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jueves, 18 de abril de 2019

Ludovico Silva, fragmento, sobre Jose Antonio Ramos Sucre / Poema que todos pueden leer, Ludovico Silva. / Preludio - La vida del maldito, José Antonio Ramos Sucre / TROUBADOURS - trovadores occitanos - Clemencic Consort


(Se agradecen los créditos de esta fotografía)


Unas palabras de Ludovico Silva sobre Ramos Sucre.

Salud!

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“Al contacto con este gran poeta, los jóvenes creadores sintieron que había, décadas atrás, quienes los respaldaran en su empeño de transformar los esquemas poéticos que, de una u otra manera, pese a la revolución del grupo “Viernes” persistía en nuestras letras. No solamente se desterró el temor sacramental a los metros y a la rima (desterrados en cuanto a “ obligación”, por supuesto, y no de un modo absoluto), sino que de una vez por todas comenzaron a surgir por doquier libros de poesía (en prosas), entre los cuales Los cuadernos del destierro, de Rafael Cadenas, se destaca como paradigma. Se volvió, bajo este impacto, a leer a Rimbaud y a los surrealistas y se asimiló en nuestro país, de una vez por todas, el espíritu de la lírica moderna. Corresponde a Ramos Sucre, de este modo, un sitial como gran adelantado, y por ello no debe sorprender a nadie que en su época fuese considerado como un ente extraño poseído por calenturas y demonios. Lo que había hecho no era otra cosa que incorporar la poesía venezolana a la modernidad. Su cultura y sus dones poéticos le ayudaron, aunque la fragilidad y la cortedad de su existencia —“ antes de tiempo y casi en flor cortada” , que diría Garcilaso— le impidieron llevar su revolución hasta el punto en que sólo pudieron llevarla después grandes poetas como Vallejo y Neruda”

Ludovico Silva. “Ramos Sucre y nosotros” . Revista Nacional de Cultura, n° 219, Caracas, marzo-abril, 1975, pp. 64-65.

Citado en el prólogo de José Ramón Medina a las Obras Completas de José Antonio Ramos Sucre, editado por Ayacucho.


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Dejemos un poema de Ludovico, de su poemario IN VINO VERITAS y, a continuación, un texto emblemático de la obra de Jose Antonio Ramos Sucre, dado el apretado crisol de su  poética y el peso pronosticador de su obra posterior, PRELUDIO
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Poema que todos pueden leer, Ludovico Silva.

Ellos creen que he muerto. Nunca se han desvivido.
Para tener recuerdos hay que saber de olvido.

Ignoran cuanto dicen, no saben lo que quiero.
El día que yo pacte conmigo mismo, muero.

Veo ríos que van hacia su mar, tranquilos;
veo arañas que urden, en soledad, sus hilos.

Veo paisajes crueles. Mares que se levantan
y enormes animales que todo lo quebrantan;

tumbas que se estremecen y expulsan siglos, dioses
que modulan, cantando, viejas y extrañas voces.

Voces del tiempo de la vida y de la muerte!
Qué tristeza, Dios mío, que yo no pueda verte!

He preferido el canto de los mares divinos
donde vivientes hablan misterios eleusinos.

El mar, donde los muertos flotan. Allí florecen
todos los sembradíos que en la tierra perecen.

Yo no he muerto, yo vivo -y esa es mi diferencia-
de estructura y verdades, y nunca de apariencias.

Si alguien dice que he muerto, que se muera leyendo
estas cosas extrañas que estoy escribiendo.

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Preludio, José Antonio Ramos Sucre

Yo quisiera estar entre vacías tinieblas, porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amada que me cuenta amarguras.

Entonces me habrán abandonado los recuerdos: ahora huyen y vuelven con el ritmo de infatigables olas y son lobos aullantes en la noche que cubre el desierto de nieve.

El movimiento, signo molesto de la realidad, respeta mi fantástico asilo; mas yo lo habré escalado del brazo con la muerte. Ella es una blanca Beatriz, y, de pies sobre el creciente de la luna, visitará la mar de mis dolores. Bajo su hechizo reposaré eternamente y no lamentaré más la ofendida belleza ni el imposible amor.


La Torre de Timón, 1925.

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Agregamos otra fábula poética de Ramos Sucre, en la que si bien se denotan algunos vasos comunicantes con un antecesor como Edgar Allan Poe en la atmósfera, el tema o la persecución del victimario (que no siempre en el arrepentimiento, pues la crueldad en la poética de Ramos Sucre fue más una cuestión de estilo o, si lo prefieren, un recurso para lacerar crueldades), también se prefigura lo que, algunos años después de haber sido publicada, se popularizaría como modus operandi para el crimen en masa: aquel de tener una fosa bien dispuesta para quienes son conducidos como ovejas al matadero.

Salud.
lacl


LA VIDA DEL MALDITO, José Antonio Ramos Sucre


Yo adolezco de una generación ilustre; amo el dolor, la belleza y la crueldad, sobre todo esta última, que sirve para destruir un mundo abandonado al mal. Imagino constantemente la sensación del padecimiento físico, de la lesión orgánica.

Conservo recuerdos pronunciados de mi infancia, rememoro la faz marchita de mis abuelos, que murieron en esta misma vivienda espaciosa, heridos por dolencias prolongadas. Reconstituyo la escena de sus exequias, que presencié asombrado e inocente.

Mi alma es desde entonces crítica y blasfema; vive en pie de guerra contra los poderes humanos y divinos, alentada por la manía de la investigación; y esta curiosidad infatigable declara el motivo de mis triunfos escolares y de mi vida atolondrada y maleante al dejar las aulas. Detesto íntimamente a mis semejantes, quienes sólo me inspiran epigramas inhumanos; y confieso que, en los días vacantes de mi juventud, mi índole destemplada y huraña me envolvía sin tregua en reyertas vehementes y despertaba las observaciones irónicas de las mujeres licenciosas que acuden a los sitios de diversión y peligro.

No me seducen los placeres mundanos y volví espontáneamente a la soledad, mucho antes del término de mi juventud, retirándome a ésta, mi ciudad nativa, lejana del progreso, asentada en una comarca apática y neutral. Desde entonces no he dejado esta mansión de colgaduras y de sombras. A sus espaldas fluye un delgado río de tinta, sustraído de la luz por la espesura de árboles crecidos, en pie sobre las márgenes, azotados sin descanso por un viento furioso, nacido de los montes áridos. La calle delantera, siempre desierta, suena a veces con el paso de un carro de bueyes, que reproduce la escena de una campiña etrusca.

La curiosidad me indujo a nupcias desventuradas, y casé improvisadamente con una joven caracterizada por los rasgos de mi persona física, pero mejorados por una distinción original. La trataba con un desdén superior, dedicándole el mismo aprecio que a una muñeca desmontable por piezas. Pronto me aburrí de aquel ser infantil, ocasionalmente molesto, y decidí suprimirlo para enriquecimiento de mi experiencia.

La conduje con cierto pretexto delante de una excavación abierta adrede en el patio de esta misma casa. Yo portaba una pieza de hierro y con ella le coloqué encima de la oreja un firme porrazo. La infeliz cayó de rodillas dentro de la fosa, emitiendo débiles alaridos como de boba. La cubrí de tierra, y esa tarde me senté solo a la mesa, celebrando su ausencia.

La misma noche y otras siguientes, a hora avanzada, un brusco resplandor iluminaba mi dormitorio y me ahuyentaba el sueño sin remedio. Enmagrecí y me torné pálido, perdiendo sensiblemente las fuerzas. Para distraerme, contraje la costumbre de cabalgar desde mi vivienda hasta fuera de la ciudad, por las campiñas libres y llanas, y paraba el trote de la cabalgadura debajo de un mismo árbol envejecido, adecuado para una cita diabólica. Escuchaba en tal paraje murmullos dispersos y difusos, que no llegaban a voces. Viví así innumerables días hasta que, después de una crisis nerviosa que me ofuscó la razón, desperté clavado por la parálisis en esta silla rodante, bajo el cuidado de un fiel servidor que defendió los días de mi infancia.

Paso el tiempo en una meditación inquieta, cubierto, la mitad del cuerpo hasta los pies, por una felpa anchurosa. Quiero morir y busco las sugestiones lúgubres, y a mi lado arde constantemente este tenebrario, antes escondido en un desván de la casa.

En esta situación me visita, increpándome ferozmente, el espectro de mi víctima. Avanza hasta mí con las manos vengadoras en alto, mientras mi continuo servidor se arrincona de miedo; pero no dejaré esta mansión sino cuando sucumba por el encono del fantasma inclemente. Yo quiero escapar de los hombres hasta después de muerto, y tengo ordenado que este edificio desaparezca, al día siguiente de finar mi vida y junto con mi cadáver, en medio de un torbellino de llamas.


Del libro LA TORRE DE TIMON, 1925. 
En la voz de Alfredo Escalante. Una buena lectura de esa glosa arrobadora.


TROUBADOURS - trovadores occitanos - Clemencic Consort



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