La escritura se presenta, en innumerables
ocasiones, como una máscara. Esa es una de las potestades de la escritura y
tiene un sinfín de razones. Una de las principales, a mi modo de ver, es la de
que permite enunciar asuntos que no se pueden decir de frente, a veces por
razones meramente estilísticas o porque la sombra interior es tanto o más
fuerte que la luz irradiada por el sol, pero hay casos en que es una fuerza
imperante y exterior a la persona que escribe lo que impide la llana expresión
de ciertos asuntos. Fuerzas tales que son capaces de inducir a una persona la creación de
nuevos géneros, como aquel “Género del silencio” del que hablara en su momento
Isaak Babel…
Como creo que puede verse, el texto que agrego
debajo con el título de “Introito antipoético” acaso nació, más bien, como un
desenmascaramiento.
Obedeció a una hartura: la de llevar en la piel
por tantos años el traje del camaleón. Y, sobre todo, la de aceptar el vivir o
convivir poético como algo que no es un pecado ni un estigma, como se pretende
en ciertos medios para los que aquello que no tiene una utilidad práctica en la
vida, no tiene tampoco derecho de existir o coexistir en nuestras vidas.
No es un pecado hacer del ars poética un ars
vivendi, pero tampoco es un estado en el que una persona se coloque a
una altura distinta del resto de los seres mortales. Es, simplemente, una
condición tan terrena como el hecho innegable de que la tierra está en el
cielo. Y todo ser humano porta en su fuero interior tal condición, todos
estamos tocados, todos signados, para bien o para mal, por el toque de la
poesía; algunos para vivirla (que es lo más importante) y otros para vivirla y cantarla
y, si se quiere, echar un capote con ello para que otros puedan vivirla.
Pero sucede que, por regla general, el hombre no ve
ni escucha al ángel o al duende, al hada o la diosa que viven cantando o
musitando visiones y sonoridades detrás de los pabellones de sus orejas.
Dicho esto, debo decir que comulgo con el sentir
de Ezra Pound cuando dijo que "…siempre hay alguna razón por la cual el
hombre permanece más digno de ser conocido que sus libros…"
Tomo ese introito de un cuaderno inédito que lleva
por título Toma luz, toda la noche. Es
un preámbulo algo impensado para mí mismo, dada la tesitura de mi ser y la manera
en que siempre me he “enfrentado” a lo público. Me encanta la camaradería, soy
sumamente gregario, pero me aterra la pérdida de soledad e intimidad. Como escribiera alguna vez en un viejo adagio:
“…Soy un solitario que se deleita en lo gregario…”
Salud!
lacl
P. S. Antepongo el epígrafe de ese cuaderno, por puro
amor filial…
A mi hijo Sebastián,
por la vocación que yace
en el mirar...
Introito antipoético
Yo
soy poeta.
Me
importa un comino todo lo demás.
Soy
un poeta solitario.
He
tenido que aceptarlo, a mi pesar
y
a pesar de los demás.
Soy
un miserable poeta, un maldito;
no
un poeta maldito,
ni
alguien que añora ampararse
bajo
la figura romanticona, mítica o Narcisa
de
alguien juega a ser el poeta
o
el elegido,
sino
un hombre como cualquiera,
que padece el arrobamiento
del
extraño mundo que inventaron
otros
hombres como yo;
un
hombre que tan solo querría vivir
cantando
a cántaros, hacia sus adentros,
buscando,
sin prisas, armonizar con la voz
que
brota del fondo de sí mismo
y
desde más allá;
esa
voz arcaica y lejana que se solaza y se besa
con
cada esquina del cielo
y
nos canta los padeceres
y
el ritmo de un mundo
que,
en fin de cuentas, no fue inventado
por
hombre alguno.
Yo
soy poeta.
He
tenido que admitirlo.
No
soy un buen poeta o un mal poeta,
no
es eso lo que busco o me desvela
-ni
literaria ni estilísticamente hablando-
pues,
no se elige ser poeta;
sólo
soy un hombre que vive en secreto,
delirando
a sottovoce,
a
espaldas del organigrama de vida que predica
el
invento de mundo en que existo.
Soy
poeta
a
pesar de mis intentos sobrehumanos
-como
los de un tozudo Sísifo-
por
acoplarme a la miseria de orden
que
se me exige exhibir como las plumas de un Pavo Real,
para
luego poder demostrar en el circo
que
cumplo con las metas
de
un arduo oficio sin sentido
que
no genera bien a nadie;
ocupación
más absurda aún
que
el pírrico esfuerzo de un Sísifo.
Soy
poeta a pesar de mí mismo,
un
hombre que vive en la noche,
sigilosamente
contemplando
las
visitas de la luna desde su cama
o
devanando, en la barra de un bar
y
ante la vista de cualquiera,
el
hilo con el que habrá de coser las telas
de
la angustia y la serena esperanza.
Yo
soy poeta.
Nunca
se lo dije a nadie,
ni
tampoco se lo he aceptado a nadie,
porque
la poesía, su descubrimiento,
es,
acaso, lo único sagrado
que
haya vivido en mi vida,
amén
de los naturales dones
que
nos sirve la vida misma.
Porque
la poesía, su revelación,
está
en la vida misma: tan cercana,
tan
a flor de piel, tan parecida al asombro
y
tan pocas veces convocada;
qué
perogrullada decir esto, pero es así,
ella
es la única religión
que
no clama por golpes de pecho,
mi
único culto posible,
tan
vivido y padecido, como para andar por allí
mancillándolo
con reiterativas y egóticas arengas,
que
no son sino una grosera e imperdonable
falta
de respeto hacia la madre de todas las cosas
y
hacia nosotros mismos, sus engreídos bastardos.
Pero
hoy me encuentro agotado
de
tanta doble mentira
y
de trajear, por tanto tiempo
tan
solemne vestimenta.
Y
hoy quiero decir
(confesar,
sería la palabra justa),
por
una vez,
que
soy poeta,
muy
a mi pesar
y
a pesar de los demás.
Y
que hoy estoy más huérfano que nunca.
Caracas,
a pleno sol del seis de diciembre de 1996.
GUARIDA MUSICAL
L´OPERA IMAGINAIRE
Todas las fotos han sido captadas por nuestros lentes. Salud,. lacl
No hay comentarios.:
Publicar un comentario