Hallazgo
Hubo un lugar,
una taberna en mi ciudad,
donde Eros y el soplo de la Musa
se conjuraron para transfigurar
el curso de los astros.
Quince años han pasado,
mientras deambulo sin norte
por calles malvividas
y un lazo de los hados me pone
frente a una cantina.
Es el mismo lugar, es la misma ciudad.
Pero el edén no es ya otra cosa
que un antro de jugadores
que desdeñan el goce de jugar
y allí la vida, un lance exánime...
lacl, 15 de Marzo, 2012
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El sol bajo la luna
Nota: Hoy, 26 de Junio, 2020, me he conseguido esta breve
semblanza citadina que había olvidado...
Post scriptum. (03 de Julio, 2020)
Por cierto, entrando en los terrenos de la infidencia, se
trata de un bar de Sabana Grande, al que uno podía ir por las noches a soltar
el esqueleto bailando nuestra música latina, propiamente la salsa. Nuestro pana Pecheche montó varias veces las escena con la Banda Sigilosa, entre otras agrupaciones. Eso era en
la planta alta, con música en vivo y un disc/jockey de música latina entre los
descansos, al cual tuvimos que, de buena manera, educar poco a poco, pues
acostumbraba abusar de la repetición y de la salsa erótica. Al principio no se sintió
muy de acuerdo, cuando le llegamos con un lote cd´s con música que, en un
principio le lució como anticuada, fuera de órbita y lugar: sones cubanos, salsa
brava, de barrio, merengues clásicos dominicanos, bomba portorriqueña, incluso
la música de las increíbles súper bandas y orquestas de antaño. Pero cuando se
dio cuenta de que al poner en marcha esos ritmos todo el mundo agarraba para el
centro de la pista, comenzó a escuchar más y a apreciar la infinita variedad de
nuestra música caribeña. Y entonces, cuando llegábamos al lugar, un jueves o un
viernes por la noche, se nos acercaba y disparaba: - a ver ¿Qué te has traído
entre manos?
En las horas del día (y también de sus noches) uno podía
sentarse en la planta baja a conversar con amigos y desconocidos de lo humano y
lo divino. La tasca vivía atestada de gentes de todo cuño. Estudiantes,
borrachos, bohemios, poetas, gorreros, prostitutas, pintores, actrices,
hermosas jóvenes en busca de una pasión, salseros, bailantes, tracaleros, mujeres
maduras, galanes de otoño, jóvenes gigolós, hippies trasnochados, fornicadores,
políticos, profesores, doctores, músicos, vividores. En fin, la variopinta estirpe
de toda ciudad. Fue rincón armonioso, con sus altas y bajas. Un incendio,
literalmente hablando, acabó con ese recinto. Se llamaba Cervecería O Gran Sol,
un mentidero al que, desde años antes, ya acudíamos algunos cuantos estudiantes
de letras-ucv al salir de clases, pues ¡maravilla! nuestro horario de estudios
era nocturno...
Tuvo también sus horas solas esa barra. De cuando en cuando,
como tantas veces hice en mi vida y en tantos rincones de la ciudad, me iba a
sentar en su larga barra y pedía una cerveza. Nunca iba desamparado. Iba siempre acompañado de un maletín con varios
libros y algunos cuadernos, entre los papeles e implementos de trabajo. Si la
barra estaba sola, podía ensartarme en una insólita conversa con un tocayo que,
por años, atendió allí a los consuetudinarios. Y grato es el recuerdo, también, de las conversas con el gran Pepe, un gallego comunista que fungía de mesonero entre las mesas. Pero también solía dedicarme a
leer algo que fuera de mi interés. O, si se me ocurría alguna extraña idea o un
susurro comenzaba a tintinear o soplar tras mis orejas, apelaba a un cuaderno y
comenzaba a rayar desaforado todo lo dictado.
Cuando eso sucedía, los amigos
del local ya sabían que no me hablarían por un buen rato y que probablemente les
diría que me mudaba a una de las mesas, pues a pesar de que necesitaba la monserga
para escribir, requería un poco de distanciamiento, una suerte de tácito
equilibrio entre el bullicio y los naturales obstáculos del afuera y la perentoria
e ingobernable necesidad de dejar fluir el arroyo de la voz. A veces, es imperativo
ponerle algunos obstáculos a la escritura y, sobre todo, a la voz que nos
susurra, pues al superarlos se llega a un estado de concentración en la escucha
y a un escrupuloso cuidado en recoger todo lo dictado, al que inexplicablemente
no se llega tan fácilmente en una habitación aislada y silenciosa. El silencio
intimida toda voz y con razón, porque el silencio atrae y seduce, como el
abismo; puede incluso causarnos vértigo y una amorosa atracción por dejarnos caer
en su seno, como si se tratara de la más hermosa y seductora de las muertes.
