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jueves, 25 de octubre de 2018

EL REINO DE HERMES Walter Muschg, en Historia Trágica de la Literatura, de Walter Muschg / Renato Braz and the Paul Winter Consort perform Anabela





EL REINO DE HERMES Walter Muschg

La magia es una oscura profesión que deja amplio margen a patrañas y quimeras. Es difícil distinguirla del engaño. Ya el oficio de chamán debe haber sido el campo de acción para embaucadores y malhechores empedernidos, que se jactaban de sus ficticias aventuras en el Más Allá y contenían la risa mientras su público escuchaba con temor o entusiasmo sus palabras. Del frenesí al fraude, de lo demoniaco al crimen, sólo hay un paso. Por eso en todas las épocas el charlatán acompaña al mago auténtico. Finge ser un hombre divertido o seductor, liberador o brutalmente dominante; en una forma u otra, lo único que le importa es su propia persona. Con sus maquinaciones explota a los crédulos, juega con ellos en una forma audaz o diabólica. Los conduce al engaño o a la destrucción, como el Flautista de Hamelín, poniendo ante sus ojos el espejismo del camino que conduce al monte de la felicidad.

En el himno homérico a Hermes, se ensalza a este dios como el acompañante de las almas al infierno y como dios de los poetas y los ladrones. Este himno lo describe como Un embaucador genial; ya en la cuna roba los bueyes sagrados de Apolo, pero contesta tan astutamente al interrogatorio, que Apolo admite en su círculo al "astro cambiante" y entabla con él una estrecha amistad. Le permite existir junto a él como poeta, sólo se reserva rigurosamente el don profético. Hermes le regala a su vez la lira, por él inventada. La lira, el instrumento de Apolo, es el invento del dios ladrón, quien se la entrega a Apolo con palabras que la destinan a convertirse en el alegre juguete y e! deleite del género humano.

Hermes, el hijo de la Maya, tiene muchos semblantes. Era también el dios del mago, que con su báculo regalaba fortuna y enviaba sueños, era el dios taimado del ganado y el fraude, del comercio lucrativo, el mediador entre el mundo inferior y el superior. En él está encarnada toda ambigüedad beneficiosa y en él se realiza la unión de la poesía y los misterios de ultratumba. Evidentemente, ya los griegos consideraban el ilusionismo como una forma de poesía, pero distinguiéndola nítidamente del alto arte apolíneo. Existe una región de la literatura en la que Hermes ha reinado en todos los tiempos. En ella viven figuras cuyo elemento es la anarquía y el fraude y que aun así participan de la consagración poética. Aquí pululan innumerables productos de cruzamiento en los que aflora el fondo mágico prístino de toda imaginación. También grandes poetas se han detenido aquí, temporalmente o para siempre. El mito de Hermes brilla de lleno en el Fausto de Goethe.

En los ilusionistas mágicos sigue trasgueando el presentimiento chamanista de lo suprasensible. Ya no deben o ya no pueden ejercer la magia ritual, pero siguen soñando las grandes aventuras del alma sin espiritualizarlas en la poesía. Su hechizo consiste en que aún trasmiten espontáneamente la dicha y el terror de sus alucinaciones. Aún existe para ellos la unidad de mundo interior y exterior, aunque sólo sea como puro desvarío. Son en parte niños, en parte chiflados enfermizos. Los infantiles permanecen toda su vida en el paraíso, los enfermos son la atormentada presa de sus demonios. Pero aquí también se traslapan salud y enfermedad, felicidad y maldición. Los aparentemente dichosos pueden obrar como duendes malignos, los incurables, realizar cosas maravillosas. Como saben que se les considera inoportunos e indeseables, se valen de estimulantes para olvidar su situación desconsolada. Hasta que llega el día en que se convierten en esclavos de la droga y pierden el resto de su dignidad. Así sucede a menudo, pero no siempre. La diferencia entre el poeta y el depravado se manifiesta allí donde este proceso no sigue el curso acostumbrado.

