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martes, 30 de junio de 2020

BAJOS FONDOS LITERARIOS, en Historia Trágica de la Literatura, de Walter Muschg / Carmina Burana - Clemencic Consort - Gulatorum / Potatorum / Lusorum / Moralia/



Me eximo de agregar comentarios a este ya algo extenso apartado sobre los bajos fondos de donde provienen, muchas veces, las más exuberantes flores de la poesía. Es una lectura amena y enriquecedora, que se basta a sí sola... Forma parte de Los prestidigitadores, Capítulo de la Historia trágica de la literatura, el maravilloso libro de Walter Muschg.
Salud!
lacl


BAJOS FONDOS LITERARIOS, en Historia Trágica de la Literatura, de Walter Muschg

La poesía medieval no sólo era privativa de los clérigos y caballeros, también estaba en manos de los juglares y sería inimaginable sin ellos. Los juglares fueron los descendientes de los mimos que habían inundado al imperio romano en toda su extensión. Ya los mimos habían sido los portadores de la poesía satírica, cómica, rebelde, que siempre emerge del seno del pueblo, y su espíritu levantisco siguió alentando en los juglares errabundos. Éstos prepararon la poesía cortesana de la Edad Media y participación en muchas de sus realizaciones más eminentes.

Francia debe a sus joglars una buena parte de su riqueza en cantares de gesta, los cantos populares de leyendas heroicas. Estos vagabundos -hombres y mujeres- vestidos abigarradamente, iban de pueblo en pueblo, de feria en feria, y demostraban sus habilidades como cantores acompañados por su violín o una zanfonía, como tiradores de cuchillos, domadores de osos, acróbatas o payasos, y vivían de las monedas que el público les arrojaba. Ya existían en el siglo IX, y cantaban las gestas de los héroes paganos ante ricos y pobres, ante campesinos, burgueses y nobles, como habían aprendido de los cantores germanos. Acompañaban a los caballeros en sus campañas, aparecían en las restas de la corte y en las casas patricias, en las que algunos de ellos hallaron honores y empleo duradero. Los vemos ejercer su arte en las pinturas de su tiempo y en las novelas de caballería, como, por ejemplo, en la descripción que hace Chrétien de Troyes de las bodas de Erec y Enide. Eran bien recibidos en todas partes, sólo la Iglesia los veía con malos ojos. Su estilo de vida y los sospechosos ingredientes de sus narraciones heroicas eran uno de los residuos más escandalosos del paganismo. 


 Un aspecto grandioso de la cultura de la alta Edad Media fue el que aún pusiera en contacto y uniera todas las clases sociales. En esto reside antes que nada la plenitud y la belleza de la literatura francesa. El genio y el prestidigitador, los artistas auténticos y los charlatanes, Apolo y Hermes caminaban en paz y compaña por los mismos senderos. En su calidad de desterrado, Dante salió de París a visitar todos los países europeos y fue a dar tan lejos, que no puede precisarse hasta dónde llegó. Hasta los trovadores solían acompañarse continuamente de un juglar, y se servían de él como mensajero de sus canciones de amor. Tampoco la poesía lírica estuvo exclusivamente en manos de los aristócratas. Su fundador, el conde Guillem de Poitiers era a la par de naturaleza aristócrata y vagabunda; como gran príncipe fue uno de "1os más grandes burladores de mujeres", corrió aventuras por todo el mundo y le gustaba hacer de bufón y juglar en los banquetes. Después de él, la nueva poesía se ramificó en una tendencia idealista y una realista, las cuales no obstante nunca se perdieron mutuamente de vista. El maestro del estilo refinado, Bernart De Ventadorn, fue hijo de un criado y una sirvienta del castillo de Ventadorn y se recluyó en un monasterio después de una vida llena de vicisitudes. En la oposición nos encontramos al genial Marcabru, misógino y cínico crítico social. Fue un niño expósito, era juglar de profesión y fue asesinado por señores poderosos de los cuales se había burlado.

