Me eximo de agregar comentarios a este ya algo extenso apartado sobre los bajos fondos de donde provienen, muchas veces, las más exuberantes flores de la poesía. Es una lectura amena y enriquecedora, que se basta a sí sola... Forma parte de Los prestidigitadores, Capítulo de la Historia trágica de la literatura, el maravilloso libro de Walter Muschg.
Salud!
lacl
BAJOS FONDOS
LITERARIOS, en Historia Trágica de la Literatura, de Walter Muschg
La poesía medieval no sólo era
privativa de los clérigos y caballeros, también estaba en manos de los juglares
y sería inimaginable sin ellos. Los juglares fueron los descendientes de los mimos
que habían inundado al imperio romano en toda su extensión. Ya los mimos habían
sido los portadores de la poesía satírica, cómica, rebelde, que siempre emerge
del seno del pueblo, y su espíritu levantisco siguió alentando en los juglares errabundos.
Éstos prepararon la poesía cortesana de la Edad Media y participación en muchas
de sus realizaciones más eminentes.
Francia debe a sus joglars una buena parte de su riqueza en cantares de gesta, los cantos
populares de leyendas heroicas. Estos vagabundos -hombres y mujeres- vestidos
abigarradamente, iban de pueblo en pueblo, de feria en feria, y demostraban sus
habilidades como cantores acompañados por su violín o una zanfonía, como
tiradores de cuchillos, domadores de osos, acróbatas o payasos, y vivían de las
monedas que el público les arrojaba. Ya existían en el siglo IX, y cantaban las
gestas de los héroes paganos ante ricos y pobres, ante campesinos, burgueses y
nobles, como habían aprendido de los cantores germanos. Acompañaban a los
caballeros en sus campañas, aparecían en las restas de la corte y en las casas
patricias, en las que algunos de ellos hallaron honores y empleo duradero. Los
vemos ejercer su arte en las pinturas de su tiempo y en las novelas de
caballería, como, por ejemplo, en la descripción que hace Chrétien de Troyes de
las bodas de Erec y Enide. Eran bien recibidos en todas partes, sólo la
Iglesia los veía con malos ojos. Su estilo de vida y los sospechosos ingredientes
de sus narraciones heroicas eran uno de los residuos más escandalosos del
paganismo.
También en Alemania las canciones y
narraciones populares se dejaron en manos de los juglares
durante toda la Edad Media. Se les consideraba deshonestos,
carecían de derechos de vida y hacienda, y estaban excluidos
de los sacramentos de la Iglesia. Ejercían su oficio entre el pueblo, que no sabía
leer ni escribir, en los mercados, en las
romerías o entre el séquito
del ejército. El juglar trabajaba con
medios burdos y llamativos, pues carecía de cultura y de gusto artístico, era
un individuo tosco que en todo se plegaba a los deseo del pueblo ignorante. Adornaba sus historias con
los tema legendarios paganos que aún vivían en e! pueblo,
pero también con exagerados milagros de santos y las fantasías mágicas que
comenzaron a infiltrarse de Oriente. Tenía especial predilección por mezclar lo
heroico con lo cómico, pue sabía que sus oyentes no apreciaban la solemnidad
fatigosa. A él se debe en gran parte el que tampoco en Alemania se olvidara completamente
la poesía heroica de la Antigüedad germana. Es probable que la influencia de
sus colegas franceses indujera a estos favoritos del pueblo, sin carácter
propio, soeces o santurrones según su medio ambiente, a ser los primeros en
componer en idioma alemán epopeyas de dimensiones respetables, como la del Rey
Rother, la de Orendel, la de Salman y Morolf. Su disposición en estrofas revela que aún se recitaban
en alta voz. Tienen la burda ingenuidad y la gracia natural
de la poesía vagabunda; como productos sin mayores ambiciones permanecen en el anonimato.
El único autor cuyo nombre ha llegado hasta nosotros se llama Heinrich der Gleisner
("Enrique el solapado"), es decir, el histrión, el mito escondido detrás
de sus máscaras. Vertió a su lengua materna la epopeya animal de Reineke Fuchs ("Maese
raposo"), la glorificación satírica del malvado victoroso, alimentada por
el espíritu de una época de transición. Esta odisea cómica, cuya fábula se
remonta a los tiempos primitivos babilónicos, ha quedado como una de las más geniales
obras de charlatanería de la literatura alemana.
Cuando
bajo los emperadores Hohenstaufen surgió también una cultura cortesana en Alemania y la tensión
de la lucha eclesiástica alcanzó su cenit, la gente vagabunda entró en contacto
con los poetas nobles, como había sucedido en Francia. También se encontró en
los caminos y los mesones con lo cruzados y los peregrinos y lo talentos sobresalientes
hallaron acogida en los castillos y las cortes. Un punto culminante de estos encuentros
fue la gran fiesta Imperial que Barbarroja celebró en la llanura renana de
Maguncia en 1184 cuando dos de sus hijos recibieron el espaldarazo de
caballero, y los Caballeros y Juglares de Alemania y Francia afluyeron a ese
lugar. Walther van der Vogelweide halló su tono más maduro en el trato con los Juglares.
La vitalidad de éstos también 1ate en las canciones y sentencias de Tannhauser
aquel caba11ero que erró por numerosos países, a quien el vino y las mujeres le
quitaran la paz y cuya persona fue tan fascinante que siguió viviendo en forma
de leyenda. La misma audacia caracteriza a los goliardos. Éstos eran clérigos
que iban de una escuela superior a otra y que mostraban con su vida
desenfrenada hasta qué punto la iglesia estaba también contaminada del espíritu
profano. Estos estudiantes desenvueltos compusieron las osadas canciones en latín
que parecen el despuntar de la gloria humanista.
En ellos se yergue la sensualidad
lujuriosa y un conocimiento extraordinarios de los poetas de la antigüedad. Componían
sus canciones como orgullosas estancias poéticas contra la incultura de los legos y
eclesiásticos sedentarios. El Rey de los goliardos, el Archipoeta, conocía la
antigua doctrina de la inspiración vidente. Se jacta de la capacidad del poeta
para inmortalizar por medio de su canto su propia persona y a los grandes de este
mundo que le parecen dignos de este honor. Este siervo de Apolo era un c1érigo de
filiación desconocida en la época de las campañas romanas de
Barbarroja, probablemente un Italiano que vagaba con laud, como protegido del
canciller imperial bebía en las tabernas con los maleantes, perdía la camisa jugando
a los dados y no podía resistirse a la belleza de las mujeres del Sur. Gracias
a sus canciones báquicas sobrevive como una figura clásica; pero sus estrofas religiosas
nos muestran que fue un hermano espiritual de Francois Villon y un lejano
pariente del persa Hafis, quien andaba por las tabernas de Shiraz enojando a
los hombres piadosos.
Cuando la nobleza se envileció y la
vida cortesana perdió su brillo, no fueron los honorables
maestros cantores quienes mantuvieron el espíritu de la poesía alemana, sino
los pícaros de la clase de Neidhart van Reuental y Heinrich Wittenweiler. Las cancioncillas bailables de Neidhart
le dieron el golpe de gracia a la lírica cortesana, al
parodiar sus gastadas metáforas
con chistes insolentes y melodías
seductoras. Si hemos de creerle, aparecía en los pueblos como
un bizarro bailarín forastero, entre el júbilo de las mozas y los jóvenes, y
los hechizaba, como Tannhauser, con su
lenguaje sensual. Otro aventurero extraordinariamente indómito
fue Oswald van Wolkenstein. Cuando tenía diez años, escapó del castillo de sus padres
en el Tirol y buscó aventuras, como criado y como guerrero, por mar y tierra, desde Rusia
hasta Inglaterra y desde Turquía hasta Arabia. Después de
la muerte de su padre regresó a casa, tuerto e irreconocible,
y a instancias de su ex novia idolatrada, que mientras tanto se
había casado, se fue a
Tierra Santa. Participó en las
Cruzadas, y en el séquito del emperador llegó a Francia, Inglaterra, Portugal,
España e Italia. Por la misma época entabló pleito por la heredad de su padre y
sus enemigos lo metieron tres veces en prisión. Sus canciones son el sedimento
de esta vida, un episodio extravagante, como toda la poesía goliardesca
vigorosa. El mismo Wolkenstein inventaba melodías para sus poemas, tanto para
los eróticos, fruto de numerosos amoríos, arrebatos voluptuosos de un
naturalismo extremo, como para los poemas báquicos saturados de grosero humorismo.
Todos ellos están atestados de experiencias personales relatadas con toda
indiscreción, y a veces caen en lo dialectal o en puras prestidigitaciones
lingüísticas.
En Francia, Francois Villon hizo
resonar en el lenguaje picaresco el tono de la poesía genial.
Después de ser un estudiante desordenado se convirtió en ladrón y asesino - un
criminal con un alma débil e infantil, que con toda su abyección seguía
creyendo en su madre y en la misericordia divina. Primero mató en defensa
propia a un sacerdote y huyó de París, luego en unión de una banda de maleantes
descerrajó la caja de caudales de la Facultad de Teología de la Sorbona, huyó
de nuevo y anduvo errante durante cinco años por toda Francia. Apareció en las
cortes de Orléans y Moulins, en donde trató de conseguir algunas dádivas
componiendo panegíricos, e ingresó en la temida banda de forajidos de los
Coquillarts. Una amnistía lo liberó de la prisión, y volvió a vivir en París,
sustentándose del rufianismo y otras ocupaciones similares, hasta que en 1463,
a causa de una pelea con estudiantes, fue aprehendido nuevamente. Se le torturó
y se le condenó a la horca. En aquella ocasión compuso la Balada de los
Ahorcados, en la que contempla el mundo desde lo alto de la horca. Fue indultado
y condenado al destierro perpetuo de París, después de lo cual se perdió su
rastro para siempre: el raposo Reineke en figura humana.
Esta figura vuelve en el norte de
Alemania encarnada en el pícaro Till Eulenspiegel, quien vivió
en el siglo XIV como mofador de todas las verdades. En
tiempos de la Reforma fue convertido en protagonista de la
literatura picaresca popular, y su sangre corre por las venas de
alguno que otro poeta del siglo XVI. El siglo de Lutero fue
removido hasta lo más profundo, la capa inferior del pueblo afloró a la
superficie. Los sainetes desvergonzados, las facetiae
burlescas y las zarzuelas carnavalescas insolentes se
convirtieron en los géneros favoritos de la literatura, el bandidaje en la ley
vital de la élite. Eulenspiegel se cubrió con la piel del pícaro profesional,
así llegó de España como protagonista de las novelas picarescas. Mateo Alemán
el autor de Guzmán de Alfarache, también le rindió honores personales, pues
estuvo tres veces en prisión por no cumplir con sus obligaciones de
funcionario, coronando sus fechorías con su fuga a Norteamérica y México.
Erasmo de Rotterdam le dio al tema
bufonesco la consagración clásica con su Elogio de la locura. También los
comienzos del Humanismo estuvieron bajo el signo de este impulso desenfrenado.
Los primeros poetas alemanes a la antigua erraban sin patria por todos los
países, como lo habían hecho Dante y el Archipoeta. Crearon una poesía
errabunda en la que aún rumorea gran parte del goliardismo medieval: la
mezcolanza chocante de religiosidad, sensualidad pagana y sátira insolente la
fusión provocativa de imágenes cristianas y paganas. De esta cepa salió Peter
Luder, el primer maestro superior del partido humanista alemán, el primer
alemán que ciñó sus sienes con la corona de laurel del clasicismo. Hacía poesía
como Wolkenstein, pero en latín y ajustándose a los modelos antiguos: sus odas
y Amores son una autobiografía lírica de una insolente franqueza. Sus
interminables peregrinaciones no eran un vagabundeo sin sentido, sino la nueva
forma vital del espíritu; su objeto era el desarrollo del reino cultural
occidental, pero al mismo tiempo el disfrute sensual de los placeres
terrenales. También Conrad Celtis se presentó en sus odas y elegías como un
erótico a la manera de la Antigüedad; los cuatro libros de sus libri amorum
están dedicados a las cuatro muchachas cuyos favores disfrutó en Cracovia,
Ratisbona, Maguncia y Lübeck. La pasión política convirtió a Hutten, quien
también proclamaba el juvat vivere,
en un forajido. A su paisano suabo Nikodemus Frischlin, otro gallo de pelea
humanista lleno de gracia y alegría, sus enemigos aristócratas lo persiguieron
de un lugar a otro, hasta que en un intento de fuga se despeñó y se mató en el
Alto Urach. La mitad de los artistas de esta época eran también geniales
aventureros apolíneos infelices. Talentos como Niklaus Manuel o Urs Graf
desaparecían como Hutten durante algún tiempo en el tumulto de las guerras de
mercenarios. En Italia, Caravaggio, el glorificador de Bacco y del amor vincitore,
se rebeló contra el concepto clasicista de belleza pintando cuadros llenos de
desnuda pasión y vitalidad, que ya anuncian a Rembrandt, se hizo culpable de
asesinato, fue encarcelado por revoltoso y murió víctima de un asalto. Después
de él sobresalió el genial polifacético Benvenuto Cellini -sumamente admirado
por Goethe- con su vitalidad rítmica y su temperamento arrebatado, que lo llevó
a conflictos sangrientos, a la prisión y temporalmente al convento, como relata
en su jactanciosa autobiografía.
En Inglaterra, Marlowe fue asesinado
antes de cumplir los treinta años, en una rencilla, o quizá
por orden superior. Ben Jonson, el amigo de Shakespeare y el
autor de comedias satíricas, se escapó de su casa paterna para enrolarse en el
ejército; siendo actor mató en un duelo a un colega, encarcelado se convirtió
al catolicismo (que más tarde volvió a abjurar), llegó a ser el favorito del
rey y murió en la más amarga miseria. Entre los sabios y los artistas también
se movían figuras como Paracelso, Sebastián Frank y el doctor Fausto, quienes
proporcionaron a la prestidigitación la aureola de la alta magia. Aparecieron
además los primeros actores profesionales, los cómicos de la legua, que erraban
de un lado para otro agrupados en bandas, italianos en los países católicos,
ingleses en los países protestantes. También se presentaban, igual que los
juglares medievales, como espadachines, bailarines, músicos, artistas de circo
y cantores de canciones insolentes y de baladas espeluznantes. Con ellos
retornó el antiguo hechizo del arte juglaresco, el atractivo del desenfreno
mezclado con el temor. Sobre las tablas de este tinglado se bebía y se
fornicaba, se jugaba y se asesinaba; con los chistes del gracioso, en sus
deformaciones de las palabras difíciles eruditas apareció nuevamente el juego
con el lenguaje. La imprenta hizo surgir los copleros de los periódicos y los
cantantes callejeros, que se vieron por todas partes hasta los tiempos de la
Revolución francesa.
La marcha triunfal del arte cortesano
no hizo desaparecer a esas figuras, únicamente las cubrió de
desprecio por mucho tiempo. Cervantes y Rembrandt, Rabelais
y Paracelso permanecieron en la oscuridad mientras tuvo vigencia el gusto clasicista.
Es cierto que hasta en Francia y España se dieron casos en que detrás de la máscara
cortesana se escondían enemigos acérrimos del convencionalismo. En la Alemania
de la Contrarreforma, los estragos de la guerra también arrojaban a los caminos
a hombres honorables como Moscherosch sobre todo si vivían en la asolada campiña,
y los obligaban a llevar una vida de vagabundos. De estos sufrimientos surgió
lo mejor que la poesía alemana produjo en aquellos tiempos. Los tunantes
enamoradizos y borrachos del corro de poetas sajón, los FinCkelthaus, Stieler y
Greflinger lanzaron poemas que, por lo que toca a la originalidad, superan a la
mayor parte de los que componían los relamidos poetas á la mode. Greflinger fue
de niño pastor de ovejas cerca de Ratisbona, hasta que una banda de asaltantes puso fuego a su
casa, pasó a cuchillo a toda su familia y lo lanzó a la vida de pordiosero, que
hizo de él un poeta. Con Quirinus Kuhlmann -quemado en Moscú- el inquieto autor
del Kühlpsalter y el fundador del "Kühlmanismo" revivió nuevamente,
como escandalosa figura literaria el apóstol vagabundo.
