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martes, 23 de agosto de 2022

Homogeneidad moderna, Bertrand Russell. / Bertrand Russell, Mensaje al futuro. Just Jazz.

 


En lo particular a mí siempre me ha causado horror la estandarización de la cultura y las costumbres humanas. Me parece que eso conlleva a una pérdida de la identidad de la persona en tanto que individuo. Homogeneizar está demasiado cerca de los intentos por uniformar y serializar al resto de los mortales bajo un disfraz de normalidad. Pero es importante tomar nota la fecha de este ensayo de Bertrand Russell, ha sido publicado en 1930, cuando apenas hacía aparición la voz en el cine. No existía la televisión. 
En la penúltima frase de este ensayo  Bertrand Russell advierte del peligro de aplicar al presente y al futuro los ejemplos históricos.  Creo que en la siguiente y última frase de este ensayo, Russell no contempló qué la tecnologización y, sobre todo, tecnocratización de la ciencia pudiera ser tan nefasta, como lo ha sido en las últimas décadas del segundo Milenio y en las principios de este incierto tercer milenio, en lo que al destino de la estirpe humana concierne.

Salud, lacl
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Homogeneidad moderna, Bertrand Russell. 

(Escrito en 1930)

El viajero europeo que visita los Estados Unidos -al menos, si puedo juzgar por mí mismo- se sorprende por dos peculiaridades: primera, por la extrema similitud de puntos de vista en todas las partes de los Estados Unidos (excepto en el viejo Sur), y segunda, el apasionado deseo de cada localidad por demostrar que es peculiar y distinta de todas las demás. La segunda está determinada, desde luego, por la primera. Cada lugar desea tener una razón de orgullo local, y fomenta, por tanto, todo cuanto sea distintivo en el campo de la geografía, de la historia o de la tradición. Cuanto mayor es la uniformidad que en la realidad existe, más vehemente se hace la búsqueda de diferencias que puedan mitigarla. El viejo Sur es efectivamente distinto por completo del resto de la nación; tan distinto, que uno se siente como si hubiese llegado a un país diferente. Es agrícola, aristocrático y está volcado al pasado, en tanto que el resto de los Estados Unidos es industrial, democrático y mira al futuro. Cuando digo que los Estados Unidos, menos el Sur, es industrial, pienso inclusive en las zonas dedicadas casi por completo a la agricultura, porque la mentalidad del agricultor norteamericano es industrial. Emplea mucha maquinaria moderna; depende estrechamente del ferrocarril y del teléfono; tiene plena conciencia de los distantes mercados a los que llegan sus productos; de hecho, es un capitalista que muy bien podría dedicarse a otros negocios. Un labrador como los que existen en Europa y en Asia es algo prácticamente desconocido en los Estados Unidos. Esto es una gran bendición para el país, y quizá su más importante superioridad en comparación con el Viejo Mundo, porque el labrador es en todas partes cruel, avaricioso, conservador e ineficiente. He visto naranjales en Sicilia y naranjales en California; el contraste representa un período de unos dos mil años. Los naranjales sicilianos están alejados del ferrocarril y de los barcos; los árboles son viejos, nudosos y bellos; los métodos de cultivo, los de la antigüedad clásica. Los hombres son ignorantes y semisalvajes, descendientes mestizos de esclavos romanos y de invasores árabes; la inteligencia para con los árboles que les falta la compensan con la crueldad para los animales. Junto a su degradación moral y su incompetencia económica, aparece un sentido instintivo de la belleza que nos recuerda constantemente a Teócrito y el mito del jardín de las Hespérides. En un naranjal californiano, el jardín de las Hespérides parece muy remoto. Los árboles son todos exactamente iguales, están cuidadosamente atendidos y convenientemente distanciados. Las naranjas, es cierto, no son todas del mismo tamaño, pero una maquinaria minuciosa las selecciona de modo que automáticamente vengan a resultar exactamente iguales todas las de cada caja. Viajan sometidas a un tratamiento apropiado, realizado por máquinas apropiadas, situadas en lugares apropiados, hasta que son introducidas en un apropiado camión frigorífico, en el que son transportadas al mercado apropiado. La máquina estampa en ellas la palabra "Sunkist", pero de otro modo nada habría que sugiriera que la naturaleza ha tenido parte en su producción. Aun el clima es artificial, porque cuando, de otro modo, hubiese de sufrir las heladas, el naranjal es mantenido artificialmente caliente por una capa de humo. Los hombres dedicados a este tipo de agricultura no se consideran, como los agricultores de otros tiempos, resignados sirvientes de las fuerzas naturales; por el contrario, se sienten los amos, capaces de doblegar las fuerzas de la naturaleza a su voluntad. No existe, por tanto, en los Estados Unidos la misma diferencia que en el Viejo Mundo entre los puntos de vista de los industriales y los de los agricultores. La parte importante del ambiente en los Estados Unidos es la parte humana; por comparación, la parte no humana cae en la insignificancia. Me aseguraban constantemente en California del Sur que el clima había convertido en lotófagos a los habitantes, pero confieso que no vi muestras de ello. Me parecieron exactamente iguales a los habitantes de Minneapolis o Winnipeg, aunque el clima, el panorama y las condiciones naturales de las dos regiones fuesen todo lo distintos que cabe. Cuando consideramos la diferencia entre un noruego y un siciliano y la comparamos con la similitud entre un hombre de Dakota del Norte -digamos- y un hombre de la California meridional, nos damos cuenta de la inmensa revolución que ha producido en los asuntos humanos el hecho de que el hombre haya llegado a ser el amo, y no el esclavo del medio físico. Tanto Noruega como Sicilia tienen viejas tradiciones; tenían antiguas religiones precristianas que encarnaban las reacciones del hombre ante el clima, y cuando vino el cristianismo, inevitablemente, tomó formas muy distintas en cada país. Los noruegos temían al hielo y a la nieve; los sicilianos temían a la lava y a los terremotos. El infierno fue inventado en un clima meridional; si hubiese sido inventado en Noruega, hubiese sido frío. Pero ni en Dakota del Norte ni en California del Sur es el infierno una condición climática; en un sitio y en otro es una dificultad en el mercado de dinero. Esto ilustra la poca importancia del clima en la vida moderna.

