“…Si la sociedad está mal organizada (como lo está la nuestra) y un
pequeño número de personas tiene poder para oprimir a la mayoría, cada victoria
sobre la naturaleza contribuirá, inevitablemente, a acrecentar ese poder y esa
opresión. Esto es lo que está sucediendo actualmente…”
León Tolstoi
(Epígrafe del libro
“Ciencia, libertad y paz”, de Aldous Huxley)
Juventud y clase muerta. La juventud contestataria de los años
60 y 70.
Intensidad, entrega, felling.
Intensidad y entrega al feeling.
La música y las artes, en general, fueron su emblema. La música
acaso llevara la voz cantante debido a que era más fácil su difusión por medio
de la radio. Y la
barrera de los idiomas fue paladinamente saltada por música y letra.
Para esa juventud nada más podía tener importancia que el
vivir. En el candor de haber descubierto la maravilla que es el paso del viento
y la grata sensación que deja entre vellos y piel, esa juventud optó por una
honestidad a toda prueba y contra la que poco podía objetar la clase muerta que
gobernaba y sigue gobernando al mundo.
Pero la clase muerta no necesita caer en el
escollo que les significa debatir las objeciones que al statu quo cualquier
hijo de vecino alce como bandera; a esa clase muerta (que sigue dictando la
pauta y marcando la hora) le basta con imponer autoritariamente su criterio; de
su encanto son las fórmulas coercitivas.
La clase muerta es una maquinaria.
Funciona sin savia. Sus engranajes muelen vida. Dan apariencia de vida porque
se mueven. Pero es movimiento desanimado. Sin alma no hay vida, sino descorazonada
inercia. De allí la inmensa suma de felicidad fingida que, inocultable, emana entre
los rostros de sus operarios. La clase muerta les ha extraído hasta la última gota
de espíritu. Detenerse a la epicúrea entrega del paso del viento entre el vello
y la piel es, meramente, un pecado, acaso venial, pero pecado. Pero lo que no
es venial según los sencillos preceptos de la maquinaria, es la pérdida de
tiempo, pues eso sí es un pecado capital. Y se castiga con la suplantación de
un diente por otro en el engranaje.
El joven es, por naturaleza, un insurrecto
ante aquellas cosas que le resultan injustas en cuerpo y espíritu. Entre los 60
y 70 hubo un movimiento mundial de juventudes contestatarias que sería absorbido
por la maquinaria. Hubo un descontrol. No había manera de argüirles nada que
contuviera un mínimo de sensatez. La clase muerta se quedó sin argumentos.
De allí la importancia que cobró para
maquinaria y engranaje el imponer el autoritarismo como base de la “educación”,
por supuesto, se le llama educación pero no es otra cosa que moldaje, formación
de “cuadros” en el caso del socialismo totalitario, formación de réplicas de
individuos en el capitalismo pseudo libertario, lanzamiento -a la plaza pública-
de individuos cuyos corazones sean una réplica de la maquinaria, mera línea de producción
lanzando a la calle su “fruto”: más clase muerta.
lacl, 28
/ 04 /
2019, hora del pulmón.
Galería de Orfeo
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