Yin y Yang semejan la forma de ese año: 69. Y Eros fue, en buena medida, su instigador. ¿En qué curva nos salimos del camino? ¿Cómo es que la sombra retrógrada de aquellos (minorías, quizás) que, impulsados por su terror a la vida, logran avasallar el libre albedrío que, de suyo, nos viene estampado en el corazón?
Yo nací casi que en el ombligo del siglo 20 y una cosa que no podía entender es que, antes de abrir los ojos al mundo, se hubiesen suscitado dos conflagraciones mundiales, en masacre apoteósica. No me cansaba de transitarle mis rosarios de "por qué" a mi padre quien, con una paciencia infinita, trataba de calmar mis asombros. Mi madre no estaba excluida de tales rosarios, pero tenía menos pericia para enfrentar estos asuntos.
Lo cierto es que, a pesar de haber nacido en un hogar en el que se cultivaba una paideia ancestral, pasada de mano en mano y regida, con sus aciertos y errores, por sencilleces tales como la de inculcar el amor y respeto hacia el entorno manifestado en flora y fauna, hacia las damas, hacia los mayores, los pares y los menores, hacia nuestros enseres, ya de niño sentía yo la presencia de una figura entre las sombras, como si se tratara de un fantasma personificado y extraído de algunas de esas fábulas de terror que tanto gustaban contarse los niños, unos a otros, a ver quién impresionaba más al otro. Espero no estar equivocado al creer que muchos de quienes nacieron en los años de posguerra, crecieron en un hogar similar. En una era en la que se respetaban nuestras tradiciones, los cantos, la camaradería, el tiempo interior para el retozo del alma. Los juegos infantiles eran, muchas veces, ejercicio de la soledad. Se aprende jugando y se aprende en soledad. Sin que nunca nos falten nuestros rosarios de "por qué".
Yo no era un adulto a fines de la década de los 60, pero ya era capaz de notar que se avecinaba un cambio. Se sentía en los aires por los cuales viajaba esa melodía en la que unos jóvenes cantaban Revolution. Los jóvenes de los 60 y 70 cantaban y soñaban con un deseo amoroso, una honda y casi incontenible aspiración. Buscaban, por intuición, un equilibrio y una conjunción entre el 6 y el 9 o el Ying y el Yang.
Pero los medios hablaban también de otras cosas y asuntos menos prometedores. Vietnam, la Guerra Fría, Richard Nixon y su Watergate, la colección de autos de lujo de Leonid Brézhnev y la inmensa ola de injusticias cometidas a lo largo y ancho del orbe, por esta o aquella facción en contra del ser humano.
La juventud de aquella hora, como acaso la de cualquier otra era, no tenía las soluciones en la mano, pero al menos supo elevar la voz para decir que había que ensayar otros senderos. Y que Eros tiene su derecho a ser parte de nuestra consagración.
Bastaron pocos años para que un avasallador sistema se engullera ese tántrico deseo.
Y el mundo vive sumido en el sueño de los miedosos, de los que viven en tinieblas y tinieblas quieren imponer, un mundo a cielo cerrado, supuestamente desembarazado de prejuicios, pero más Victoriano que una falda de cien fundas y cuyo único deseo es dirigir autoritariamente a una red serializada de seres.
Cuando Joe Cocker cantó With a little help of my Friends, con aquella voz que le subía desde las plantas de los pies, pasando por las gónadas, el plexo, el corazón para estallar en el aire, cantaba nuestro aullido colectivo.
Y casi que dejaba el corazón sobre las tablas de Woodstock. Si lo notan, le costaba respirar luego de que terminó su función. *
lacl
* En el primero de los dos videos agregados abajo, en la Galería de Orfeo, la interpretación en el festival de Woodstock.
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Galería de Orfeo
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With a little help of my Friends.
Otra versión. Esta es de 1970, con Leon Russell y los Mad Dogs.
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