(IN IL MEZZO DEL CAMIN)
Desasosiego.
Inevitable su irrupción en mí
en este preciso momento,
cansado como estoy de contar con los dedos,
cansado de pulir mis zapatos y
de no querer hacerlo,
de dejar de hacerlo para que ellos
atestigüen sobre mi podredumbre.
Natural y hasta comprensible esta hora
de hastío y arrobamiento que rebasa
mis defensas.
Abruptamente he topado con aquel lejano
dolor adolescente ante la interminable sucesión
de rostros sin facciones
que deambulaban por las calles,
mis añoradas y vaciadas calles.
Braceaba por no ahogarme
en aquel mar inmenso de
desasosiego.
Buscaba, buscaba.
Pero nunca encontré otra cosa que
rostros enmascaradamente alegres,
tímidamente serios,
falsamente respetuosos o risueños.
Casi lloraba ante todos y ante todo
al no poder barajar qué era o qué no era
mi presencia extremadamente sensual y corpórea,
porosa y extática,
entre una innumerable multitud
en beligerancia perpetua
contra su ineluctable sombra infinita.
Pero un nudo sellaba mi pecho
y otro portaba en la garganta.
Me alumbraron en el jardín postizo
de un sobre-poblado circo,
una tramoya de telas levantada -en tan sólo tres días-
en el más apartado recodo de una olvidada parcela
del inmensurable cementerio mecánico.
Me creía loco
porque no calzaba
ningún número.
Me creía loco
por una imperturbable y maniática tendencia
de querer desandar las enseñanzas sin misterio,
por el anhelo de ver con mis ojos
y no con el ciego anhelo con el que otros ojos vieron.
Era un sobrante,
un amante silencioso.
Me abstenía.
Porque me creía loco.
Adoraba las migajas de pan
tanto como salir a caminar
cuando llovía.
Gustaba ir al cine por las noches,
me introducía en las gentes como en las imágenes
y luego barajaba todo en el camino a casa,
armaba historias ni más ni menos ilusas
que las historias fílmicas,
ni más ni menos sumidas en el ensueño
de vida de las gentes que observaba
en las funciones,
ni más ni menos ilusas que la mágica,
gozosa y piadosa soledad
del regreso a mi guarida.
Porque estaba loco,
ardorosa y crepitantemente loco.
Pero,
me creía loco y, a fuerza de creerlo,
deserté un día.
Abandoné la búsqueda.
Comencé a mirar cada objeto,
cada forma,
cada cosa,
en una fría y restringida sucesión de líneas,
como un fin en sí.
Olvidé mis preguntas.
Aprendí a olvidarlas deteniendo mis ojos
en las vitrinas de los negocios.
Fue un arduo trabajo.
Rigurosa templanza.
Fuelle y martillo forjaron en mí
la apariencia broncínea.
Y aprendí a mirar los rostros como a vitrinas.
Conseguí un suiche donde encender las sonrisas.
Mas ahora, finalmente, recibo esta nueva oleada
de desasosiego.
Porque he perdido el suiche
y de nada vale que, a tientas, lo busque en este tiempo
de absurda y enceguecedora claridad.
Porque en esta hora de trance
me acorralan mil imágenes,
porque me harté de vitrinas
y de los rostros sin facciones.
Y no tengo adónde ir,
ni me preocupa demasiado.
Porque tuve que apurar el vino incierto de la ética,
tuve que hincarme de rodillas
ante la limpia honorabilidad del dinero
y besar sus pies inmaculados.
Bendita sea esta nueva oleada de desasosiego,
porque sé que se avienen días de náusea,
porque he atisbado la hora de detener la máquina.
Porque, en la lejanía, vislumbro el rostro
ante el que habré de detenerme.
.
Este y una colecta de unos veinte o treinta textos que le acompañan, vienen de una serie de intentos, amagos y borrones de un muy añejo cuaderno que lleva por título "Libro de trance y hallazgo", nombre que, al día de hoy, a un servidor le luce algo altisonante, pero que no cambio en honor a la veracidad. Aunque al principio reza “In il mezzo del camin”, en clara alusión al famoso pasaje de la Divina Comedia y el estadio o edad en la vida de una persona, no significa que lo haya escrito a la edad en que se presume se fijaba por aquellos días “il mezzo del camin”, que era alrededor de los 35 años. estaba yo algo más joven. En realidad, el verso de Dante nos sirvió de apoyo para un decir “Adiós a todo eso”, un poco a la manera en que Graves despachaba aquello que había vivido hasta cierta fase de su vida; en un momento en el cual uno llega a una encrucijada que sabe ya, definitiva, y por la que -en consecuencia- toma el camino que le ha estado aguardando toda su vida, el momento en que, si bien no sabes lo que eres o quien eres, sabes muy bien hacia donde irás y a quién o qué honrarás, al menos, en lo que íntima y personalmente significa tomar las riendas de la propia vida; envite que no se asume con orgullo o soberbia, sino con clara entrega a la misión que se reitera o redescubre en esa encrucijada de la vida y no en otra...
Salud!
lacl
Una estampa del ayer.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario