Me eximo de escribir una nota introductoria. Los poemas de Don Miguel, así como las entrevistas de José Pulido y Jesús Enrique Guedez son lo suficientemente generosas para redondear un alma...
A la salud de todo hipotético lector.
lacl
Entrevista
a Miguel Ramón Utrera, José Pulido.
15 de octubre de 1981
15 de octubre de 1981
Una gota de sangre en
el cuello de la camisa de blanca parece indicar que Miguel Ramón Utrera se cortó
afeitándose, pero su rostro es lampiño, sus manos están agarrotadas por la
artritis y no parece un hombre propenso a mirarse en un espejo. Probablemente
un insecto se murió tratando de picarlo.
Miguel Ramón Utrera, Premio
Nacional de Literatura, está sentado sobre periódicos en una silla dura,
en el interior de una casona construida a principio del año 1700. Diarios
viejos, revistas viejas, libros de ediciones olvidadas se van apelmazando,
pegando papeles con papeles. Hay alrededor jarras de peltre, vasijas con restos
de comida seca, y en el centro del patio unas rosas a medio morir, unos gatos
dormidos, unos capachos sin agua.
―Yo no acepto el
Premio Nacional de Literatura ―dice el poeta de San Sebastián de los Reyes sorpresivamente, como si el terrible
calor que se cuela por todas partes exigiera con premura una síntesis de sus
sentimientos.
Utrera explica
que agradece a sus amigos del jurado esa distinción y al poeta Pascual Venegas Filardo, quien siempre
ha deseado un reconocimiento para el poeta de San Sebastián.
“No sentí nada ante
ese premio porque eso lo repudio y me cae mal cuando viene. A José Ramón Medina le he dicho
muchas veces que yo no acepto premios ni placas ni condecoraciones, y todos
ellos saben que yo pienso así. Ahora siento que esto es muy conflictivo, porque
les hago quedar mal, pero yo no recibiré ese premio”, añadió Miguel Ramón Utrera.
Su voz es
parsimoniosa, clara. Aunque sus lentes tienen bastante aumento, se nota la
pequeñez de sus ojos castaños, pendientes de un tucusito que entra al patio y
se dedica a taladrar en un solo sitio una barrera de sol; luego pasa volando
cerca del rosal y se caen varios pétalos, que el poeta observa como diciendo
“ya no importa”.
Cuenta que no pudo
estudiar en la universidad, porque siempre se atravesó alguna circunstancia
adversa, y en una ocasión fue miembro honorario del grupo Viernes.
Confiesa que deseaba,
en realidad, ser médico y dedicarse a la investigación, pero la docencia lo fue
amarrando en San Sebastián.
Pasaron veinte años, se enfermó y tuvo que retirarse, pasando a una segunda
etapa de su vida: la producción de material histórico de la provincia, que él
denomina “historia marginal”.
Esa parece ser la
realidad de su existencia: se frustró un deseo íntimo y acogió la poesía y la
docencia como alternativa a la cual le puso todo el entusiasmo, aunque sin
olvidar jamás que Caracas no
estuvo abierta a sus medios de joven provinciano.
Tres amigos de su
infancia que estaban en la plaza Los Próceres de San Sebastián, Manuel Romero Pérez, José Rafael Conde y el
prefecto Manuel Neftalí Ramírez, señalaron que él trabajaba desde niño
para ayudar a su familia “ y llegaba hasta el río con nosotros a buscar agua en
un burro; andaba siempre estudiando arriba del burro”.
También dijeron que a Utrera no le gustan los
agasajos, los reconocimientos: “A veces vienen alumnos de liceos o ex alumnos
suyos a proponerle que sea padrino de promociones y no acepta”.
―¿Cuál es la razón
por la cual no acepta el premio? ―se insiste.
―Porque no creo en
premios, en ningún premio. He dejado de aceptar condecoraciones en varias
épocas. Creo que un mérito, cualquiera que sea, si es sólido, no necesita
galardones, el mérito solo basta ―responde.
―¿No cree usted que
ese reconocimiento beneficiaría en algo a esta población, a sus ex alumnos?
―No ―dice en el
acto―, a nadie se le eleva el mérito porque lo premien o lo condecoren. Toda la
vida he pensado así y lo he hecho un postulado pedagógico... ¿cómo voy a
aceptar ahora un premio, dígame? De nada valdría lo que he sostenido siempre si
ahora voy a claudicar. Lo siento por los amigos míos que se empeñaron en eso.
El reconocimiento de ellos es sincero. Además, hay otros con más méritos que yo
―apuntó Miguel Ramón Utrera.
Después explica que
hoy solo desea realizar una labor literaria regional, que produzca libros
útiles, algo así como lo que en su momento hizo Sergio Medina.