También entre los videntes se cuentan pocos elegidos. En todas épocas aparecen profetas que son considerados mensajeros del diablo porque predican un dios derribado o que está por venir. También los siervos del diablo se consideran elegidos; ensalzan la carnalidad, la violencia, un ídolo humano o un concepto convertible en fetiche. Como apóstoles de este ídolo arrastran a las masas tras de sí y fundan una religión, erigiéndose en sus sumos sacerdotes. El falso vidente sucumbe a la primera oportunidad a la tentación del poder y se transforma en el tirano ambicioso de una secta. Estos criminales santificados entablan la lucha con los sacerdotes de la iglesia dominante; en esto se parecen a los verdaderos profetas, y ¡qué difícil es a menudo distinguirlos de éstos! El fallo queda en suspenso, sobre todo si proclamaron su fe en forma poética. Pues algunos de ellos son verdaderos poseídos, aunque su visión los vuelva chiflados. Se extravían en galimatías clericales y crean un lenguaje secreto que extrajeron de libros misteriosos o que a veces inventan ellos mismos. Conocen el efecto de la superstición de la palabra, del juego ocultista con sonidos y números en que se basa la adivinación. Ningún fundador de una secta puede pasarse sin malabarismos verbales. El lenguaje secreto es un hijo predilecto no sólo de los místicos medievales y modernos -la misma Santa Hildegarda de Bingen escribió glosas en un lenguaje y una escritura que ella misma inventó-, sino también de los poetas, hasta Stefan George. El gusto por jugar enigmáticamente con las palabras también fue característico de Goethe, Hebel y Morike, quienes se complacieron en componer adivinanzas sin hacer de esto, claro está, una religión. Según la leyenda, Homero murió de aflicción por no poder resolver sus adivinanzas, Los oráculos délficos, que transmitían en verso los gritos frenéticos de la pitonisa, eran famosos por su sentido enigmático -la palabra sacerdotal siempre tiene cierto dejo ilusionista. La interpretación triple de la Biblia que se acostumbraba en -la Edad Media -historice, moraliter, mystice- no se debía a la iluminación del predicador, sino a decretos eclesiásticos  y debía ajustarse a un esquema estricto; a veces se prestaba a que los clérigos hicieran juegos de palabras que ya en aquel tiempo eran objeto de burla. Esas muestras de habilidad están emparentadas con las prácticas de mística verbal que florecían en los cultos esotéricos de la Antigüedad. En estos campos reina Hermes, no Apolo. La gnosis elevó al dios de los ladrones y la magia a Hermes Trimegistos,  el espíritu universal “tres veces grande”. Los escritos de esta secta son una de las fuentes principales del misticismo y la alquimia verbal.  

El cantor nace como un hijo de la naturaleza, pero las Musas no siempre lo educan para servir a los poderosos. Puede suceder que su naturalidad le impida convertirse en un miembro honorable de la sociedad. En los principios y los fines de las culturas el cantor pertenece de por sí al pueblo vagabundo. Pero también en tiempos clásicos debe haberse dado el caso de que un rapsoda no se subordinara sin recaídas a su medio aristócrata, sino que siguiera siendo un inquieto huésped del palacio. El más famoso poeta cortesano de la vieja India, Kalidasa, fue boyero antes de convertirse en una de las "nueve perlas" de la corte más esplendorosa de su tiempo, en la que, según se cuenta, lo asesinó una de sus amantes. El bebedor Li-tai-po llegó a la corte imperial china como aventurero errabundo, participó en una sublevación y fue condenado al destierro, pero
obtuvo el perdón al poco tiempo y se dice que murió de una borrachera. Tales eran los vagabundos llenos de incontenible vigor y de embriaguez de los sentidos, para quienes el orden de la naturaleza estaba muy por encima de las leyes hechas por el hombre. Desdeñaban cualquier ligadura social y despreciaban ganarse el pan por considerarlo un fraude a la vida, que ellos querían saborear en su plenitud paradisíaca. Estos amantes del mundo cortan sin ningún escrúpulo los frutos que les apetecen, y no conciben que se les tenga por criminales. Los griegos poseyeron con Arquíloco, uno de sus primeros grandes cantores líricos, el modelo del indómito poeta natural. Ya su ascendencia -era el hijo bastardo de un gran señor y una esclava- lo condenó al conflicto con sus contemporáneos. Su pobreza lo arrastró fuera de su patria y lo hizo regresar del extranjero a Paros. Le fue negada la mano de su amada debido a su oscuro origen y a su temperamento apasionado, y tomó venganza componiendo poemas injuriosos de mala fama.

