La noche de los cuchillos largos. Glosa sobre verdad y
realidad de algunos hechos históricos, lacl.
Encontrar la verdad es una empresa ardua, cuando no utópica
o subjetiva. Pues la verdad es maleable, según sea la palabra que se empine o
endilgue con la intención de esgrimirla cual un “axioma último e incontestable”
y los fines que, a trastiendas, se hayan esbozado para impulsarla como tal.
Hay una palabra inopinada, de buen corazón, que parte primorosa a enlazar quereres, y hay otra, intencionada, de descalabrados fines, que parte con la misión de una conquista, sea la que fuere.
Hay una palabra inopinada, de buen corazón, que parte primorosa a enlazar quereres, y hay otra, intencionada, de descalabrados fines, que parte con la misión de una conquista, sea la que fuere.
Una verdad no debería ser lo que piense un
señor en la oscuridad de sus temores, sus prejuicios o sus odios masticados en
la cerrazón de una perniciosa indefensión; tampoco ha de ser la enseña que
levante una secta apoyada en razones similares –pues lo que ataca a un
individuo, igualmente ataca a un colectivo que se ha reunido en torno a una
causa que sienta como capaz de compensar la existencia de algunas horrendas e
inconfesables máculas interiores compartidas por el clan.
Siempre he preferido darle preeminencia a realidades o a certezas (por muy mínimas o desoladoras que se presenten ante nuestros ojos) que antes que dársela a aquello que se ha instituido como verdad; con todo y el riesgo de que tales realidades o certezas puedan no calzar los puntos suficientes como para instituirse en verdad, sino en simple hecho consumado. Y ello va en razón de que de los hechos consumados es de donde se erigen las certezas que no aspiran a nada, ni siquiera a que se las reconozca como una entidad existente. Están allí con o sin nuestra aquiescencia.
Siempre he preferido darle preeminencia a realidades o a certezas (por muy mínimas o desoladoras que se presenten ante nuestros ojos) que antes que dársela a aquello que se ha instituido como verdad; con todo y el riesgo de que tales realidades o certezas puedan no calzar los puntos suficientes como para instituirse en verdad, sino en simple hecho consumado. Y ello va en razón de que de los hechos consumados es de donde se erigen las certezas que no aspiran a nada, ni siquiera a que se las reconozca como una entidad existente. Están allí con o sin nuestra aquiescencia.
De allí que sean pocos los documentos que muestran, ya no
la verdad, sino una mera y cruda realidad, tal como lo hace el presente trabajo
audio visual. Los seres humanos no se entregan con gusto a la develación del
pathos que nos define como estirpe. Por supuesto, los seres humanos, no somos únicamente
una especie atacada por un pathos espiritual, una estirpe que sólo ha de
convivir con esa zona de sombras en la que se debaten ocultos horrores y
pesadillas. También somos capaces de doblegarnos a la dulzura de un vivir, por
llamarlo así, vegetativo, y ¿por qué no? también gentilmente carnal.
Pero la travesía de la humana historia, ese camino
entregado a la gobernanza de nuestras más deplorables bajezas y al ocultamiento
de esa sombreada zona de nuestra psique, nos ha llevado a erigir un mundo totalmente
ficticio, artificial y en perenne simulacro.
En fin, dejamos este trabajo aquí, que lamentablemente no
cuenta con un buen subtitulado automático, para quienes puedan y quieran
adentrarse en un pasaje del nacional-socialismo; el cual devela, mucho más de
lo que cabe sospechar, las causas que verdaderamente han movido y siguen
moviendo, en amplios sectores de la humanidad, una espectral decadencia: la de una
moralina exacerbada.
Acotemos, la moralina es, de por sí, una exacerbación. Pero
cuando se incrementa el despótico furor de aquello que, a causa de algunos imperantes
patrones colectivos, juzgamos como moralmente inconfesable, se potencia el movimiento
de nuestro simbólico universo interior y las aguas de un calmado lago pasan a batirse
como las de un océano en torbellino.
lacl
© lacl, 16/08/2019
Lothar Machtan, El secreto de Hitler, La doble vida del dictador.
Hay más, el libro de Lothar Machtan, EL SECRETO DE HITLER,
LA DOBLE VIDA DEL DICTADOR. Un libro que me aclara un poco las dudas razonables
que, desde niño, siempre me atacaron sobre ese señor mal encarado, que me lucía
tan femenil, por ejemplo, al levantar su manita para saludar al vulgo. Era un
niño, pero el asunto no me hacía juego.
No lo he podido leer tan a gusto, pues la letra del tomo
adquirido no puede ser más pequeña. Literatura para ser leída con microscopios
o lectores de microfilms... En fin, parte del mercadeo. El libro es, para la
industria del libro, un coroto, y por norma no se toma en cuenta al
destinatario del “bien”. ¿Si no lo hacen las factorías de fármacos o las de
alimentos, lo van a hacer las grandes editoriales, que al día de hoy -al igual
que otros sectores de la economía- sólo sueñan con Mammón? En fin, se agradece
al menos el poder tenerlo a mano para descifrarlo.
Advierto, no me interesa destacar ni denostar su homosexualismo,
sino la tramoya montada para lucir un papel que, por cierto, no le quedó nunca
nada bien: el de un Pedro Armendáriz encarnando un rol de a lo mero macho,
entre pistolas y mariachis. El pathos de Hitler y muchos de los de su entorno -un
lunar que habrían de esconder a todo trance- fue, en la humilde opinión de un
servidor, el causante de muchos (si no, de todos) los males orquestados por la
secta.
© lacl, 17/08/2019
Otros fotomontajes de John Heartfield (Helmut Herzfeld)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario