinito. 

Invitamos al eventual lector de Colombia o del Paraguay a que nos remita los nombres, la fidedigna descripción y los hábitos más conspicuos de los monstruos locales. 

Como todas las misceláneas, como los inagotables volúmenes de Robert Burton, de Fraser o 

de Plinio, El libro de los Seres Imaginarios no ha sido escrito para una lectura consecutiva. 

Querríamos que los curiosos lo frecuentaran, como quien juega con las formas cambiantes que revela un calidoscopio. 

Son múltiples las fuentes de esta "silva de varia lección"; las hemos registrado en cada artículo. Que alguna involuntaria omisión nos sea perdonada. 

J.L.B. / M.G., septiembre, 1967


***

EL UROBOROS 

Ahora el océano es un mar o un sistema de mares; para los griegos era un río circular que rodeaba la tierra. Todas las aguas fluían de él y no tenía ni desembocadura ni fuentes. Era también un dios o un titán, quizás el más antiguo, porque el Sueño, en el libro decimocuarto de la Ilíada, lo llama origen de los dioses; en la Teogonía de Hesíodo, es el padre de todos los ríos del mundo, que son tres mil, y que encabezan el Alfeo y el Nilo. Un anciano de barba caudalosa era su personificación habitual; la humanidad, al cabo de siglos, dio con un símbolo mejor.

Heráclito había dicho que en la circunferencia el principio y el fin son un solo punto. Un amuleto griego del siglo III, conservado en el Museo Británico, nos da la imagen que mejor puede ilustrar esta infinitud: la serpiente que se muerde la cola o, como bellamente dirá Martínez Estrada, "que empieza al fin de su cola". Uroboros (el que se devora la cola) es el nombre técnico de este monstruo, que luego prodigaron los alquimistas.

Su más famosa aparición está en la cosmogonía escandinava. En la Edda Prosaica o Edda Menor, consta que Loki engendró un lobo y una serpiente. Un oráculo advirtió a los dioses que estas criaturas serían la perdición de la tierra. Al lobo, Fenrir, lo sujetaron con una cadena forjada con seis cosas imaginarias: "el ruido de la pisada del gato, la barba de la mujer, la raíz de la roca, los tendones del oso, el aliento del pez y la saliva del pájaro". A la serpiente, Jórmungandr, "la tiraron al mar que rodea la tierra y en el mar ha crecido de tal manera que ahora también rodea la tierra y se muerde la cola".

En Jótunheim, que es la tierra de los gigantes, Utgarda-Loki desafía al dios Thor a levantar un gato; el dios, empleando toda su fuerza, apenas logra que una de las patas no toque el suelo; el gato es la serpiente. Thor ha sido engañado por artes mágicas.

Cuando llegue el Crepúsculo de los Dioses, la serpiente devorará la tierra, y el lobo, el sol.


El Libro de los Seres Imaginarios (1967). Tomado de la edición de BRUGUERA LIBRO AMIGO, Barcelona, 1981.

Jorge Luis Borges, En colaboración con Margarita Guerrero.

Guarida de los poetas, Arnaldo Acosta Bello, una voz soslayada. SERENO REY, Selección

 



Es una de las cabales voces de nuestra poesía y, como suele suceder con tantos de nuestros genuinos cultores de la palabra alada, ha sido -a mi parecer- un creador de cantos desoídos...

Dejo acá una breve selección de SERENO REY, un poemario escrito por Acosta Bello en la década de los setenta.

***

Disminuyo como medida de pícaro 

de suerte que el talón es casa de mi pequeñez 

con ciego alquitrán hice el féretro 

despojo de vanidades os voy a enterrar 


*

Este crimen se me puede imputar: cambié la poesía por un vaso de ron 

por un paseo al mar, por el jugo 

de unos ojos extraños.

Ahora quemo como la lanza de Bir 

el asesino de Jerusalén 


*

He derramado las cosas encima de mis sentidos 

como torpe bebedor 

entre restos de un destrozado ajetreo 

reúno los pedazos 

hilo de estática, rema como una ley 

o lloraré demasiado mi infancia 

de donde salí como sonámbulo. 


