In memoriam
...Y un mal presagio se anunciaba en las puestas de un sol ceniciento, lo que no evitaba que mostrase su rojo hechizador y amenazante...
Estas tomas fueron realizadas desde mi celular. Me he topado con ellas por azar, pues cayeron en un, acaso, conveniente olvido. No hallo la forma de colocar acentos en este aparato. Estoy en la calle y se avecina la noche. Pero algo me impulsa a escribir y enviar por correo glosa y pinturas.
Perdone pues, cualquier lector desprevenido, si nota que abuso de algunos curvados derroteros de lenguaje, en el presente comentario. Adjunto estas tomas algo tardamente, ya que fueron captadas hace meses, cuando cielo y mundo amenazaban con derrumbarse y matarnos de asfixia. Y mi hermano muriendo.
Con franqueza debo decir que nunca, como en esas no lejanas fechas, he sentido a la nausea atacar mi humanidad de manera tan perversa.
Todo se confabulaba para mostrar calles y veredas, como rutas del infierno.
El aire, cargado de desazonada turbidez, cerraba las inhalaciones de nuestros pechos, y laceraba las enramadas de nuestros pulmones, como si se tratara del aliento exhalado por el Can Cerbero.
Y un mal presagio se anunciaba en las puestas de un sol ceniciento, lo que no evitaba que mostrase su rojo hechizador y amenazante.
Nada se me ha asemejado tanto como ese clima, esa tesitura del entorno, a la muerte sin sentido, esto es, de lo que ya estaba muerto, desanimado.
Ya se han ido calina y sol ceniza.
Han venido las lluvias inclementes; a veces, traidoras, mortecinas.
Mas no parecen haber venido a lavar culpas o a expurgar almas.
Las aguas vienen cargadas del mismo lodo que colma el discurso de la secta de impostores que, a sotto vocce, nos suplanta.
Seguimos navegando en barcazas de Caronte.
A todo evento, contra viento y marea, a pesar de los pesares:
Salud, vino y poema!
(Enviado anoche desde mi dispositivo móvil)
* * * * *
José AntonioRamos Sucre
LA VIDA DEL MALDITO
Agregamos otra fábula poética de Ramos Sucre, en la que si bien se denotan algunos vasos comunicantes con un antecesor como Edgar Allan Poe en la atmósfera, el tema o la persecución del victimario (que no siempre en el arrepentimiento, pues la crueldad en la poética de Ramos Sucre fue más una cuestión de estilo o, si lo prefieren, un recurso para lacerar crueldades), también se prefigura lo que, algunos años después de haber sido publicada, se popularizaría como modus operandi para el crimen en masa: aquel de tener una fosa bien dispuesta para quienes son conducidos como ovejas al matadero.
lacl
LA VIDA DEL MALDITO
Yo adolezco de una degeneración ilustre; amo el dolor, la belleza y la crueldad, sobre todo esta última, que sirve para destruir un mundo abandonado al mal. Imagino constantemente la sensación del padecimiento físico, de la lesión orgánica.
Conservo recuerdos pronunciados de mi infancia, rememoro la faz marchita de mis abuelos, que murieron en esta misma vivienda espaciosa, heridos por dolencias prolongadas. Reconstituyo la escena de sus exequias, que presencié asombrado e inocente.
Mi alma es desde entonces crítica y blasfema; vive en pie de guerra contra los poderes humanos y divinos, alentada por la manía de la investigación; y esta curiosidad infatigable declara el motivo de mis triunfos escolares y de mi vida atolondrada y maleante al dejar las aulas. Detesto íntimamente a mis semejantes, quienes sólo me inspiran epigramas inhumanos; y confieso que, en los días vacantes de mi juventud, mi índole destemplada y huraña me envolvía sin tregua en reyertas vehementes y despertaba las observaciones irónicas de las mujeres licenciosas que acuden a los sitios de diversión y peligro.
No me seducen los placeres mundanos y volví espontáneamente a la soledad, mucho antes del término de mi juventud, retirándome a ésta, mi ciudad nativa, lejana del progreso, asentada en una comarca apática y neutral. Desde entonces no he dejado esta mansión de colgaduras y de sombras. A sus espaldas fluye un delgado río de tinta, sustraído de la luz por la espesura de árboles crecidos, en pie sobre las márgenes, azotados sin descanso por un viento furioso, nacido de los montes áridos. La calle delantera, siempre desierta, suena a veces con el paso de un carro de bueyes, que reproduce la escena de una campiña etrusca.
