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miércoles, 16 de febrero de 2022

Desnudeces, lacl. / La damme indigné. Una travesura de Robert Doisneau. / Galería de Orfeo: Rochy Ameneiro. Sabor Salado

 


Con desamparo y desnudez nuestra pobreza se viste de riqueza. 

Un adagio perdido y recobrado, lacl, 10 de mayo de 2016


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Octubre 26, 2010.

Inicio este hermoso cuaderno que me regaló Yineska, con un despojado o podado comentario, valga decir, con un árbol vestido de desnudez, de tan pura simpleza que es: el contento viene de golpe y en lo mínimo. Nos sorprende, tan sólo un poco, ser su víctima, en medio de una universalizada desazón impuesta por una peste en forma de tribu que se hace llamar hombre. No sé. Creo que algo de mi bárbara humanidad vive en franca controversia con la humana barbarie. Sólo puedo rescatar de mí, del afuera, del vivir, el contento de la desnudez inhabitada por el hombre. 

(lacl, al iniciar el Cuaderno del mirar caleidoscópicos)

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Hay días de nuestras vidas que, en apariencia, transcurren vacíos de carga o de sentido. Las horas pasan lentamente, con sigilo, como gotas cayendo de un alero, después de una tormenta que ha dejado solitaria y taciturna la ciudad. Sentimos la vacuidad de nuestra hora vencida, que se va sin despedirse y no nos duele su partida. Sucede que estamos exhaustos, hastiados de luchar con la absurda misión de justificar el absurdo. Nos dedicamos al sueño, al olvido. Nos entregamos al abandono y nos recuperamos en la entrega. Todo se hace tarde, el tiempo se alarga, el espacio se ensancha, cobra fuerzas. Pero nada nos preocupa, si hemos sabido guindar nuestra piel en el armario y hemos tomado previsión de abjurar, por el momento, de nuestro juego de afeites, poses y ceños. Nuestra casa, recinto del cuerpo, cobra su lugar. Desayunamos luego de que ha pasado la hora del almuerzo y es el mejor desayuno de nuestras vidas, porque lo salpimentamos con las imágenes, fantasías y ensueños de tres o cuatro vívidas visiones que nos rondaran lisonjeras, mientras nos refocilábamos con la somnífera hora del dormir. Un vago impulso nos dice que deberíamos hacer algo, pero no nos dejamos intimidar, aunque nos decimos: está bien, voy a organizar el desorden de los discos, por ejemplo. Y ponemos algo de música, en el ínterin, y prosigue la labor de reconciliación y comunión con el mundo que trasciende nuestro humano paso. Y aunque la música nos induce a reconciliarnos, también, con la memoria, ello no nos lleva al borde de un abismo, ni a padecer una lucha entre contrarios, pues la música es una aliada perfecta de esos días aparentemente vacíos de carga o de sentido.

Y así, las horas siguen danzando su ritual del adiós, mientras nosotros damos gracias al cielo de poder andar entera y verdaderamente desnudos.

lacl 22 de agosto de 2010


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La damme indigné. 

Una travesura de Robert Doisneau. 

Tómese nota del año: 1948.

Todavía quedaba algo de pudor ennel mundo.














Galería de Orfeo

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Rochy Ameneiro. Sabor Salado










1 comentario:

Me es indiferente mi nombre dijo...

Hoy no nos asombra la imagen de unos gluteos enmarcados sino el asombro facial que no podía concebir su exhibición pública en un escaparate. Pero ya perdimos el pudor y tantas cosas...