*

La vida es aquella y es esta 

lo mismo que la música cabe en mi oído 

en mi pequeña oreja que tapo con mi mano.


(Forman parte de la primera parte del libro, intitulada LA VIDA)


Arnaldo Acosta Bello, SERENO REY, Monte Ávila Editores

(Depósito legal, 1978, impreso el 5 de septiembre de 1979)



Fotografía, crédito no disponible. 


Fotografía, Vasco Szinetar


domingo, 25 de agosto de 2024

Arthur Shopenhauer, Algunos pensamientos sobre política.

 



El estado no es más que el bozal cuyo objeto es volver inofensivo a esa bestia carnicera, el hombre, y hacer de suerte que tenga el aspecto de un herbívoro. (208)

***

El hombre es en el fondo una bestia salvaje, una bestia feroz. No le conocemos más que domado, preso en ese estado que se llama civilización; así retrocedemos en espanto ante las explosiones accidentales de su naturaleza. Que los cerrojos y las cadenas del orden legal caigan como sea, que la anarquía estalle, y se verá entonces lo que es el hombre. (209)

***

Es extremadamente raro que un hombre reconozca toda su espantosa malicia en el espejo de sus actos.

¿Piensan de verdad que Robespierre o Bonaparte o el emperador de Marruecos, o los asesinos que suben al cadalso, son los únicos malos entre todos los hombres? ¿No advierten que muchos harían otro tanto, si pudieran? (214)


Arthur Shopenhauer, tomado de la selección de Pensamientos Escogidos, sección "La política". 

Forma parte del libro

Eudeminología.

Parerga y Paralipomena.

Aforismos sobre la sabiduría de la vida.

Ediciones Ibéricas, Madrid, 1961. 

Traducción, prólogo y notas, Juan B. Bergua.

Los oráculos señalan mi merma, lacl (anotación de contracorrientes - sentencias en incertidumbre. /.

 



Los oráculos señalan mi merma y, deteniéndome en la parcela de honestidad para conmigo que aún conservo, debo, tengo y quiero, con respiro, reconocer que están en lo cierto. Acuso que soy una farsa ambulante, pretendiendo enrostrar a los otros un discurso prestado que no es de la medida de mis huesos, ni de mi respiración. Asumo que no tengo un discurso propio, que no sé, a ciencia cierta, si hay que tener tal discurso y que, de ser así, no sabría hoy, ni quizás mañana, quién es aquel que debe pergeñar ese discurso fiel al espejismo de mi identidad; reconozco que, en lugar de emprender la búsqueda de ese discurso, debería intentar abrir, en lo posible, todos los sentidos a la dicción de mi vivir; que, en lugar de pronunciar mis votos a favor de la exuberancia de las flores o la estafa de una incendiada palabra, debería dejar mi cuerpo en calma, brindarle la oportunidad de la escucha de su decurso. Soy un actor itinerante que no tiene el valor de levantar su teatrino y salir de sus propios límites, y aun así, cree conocer el mundo entero; cree poder fijar en el aire el dictamen de los astros, cuando no ha visto siquiera la plaza en la que, día a día, representa su entremés. Pero una voz informe, abrupta y sin motivo, me dice que hay oráculos murmurando en la plácida estupidez de las piedras, en el gozoso temblor de las hojas, en las inveteradas nubes que nos acarician con su impronta repentina e ineludible; así como los hay también murmurando desde el fondo de la tierra, con su cruda, desgarradora y siempre humilde verdad, no otra que la del develamiento de una miseria que, siendo la tuya o la mía, siempre será la miseria de lo humano. Los oráculos cavan más profundo de lo que nosotros, vanos caminantes, podemos alcanzar con nuestros inventos. Y también devienen de una altura infinita o, al menos, inconmensurable, pues allí los tenemos, en el anciano guiño donado por el cielo, asombrando y seduciendo nuestra altivez de pequeños malcriados. Así pues, si asumo que he estado en merma, es también porque me doy cuenta que fui yo quien decidió seccionarse en mil pedazos y entregarlos a la vida, siempre por medio de alguien distinto, cuando lo que ella requería de mí era una total entrega, una unidad de propósito vital. Los oráculos señalan mi merma, no la han ocasionado. Es en mí donde debo observar, auscultar primeramente.


Tomado de contracorrientes - sentencias en incertidumbre, lacl.

bid&co editor - colección manoa, caracas, 2006, reedición, 2013.

*******

Nota bene: sigo confrontando problemas para subir ilustraciones cuando edito las publicaciones desde el móvil. Espero poder subsanar ese escollo prontamente...

Salud, lacl

viernes, 16 de agosto de 2024

Guarida de los poetas: Arthur Rimbaud, Una temporada en el infierno, texto inicial. / Estampas.

 






¿Cómo no reconocer que ese joven venía con una palabra plena de luminosidades, restallante, capaz de movernos el piso y hasta de commover a las nubes? Quizás sean muy pocos los seres humanos, cuantitativamente hablando, que le hayan leído. Y, sin embargo, yo estaría dispuesto a asegurar que el mundo no sería el mismo luego de la irrupción de sus versos al aire. 

Para muestras, un botón...

Salud, lacl.

I.

Antaño, si mal lo recuerdo, mi vida era un festín donde todos los corazones se abrían, donde corrían todos los vinos. 


Una noche senté a la belleza en mis rodillas. —Y la encontré amarga. —Y la injurié. 

Tomé las armas contra la justicia. 

Huí. ¡Oh brujas, Oh miseria, Oh rencor, a vosotros fue confiado mi tesoro!


Logré que se desvaneciera de mi espíritu toda esperanza humana. Salté sobre toda alegría para estrangularla, con el silencioso salto de la bestia feroz. 

Llamé a los verdugos para morder, al morir, la culata de sus fusiles. Llamé a las plagas para ahogarme con arena, con sangre. La desgracia fue mi Dios. Me sequé con el aire del crimen. Y jugué unas cuantas veces a la demencia. Y la primavera me trajo la horrible risa del idiota.


Pero hallándome recientemente a punto de lanzar el último cuac, se me ocurrió buscar la llave del antiguo festín, donde quizás recuperara el apetito.

La caridad es esa llave, —¡Esta inspiración demuestra que he soñado! "Seguirás siendo hiela etc..." exclama el demonio que me coronó con tan amables amapolas. "Gana la muerte con todos tus apetitos y tu egoísmo y todos los pecados capitales."


Ah, demasiado harto estoy de eso: — Pero querido Satán, te conjuro: ¡una pupila menos irritada! Y, en espera de algunas pequeñas infamias que se demoran, para ti que prefieres en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, desprendo estas horrendas hojas de mi cuaderno de condenado.


Arthur Rimbaud, Una temporada en el infierno, texto inicial.

Según la traducción de Raúl Gustavo Aguirre.



Paul Verlaine y Arthur Rimbaud




jueves, 15 de agosto de 2024

RASGADO DE UN VOTO DE SILENCIO, lacl. / ESTAMPAS, GUACAMAYAS.

 



RASGADO DE UN VOTO DE SILENCIO, lacl.


Estoy molido 

como grano de cebada.

Prevenido para la diáspora, 

dispuesto a entregarme 

al jovial sacrificio 

de los vientos, de la tierra, 

del pan y de las manos. 

Nada importa hacia donde viaje 

cada corpúsculo de mi alma. 

Porque mi cuerpo se ha convertido 

en alma de cebada, 

en desgranado y aspersado 

vuelo de un mirar que se salta 

todas las vallas del corazón 

y se enquista en un trino alado, 

gozoso de librar sus ataduras.

Nada importa el extravío. 

Porque perderse es volver a la semilla. 

Estoy molido como grano que no piensa, 

sino que vuela al vaivén 

de las horas laboriosas, 

sean de humana o 

de celeste mano. 