La curiosidad me indujo a nupcias desventuradas, y casé improvisadamente con una joven caracterizada por los rasgos de mi persona física, pero mejorados por una distinción original. La trataba con un desdén superior, dedicándole el mismo aprecio que a una muñeca desmontable por piezas. Pronto me aburrí de aquel ser infantil, ocasionalmente molesto, y decidí suprimirlo para enriquecimiento de mi experiencia.
La conduje con cierto pretexto delante de una excavación abierta adrede en el patio de esta misma casa. Yo portaba una pieza de hierro y con ella le coloqué encima de la oreja un firme porrazo. La infeliz cayó de rodillas dentro de la fosa, emitiendo débiles alaridos como de boba. La cubrí de tierra, y esa tarde me senté solo a la mesa, celebrando su ausencia.
La misma noche y otras siguientes, a hora avanzada, un brusco resplandor iluminaba mi dormitorio y me ahuyentaba el sueño sin remedio. Enmagrecí y me torné pálido, perdiendo sensiblemente las fuerzas. Para distraerme, contraje la costumbre de cabalgar desde mi vivienda hasta fuera de la ciudad, por las campiñas libres y llanas, y paraba el trote de la cabalgadura debajo de un mismo árbol envejecido, adecuado para una cita diabólica. Escuchaba en tal paraje murmullos dispersos y difusos, que no llegaban a voces. Viví así innumerables días hasta que, después de una crisis nerviosa que me ofuscó la razón, desperté clavado por la parálisis en esta silla rodante, bajo el cuidado de un fiel servidor que defendió los días de mi infancia.
Paso el tiempo en una meditación inquieta, cubierto, la mitad del cuerpo hasta los pies, por una felpa anchurosa. Quiero morir y busco las sugestiones lúgubres, y a mi lado arde constantemente este tenebrario, antes escondido en un desván de la casa.
En esta situación me visita, increpándome ferozmente, el espectro de mi víctima. Avanza hasta mí con las manos vengadoras en alto, mientras mi continuo servidor se arrincona de miedo; pero no dejaré esta mansión sino cuando sucumba por el encono del fantasma inclemente. Yo quiero escapar de los hombres hasta después de muerto, y tengo ordenado que este edificio desaparezca, al día siguiente de finar mi vida y junto con mi cadáver, en medio de un torbellino de llamas.
Del libro LA TORRE DE TIMON, 1925.
GUARIDA DE LOS POETAS
Con una arrobadora banda sonora y el apoyo de uno de los primeros versos de La Vida Monástica, libro primero del Libro de Horas, se logra rozar aquello que suele convocar la poesía: el conmover. Aunque este pequeño tributo, en cierta forma llama a la nostalgia, también cita a la alegría, pues una no puede vivir sin la otra. Y creo que yo ya no podré vivir el resto de mi vida sin escuchar esos versos y esa melodía en las praderas de silencio que, como todos, llevo dentro. Reproduzco los versos de Rilke, en la traducción al cuidado de la profesora Yolanda Steffens y las asesorías de Lieselotte Zettler de Vareschi y de Rafael Cadenas, libro editado en las imprentas de Universidad Central de Venezuela.
Recita (o debemos decir reza) Mario Adorf y Canta Montserrat Caballé.
Salud!
lacl
El poema...
Ich lebe mein Leben in wachsenden Ringen,
die sich über die Dinge ziehn.
Ich werde den letzten vielleicht nicht vollbringen,
aber versuchen will ich ihn.
Ich kreise um Gott, um den uralten Turm,
und ich kreise jahrtausendelang;
und ich weiß noch nicht: bin ich ein Falke, ein Sturm
oder ein großer Gesang.
La traducción:
Vivo mi vida en círculos crecientes
que se tienden sobre las cosas.
El último quizás no logre,
pero lo quiero intentar.
Giro en torno a Dios, esa torre prístina,
y llevo milenios girando,
y aún no sé: ¿soy un halcón, una tormenta,
o una gran canción?
Rainer Maria Rilke, 20.9.1899, Berlin-Schmargendorf
Vivo mi vida en círculos crecientes
que se tienden sobre las cosas.
El último quizás no logre,
pero lo quiero intentar.
Giro en torno a Dios, esa torre prístina,
y llevo milenios girando,
y aún no sé: ¿soy un halcón, una tormenta,
o una gran canción?
Rainer Maria Rilke, 20.9.1899, Berlin-Schmargendorf
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