A mi padre, un Luis Amado...
Porque en fecha análoga lograste tu anhelado salto de desencarnación.
Desde
el fondo de la noche
me
mira.
Es el
rostro inasible de la noche.
Inverosímil
todo intento de prescribir
si
es rostro de mujer o rostro de hombre.
Porque
es el rostro de lo trascendente,
del
paso más allá
de nuestra
desarropada ambivalencia,
de
nuestra inconclusa aspiración amorosa
en
la unión de los contrarios,
falo
y vulva, curva y pulso, piel y ansia.
Es la
cara perfectamente pespunteada,
erizando
mi piel al toparme con sus ojos
cargados
de iluminante oscuridad.
Cuando
cierra sus ojos,
sus
parpados sonríen,
en armonía
con la elipse de sus labios
y su
despeinada madeja de luceros.
Acaso
sea la Diosa, el Niño o el Demiurgo.
Acaso
sean los tres.
Mas,
de poco valen deducciones
cuando
saltas a su encuentro,
cuando
te entregas al abrazo.
La noche
toda es puro labios.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario