El Kitsch y la
palabra.
En la red anda circulando un bodrio atribuido a
Whitman y que no es más que un cursi intento que no le presta ni siquiera a los
autores consagrados de la autoayuda. Lo han titulado en algunos casos como “No te detengas”, en otros como "Carpe Diem", alocución latina extraída de las Odas de Horacio. Debo
decir que ese texto no es de Whitman, que no le llega a los talones y que es, además,
una oda a la ridiculez.
Vivimos en la era del kitsch, la cursilada que ha
tomado los ribetes de milagro, la usurpación, lo reductible de toda esencia y la
sensiblería que no es más que el vano intento de colmar la vida anímica con
frases huecas y golpes de pecho ante altares de fantasía.
Es muy fácil de distinguir toda cursilada, cuando no
se ha sido previamente pasto de esa maquinaria de mentiras que se ampara tras la
industria del “mass media”. Lo cursi es su baratija, que se vende cual piedra
preciosa. Los medios de comunicación de masas son una maquinaria especializada
en asesinar el alma y todo culto espiritual. Debemos alejarnos de esa
maquinaria que, como Cronos, todo lo devora. Y cada vez que entráramos en
contacto con ella, nuestra misión debería ser la de poner en duda cualquier
frase o noción que pretenda legarnos. Pero como, grosso modo, hemos acallado al
alma, nos hemos inventado una. Resulta más cómodo fingir que somos “alguien” a meramente
ser quienes somos. Pero atención, esa alma no es más que un doble, una falsía,
pues ni siquiera llega a actor de reparto, un subterfugio del disimulo para engatusar
al necio más cercano y aparentar que estamos vivos.
Hay que volver al libro, a aquel bien innominado que sólo
conversa con nosotros en la más absoluta de las soledades. Que haya sesiones de lecturas
colectivas y que sirvan de estimulante para la conversa y fomento del leer,
bien me parece, pero la lectura es un bien estrictamente personal, individual y
que debe cumplirse en soledad. Cuando estás leyendo a todo dar, esto es, cuando
estás imbuido en una maravilla, te molesta que distraigan tu atención con
cualquier palabra del diario quehacer, ¿no es así? Ello se debe a que es el
alma quien conversa; en esos momentos estamos en otro estado del ser, uno -por
cierto- muy distinto al mecanizado modo en que hemos permitido que conviertan
nuestro trato con el prójimo. Claro, al decir que hay que volver al libro, tácitamente
he querido decir que hay que volver es a la palabra ancestral, originaria. Y
ello no es fácil cuando se vive sumergido en un mundo que es un gran almacén de
falsedades. Tiene toda persona, por lo tanto, que mantener en estado de alerta
su curiosidad vital, a fin de poder discernir lo que es literatura y lo que es
camelo o falsía creada para domesticarle.
Estos bodrios digitales de autoayuda (y que, por
desgracia, son llevados al papel) lo que pretenden es atribuir la cursilada a autores
–no importa si anónimos o consagrados- cuya palabra lo que ha buscado es enaltecer
al ser humano por medio del culto del espíritu. Y eso es un acto que me indigna.
Pues es un campante delito. El “mass media” es una industria creada para domeñar
al vulgo y convertirlo en ovejitas.
La misma miseria han cometido con Borges, al
atribuirle, hace años, un texto detestable que hubiera sonrojado al argentino.
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(lacl, 30 de Octubre de 2016, amanecer) © lacl
Debussy - Arabesque No.1 and No.2
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