Un elemento me parece que es digno de anotar y que, por supuesto, es igualmente optativo de tomarse en cuenta o no en esta dubitación de si elegir un libro de papel o uno digital. Y es que nuestra relación con los enseres obedece a un orden muy distinto al de la virtualidad que propone la modernidad. Yo no soy contrario a los adelantos tecnológicos o científicos. Pero hay que saber o, al menos, intentar equilibrar. Y hay que tomar en cuenta la importancia de nuestra relación con nuestras creaciones, nuestros objetos, no por casualidad llamados “enseres”, es decir, creaciones “en estado de ser” por su relación vital con quienes les han creado o realizado, con quienes les poseen o son poseídos por ellos, con quienes les aman y, a veces, hasta con quienes pueden llegar a terminar aborreciéndoles, usualmente acaso por razones diversas a la esencia misma del enser o a los fines para los cuales fuera creado, sea un cepillo para el cabello, una bufanda, un libro. Un libro está colmado de un universo virtual, pero cuando ha sido impreso en papel está como tocado, además, por una palpable dimensión, cuenta con porosidad.
Hemos perdido
relación con lo que se hace (¿o deberíamos decir, lo que se hacía?) a mano,
para el mero disfrute del tacto, de la vista, del olfato. En un pasado que no
me luce tan lejano, se establecía una relación amorosa entre un memorialista o
una escritora de secretas misivas con el diario o cuaderno que les servía de
contertulio, de confidente y hasta de desagüe.
Un amigo, me permito llamarle
así (en realidad fue un maestro para este servidor), a pesar de que no le he
visto más en las últimas tres décadas, escribía cierta vez sobre la importancia
de escribir a mano y, sobretodo, de escribir cursivamente, para prevenir la
dislexia, la pérdida de memoria y otras virtudes de la mente. Es decir, para
evitar ese moderno fragmentarismo que nos ataca desde tantos flancos y que,
además, le pone rieles a una precocidad de la demencia senil o a males como el
Alzheimer.
Hemos acallado el
gusto por todo lo que se hace o hacía a mano. Hemos dejado de hacer
manualidades. Un libro huele. Puede que el material con que está hecho (y me
disculpo por ello, pues no evadimos el asunto de que la hoja proviene de los
árboles) tenga un acre o dulce aroma. Y tal aroma, muy probablemente, va a ir
enlazado, de por vida, en su relación con su tenedor, si es que el alma de ese
enser nos ha tocado con su gracia y ha marcado nuestra vida, esto es, ha
servido de puente, incluso, para nuestra intimidad con la de un ser que acaso
haya vivido doce siglos atrás.
En fin, son
consideraciones que apuntan a otro aspecto de la materia tratada. Es muy bueno
saber que un libro electrónico no daña la vista como lo hace esta pantalla del
ordenador que ha deteriorado la mía de manera tan drástica. Cuando me refería,
hace pocos días, a aquel viejo tomo de “A buen fin no hay mal principio”, la
graciosa comedia de Shakespeare, un libro insustituible para un servidor, me
refería a él como un libro que está a la mano, en mi estantería. Pero la
realidad es que ese libro maravilloso lo leí a préstamo en la Escuela de Letras
de la UCV, uno de los tomos que componían su exigua biblioteca que al tiempo
fue clausurada, y en uno de mis pasos de cometa por ese amado recinto. Ese
libro tenía un dulce aroma, similar al del chocolate. Leerlo y aromarnos era lo
mismo. Por supuesto, no lo tengo conmigo. Ya no recordaba que ese libro allá se
quedó y quien sabe cuál haya sido su paradero. A veces, pienso en él con
tristeza agradecida. Pues también me dio placeres. Esa es una de las comedias
más deliciosas que, me parece a mí, pueda uno leer en la vida. Pero justo ese
hermoso libro de páginas de color ocre, ya por aquellos días, debido al paso
del tiempo, no se halla en la estantería de mi biblioteca, aunque puedo
releerlo en las obras completas. De pronto, me sorprendí de ello, pues ese
libro, con todas sus maravillas, su ludismo, sus requiebros, sus juegos de
palabras, sus retozos y picardías que tanta vida me dieron, en suma, su
espíritu, donde se ha quedado alojado fue en la estantería de la memoria.
Salud por ello!
lacl
lacl
La edición de Alejandro Salas / Nélida Mosquera de los poemas de Anne Sexton.
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