El más grande poeta alemán entre Lutero
y Goethe asimiló todos estos bajos fondos y los encarnó de modo inolvidable. Según los conceptos de sus contemporáneos
importantes, Grimmelshausen no era un poeta, debido a su posición social inferior
y sus gustos plebeyos. Fue sucesivamente soldado administrador y tabernero, y
murió como alcalde de la pequeña ciudad de Renchen en la Selva Negra. Sus
libros nos permiten vislumbrar las simas del vicio y la miseria a que lo
condujo su estrella. Su Simplicissimus no encuentra la paz, ni siquiera como
eremita penitente. El dios Proteo lo incita a internarse nuevamente en el océano
de la vida, con una fórmula en lenguaje misterioso que comienza con las
palabras “Manoha, gilos, timad, Isaser, sale, lacob” y cuyas letras iniciales y
finales forman un oráculo. Ahora vaga por la tierra, y con la risa en los labios
convence a los hombres de su necedad, hasta que un naufragio lo arroja a una
isla de los mares del Sur, de la cual nadie lo vuelve a rescatar. Pero esta
suprema novela picaresca no acaba con esto. En las Continuationen,
Simplicissimus vuelve a Alemania en calidad de curandero milagroso, conjurador
de espíritus y descubridor de tesoros, y se gana la vida como coplero ante la
tienda de un fabricante de calendarios y como charlatán de mercado de un
doctor, con quien recorre de nuevo media Europa. Ahora es un "zorro viejo,
que ha visto, oído, aprendido, leído y experimentado mucho durante su vida",
y le gusta "decir la verdad en honesto alemán, en una forma llana".
Con esta figura socarrona aparece en las subsecuentes novelas simplicianas en
donde nuevamente podemos observar la ralea vagabunda de los charlatanes, los
copleros y arpistas en toda su abyección. Esta chusma es la población del embudo
infernal y del monte purificador del ciclo de novelas protagonizadas por
Simplicissimus, y está vista con los ojos de un gran poeta.
Para el viejo Grimmelshausen, la
charlatanería se convirtió en una parábola poética, y no en última instancia
también de su propia poesía. Ya el Simplicissimus está construido totalmente
sobre, el tema del iluso, y la manera en que su autor siguió elaborándolo sólo puede explicarse, con
el placer por el juego hermético, que el lleva en el corazón
como todos los genios de lo cómico. En el Springinsfeld, el
Simplicissimus viejo, piadoso y sabio se encuentra en posesión de un libro
mágico, con el cual se presenta en el mercado como milagrero y gana oro a manos
llenas. Deja que un mirón tras otro sople sobre el libro, que muestra siempre
los deseos secretos de cada uno, y él los borra después soplando sobre las
páginas hasta que reaparece el texto. Este libro mágico es el símbolo de la
obra poética de Grimmelshausen. Está como Rabelais, como el Gleisner medieval, en
medio de los descreídos, pero como un creyente, como el "vagabundo Simplicius
Simplicissimus, que desaparece como azogue y no obstante es fiel" --como
el más iluso de los ilusos. Prosigue su juego todavía, entregando finalmente
este libro "a la publicidad". Su nombre es Bolsa de suertes mágicas
de Simplicissimus, necesaria y útil a todos los charlatanes, prestidigitadores,
juglares; en suma a todos aquellos que en un mercado abierto quieran producir
sensación o que quieran divertir a una reunión. El libro en cuestión es un
primitivo libro de estampas con grabados en madera de tipos humanos satíricos y
sus versos correspondientes: el libro de la vida humana, provisto de instrucciones para su empleo mágico.
Pero Grimmelshausen conoce muy bien el reverso diabólico del arte del prestidigitador.
Los presenta en su Landstorzerin
Courage ("Madre Courage"). Esta prostituta de los soldados no acaba
su vida vergonzosa como Simplicissimus, en el arrepentimiento piadoso, sino en
el lodo; y aquí también aparece el tema de la charlatanería: Madre Courage, al
final, anda por el mundo como mujer de un jefe gitano, con la cara ennegrecida,
maestra en mentiras y engaños, diciendo la buenaventura y ejerciendo otras
artes oscuras. Su oficio es la magia negra, el infierno de la perdición sin
arrepentimiento.
El reino de Hermes, otra de las secciones que componen el capítulo LOS PRESTIDIGITADORES, lo publicamos en este blog en una entrada del JUEVES, 25 DE OCTUBRE DE 2018.
Dejamos acá eñ enlace:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario