AHORA
Abres los ojos.
Después todo es borroso.
Después la luz.
Después el color.
Después lo que no hiciste.
Después por qué no fuiste al lugar
acordado, a la hora prefijada.
Después lo que tendrías que hacer y los
propósitos de enmienda, con toda tu abulia ante los falsarios.
Después las blancas palabras del cielo.
Después el agua, lo verde, el viento en la
cara.
Después el café, con más viento.
Después el alma, en bravo pulso con los
pensamientos.
Después la hora, la hora que no pasa y la
que ya se fue.
Después hacer, hacer, hacer.
Después nada qué hacer para seguir
haciendo, como un reloj de arena que cierne todas las partículas del cosmos.
Después el canto solitario del turpial.
Después el silencio de la tarde, el olor
de la montaña, acoplado cual jinete con la brisa.
Después insolación del ver y más del rumor
de lo verde.
Después la suma y la resta.
Después la calle, la lidia, la faena;
después el cálculo y la usura, todo con buenos modales.
Después el aire y más cielo, antes de todo
regreso, pues cada salida es un periplo.
Después el beso y la caída en el lecho,
pues llegaste a casa
como si hubieras ido de Ítaca a Troya y de
Troya a Ítaca.
Después los fuegos y las ascuas.
Después hornar y ofrendar en los ardores.
Después el azul y el agua, con la luna insinuándose
tenue en la emisión de la tarde.
Después el trino y la memoria, con los por
qué, con cuál razón y con qué derecho.
Después de la memoria, el amor que casi
llora al resucitar de entre los muertos.
Después el aroma de lo vivido, los olores
del ayer, en las mesas de noche, en la peinadora materna, entre libros reverenciados,
entre álbumes de asepiadas imágenes, entre cofrecillos y cajitas de marchados
recuerdos.
Después lo incomprensible y lo que nunca
entenderás.
Después del amor, el desamor.
Después los olvidos, las suficiencias e
inclemencias.
Y después más del insospechado pasmo.
Después cómo llegamos a esto.
Después el tono y el acento de una añeja
serenata.
Después Orión y su corte más allá de los
rieles de la luna.
Después la membrana y el líquido amniótico
que, nocturno, nos circunda.
Después los ojos dilatándose, pidiendo
venia y los oídos acompañándoles; y van y le tocan el gozne al corazón que, sin
remilgos, les abre la puerta.
Después nada es borroso.
Porque después cierras los ojos
y más se te abre la noche.
lacl, 07 / 02 / 2021, mañaneo.
Estampas
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