Años después me sentí alegremente identificado cuando, leyendo
a Gurdjieff, en sus Encuentros con hombres notbles, di con un pasaje en el que él confesaba que le era imposible escribir
nada serio si no lo hacía en medio de una taberna atestada de bebedores y
comensales y por razones afines a las que me indujeron a practicar tal
costumbre. En fin, mi relación por tanto, con ese lugar era de otro orden. En el
decurso de mi vida aprendí a establecer estas relaciones amorosas con distintos
rincones de la ciudad. Amores que fueron, en veces, lánguidos y nostálgicos, y en
veces, insuflados de una jovial y soterrada expansión del alma que, aunque
invisible, no podría ser colmada ni apaciguada por ingentes jarros de cerveza.
No había elixir que pudiera con aquello. En el fondo -y ello se aprende con el
paso de las horas- eso es lo que se siente cuando se es víctima de un alma
exaltada por la pasión de todo aquello que le rodea. Con el paso del tiempo uno
comprende que la babélica monserga perdura, aun estando en la más absoluta de
las soledades, pues el verdadero elixir es el que viaja en la voz cuyo destino
es el silencio. Y ya.
En las afueras del recinto, pues a mi hijo le encantaba ir a comer en las mesas de afuera. Siempre dibujando sus cuadernos o los míos... Por supuesto, con él sólo íbamos las tardes de algún fin de semana.
Aladino y el genio, dibujo de Sebastian en una libreta de notas...
La cara de Dios, dibujo de Sebastián...
Aladino y el genio, dibujo de Sebastian en una libreta de notas...
El sol bajo la luna
El sol bajo la luna
canta y duerme…
Arpegio ensoñación.
El sol bajo la luna
copla y sueña…
La faz sutil lo ató.
lacl, 16 de Junio, 2020
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Yo respeto mucho a Schopenhauer y su tesis
de que el amor se enmascara en la inagotable necesidad de preservarnos como
especie. Pero también respeto el sentir, tanto o más que a Schopenhauer. Y hay
un sentir amoroso, como hay también un sentir deseoso. Y hay una belleza que se
siente, como señalara alguna vez el sabio Borges. La belleza, el deseo y el
amor no van a contraflujo en mi red de caminos. Pero eso es algo personal y no
pretendo con ello desdecir el sentir de los demás. Sin embargo, me veo en la necesidad
de acotar que yo no puedo hacer un atado con las espigas amorosas, en donde
puedan ir liadas las flores de nuestro metafísico amor y tengan que ser
desestimadas las flores del deseo amoroso o aquellas flores en las que encarnan
nuestras ansias de colmar y ser colmados por nuestra media naranja. Yo, a estas
alturas de mi vida, no he rechazado la belleza de los deseos amorosos que
buscan conjuntarse en la transmigración de almas y cuerpos, que no hay cuerpo
sin alma, ni alma sin cuerpo, la una es extensión de la otra. Si consideramos
al deseo como algo sucio o pecaminoso, como un vil objeto de intercambio o como
una única expresión de los bajos instintos podría (quizás) comprender la náusea
que a algunas personas les causen las relaciones amorosas de dos cuerpos
deseosos que se juntan, pero no las comparto, porque eso es rebajar el deseo
que nace de alma y cuerpo. Si algunas personas piensan que el deseo es sólo
aprovechamiento o sacar partido de otro ser, pues no soy yo quien les vaya a
contradecir su opinión. Y no digo esto con ánimo de polemizar, sino por dejar
constancia de que el mundo sensible es un arcoíris en el que todas las visiones
y sentires son válidos y tienen derecho a convivir, incluso, cuando sean
opuestas. Para un servidor el deseo amoroso jamás será comparable a los “amores
puros” del rey Midas por todo lo que brilla o a las elevadas sutilezas que
predica Ammon con su codicia.
lacl, 29 de Junio, 2020
Lo que allí se bailaba...
Lo que allí se bailaba...
Eddie Palmieri y Cheo Feliciano
Ritmo Alegre (Tenia que ser así, consuélate como yo )
ISRAEL CACHAO Y ROLANDO LASERIE
"EL GUAPACHOSO"
Buena Vista Social Club
Loco
Literalmente, estaba loco por esa mujer maravillosa (y que a los hombres tanto intimidara), cuya capacidad de trastornar corazones va más allá de lo imaginable. No me hacía mucho caso, pero se reía a carcajadas al verme la cara, invitándola a bailar... Y mientras bailábamos, me rezaba el estribillo: "contrólate muchacho, esa niña no es pa´ti."
La Sonora Ponceña y su Fuego en el 23
Amor y Control - Rubén Blades
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