Nuestra primera publicación del blog, por el mes de Julio de 2007, fue
un segmento del prólogo a ese estudio mitográfico sobre los orígenes de la
poesía, LA DIOSA BLANCA, libro capital, que pone el dedo en la fibra, al señalar
visos del vivir que pocas veces han sido resaltados a la luz del academicismo
filológico - filosófico de la cultura occidental. Con los años hemos aprendido
que el blog soporta publicaciones de mediano aliento y no sólo textos rápidos o
signados por la brevedad. Ésa es la razón de que hoy, a casi 13 años de
habernos iniciado en estas lides, pongamos aquí un introito que es obra maestra
a una obra mayor y no menos maestra. Un libro que ha contado con sus
detractores entre los académicos estudiosos de los mitos o las fuentes de la
cultura. Es la visión de un poeta, además, de un poeta muy leído, indagador,
pero -sobre todo- muy poeta, condición sin la cual sus indagaciones no hubieran
podido erguirse como libro.
Salud!
lacl
LA DIOSA BLANCA ROBERT GRAVES Prólogo
Estoy
agradecido a Philip y Sally Graves, Christopher Hawkes, John Knittel, Valentin Iremonger, Max Mallowan, E. M. Parr,
Joshua Podro, Lynette Roberts, Martin Seymour-Smith, John Heath-Stubbs y
numerosos corresponsales que me han suministrado material original para este
libro; y a Kennéth Gay que me ayudó a ordenarlo. Sin embargo, desde la primera
edición publicada en 1946 ningún experto en irlandés o galés antiguo me ha
ofrecido la menor ayuda para depurar mi argumento, ni ha señalado ninguno de
los errores que han tenido que deslizarse en el texto, ni acusado recibo de mis
cartas. Estoy desilusionado, aunque no del todo sorprendido. El libro se lee
con suma extrañeza: pero, claro, una gramática histórica del lenguaje del mito
poético, nunca se había intentado hacer hasta ahora y para escribirla
concienzudamente he tenido que hacer frente a «preguntas enigmáticas; aunque no
fuera de toda conjetura» como las que Sir Thomas Browne cita en su Hydriotaphia:
«Qué canción cantaban las sirenas, o qué nombre adoptó Aquiles cuando se
ocultó entre las mujeres». Encontré respuestas positivas y no evasivas a
estas y otras muchas preguntas de la misma clase, como:
¿Quién hendió el pie del Diablo?
¿Cuándo vinieron las cincuenta Danaides con sus cedazos a
Britania?
¿Qué secreto estaba oculto en el Nudo Gordiano?
¿Por qué Jehová creó los árboles y las hierbas.antes de
crear el Sol, la Luna y
las estrellas?
¿Dónde se encontrará la Sabiduría?
Pero
es justo advertir a los lectores que éste sigue siendo un libro muy difícil,
así como muy extraño, y que deben evitarlo quienes posean una mente
aturrullada, cansada o rígidamente científica. No he querido omitir paso alguno
en mi exposición laboriosa, aunque sólo sea porque los lectores de mis
recientes novelas históricas se han mostrado un poco recelosos por ciertas
conclusiones heterodoxas, las autoridades de las cuales no siempre son citadas.
Tal vez ahora les satisfaga saber, por ejemplo, que la fórmula mística del toro-ternero
y los dos alfabetos de árboles que introduje en King Jesus no son «invenciones
extravagantes» de mi imaginación, sino que han sido deducidos lógicamente de
respetables documentos antiguos.
Mi
tesis es que el lenguaje del mito poético, corriente en la Antigüedad en la
Europa mediterránea y septentrional, era un lenguaje mágico vinculado a
ceremonias religiosas populares en honor de la diosa Luna, o Musa, algunas de
las cuales datan de la época paleolítica, y que éste sigue siendo el lenguaje de
la verdadera poesía, «verdadera» en el moderno sentido nostálgico de «el
original inmejorable y no un sustituto sintético». Ese lenguaje fue corrompido
al final del período minoico cuando invasores procedentes del Asia Central
comenzaron a sustituir las instituciones matrilineales por las patrilineales y
remodelaron o falsificaron los mitos para justificar los cambios sociales.