Considera que su
poesía es nativista y obedece a una filosofía de la vida, basada en el
simbolismo de la naturaleza. “Toda mi vida poética ha estado dedicada a eso: a
una interpretación lírica de la naturaleza”, comenta.
Respecto al acontecer
literario, a la actualidad literaria venezolana, opina que hay fallas: “Hay un
vacío que se nota después de la desaparición de Guillermo Meneses. En cuanto a la poesía, creo que sigue en la
misma situación desorientada que se planteó desde la última posguerra, hasta el
punto de que no existe ninguna representación especial. Se escriben y se
publican muchos versos, incluso libros muy delicadamente presentados, pero esta
producción no refleja mensajes sólidos”, expresa.
Utrera sostiene
que ello se debe, tal vez, a que el país sufre una influencia avasallante de la
política, la cual ha anulado, en parte, la facultad creadora en los jóvenes.
“Ya va para largo ese fenómeno”, acota.
Afuera el calor es
igual de alucinante y alguien deja caer una lata vacía al pavimento. Miguel Ramón Utrera se queda un
instante en silencio y dice que quiere hablar otra vez de los premios.
“Es que no me gustan
los premios ni ninguna manifestación exhibicionista que pretenda poner como
espectáculo el mérito de alguien, ¿entendió? Yo no voy a recibir el premio, no
sé qué van a hacer con eso”.
Se pasa una mano, que
antes ha dejado el bastón negro recostado a una pared de diarios envejecidos.
Una mano agarrotada y débil que aplasta los cabellos grises, como si quisiera
calmarse y estar seguro de lo que dice.
―Quiero aclarar que
no estoy marginado... que solo se margina quien no pone en práctica su
capacidad creadora o lo que piensa. Ese fulano concepto de que estoy marginado…
no es así. Mire: Yo me hice solo, no tuve apoyo familiar para ir a una
institución superior, tuve que trabajar en Caracas y estudiar a ratos, hasta lograr una licencia de
auxiliar de regente. Después me tuve que quedar en San Sebastián porque no había maestro para la escuela. Toda
mi vida útil quedó en ese trabajo, que me dio muchas satisfacciones.
―¿De qué vive usted?
―De mi pensión.
Pasan unos minutos y
agrega que no tiene hijos y es divorciado. La familia suya engloba un
presupuesto y así se resuelve todo. “No tengo que mantener a nadie y no me
falta nada”.
―Tiene muchos papeles
aquí.
―Sí. Pero este no es
mi sitio de trabajo. Siempre vienen estudiantes a buscar algo y se los doy. He
ofrecido material a varias instituciones para que no se pierda y no lo han
venido a buscar.
Se vuelve hacia el
reportero gráfico, dándose cuenta de que es una muchacha y le dice que no le
gustan las fotografías en camisa porque “parece que estoy en un hospital”. Se
va hacia un cuarto oscuro a buscar una fotografía que le gusta, pero no la
encuentra y aparece poniéndose un saco gris y una corbata delgadita. “Arrégleme
el cuello”, pide, y hace un gran esfuerzo para ponerse el saco. Los gatos no se
despiertan.
―¿Pertenece a algún
partido político? ―le preguntamos de pronto.
Parece que le
hubiésemos dicho una grosería. “No, jamás. Fui medinista, eso sí”.
Opina que no obstante
el avance tecnológico que hay en el mundo, el avance humano es muy poco.
―Subsisten ideas
destructoras de épocas antiguas, las naciones que progresan son enemigas entre
sí y no ofrecen un panorama de tranquilidad al mundo. Ese reflejo llega
hasta Venezuela― explica
pausadamente con ganas de hablar de esas cosas.
Sorprendentemente la
casa vibra y las puertas tiemblan. Como si fuera un terremoto.
―No se asusten: son
los aviones que rompen la barrera del sonido allá arriba. Siempre pasa eso.
¿En Caracas no es así?
No habla más sobre el
tema y pregunta si Oscar Guaramato está
en El Nacional.
―Dígale que le envío
un saludo. Un saludo para él especialmente― añade.
En una conversación
que se torna libre y hasta sin hilos, comenta que el Premio Nobel se lo deberían dar
a Borges, “a pesar de las
chocheras que dice”.
―¿Usted aceptaría un
premio así?
―Claro que no; ese
menos, porque es muy político. El
Premio Nacional de Literatura es un juego de niños en relación con el Nobel.
Se le pregunta si
tiene en preparación algún libro.
―La última poesía la
escribí hace año y medio... me han ofrecido la publicación de uno, pero me
horroriza un libro venido del erario público. Creo que la poesía no le interesa
a nadie, solo a algunos amigos, a los primos, a unas cien personas si acaso. No
me gustaría hacer un libro para tan pocas personas y menos con el favor de un
organismo.