Los Estados Unidos son un mundo hecho por el hombre; más aún: un mundo que el hombre ha hecho con maquinaria. No me refiero solamente al medio físico, sino también y en la misma medida a las ideas y a las emociones. Consideremos un asesinato realmente sensacional; el asesino, es verdad, puede ser primitivo en sus métodos; pero los que divulgan el conocimiento de su fechoría lo hacen sirviéndose de los últimos avances de la ciencia. No solamente en las grandes ciudades, sino en las granjas más solitarias de la pradera y en los campos mineros de las Rocosas, la radio difunde las últimas informaciones, de modo que la mitad de los temas de conversación en un día determinado son los mismos en todos los hogares del país. Mientras cruzaba las llanuras en el tren, tratando de no oír un altavoz que bramaba anuncios de jabón, un viejo granjero de rostro radiante se me acercó y dijo: "Hoy, adondequiera que vayamos, no podemos alejarnos de la civilización". ¡Ay! ¡Cuánta verdad! Trataba de leer a Virginia Woolf, pero los anuncios ganaron la partida.

La uniformidad en el aparato físico de nuestras vidas no sería asunto grave, pero la uniformidad en materia de pensamiento y opinión es mucho más peligrosa. Es, sin embargo, un resultado completamente inevitable de las modernas invenciones. La producción es más barata cuando se unifica y se hace en gran escala que cuando se divide en cierto número de pequeñas unidades. Esto vale tanto para la producción de opiniones como para la producción de alfileres. Las principales fuentes de opinión en los tiempos actuales son las escuelas, las iglesias, la prensa, el cine y la radio. La enseñanza en las escuelas elementales ha de hacerse inevitablemente más y más estandarizada cuanto mayor uso se haga de aparatos. Cabe suponer, creo, que tanto el cine como la radio representarán un papel rápidamente creciente en la educación escolar en el futuro próximo. Esto significa que las lecciones serán preparadas en un centro y serán exactamente las mismas allí donde el material preparado en este centro sea utilizado. Algunas iglesias, me dicen, envían todas las semanas un modelo de sermón a los menos educados de sus clérigos, quienes, si son gobernados por las leyes corrientes de la naturaleza humana, agradecerán, sin duda, el que se les evite la molestia de componer un sermón propio. Este sermón modelo, por supuesto, trata de algún tema candente del momento y tiene por finalidad levantar una ola de determinada emoción a todo lo largo y lo ancho del territorio. Lo mismo puede decirse, en más alto grado, de la prensa, que recibe en todas partes las mismas noticias telegráficas, y está en gran parte sindicada. Los juicios críticos acerca de mis obras, según he descubierto, son, excepto en los mejores periódicos, literalmente los mismos de Nueva York a San Francisco y de Maine a Tejas, salvo que se van haciendo más cortos a medida que nos desplazamos del nordeste al sudoeste.