Luego vinieron los primeros filósofos griegos, que se oponían firmemente a la
poesía mágica porque amenazaba a su nueva religión de la lógica, y bajo su
influencia se elaboró un lenguaje poético racional (ahora llamado clásico) en
honor de su patrono Apolo, y lo impusieron al mundo como la última palabra
respecto a la iluminación espiritual: opinión que ha predominado prácticamente
desde entonces en las escuelas y universidades europeas, donde ahora se
estudian los mitos solamente como reliquias arcaicas de la era infantil de la
humanidad.
Una
de las repudiaciones más intransigentes de la mitología griega primitiva la
hizo Sócrates. Los mitos lo asustaban y desagradaban; prefería volverles la
espalda y disciplinar su inteligencia para pensar científicamente: «para
investigar la razón de la existencia de todo, de todo tal como es, no
como aparece, y para rechazar todas las opiniones que no se pueden
explicar».
He
aquí un pasaje típico del Fedro de Platón (traducción de Francisco Gallach
Palés):
«Fedro.-Dime, Sócrates, ¿no fue aquí, en los bordes del
lliso, en donde Bóreas, según dicen, raptó a la ninfa Oritia?
Sócrates.-Eso dicen.
Fedro.-Pero, ¿sería aquí mismo? Las olas parece que sonríen,
las aguas son tan puras y transparentes, y estas riberas parecen adecuadas a
los juegos de las jóvenes.
Sócrates.-Sin embargo, no fue aquí, fue un poco más abajo, a
dos o tres
estadios; allí por donde se pasa el río para ir al templo de
Diana Cazadora. Hasta hay en aquel lugar un altar de Bóreas.
Fedro.-No puedo comprenderlo bien; dime, Sócrates, haz el
favor, ¿crees tú también en aquella maravillosa aventura?
Sócrates.-Si lo dudase, como los sabios, no sentiría
embarazo alguno; podría demostrar los recursos de mi inteligencia diciendo que
el viento del Norte la hizo caer en los acantilados próximos sobre los que
jugaba con Farmacea, y que esta muerte proporcionó ocasión para relatar que
había sido raptada por Bóreas, o podría transportar la escena a los acantilados
del Areópago; has de saber, que existe otra leyenda que dice que fue raptada en
aquella colina y no en el sitio en donde nos encontramos. En cuanto a mí,
querido Fedro, encuentro esas explicaciones lo más agradable del mundo, pero
has de saber que requieren un hombre muy hábil que no ahorre esfuerzo y se
encuentre reducido a esa molesta necesidad, pues has de saber que después
tendrá que explicar la forma de los hipocentauros y la de la quimera; además,
se presentarán las gorgonas, pegasos y otros mil monstruos espantosos por su
número y su rareza.
Si nuestro incrédulo echa mano de su vulgar sabiduría para
encuadrarlos en las proporciones verosímiles, tendrá que disponer de mucha
calma. Por lo que a mí toca, no dispongo del tiempo necesario a estas
investigaciones, .y te diré la razón. Aún no he podido cumplir el precepto de
Delfos, es decir, conocerme a mí mismo, y, naturalmente, sumido en esta
ignorancia, me parecería burla querer conocer lo que me es extraño».
La
realidad era que en la época de Sócrates el sentido de la mayoría de los mitos pertenecientes
a la época anterior había sido olvidado o mantenido en un estricto secreto religioso,
aunque todavía se conservaban pictóricamente en el arte religioso y seguían circulando
como cuentos de hadas que citaban los poetas. Cuando se le invitaba a creer en
la Quimera, los hipocentauros o el alado caballo Pegaso, todos ellos símbolos directos
del culto pelásgico, el filósofo se sentía obligado a rechazarlos como improbabilidades
zoológicas; y como no tenía idea de la verdadera identidad de «la ninfa Oritia»
o de la historia del antiguo culto ateniense de Bóreas, sólo podía dar una absurda
explicación naturalista de su rapto en el Monte Iliso: «Sin duda el viento
del Norte la hizo caer en los acantilados próximos y halló la muerte al pie de
ellos».