También en Alemania las canciones y narraciones populares se dejaron en manos de los juglares durante toda la Edad Media. Se les consideraba deshonestos, carecían de derechos de vida y hacienda, y estaban excluidos de los sacramentos de la Iglesia. Ejercían su oficio entre el pueblo, que no sabía leer ni escribir, en los mercados, en las romerías o entre el séquito
del ejército. El juglar trabajaba con medios burdos y llamativos, pues carecía de cultura y de gusto artístico, era un individuo tosco que en todo se plegaba a los deseo del pueblo ignorante. Adornaba sus historias con los tema legendarios paganos que aún vivían en e! pueblo, pero también con exagerados milagros de santos y las fantasías mágicas que comenzaron a infiltrarse de Oriente. Tenía especial predilección por mezclar lo heroico con lo cómico, pue sabía que sus oyentes no apreciaban la solemnidad fatigosa. A él se debe en gran parte el que tampoco en Alemania se olvidara completamente la poesía heroica de la Antigüedad germana. Es probable que la influencia de sus colegas franceses indujera a estos favoritos del pueblo, sin carácter propio, soeces o santurrones según su medio ambiente, a ser los primeros en componer en idioma alemán epopeyas de dimensiones respetables, como la del Rey Rother, la de Orendel, la de Salman y Morolf. Su disposición en estrofas revela que aún se recitaban en alta voz. Tienen la burda ingenuidad y la gracia natural de la poesía vagabunda; como productos sin mayores ambiciones permanecen en el anonimato. El único autor cuyo nombre ha llegado hasta nosotros se llama Heinrich der Gleisner ("Enrique el solapado"), es decir, el histrión, el mito escondido detrás de sus máscaras. Vertió a su lengua materna la epopeya animal de Reineke Fuchs ("Maese raposo"), la glorificación satírica del malvado victoroso, alimentada por el espíritu de una época de transición. Esta odisea cómica, cuya fábula se remonta a los tiempos primitivos babilónicos, ha quedado como una de las más geniales obras de charlatanería de la literatura alemana. 





Cuando  bajo los emperadores Hohenstaufen surgió también una cultura cortesana en Alemania y la tensión de la lucha eclesiástica alcanzó su cenit, la gente vagabunda entró en contacto con los poetas nobles, como había sucedido en Francia. También se encontró en los caminos y los mesones con lo cruzados y los peregrinos y lo talentos sobresalientes hallaron acogida en los castillos y las cortes. Un punto culminante de estos encuentros fue la gran fiesta Imperial que Barbarroja celebró en la llanura renana de Maguncia en 1184 cuando dos de sus hijos recibieron el espaldarazo de caballero, y los Caballeros y Juglares de Alemania y Francia afluyeron a ese lugar. Walther van der Vogelweide halló su tono más maduro en el trato con los Juglares. La vitalidad de éstos también 1ate en las canciones y sentencias de Tannhauser aquel caba11ero que erró por numerosos países, a quien el vino y las mujeres le quitaran la paz y cuya persona fue tan fascinante que siguió viviendo en forma de leyenda. La misma audacia caracteriza a los goliardos. Éstos eran clérigos que iban de una escuela superior a otra y que mostraban con su vida desenfrenada hasta qué punto la iglesia estaba también contaminada del espíritu profano. Estos estudiantes desenvueltos compusieron las osadas canciones en latín que parecen el despuntar de la gloria humanista.

En ellos se yergue la sensualidad lujuriosa y un conocimiento extraordinarios de los poetas de la antigüedad. Componían sus canciones como orgullosas estancias poéticas  contra la incultura de los legos y eclesiásticos sedentarios. El Rey de los goliardos, el Archipoeta, conocía la antigua doctrina de la inspiración vidente. Se jacta de la capacidad del poeta para inmortalizar por medio de su canto su propia persona y a los grandes de este mundo que le parecen dignos de este honor. Este siervo de Apolo era un c1érigo de filiación desconocida en la época de las campañas romanas de Barbarroja, probablemente un Italiano que vagaba con laud, como protegido del canciller imperial bebía en las tabernas con los maleantes, perdía la camisa jugando a los dados y no podía resistirse a la belleza de las mujeres del Sur. Gracias a sus canciones báquicas sobrevive como una figura clásica; pero sus estrofas religiosas nos muestran que fue un hermano espiritual de Francois Villon y un lejano pariente del persa Hafis, quien andaba por las tabernas de Shiraz enojando a los hombres piadosos.

Cuando la nobleza se envileció y la vida cortesana perdió su brillo, no fueron los honorables maestros cantores quienes mantuvieron el espíritu de la poesía alemana, sino los pícaros de la clase de Neidhart van Reuental y Heinrich Wittenweiler. Las cancioncillas bailables de Neidhart le dieron el golpe de gracia a la lírica cortesana, al parodiar sus gastadas metáforas
con chistes insolentes y melodías seductoras. Si hemos de creerle, aparecía en los pueblos como un bizarro bailarín forastero, entre el júbilo de las mozas y los jóvenes, y los hechizaba, como Tannhauser, con su lenguaje sensual. Otro aventurero extraordinariamente indómito fue Oswald van Wolkenstein. Cuando tenía diez años, escapó del castillo de sus padres en el Tirol y buscó aventuras, como criado y como guerrero, por mar y tierra, desde Rusia hasta Inglaterra y desde Turquía hasta Arabia. Después de la muerte de su padre regresó a casa, tuerto e irreconocible, y a instancias de su ex novia idolatrada, que mientras tanto se había casado, se fue a
Tierra Santa. Participó en las Cruzadas, y en el séquito del emperador llegó a Francia, Inglaterra, Portugal, España e Italia. Por la misma época entabló pleito por la heredad de su padre y sus enemigos lo metieron tres veces en prisión. Sus canciones son el sedimento de esta vida, un episodio extravagante, como toda la poesía goliardesca vigorosa. El mismo Wolkenstein inventaba melodías para sus poemas, tanto para los eróticos, fruto de numerosos amoríos, arrebatos voluptuosos de un naturalismo extremo, como para los poemas báquicos saturados de grosero humorismo. Todos ellos están atestados de experiencias personales relatadas con toda indiscreción, y a veces caen en lo dialectal o en puras prestidigitaciones lingüísticas. 

En Francia, Francois Villon hizo resonar en el lenguaje picaresco el tono de la poesía genial. Después de ser un estudiante desordenado se convirtió en ladrón y asesino - un criminal con un alma débil e infantil, que con toda su abyección seguía creyendo en su madre y en la misericordia divina. Primero mató en defensa propia a un sacerdote y huyó de París, luego en unión de una banda de maleantes descerrajó la caja de caudales de la Facultad de Teología de la Sorbona, huyó de nuevo y anduvo errante durante cinco años por toda Francia. Apareció en las cortes de Orléans y Moulins, en donde trató de conseguir algunas dádivas componiendo panegíricos, e ingresó en la temida banda de forajidos de los Coquillarts. Una amnistía lo liberó de la prisión, y volvió a vivir en París, sustentándose del rufianismo y otras ocupaciones similares, hasta que en 1463, a causa de una pelea con estudiantes, fue aprehendido nuevamente. Se le torturó y se le condenó a la horca. En aquella ocasión compuso la Balada de los Ahorcados, en la que contempla el mundo desde lo alto de la horca. Fue indultado y condenado al destierro perpetuo de París, después de lo cual se perdió su rastro para siempre: el raposo Reineke en figura humana.

Esta figura vuelve en el norte de Alemania encarnada en el pícaro Till Eulenspiegel, quien vivió en el siglo XIV como mofador de todas las verdades. En tiempos de la Reforma fue convertido en protagonista de la literatura picaresca popular, y su sangre corre por las venas de alguno que otro poeta del siglo XVI. El siglo de Lutero fue removido hasta lo más profundo, la capa inferior del pueblo afloró a la superficie. Los sainetes desvergonzados, las facetiae burlescas y las zarzuelas carnavalescas insolentes se convirtieron en los géneros favoritos de la literatura, el bandidaje en la ley vital de la élite. Eulenspiegel se cubrió con la piel del pícaro profesional, así llegó de España como protagonista de las novelas picarescas. Mateo Alemán el autor de Guzmán de Alfarache, también le rindió honores personales, pues estuvo tres veces en prisión por no cumplir con sus obligaciones de funcionario, coronando sus fechorías con su fuga a Norteamérica y México.

Erasmo de Rotterdam le dio al tema bufonesco la consagración clásica con su Elogio de la locura. También los comienzos del Humanismo estuvieron bajo el signo de este impulso desenfrenado. Los primeros poetas alemanes a la antigua erraban sin patria por todos los países, como lo habían hecho Dante y el Archipoeta. Crearon una poesía errabunda en la que aún rumorea gran parte del goliardismo medieval: la mezcolanza chocante de religiosidad, sensualidad pagana y sátira insolente la fusión provocativa de imágenes cristianas y paganas. De esta cepa salió Peter Luder, el primer maestro superior del partido humanista alemán, el primer alemán que ciñó sus sienes con la corona de laurel del clasicismo. Hacía poesía como Wolkenstein, pero en latín y ajustándose a los modelos antiguos: sus odas y Amores son una autobiografía lírica de una insolente franqueza. Sus interminables peregrinaciones no eran un vagabundeo sin sentido, sino la nueva forma vital del espíritu; su objeto era el desarrollo del reino cultural occidental, pero al mismo tiempo el disfrute sensual de los placeres terrenales. También Conrad Celtis se presentó en sus odas y elegías como un erótico a la manera de la Antigüedad; los cuatro libros de sus libri amorum están dedicados a las cuatro muchachas cuyos favores disfrutó en Cracovia, Ratisbona, Maguncia y Lübeck. La pasión política convirtió a Hutten, quien también proclamaba el juvat vivere, en un forajido. A su paisano suabo Nikodemus Frischlin, otro gallo de pelea humanista lleno de gracia y alegría, sus enemigos aristócratas lo persiguieron de un lugar a otro, hasta que en un intento de fuga se despeñó y se mató en el Alto Urach. La mitad de los artistas de esta época eran también geniales aventureros apolíneos infelices. Talentos como Niklaus Manuel o Urs Graf desaparecían como Hutten durante algún tiempo en el tumulto de las guerras de mercenarios. En Italia, Caravaggio, el glorificador de Bacco y del amor vincitore, se rebeló contra el concepto clasicista de belleza pintando cuadros llenos de desnuda pasión y vitalidad, que ya anuncian a Rembrandt, se hizo culpable de asesinato, fue encarcelado por revoltoso y murió víctima de un asalto. Después de él sobresalió el genial polifacético Benvenuto Cellini -sumamente admirado por Goethe- con su vitalidad rítmica y su temperamento arrebatado, que lo llevó a conflictos sangrientos, a la prisión y temporalmente al convento, como relata en su jactanciosa autobiografía.

En Inglaterra, Marlowe fue asesinado antes de cumplir los treinta años, en una rencilla, o quizá por orden superior. Ben Jonson, el amigo de Shakespeare y el autor de comedias satíricas, se escapó de su casa paterna para enrolarse en el ejército; siendo actor mató en un duelo a un colega, encarcelado se convirtió al catolicismo (que más tarde volvió a abjurar), llegó a ser el favorito del rey y murió en la más amarga miseria. Entre los sabios y los artistas también se movían figuras como Paracelso, Sebastián Frank y el doctor Fausto, quienes proporcionaron a la prestidigitación la aureola de la alta magia. Aparecieron además los primeros actores profesionales, los cómicos de la legua, que erraban de un lado para otro agrupados en bandas, italianos en los países católicos, ingleses en los países protestantes. También se presentaban, igual que los juglares medievales, como espadachines, bailarines, músicos, artistas de circo y cantores de canciones insolentes y de baladas espeluznantes. Con ellos retornó el antiguo hechizo del arte juglaresco, el atractivo del desenfreno mezclado con el temor. Sobre las tablas de este tinglado se bebía y se fornicaba, se jugaba y se asesinaba; con los chistes del gracioso, en sus deformaciones de las palabras difíciles eruditas apareció nuevamente el juego con el lenguaje. La imprenta hizo surgir los copleros de los periódicos y los cantantes callejeros, que se vieron por todas partes hasta los tiempos de la Revolución francesa.

La marcha triunfal del arte cortesano no hizo desaparecer a esas figuras, únicamente las cubrió de desprecio por mucho tiempo. Cervantes y Rembrandt, Rabelais y Paracelso permanecieron en la oscuridad mientras tuvo vigencia el gusto clasicista. Es cierto que hasta en Francia y España se dieron casos en que detrás de la máscara cortesana se escondían enemigos acérrimos del convencionalismo. En la Alemania de la Contrarreforma, los estragos de la guerra también arrojaban a los caminos a hombres honorables como Moscherosch sobre todo si vivían en la asolada campiña, y los obligaban a llevar una vida de vagabundos. De estos sufrimientos surgió lo mejor que la poesía alemana produjo en aquellos tiempos. Los tunantes enamoradizos y borrachos del corro de poetas sajón, los FinCkelthaus, Stieler y Greflinger lanzaron poemas que, por lo que toca a la originalidad, superan a la mayor parte de los que componían los relamidos poetas á la mode. Greflinger fue de niño pastor de ovejas cerca de Ratisbona, hasta que una banda de asaltantes puso fuego a su casa, pasó a cuchillo a toda su familia y lo lanzó a la vida de pordiosero, que hizo de él un poeta. Con Quirinus Kuhlmann -quemado en Moscú- el inquieto autor del Kühlpsalter y el fundador del "Kühlmanismo" revivió nuevamente, como escandalosa figura literaria el apóstol vagabundo.