No hay que engañarse. 

Les quiero, les quiero a todos, 

no obstante los dardos minuteros 

que, incansables, pretenden 

oscurecer el aura. 

Pero, ¿cómo explicarme? 

Quiero más al todo 

que restalla en la cutícula.

No rechazo el vivir, 

tan sólo le pido 

que me permita volver 

a la enramada en que se posa 

el todo del olvido. 

Te aferras al ramaje,  

con mirada aguileña 

le preguntas a los prados 

el por qué de tanta belleza. 

Y un viraje del aire 

te responde que se ha abierto 

el portal de la memoria. 


lacl, justo ahora cuando comienza a caer la tarde, y rompiendo un voto de silencio, 14 de agosto de 2024.




domingo, 11 de agosto de 2024

Anotaciones Android, lacl. Retomando el hilo

 



No conozco otro medio más idóneo y feliz, entre los que nos vienen legados por la mano humana, que un buen libro para formar un corazón en vívida conexión con el alma propia y con el alma del mundo. 

El principal problema de la modernidad es que se ha perdido el culto de la lectura de los buenos libros. Es literatura que ha quedado reducida a minorías.

Y un problema subalterno, pero no menos importante, es la banalidad de contenidos que hoy inunda la industria del libro. Lo que va destinado a la lectura de las mayorías es bazofia, un mundo ficticio y ahíto de artificios.

Y se nos presenta acá un paralelismo con la Edad Media, en la que los libros necesarios y que han servido de bastión para apuntalar el sentido espiritual de la humanidad, estaban reducidos, aunque por razones no exclusivamente económicas, a la lectura por parte de grupos minoritarios.

Aquel poderoso caballero del que nos hablaba Quevedo, sigue marcando el rumbo de nuestros pasos ... "modernos" ...

lacl, 11 de agosto, 2024.



sábado, 3 de agosto de 2024

Guarida de los poetas, Tienen razón, A un tirano, Vuelta a la Patria, Juan Antonio Pérez Bonalde.

 


Volver a leer, si es que alguna vez se le leyó. Nosotros le leímos en primaria, me refiero a los de mi generación...
Salud, lacl.

***

Juan Antonio Pérez Bonalde. 



TIENEN RAZÓN 


¡Tienen razón! Se equivocó mi mano
Cuando guiada por noble patriotismo,
Tu infamia títuló de despotismo,
¡Verdugo del honor venezolano!

¡Tienen razón! ¡Tú no eres Diocleciano,
Ni Sila, ni Nerón, ni Rosas mismo!
Tú llevas la vileza al fanatismo…
¡Tú eres muy bajo para ser tirano! “Oprimir á mi patria”: esa es tu gloria,
“Egoísmo y codicia: ese es tu lema
“Vergüenza y deshonor: esa es tu historia;

Por eso, aún en su infortunio recio,
Ya el pueblo no te lanza su anatema…
¡El te escupe a la cara su desprecio!



A UN TIRANO


¿Por qué la patria sumergida en llanto
por su preciosa libertad suspira?
¿Por qué infeliz, entre congojas, mira
roto en jirones su estrellado manto?

¿Por qué en vez de ceñir el lauro santo,
ciñe la adelfa que tristeza inspira?
¿Por qué de gloria en su armoniosa lira
solo vibra la nota del quebranto?…

Es porque un día te confió su honra
la virgen Venezuela… y su inocencia
de ignominia cubriste de deshonra…!

¡Atrás, profanador! La frente impía
ve en el lodo a ocultar de tu conciencia,
y no avergüences más la patria mía.



Vuelta a la Patria,


I

¡Tierra!, grita en la proa el navegante

y confusa y distante,

una línea indecisa

entre brumas y ondas se divisa;

poco a poco del seno

destacándose va del horizonte,

sobre el éter sereno,

la cumbre azul de un monte;

y así como el bajel se va acercando,

va extendiéndose el cerro

y unas formas extrañas va tomando;

formas que he visto cuando

soñaba con la dicha en mi destierro.

