“…Él se niega
a hablar con gente que conozca. Sólo habla con desconocidos…”
Elias Canetti *
Elias Canetti *
Santo Canetti,
gracias a los cielos que hayamos podido dar contigo. Me has hecho dar vuelta a
los ojos para verme a mí mismo, en medio del bullicio de la calle. Hago un alto
en el camino, tomo un respiro, y le tiendo la palabra a cualquier desconocido. En
estos días de generalizado vaho, no es tarea expedita tender conversa en
cualquier recoveco de la calle. Sin embargo, casi nunca regreso sin charla. No
es necesario que sea extensa, las más gratas suelen ser las perecederas y
concisas, pero plenas de significado. Las personas más dadas a tal
espontaneidad son las mujeres, en general, aunque también hay muchas que le dedican
a uno la mirada de un reticente bibliotecario. Entonces, sigue uno de largo; pero,
a veces, ni siquiera hay que seguir de largo, pues la señora que estaba a un
lado o, tal vez, un caballero, salen al garete con alguna frase puntillosa, cuasi
dirigida al rígido bibliotecario que se ha apoderado de la circunvecina. Y
aunque ya no salgo a vadear en las enaguas de la ciudad con la frecuencia de antaño,
todavía me acaece aquello que me solía suceder: entablar largas conversas en la
barra de un bar, con algún desconocido… Condición sine qua non, una vez vencido el natural pudor del hablante, amén
de la mutua catadura de cada interlocutor, es cierto sentimiento de relajación,
como de confianza ante el porvenir, cierto ejercicio de la libertad en
libertad, sin que haya que entrar a hacer consideraciones sobre la susodicha.
Aunque no estará excluida, por lo demás…
De mi
cuaderno, Inscripciones en el dolmen…
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