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martes, 9 de octubre de 2018

¿Libro de papel o libro digital? Algunas consideraciones al margen, lacl / Carlos Saura. Sevillanas - Flamenco.






Un elemento me parece que es digno de anotar y que, por supuesto, es igualmente optativo de tomarse en cuenta o no en esta dubitación de si elegir un libro de papel o uno digital. Y es que nuestra relación con los enseres obedece a un orden muy distinto al de la virtualidad que propone la modernidad. Yo no soy contrario a los adelantos tecnológicos o científicos. Pero hay que saber o, al menos, intentar equilibrar. Y hay que tomar en cuenta la importancia de nuestra relación con nuestras creaciones, nuestros objetos, no por casualidad llamados “enseres”, es decir, creaciones “en estado de ser” por su relación vital con quienes les han creado o realizado, con quienes les poseen o son poseídos por ellos, con quienes les aman y, a veces, hasta con quienes pueden llegar a terminar aborreciéndoles, usualmente acaso por razones diversas a la esencia misma del enser o a los fines para los cuales fuera creado, sea un cepillo para el cabello, una bufanda, un libro. Un libro está colmado de un universo virtual, pero cuando ha sido impreso en papel está como tocado, además, por una palpable dimensión, cuenta con porosidad. 

Hemos perdido relación con lo que se hace (¿o deberíamos decir, lo que se hacía?) a mano, para el mero disfrute del tacto, de la vista, del olfato. En un pasado que no me luce tan lejano, se establecía una relación amorosa entre un memorialista o una escritora de secretas misivas con el diario o cuaderno que les servía de contertulio, de confidente y hasta de desagüe.

Un amigo, me permito llamarle así (en realidad fue un maestro para este servidor), a pesar de que no le he visto más en las últimas tres décadas, escribía cierta vez sobre la importancia de escribir a mano y, sobretodo, de escribir cursivamente, para prevenir la dislexia, la pérdida de memoria y otras virtudes de la mente. Es decir, para evitar ese moderno fragmentarismo que nos ataca desde tantos flancos y que, además, le pone rieles a una precocidad de la demencia senil o a males como el Alzheimer.

Hemos acallado el gusto por todo lo que se hace o hacía a mano. Hemos dejado de hacer manualidades. Un libro huele. Puede que el material con que está hecho (y me disculpo por ello, pues no evadimos el asunto de que la hoja proviene de los árboles) tenga un acre o dulce aroma. Y tal aroma, muy probablemente, va a ir enlazado, de por vida, en su relación con su tenedor, si es que el alma de ese enser nos ha tocado con su gracia y ha marcado nuestra vida, esto es, ha servido de puente, incluso, para nuestra intimidad con la de un ser que acaso haya vivido doce siglos atrás.


En fin, son consideraciones que apuntan a otro aspecto de la materia tratada. Es muy bueno saber que un libro electrónico no daña la vista como lo hace esta pantalla del ordenador que ha deteriorado la mía de manera tan drástica. Cuando me refería, hace pocos días, a aquel viejo tomo de “A buen fin no hay mal principio”, la graciosa comedia de Shakespeare, un libro insustituible para un servidor, me refería a él como un libro que está a la mano, en mi estantería. Pero la realidad es que ese libro maravilloso lo leí a préstamo en la Escuela de Letras de la UCV, uno de los tomos que componían su exigua biblioteca que al tiempo fue clausurada, y en uno de mis pasos de cometa por ese amado recinto. Ese libro tenía un dulce aroma, similar al del chocolate. Leerlo y aromarnos era lo mismo. Por supuesto, no lo tengo conmigo. Ya no recordaba que ese libro allá se quedó y quien sabe cuál haya sido su paradero. A veces, pienso en él con tristeza agradecida. Pues también me dio placeres. Esa es una de las comedias más deliciosas que, me parece a mí, pueda uno leer en la vida. Pero justo ese hermoso libro de páginas de color ocre, ya por aquellos días, debido al paso del tiempo, no se halla en la estantería de mi biblioteca, aunque puedo releerlo en las obras completas. De pronto, me sorprendí de ello, pues ese libro, con todas sus maravillas, su ludismo, sus requiebros, sus juegos de palabras, sus retozos y picardías que tanta vida me dieron, en suma, su espíritu, donde se ha quedado alojado fue en la estantería de la memoria.

Salud por ello!
lacl

La edición de Alejandro Salas / Nélida Mosquera de los poemas de Anne Sexton.



Carlos Saura.


No ameritan presentación, sencillamente estos registros son para entregarse al disfrute. Corre por la sangre ese arte de vivir que a continuación se despliega.

Carlos Saura. Sevillanas de Lebrija Las Corraleras de Lebrija





Los Romeros de la Puebla. Película Sevillanas de Carlos Saura




LOLA FLORES SEVILLANAS




FLAMENCO



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