La ebria alegría de vivir es privilegio de la juventud; ésta la siente como algo divino y tiene un derecho eterno para hacerlo. Quiere vivir con despilfarro y prefiere morir joven a encanecer en medio de honores. Sin embargo, si no muere, tiene que alargar artificialmente su inocencia, pues no es capaz de vivir en sobriedad. Los hombres de este tipo, al envejecer, se entregan al libertinaje para probarse a sí mismos y probar a los demás que son inquebrantables. A partir de ese momento se parecen a los magos fracasados; no pueden resistir a la tentación de olvidar su creciente miseria en la embriaguez, y continúan su frenesí con mala conciencia. Se rozan contra la resistencia que les opone el odiado medio ambiente, hasta abrirse heridas, y se descarrilan por debilidad, se desangran en su guarida o se dan por vencidos cuando han sido heridos de muerte. También en su caso es difícil decir si son rebeldes ingenuos o cobardes histéricos. Los inquebrantados, aquellos que hasta el final están satisfechos con su estado, son menos de lo que se cree. Los enemigos más violentos del orden son a menudo hombres que embozan su desesperación. En ellos arde la nostalgia por la vida honorable que alguna vez conocieron o que buscaron por camino equivocado.

Los poetas no sólo han creado la cultura, sino que una y otra vez la aniquilaron, cuando les pareció poco vital. Estaban de acuerdo con los que la combatían: con el pueblo oprimido, y hasta con la ralea aventurera que escapa de las redes de la ley o queda aprisionada en ellas. En el fondo la sociedad nunca estuvo orientada para fomentar el talento poético. Éste quedó incomprendido las más de las veces, y no es sorprendente que a menudo tomara un rumbo extraviado, se convirtiera en rebelde o rodara a la destrucción. Nadie se ha puesto a contar estas pérdidas siempre volvía a suceder lo mismo, la guerra entre el hombre imaginativo y la sociedad no tuvo fin. En el momento en que un poeta adoptara conscientemente la actitud de un outsider, se declaraba la guerra entre él y los hombres, y ya ni siquiera contaba como circunstancia atenuante lo que lograse como artista. Se veía en él al agente de todas las fuerzas incontrolables, al instigador espiritual de todo intento subversivo cuando no al cabecilla, y se le señalaba sin piedad como responsable. Si sus logros artísticos eran innegables, se los presentaba como la obra de un bribón. Este nombre es el insulto predilecto que se aplica al genio antipático, y no por pura casualidad. El que ha Sido declarado ajeno a la sociedad es capaz de arrojar al suelo su honor de ciudadano y vivir en la naturaleza, como un amigo de los niños y los animales, de los bufones y los rebeldes. Otros renuncian a romper abiertamente con la sociedad, pero miran con envidia a sus hermanos. Para éstos, el juego más desenfrenado no es ridículo, el crimen más espantoso no es malo sin más ni más. Schiller, Balzac, Gotthelf, Dostoyevski crearon sus monstruos morales a base de una afinidad interior con ellos. Hasta el reservado Conrad Perdinand Meyer llegó a decir que probablemente había cometido una falta grave en una vida anterior, y que por eso había reencarnado como el poeta Meyer. La vida anterior de que hablaba era su imaginación. También el reino de Hermes pertenece al reino de la poesía. Hay que conocerlo, para poder decir dónde comienza y dónde acaba la poesía, cuáles son sus rangos y en qué punto se convierte en falsa magia. Lo que allí se muestra a menudo parece ser únicamente la deformación diabólica o patológica de la poesía, y muchas veces no es más que eso. Así como la naturaleza produce en los reinos vegetal y animal las criaturas más extrañas, la belladona y las serpientes venenosas, para alcanzar su objeto, así también la poesía nace de seres que son una abominación o un horror para el hombre civilizado. En estas tinieblas crecen las formas de la poesía elemental, pero en ellas echan también sus raíces las grandes obras de arte. El poeta pordiosero puede alcanzar una grandeza junto a la cual toda literatura se convierte en caricatura. Cuando los dioses caen y los reinos se desploman y, como dice Gottfried Kel1er, "las grandes culebras mágicas, los dragones de oro y los espíritus subterráneos del alma humana" rompen sus cadenas, también el espíritu poético se libera en forma de puro instinto natural y adopta las formas más caprichosas. Es entonces cuando renace la poesía, o cuando muestra en su agonía una vez más su rostro más antiguo. Seres dudosos reviven en ella la vida vivida, para honrar el juego inútil de quienes tan sólo conocen el formalismo entumecido de la clase dominante. Profetas sin dios vagan en compañía de conjuradores de demonios, músicos ambulantes con juglares, sacerdotes con demagogos fraudulentos y poetas venidos a menos. Así sucedió en la Invasión de los Bárbaros, en la alta Edad Media, en la guerra de los Treinta Años, en la desintegración de la burguesía moderna.


Historia trágica de la literatura, Walter Muschg  





Renato Braz and the Paul Winter Consort perform Anabela





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