Todos
los problemas que menciona Sócrates han sido planteados en este libro y resueltos,
a mi satisfacción por lo menos; pero aunque soy «una persona muy curiosa y concienzuda»,
no puedo convenir en que soy un hombre menos feliz que Sócrates, o en que
dispongo de más tiempo que él, o en que la comprensión del lenguaje del mito
nada tiene que ver con el conocimiento de sí mismo. Del tono petulante de su
expresión «vulgar sabíduría» deduzco que había pasado mucho tiempo
preocupándose por la Quimera, los hipocentauros y lo demás, pero que «las
razones de su existencia» se le habían escapado porque no era poeta y
desconfiaba de los poetas, y porque, como confesó a Fedro, era un ciudadano
inveterado que raras veces iba al campo, pues «los campos y los árboles nada
tienen que enseñarme y únicamente puedo sacar provecho en la ciudad entre la
sociedad de los hombres» El estudio de la mitología, como demostraré, se
basa firmemente en la ciencia de los árboles y en la observación de la vida en
los campos en las distintas estaciones.
Sócrates,
al volver la espalda a los mitos poéticos, la volvía en realidad a la diosa Luna
que los inspiraba y que exigía que el hombre rindiese a la mujer su homenaje espiritual
y sexual: el llamado amor platónico, la evasión del filósofo del poder de la diosa
para entregarse a la homosexualidad intelectual era realmente el amor
socrático.
No
podía alegar ignorancia: Diotima de Mantinea, la profetisa arcadia que puso fin
mágicamente a la peste en Atenas, le había recordado en una ocasión que el amor
del hombr tenía por objeto apropiado a las mujeres y que Moira, Ilitia y
Callone –la Muerte, el Nacimiento y la Belleza- formaban una tríada de diosas
que presidían todos los actos de la generación cualesquiera que fuesen:
físicos, espirituales o intelectuales.
En
el pasaje del Simposio donde Platón informa del relato que hace Sócrates de las
sabias palabras de Diotima, interrumpe el banquete Alcibíades, quien llega muy
bebido en busca de un bello muchacho llamado Agatón y lo encuentra reclinado
junto a Sócrates. Poco después dice a todos los presentes que él mismo incitó
en una ocasión a Sócrates, que estaba enamorado de él, a un acto de sodomía del
que, no obstante, el filósofo se abstuvo, quedando completamente satisfecho con
toda una noche de castos abrazos a su amado y bello cuerpo. Si Diotima hubiese
estado presente, al oír eso habría hecho una mueca y escupido tres veces en su
propio pecho: pues aunque la diosa, como Cíbeles e Ishtar, toleraba la sodomía
incluso en los patios de sus propios templos, la homosexualidad ideal era un
extravío moral mucho más grave: era el intelecto masculino tratando de hacerse
espiritualmente autosuficiente. Su venganza contra Sócrates -si puedo llamarla
así-por tratar de conocerse a sí mismo a la manera apolínea en vez de dejar esa
tarea a una esposa o una querida, fue característica: le encontró como esposa
una mujer de mal genio e hizo que fijara sus afectos idealistas en aquel mismo
Alcibíades que le deshonró haciéndose vicioso, ateo, traidor y egoísta -la
ruina de Atenas-. La diosa acabó con su vida con un filtro de cicuta, planta de
flores blancas y maloliente consagrada a ella bajo la advocación de Hécate *,
que le obligaron a beber sus conciudadanos como castigo por corromper a la
juventud. Después de su muerte sus discípulos lo convirtieron en un mártir y
bajo la influencia de aquellos los mitos cayeron en un desprestigio todavía
mayor y terminaron convirtiéndose en tema de los chistes callejeros o siendo
«explicados» por Euhemero de Mesenia y sus sucesores como corrupciones de la
historia. La explicación eumerista del mito de Acteón, por ejemplo, es que era
un caballero arcadio tan aficionado a la caza que le arruinó el gasto que suponía
el mantenimiento de una jauría.
