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lunes, 17 de febrero de 2020

Una lectura para el ciclo "Leyendo poesía en casa", de Anamaría Mayol /




Por gentil invitación de Anamaria Mayol para participar en su ciclo Leyendo poesía en casa... Con nuestras sinceras gracias.



Laberinto

A Arthur Rimbaud

I.

Camino en la disonancia.

Mis ojos se embelesan en la rasgadura
incesante del arpa de la discordia.

Ante mis pasos florece una excomulgada
desfloración de los sentidos.

Abrevo en las aguas de una fuente secreta,
esquivo los listados,
resueltamente me dirijo
a ninguna parte.

La extraña melodía de una lira
va tañéndose a mi paso,
me complace no acertar, no atinar
con la salida.

Porque no la hay:
sólo un luminoso laberinto que conmueve,
una ceguera desbordante que me guía.

Escuchando voy
el llamado de aquel
que yo no soy.


II.
Camino entre las veredas
de desavenencia y desentono
y sorteo el centro de plaza destemplanza

me detengo ante los arrobadores fogonazos de luz
que brotan como un estallido de magma del candente suelo

del pavimento se levanta un vaho sin bríos
que para nada es añorado
por el humus apacible y rumoroso
que suspira más abajo,
dulce estiércol del socavado paraíso
suscitador de nuestros sueños

vadeo entre adormecidas penumbras,
nacidas de la cegadora luminosidad

de súbito, mil y un cuchillos se disparan
como roca fluida
de los heridores cristales de los edificios,
del filoso brillo de los enmascarados
rostros de la calle,
del metal hirviente de esos féretros ambulantes
que arrastran a seres desheredados,
en clausura y con miradas desalmadas

huérfanos viajantes,
descartados para toda
candorosa circunstancia,
sin tiempo ni lugar
para el festín de la memoria,
habitantes sin casa con rescoldo
ni huésped al que agasajar,
gladiadores expatriados de dominios
que tenían por suyos

camino sin caminar
y me mantengo silente,
apostando al equilibrio
sobre el cordón umbilical
de una ciudad desaborida,
capital de la inclemencia

resuelvo replegarme
al reino de no hay lugar
-en tierras de nadie-
y en la siguiente esquina
quiebro mi andanza
para descender por los pasadizos
de la ciudad perdida;
reanudando mi jornada
sin domicilio ni final,
mi travesía a tierras
sin amo ni señora,
la marcha al centro
de mí mismo

pues un señorío deslumbrante, cegador,
se ha instaurado en la metrópoli
-fulgor que todo lo avasalla-,
opacando el suceso milagroso
del inviolado despertar

pero el reino del revés,
sosegado y persistente,
ha secuestrado mis pupilas
y me resguarda en su otro laberinto


Forma parte de una añeja colecta de textos reunidos bajo el título Libro de trance y hallazgos, inédito.

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