El más grande poeta alemán entre Lutero y Goethe asimiló todos estos bajos fondos y los encarnó de modo inolvidable. Según los conceptos de sus contemporáneos importantes, Grimmelshausen no era un poeta, debido a su posición social inferior y sus gustos plebeyos. Fue sucesivamente soldado administrador y tabernero, y murió como alcalde de la pequeña ciudad de Renchen en la Selva Negra. Sus libros nos permiten vislumbrar las simas del vicio y la miseria a que lo condujo su estrella. Su Simplicissimus no encuentra la paz, ni siquiera como eremita penitente. El dios Proteo lo incita a internarse nuevamente en el océano de la vida, con una fórmula en lenguaje misterioso que comienza con las palabras “Manoha, gilos, timad, Isaser, sale, lacob” y cuyas letras iniciales y finales forman un oráculo. Ahora vaga por la tierra, y con la risa en los labios convence a los hombres de su necedad, hasta que un naufragio lo arroja a una isla de los mares del Sur, de la cual nadie lo vuelve a rescatar. Pero esta suprema novela picaresca no acaba con esto. En las Continuationen, Simplicissimus vuelve a Alemania en calidad de curandero milagroso, conjurador de espíritus y descubridor de tesoros, y se gana la vida como coplero ante la tienda de un fabricante de calendarios y como charlatán de mercado de un doctor, con quien recorre de nuevo media Europa. Ahora es un "zorro viejo, que ha visto, oído, aprendido, leído y experimentado mucho durante su vida", y le gusta "decir la verdad en honesto alemán, en una forma llana". Con esta figura socarrona aparece en las subsecuentes novelas simplicianas en donde nuevamente podemos observar la ralea vagabunda de los charlatanes, los copleros y arpistas en toda su abyección. Esta chusma es la población del embudo infernal y del monte purificador del ciclo de novelas protagonizadas por Simplicissimus, y está vista con los ojos de un gran poeta.

Para el viejo Grimmelshausen, la charlatanería se convirtió en una parábola poética, y no en última instancia también de su propia poesía. Ya el Simplicissimus está construido totalmente sobre, el tema del iluso, y la manera en que su autor siguió elaborándolo sólo puede explicarse, con el placer por el juego hermético, que el lleva en el corazón como todos los genios de lo cómico. En el Springinsfeld, el Simplicissimus viejo, piadoso y sabio se encuentra en posesión de un libro mágico, con el cual se presenta en el mercado como milagrero y gana oro a manos llenas. Deja que un mirón tras otro sople sobre el libro, que muestra siempre los deseos secretos de cada uno, y él los borra después soplando sobre las páginas hasta que reaparece el texto. Este libro mágico es el símbolo de la obra poética de Grimmelshausen. Está como Rabelais, como el Gleisner medieval, en medio de los descreídos, pero como un creyente, como el "vagabundo Simplicius Simplicissimus, que desaparece como azogue y no obstante es fiel" --como el más iluso de los ilusos. Prosigue su juego todavía, entregando finalmente este libro "a la publicidad". Su nombre es Bolsa de suertes mágicas de Simplicissimus, necesaria y útil a todos los charlatanes, prestidigitadores, juglares; en suma a todos aquellos que en un mercado abierto quieran producir sensación o que quieran divertir a una reunión. El libro en cuestión es un primitivo libro de estampas con grabados en madera de tipos humanos satíricos y sus versos correspondientes: el libro de la vida humana, provisto de instrucciones para su empleo mágico. Pero Grimmelshausen conoce muy bien el reverso diabólico del arte del prestidigitador.

Los presenta en su Landstorzerin Courage ("Madre Courage"). Esta prostituta de los soldados no acaba su vida vergonzosa como Simplicissimus, en el arrepentimiento piadoso, sino en el lodo; y aquí también aparece el tema de la charlatanería: Madre Courage, al final, anda por el mundo como mujer de un jefe gitano, con la cara ennegrecida, maestra en mentiras y engaños, diciendo la buenaventura y ejerciendo otras artes oscuras. Su oficio es la magia negra, el infierno de la perdición sin arrepentimiento.




El reino de Hermes, otra de las secciones que componen el capítulo LOS PRESTIDIGITADORES, lo publicamos en este blog en una entrada del JUEVES, 25 DE OCTUBRE DE 2018.
Dejamos acá eñ enlace:

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