Pero
incluso después de que Alejandro Magno hubiera cortado el Nudo Gordiano -acto
de un significado moral mucho mayor del que generalmente se le atribuye- el
antiguo lenguaje sobrevivió con bastante pureza en los Misterios o cultos secretos de Eleusis, Corinto, Samotracia y
otras partes, y cuando los suprimieron los primeros emperadores cristianos se
siguió enseñando en los colegios poéticos de Irlanda y Gales y en los
aquelarres de la Europa occidental. Como tradición religiosa popular casi
desapareció a fines del siglo XVII; y aunque todavía se escribe ocasionalmente poesía
de carácter mágico incluso en la Europa industrializada, es siempre el
resultado de una reversión inspirada y casi patológica al lenguaje original -un
visionario «don de lenguas» pentecostal- más bien que de un estudio consciente
de su gramática y vocabulario.
La
educación poética inglesa debería comenzar en realidad, no con los Cuentos de
Canterbury, ni con la Odisea, ni siquiera con el Génesis, sino con la Canción
de Amergin, un antiguo calendario-alfabeto celta, formado con diversas
variantes irlandesas y galesas deliberadamente escogidas y que resume
brevemente el primer mito poético. He intentado restaurar el texto como sigue:
Soy un ciervo: de siete púas,
soy una creciente: a través de un llano,
soy un viento: en un lago profundo,
soy una lágrima: que el Sol deja caer,
soy un gavilán: sobre el acantilado,
soy una espina: bajo la uña,
soy un prodigio: entre flores,
soy un mago: ¿quién sino yo
inflama la cabeza fría con humo?
Soy una lanza: que anhela la sangre,
soy un salmón: en un estanque,
soy un señuelo: del paraíso,
soy una colina: por donde andan los poetas,
soy un jabalí: despiadado y rojo,
soy un quebrantador: que amenaza la ruina,
soy una marea: que arrastra a la muerte,
soy un infante: ¿quién sino yo
atisba desde el arco no labrado del dolmen?
Soy la matriz: de todos los bosques,
soy la fogata: de todas las colinas,
soy la reina: de todas las colmenas,
soy el escudo: de todas las cabezas,
soy la tumba: de todas las esperanzas.
Es,
de lamentar que, a pesar del fuerte elemento mítico que contiene el cristianismo,
la palabra «mítico» haya llegado a significar «fantástico, absurdo, no histórico»,
pues la fantasía desempeñó un papel insignificante en la evolución de los mitos
griegos, latinos y palestinos, o de los mitos celtas hasta que los troveres franconormandos
los convirtieron en irresponsables novelas de caballería. Todos ellos son
recuerdos serios de costumbres o acontecimientos religiosos antiguos y son tan dignos
de confianza como la historia una vez que se comprende su lenguaje y se tienen en
cuenta los errores en la transcripción, las malas interpretaciones de un ritual
obsoleto y los cambios deliberados hechos por razones morales o políticas. Por
supuesto, algunos mitos han sobrevivido en una forma mucho más pura que otros;
por ejemplo, las Fábulas de Higinio, la Biblioteca de Apolodoro y los primeros
cuentos de la galesa Mabinogion facilitan la lectura en comparación con las
crónicas engañosamente sencillas del Génesis, Exodo, Jueces y Samuel. Tal vez
la mayor dificultad para resolver los complejos problemas mitológicos consiste
en que:
Los dioses vencedores toman sus títulos
de los enemigos que cautivan,
y
en que conocer el nombre de un dios en cualquier lugar o período es mucho menos
importante que conocer la naturaleza de los sacrificios que se le ofrecían. Los
poderes de los dioses eran definidos de nuevo continuamente. El dios griego
Apolo, por ejemplo, parece haber comenzado como el Demonio de una hermandad del
Ratón en la Europa totemista prearia; poco a poco se fue elevando a la
categoría divina por la fuerza de las armas, extorsiones y fraudes, hasta que
llegó a ser el patrón de la Música, la Poesía y las Artes, y, finalmente, en
algunas regiones al menos, desposeyó a su «padre» Zeus de la Soberanía del
Universo identificándose con Belinos, el intelectual Dios de la Luz. Jehová, el
Dios de los judíos, tiene una historia todavía más compleja.
«¿Cuál
es la utilidad o la función de la poesía en la actualidad?» es una pregunta no menos
acerba porque la hagan con insolencia tantos estúpidos o la respondan con apologías
tantos tontos. La función de la poesía es la invocación religiosa de la Musa; su
utilidad es la mezcla de exaltación y de horror que su presencia suscita. ¿Pero
«en la actualidad»? La función y la utilidad siguen siendo las mismas; sólo la
aplicación ha cambiado. Esta era en un .tiempo una advertencia al hombre de que
debía mantenerse en armonía con la familia de criaturas vivientes entre las cuales
había nacido, mediante la obediencia a los deseos del ama de casa; ahora es un
recordatorio de que no ha tenido en cuenta la advertencia, ha trastornado la
casa con sus caprichosos experimentos en la filosofía, la ciencia y la
industria, y se ha arruinado a sí mismo y a su familia. La «actual» es una
civilización en la que son deshonrados los principales emblemas de la poesía.
En la que. la serpiente, el león y el águila, corresponden a la carpa del
circo; el buey, el salmón y el jabalí ala fábrica de conservas; el caballo de
carrera y el lebrel a las pistas de apuestas; y el bosquecillo sagrado al
aserradero. En la que la Luna es menospreciada como un apagado satélite de la
Tierra y la mujer considerada como «personal auxiliar del Estado». En la que el
dinero puede comprar casi todo menos la verdad y a casi todos menos al poeta
poseído por la verdad.
Decid,
si queréis, que soy la zorra que ha perdido el rabo; no soy sirviente de nadie
y he decidido vivir en las afueras de una aldea montañesa de Mallorca, católica
pero anticlerical, donde la vida se rige todavía por el viejo ciclo agrícola.
Sin mi rabo, o sea sin mi contacto con la civilización urbana, todo lo que
escribo tiene que ser leído perversa e impertinentemente por aquellos de
vosotros que estáis todavía engranados a la maquinaria industrial, ya sea
directamente, en calidad de obreros, administradores, comerciantes o
anunciantes, o ya indirectamente, en calidad de funcionarios públicos, editores,
periodistas, maestros de escuela o empleados de una corporación de radiotelefonía.
Si sois poetas, os daréis cuenta de que la aceptación de mi tesis histórica os
compromete a una confesión de deslealtad que estaréis poco dispuestos a hacer; elegisteis
vuestras tareas porque prometían proporcionaros un ingreso seguro y tiempo para
prestar a la Diosa que adoráis un valioso servicio de media jornada.
Preguntaréis quién soy yo para advertiros que ella exige un servicio de jornada
completa o ninguno absolutamente. ¿Y acaso os sugiero que renunciéis a vuestras
tareas y, por falta de capital suficiente, os establezcáis como pequeños
arrendatarios u os convirtáis en pastores románticos -como hizo Don Quijote
cuando no pudo ponerse de acuerdo con el mundo moderno- en remotas granjas no
mecanizadas? No, mi falta de rabo me impide hacer cualquier sugerencia
práctica. Sólo me atrevo a hacer una exposición histórica del problema; no me
interesa cómo os las arregláis con la Diosa. Ni siquiera sé si sois serios en
vuestra profesión poética.
R.
G.
Deyá,
Mallorca, España.
*
Como bien sabía Shakespeare. Véase Macheth, IV, 1, 25
GRAVES,
ROBERT LA DIOSA BLANCA, vol. I. Alianza
Editorial.
Foto de lacl
White Goddess
Created
by Dylan Lewis and Don Searll, formed part of an exhibition on L'Ormerins wine
estate in Franschhoek.
Gary B.B. Coleman - The Sky is Crying
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