Para Miguel Ramón Utrera la hazaña
política del siglo ha sido la erradicación del paludismo. “Se debería decir
antes y después de Medina,
porque él fue un héroe que acabó con ese mal, con el respaldo del viejo Antonio Gabaldón”.
Huele a gatos, a
papel con hongos, a rosas pudriéndose. Afuera hay un grupo de jóvenes en la
puerta de un abasto, pero no están pendientes de la casa de Utrera. En la plaza hay varios amigos
de su infancia, que se muestran preocupados porque dentro de dos años será el
cuatricentenario de San Sebastián “y
no se ha hecho nada”.
―¿El Premio Nacional
de Literatura para Miguel Ramón?
No sabemos qué es... sabemos que se lo dieron, pero Miguel Ramón no pudo estudiar...
él estudió solo, aunque parece que en Caracas estudió algo. No... Yo no creo
que acepte un premio... ¿es muy grande ese premio? ¡Menos lo acepta! ―comentan
sus amigos.
Autobuses rojos y
blancos, verdes y amarillos, llegan a la población y se van rápidamente. En
alguna parte hay un caballo, una gallina, el calor funde las letras de los
avisos de los bares.
Miguel Ramón Utrera sale a la calle un momento y los amigos no lo
saludan. Es como si estuvieran todos dentro de una casa donde el saludo sobra.
―Recibió esta mañana
un telegrama del ministro Luis
Pastori... ―revela uno de los amigos ancianos de la plaza.
Ya sobre eso Miguel Ramón Utrera había dicho,
dándole vueltas al telegrama en una mano, con dificultad.
―Esto es una cosa
infantil. Este Luis a
veces parece un niño...
La sombra temeraria
Esta sombra nos
sigue, de puntillas;
se oculta en todas
nuestras horas claras;
y así mismo se
infiltra en nuestras voces
con leves ademanes de
fantasmas.
La entrevemos,
siguiendo nuestros pasos,
y trepando por todas
las palabras;
inasible, fugaz, sin
rumbo fijo,
pero presente siempre
y siempre extraña.
Guardemos ya nuestras
mejores voces.
Deshilando las hebras
de este sueño,
esperemos la luz de
la mañana.
Cuando el día retorne
con sus sones,
en el diálogo puro
-lumbre y sueño-
se rasgará la sombra
temeraria.
(de Nocturnal)
Tiene ese secreto el
humo:
estar ausente y
cercano;
dejar huellas en el
aire
sin que se note su
paso.
Ser imagen de la vida
Y estar de su muerte
ufano;
Andar siempre
fugitivo
Y a la vez
encarcelado.
Tiene ese secreto el
humo:
Estar presente y
lejano.
(de Edades de la
Flor)
La flor ignorada
Alguien torna buscar ese aroma,
mientras bulle el verano.
en cruento, desolado torbellino.
Cuando ese hálito puro
colmaba las fecundas primaveras,
nadie alcanzó a medir sus leves hilos.
Nadie pensó que aquella aldea opaca
guardaría la lumbre del hechizo.
Alguien va a penetrar ese misterio,
volviendo a desandar el tiempo mismo
tras el aroma claro
que ahora es otro tiempo fugitivo.
Y encontrará, como la imagen cierta,
una ignorada flor que duerme, casta
junto al cristal del río
De Aquella Aldea, 1962
Ronda del arroyuelo
Arroyuelo claro,
arroyuelo raudo
que, a través del norte,
huyes del verano;
tras de ti, un grito
por cerros y campos:
—No huyas tan de prisa!—
claman los rebaños.
Pasos de cristal
quiebran por el prado
huellitas de armiño
y musgos plateados.
Corre el arroyuelo
con pasos de espanto:
—No huyas tan de prisa!—
gimen los rebaños.
Las mudas espigas
se visten de llanto;
sus rizos de lumbre
ya están enlutados.
Lloran las espigas,
lloran los guijarros:
—No huyas tan de prisa!—
lloran los rebaños.
Columpios de aljófar
el sol ha estrenado;
sus garras de sed
perdiera el verano.
Corre el arroyuelo
entre los sembrados:
—Viniste tan pronto!—
cantan los rebaños.
A sendas de nácar
pasos aromados.
El bosque fugaz
Puede convertirse en ave
el azahar de la niebla.
En humo puede trocarse
su arquitectura viajera.
Pero en una fronda blanca,
suave, pura, blanca y fresca:
un bosque frágil que huye
del vaho gris de la tierra.
Puede convertirse en ave
el azahar de la niebla.
Miguel Ramón Utrera, 1993, entrevista, Jesús Enrique Guedez
Quinteto Contrapunto, belleza de nuestra música.
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