Quizá el mayor de todos los poderes unificadores en el mundo moderno sea el cine, ya que su influencia no queda limitada a Norteamérica, sino que penetra en todas las partes del mundo, excepto en la Unión Soviética, que tiene, no obstante, su propia aunque distinta uniformidad. El cine da cuerpo en un sentido amplio, a la opinión de Hollywood acerca de lo que gusta en el Medio Oeste. Nuestras emociones en relación con el amor y el matrimonio, el nacimiento y la muerte, se van estandarizando de acuerdo con esta receta. Para los jóvenes de todos los países, Hollywood representa la última palabra en modernidad, que exhibe tanto los placeres de los ricos como los métodos a adoptar para adquirir riquezas. Supongo que las películas habladas nos llevarán en poco tiempo a la adopción de un lenguaje universal, que será el de Hollywood.

La uniformidad no se da en los Estados Unidos solamente entre los relativamente ignorantes. Lo mismo ocurre, aunque en un grado ligeramente menor, con la cultura. Visité librerías en todos los lugares del país, y en todas partes hallé los mismos libros de más venta expuestos en sitios destacados. Por lo que puedo juzgar, las señoras cultas de los Estados Unidos compran cada año alrededor de una docena de libros, la misma docena en todas partes. Para un autor, éste es un estado de cosas muy satisfactorio, con tal de que sea uno de los doce. Pero, ciertamente, ello señala una diferencia con respecto a Europa, donde hay muchos libros que se venden poco, antes que unos pocos que se venden mucho.

No se debe suponer que la tendencia a la uniformidad sea completamente buena ni completamente mala. Tiene grandes ventajas, y también grandes desventajas; su ventaja principal es, por supuesto, que crea una población capaz de cooperación pacífica; su gran desventaja es que crea una población inclinada a la persecución de minorías. Probablemente, este último defecto sea temporal, ya que cabe imaginar que dentro de poco ya no haya minorías. Depende, en gran medida, desde luego, de cómo se alcance la uniformidad. Tomemos, por ejemplo, lo que se hace en las escuelas con los italianos del sur. Los italianos meridionales se han distinguido a través de la historia por sus crímenes, sus estafas y su sensibilidad estética. Las escuelas públicas los curan, efectivamente, de la última de las tres cosas, y en este aspecto los asimilan a la población nativa de los Estados Unidos; pero, con respecto a las otras dos cualidades distintivas, sospecho que el éxito de las escuelas es menos señalado. Esto ilustra los peligros de la uniformidad como objetivo: las buenas cualidades se destruyen más fácilmente que las malas, y, en consecuencia, es más fácil llegar a la uniformidad rebajando el nivel medio. Es claro que un país con una gran población extranjera debe tratar, por medio de sus escuelas, de asimilar a los hijos de los inmigrantes, y, por tanto, es inevitable un cierto grado de americanización. Es, sin embargo, de lamentar, el que una parte tan grande de este proceso haya de realizarse por medio de un nacionalismo algo agresivo. Los Estados Unidos son ya el país más poderoso del mundo, y su preponderancia crece constantemente. Este hecho inspira temor en Europa, naturalmente, y el temor se ve incrementado por todo lo que sugiere nacionalismo militante. Tal vez el destino de Norteamérica sea enseñar buen sentido político a Europa, pero mucho me temo que el alumno no deje de mostrarse refractario.

La tendencia norteamericana a la uniformidad va unida a mi parecer, a una concepción equivocada de la democracia. Parece ser que en los Estados Unidos se sostiene, en general, que la democracia exige la igualdad de todos los hombres, y que si un hombre es distinto de otro en algún aspecto, se "exalta" como superior a aquel otro. Francia es tan completamente democrática como Estados Unidos, y, sin embargo, esta idea no existe en Francia. El médico, el abogado, el sacerdote, el funcionario público, son en Francia tipos distintos; cada profesión tiene sus tradiciones propias y sus propias características, y no por ello se estima superior a otras profesiones. En los Estados Unidos, todos los profesionales están asimilados al tipo del hombre de negocios. Es como si tuviésemos que decretar que una orquesta debe estar formada solamente por violines. No parece haber una comprensión justa del hecho de que la sociedad tiene que ser un sistema o un organismo en el que los distintos órganos desempeñen papeles diferentes. Imaginaos al ojo y al oído discutiendo si es mejor ver u oír y decidiendo ambos no hacer una cosa ni otra, ya que ninguno puede hacer las dos. Esto, me parece, sería la democracia tal como se la entiende en los Estados Unidos. Existe una extraña envidia por cualquier clase de excelencia que no pueda ser universal, excepto, por supuesto, en la esfera del atletismo y del deporte, donde la aristocracia es aclamada con entusiasmo. Parece que el norteamericano medio fuese más capaz de humildad en relación con sus músculos que en relación con su cerebro; quizá esto se deba a que su admiración por los músculos es más profunda y auténtica que su admiración por el cerebro. El diluvio de libros de divulgación científica en los Estados Unidos está inspirado, en parte, aunque, por supuesto, no en su totalidad, en la falta de predisposición a admitir que hay algo en la ciencia que sólo los expertos pueden entender. La idea de que pueda ser necesaria una preparación especial para comprender, digamos, la teoría de la relatividad, causa una especie de irritación, en tanto que a nadie irrita el hecho de que se requiera un entrenamiento especial para llegar a ser un jugador de fútbol de primera categoría.

La preeminencia lograda es quizá más admirada en los Estados Unidos que en ningún otro país, y, sin embargo, el camino que conduce a -cierta clase de preeminencia se hace muy penoso para los jóvenes, porque la gente es intolerante con cualquier excentricidad o con cualquier cosa que pueda ser considerada como "autoexaltación", a menos que la persona afectada lleve ya la etiqueta de "eminente". Como consecuencia de ello, muchos de los triunfadores que más se admiran son difíciles de producir y deben ser importados de Europa. Este hecho está estrechamente relacionado con la normalización y la uniformidad. El mérito excepcional, especialmente en el terreno artístico, está sentenciado a tropezar con grandes obstáculos en la juventud, puesto que se espera que todos sepan conformarse exteriormente a un modelo establecido por el ejecutivo con éxito.

La estandarización, aunque pueda tener desventajas para el individuo excepcional, probablemente aumente la felicidad del hombre medio, puesto que puede emitir sus opiniones con la certeza de que serán semejantes a las de su oyente. Por otra parte, facilita la cohesión nacional y hace a los políticos menos amargos y violentos que donde existen diferencias más señaladas. No creo posible formular un balance de pérdidas y ganancias, pero creo probable que la estandarización que hoy existe en los Estados Unidos exista en toda Europa cuando el mundo se mecanice más. Por tanto, los europeos que juzguen un defecto norteamericano tal uniformidad deberían darse cuenta de que están juzgando un defecto del futuro de sus propios países y de que se están oponiendo a una tendencia inevitable y universal de la civilización. Sin duda alguna, el internacionalismo se hará más fácil si las diferencias entre naciones se reducen, y si alguna vez se estableciera el internacionalismo, la cohesión social adquiriría una enorme importancia para la preservación de la paz interna. Hay cierto riesgo, que no se puede negar, de una inmovilidad análoga a la del Bajo Imperio romano. Pero, como contra ésta, podemos contar con las fuerzas revolucionarias de la ciencia y de la técnica modernas. A menos que se produzca una decadencia intelectual universal, estas fuerzas, que constituyen una nueva característica del mundo moderno, harán imposible la inmovilidad e impedirán ese estancamiento que hizo presa de los grandes imperios del pasado. Es peligroso aplicar al presente y al futuro los ejemplos históricos, habida cuenta del cambio total introducido por la ciencia. No veo, por tanto, razón alguna para un improcedente pesimismo, a pesar de que la estandarización pueda ofender los gustos de aquellos que no están acostumbrados a ella.

Bertrand Russell.

Bertrand Russell, Mensaje al futuro.




Erroll Garner



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