Ya la vista columbra

las riberas bordadas de palmares

y una brisa cargada con la esencia

de violetas silvestres y azahares,

en mi memoria alumbra

el recuerdo feliz de mi inocencia,

cuando pobre de años y pesares,

y rico de ilusiones y alegría,

bajo las palmas retozar solía

oyendo el arrullar de las palomas,

bebiendo luz y respirando aromas.

Hay algo en esos rayos brilladores

que juegan por la atmósfera azulada,

que me habla de ternuras y de amores

de una dicha pasada,

y el viento al suspirar entre las cuerdas,

parece que me dice: « ¿no te acuerdas?».

Ese cielo, ese mar, esos cocales,

ese monte que dora

el sol de las regiones tropicales…

¡Luz, luz al fin! Los reconozco ahora:

son ellos, son los mismos de mi infancia,

y esas playas que al sol del mediodía

brillan a la distancia,

¡oh, inefable alegría,

son las riberas de la patria mía!

Ya muerde el fondo de la mar hirviente

del ancla el férreo diente;

ya se acercan los botes desplegando

al aire puro y blando

la enseña tricolor del pueblo mío.

¡A tierra, a tierra, o la emoción me ahoga,

o se adueña de mi alma el desvarío!

Llevado en alas de mi ardiente anhelo,

me lanzo presuroso al barquichuelo

que a las riberas del hogar me invita.

Todo es grata armonía; los suspiros

de la onda de zafir que el remo agita;

de las marinas aves

los caprichosos giros;

y las notas suaves,

y el timbre lisonjero,

y la magia que toma

hasta en labios del tosco marinero,

el dulce son de mi nativo idioma.

¡Volad, volad, veloces,

ondas, aves y voces!

Id a la tierra en donde el alma tengo,

y decidle que vengo

a reposar, cansado caminante,

del hogar a la sombra un solo instante.

Decidle que en mi anhelo, en mi delirio

por llegar a la orilla, el pecho siente

dulcísimo martirio;

decidle, en fin, que mientras estuve ausente,

ni un día, ni un instante hela olvidado,

y llevadle este beso que os confío,

tributo adelantado

que desde el fondo de mi ser le envío.

¡Boga, boga, remero, así llegamos!

¡Oh, emoción hasta ahora no sentida!

¡Ya piso el santo suelo en que probamos

el almíbar primero de la vida!

Tras ese monte azul cuya alta cumbre

lanza reto de orgullo

al zafir de los cielos,

está el pueblo gentil donde, al arrullo

del maternal amor, rasgué los velos

que me ocultaban la primera lumbre.

¡En marcha, en marcha, postillón, agita

el látigo inclemente!

Y a más andar, el carro diligente

por la orilla del mar se precipita.

No hay peña ni ensenada que en mi mente

no venga a despertar una memoria,

ni hay ola que en la arena humedecida

con escriba con espuma alguna historia

de los alegres tiempos de mi vida.

Todo me habla de sueño y cantares,

de paz, de amor y de tranquilos bienes,

y el aura fugitiva de los mares

que viene, leda, a acariciar mis sienes.

me susurra al oído

con misterioso acento: «Bienvenido».

Allá van los humildes pescadores

las redes a tender sobre la arena;

dichosos, que no sienten los dolores

ni la punzante pena

de los que lejos de la patria lloran;

infelices que ignoran

la insondable alegría

de los que tristes del hogar se fueron

y luego, ansiosos, al hogar volvieron.

Son los mismos que un día,

siendo niño, admiraba yo en la playa,

pensando, en mi inocencia,

que era la humana ciencia,

la ciencia de pescar con la atarraya.

Bien os recuerdo, humildes pescadores,

aunque no a mí vosotros, que en la ausencia

los años me han cambiado y los dolores.

Ya ocultándose va tras un recodo

que hace el camino, el mar, hasta que todo

al fin desaparece.

Ya no hay más que montañas y horizontes,

y el pecho se estremece

al respirar, cargado de recuerdos,

el aire puro de los patrios montes.

De los frescos y límpidos raudales

el murmullo apacible;

de mis canoras aves tropicales

el melodioso trino que resbala

por las ondas del éter invisible;

los perfumados hálitos que exhala

el cáliz áureo y blanco

de las humildes flores del barranco;

todo a soñar convida,

y con suave empeño,

se apodera del alma enternecida

la indefinible vaguedad de un sueño.

Y rueda el coche, y detrás de él las horas

deslízanse ligeras

sin yo sentir, que el pensamiento mío

viaja por el país de las quimeras,

y sólo hallan mis ojos sin mirada

los incoloros senos del vacío…

De pronto, al descender de una hondonada,

«¡Caracas, allí está!», dice el auriga,

y súbito el espíritu despierta

ante la dicha cierta

de ver la tierra amiga.

¡Caracas allí está; sus techos rojos,

su blanca torre, sus azules lomas,

y sus bandas de tímidas palomas

hacen nublar de lágrimas mis ojos!

Caracas allí está; vedla tendida

a las faldas del Ávila empinado,

Odalisca rendida

a los pies del Sultán enamorado.

Hay fiesta en el espacio y la campaña,

fiesta de paz y amores:

acarician los vientos la montaña;

del bosque los alados trovadores

su dulce canturía

dejan oír en la alameda umbría;

los menudos insectos de las flores

a los dorados pístilos se abrazan;

besa el aura amorosa el manso Guaire,

y con los rayos de luz se enlazan

los impalpables átomos del aire.

¡Apura, apura, postillón, agita

el látigo inclemente!

¡Al hogar, al hogar, que ya palpita

por él mi corazón… Mas, no, detente!

¡Oh infinita aflicción, oh desgraciado

de mí, que en mi soñar hube olvidado

que ya no tengo hogar…! Para, cochero;

tomemos cada cual nuestro destino;

tú, al lecho lisonjero

donde te aguarda la madre, el ser divino

que es de la vida centro de alegría,

y yo…, yo al cementerio

donde tengo la mía.

¡Oh, insoluble misterio

que trueca el gozo en lágrimas ardientes!

¿En dónde está, Señor, ésa tu santa

infinita bondad, que así consientes

junto a tanto placer, tristeza tanta?

Ya no hay fiesta en los aires; ya no alegra

la luz que el campo dora;

ya no hay sino la negra

pena cruel que el pecho me devora…

¡valor, firmeza, corazón no brotes

todo tu llanto ahora, no lo agotes,

que mucho, mucho que sufrir aún falta:

ya no lejos resalta

de la llanura sobre el verde manto

la ciudad de las tumbas y del llanto;

ya me acerco, ya piso

los callados umbrales de la muerte,

ya la modesta lápida diviso

del angélico ser que el alma llora;

ven, corazón, y vierte

tus lágrimas ahora!

II

Madre, aquí estoy: de mi destierro vengo

a darte con el alma el mudo abrazo

que no te pude dar en tu agonía;

a desahogar en tu glacial regazo

la pena aguda que en el pecho tengo

y a darte cuenta de la ausencia mía.

Madre, aquí estoy; en alas del destino

me alejé de tu lado una mañana,

en pos de la fortuna

que para ti soñé desde la cuna;

mas, ¡oh, suerte inhumana!

hoy vuelvo, fatigado peregrino,

y sólo traigo que ofrecerte pueda,

esta flor amarilla del camino

y este resto de llanto que me queda.

Bien recuerdo aquel día,

que el tiempo en mi memoria no ha borrado;

era de marzo una mañana fría

y cerraba los cielos el nublado.

Tú en el lecho aún estabas,

triste y enferma y sumergida en duelo,

que, con alma de madre, contemplabas

el hondo desconsuelo

de verme separar de tu regazo.

Llegó la hora despiadada y fiera,

y con el pecho herido

por dolor hasta entonces no sentido,

fui a darte, madre, mis postrer abrazo

y a recibir tu bendición postrera.

¡Quién entonces pensara

que aquella voz angélica en mi oído

nunca más resonara!

Tú, dulce madre, tú, cuando infelice,

dijiste al estrecharme contra el pecho:

«Tengo un presentimiento que me dice

que no he de verte más bajo este techo».

Con un supremo esfuerzo desliguéme

de los amantes lazos

que me formaban en redor tus brazos,

y fuera me lancé como quien teme

morir de sentimiento.

¡Oh, terrible momento!

Yo fuerte me juzgaba,

mas, cuando fuera me encontré y aislado,

el vértigo sentí del pajarillo

que en jaula criado,

se ve de pronto en la extensión perdido

de las etéreas salas,

sin saber dónde encontrará otro nido

ni a dónde, torpes, dirigir sus alas.

Desató el sollozar el nudo estrecho

que ahogaba el corazón en su quebranto

y se deshizo en llanto

la tempestad que me agitaba el pecho.

Después, la nave me llevó a los mares,

y llegamos al fin, un triste día

a una tierra muy lejos de la mía,

donde en vez de perfumes y cantares,

en vez de cielo y verdes palmas,

hallé nieblas y ábregos, y un frío

que helaba los espacios y las almas.

Mucho, madre, sufrí con pecho fuerte,

mas suavizaba el sufrimiento impío,

la esperanza de verte

un tiempo no lejano al lado mío.

¡Ah del mortal ciego

confía su ventura a la esperanza…!

La ley universal cumplióse luego,

y vi en el alma, presta,

la mía disiparse,

cual mira en lontananza

torcer el rumbo en dirección opuesta

el náufrago al bajel que vio acercarse.

Bien recuerdo aquel día

que el tiempo en mi memoria no ha borrado;

era de marzo otra mañana fría,

y los cielos cerraba otro nublado.

Triste, enfermo y sin calma,

en ti pensaba yo, cuando me dieron

la noticia fatal que hirió mi alma.

Lo sentí, decirlo no sabría…

Sólo sé que mis lágrimas corrieron

como corren ahora, madre mía.

Después, al mundo me lancé, agitado,

y atravesé océanos y torrentes,

y recorrí cien pueblos diferentes,

tenue vapor del huracán llevado,

alga sin rumbo que la mar flagela,

viento que pasa, pájaro que vuela.

Mucho, madre, he adquirido,

mucha experiencia y muchos desengaños,

y también he perdido

toda la fe de mis primeros años.

¡Feliz quien como tú ya en esta vida

no tiene que luchar contra la suerte

y puede reposar en la seguida

inalterable calma de la muerte;

sin ver ni padecer el mal eterno

que nos hiere doquier con saña cruda,

ni llevar en el pecho el frío interno

de la indomable duda!

¡Feliz quien como tú, con altiveza

reclinó para siempre la cabeza

sobre los lauros del deber cumplido;

cual la reclina, por la muerte herido,

tras el combate rudo,

risueño, el gladiador sobre su escudo!

Esa, madre, es tu gloria

y alta recompensa de tu historia,

que el premio sólo del deber sagrado

que impone el cristianismo

está en el hecho mismo

de haberlo practicado.

Madre, voy a partir; mas parto en calma

Y sin decirte adiós, que eternamente

me habrás de acompañar en esta vida.

Tú has muerto para el mundo indiferente,

mas nunca morirás, madre del alma,

para el hijo infeliz que no te olvida.

Y fuera el paso nuevo,

y desde su alto y celestial palacio,

su brillo siempre nuevo

derrama el sol por el cerúleo espacio…

Ya lejos de los túmulos me encuentro,

ya me retiro, solitario y triste;

mas, ¡ay! ¿a dónde voy? ¡si no existe

de hogar y madre el venturoso centro!…

¡A dónde? ¡A la corriente de la vida,

a luchar con las ondas brazo a brazo

hasta caer en su mortal regazo

con el alma en paz y con la frente erguida!


1875

Publicado en Nueva York por el propio Pérez Bonalde en el año de 1877.