23 de Abril, 2011
(Sobre la piedad)
Esta mañana me detuve, muy temprano, en una
arepera, aprovechando la ciudad un tanto desierta, para tomar un desayuno
criollo, un pabellón con unas caraotas cuyo descartado sabor resultó ser mi más
cercana y reciente experiencia de la nada.
Mi intención es aprovechar la calma de la hora
para releer algún que otro pasaje de los libros que cargo en la alforja,
remirar mi cuaderno, organizar mis ideas con miras a lo que diré al presentar
la novela de Mario, compromiso duplicado por el afecto.
Un joven indigente, con rostro y mirada de
exiliado y no reconocido Jesucristo, se asoma tímidamente desde la calle para
pedirme, con una voz que sólo es audible en otra dimensión, en otro mundo, que
sacíe su hambre y su sed.
Hablamos sin emitir palabras.
Le pido al mesonero que le ordene una comida y un
jugo. Gesto que, al parecer, solivianta el ánimo del dueño y de algunos de sus
plebeyos.
Acto seguido, el honorable propietario le pide a
dos enormes policías, ocupantes de una mesa al fondo, que espanten al joven de
la entrada de su negocio; orden que acatan cual pretorianos una orden de Nerón.
Al unísono, el manumiso mayor se acerca y me
susurra al oído: “No se preocupe. El negocio le brindará la comida al pordiosero”
No podían permitirse que les coartaran su derecho
a ejercer la caridad…
.
Las primeras siete fotos fueron tomadas por un
servidor desde lejos con el zoom de una cámara portátil. Inmediaciones de El
Bosque, Caracas. La octava fue igualmente captada con la camara del celular, en las calles de Chacao.
Las otras fueron tomadas de la red. Entre ellas se
incluye una de Raimundo Arruda Sobrinho, el poeta que pasó muchos años de su vida en la indigencia, regalando sus poemas a los transeúntes...
Pietà, Rainer Maria Rilke
Pietà
Así pues veo Jesús, una vez más, tus pies,
que fueron los pies de un muchacho,
los que antaño descalcé y lavé;
cómo se confundían entre mi pelo
cual un gamo blanco en el arbusto espinoso.
Así pues veo tus miembros nunca cortejados
por primera vez en esta noche de amor.
Nunca nos acostamos juntos,
y ahora sólo te admiro y te velo.
Pero he aquí tus manos desgarradas,
Amado, no por mí, ni por mi mordedura.
Tu corazón está abierto y uno puede entrar:
entrada que debería haber sido sólo mía.
Ahora estás cansado, y tu boca cansada
no tiene ganas de soplar en mi boca.
Oh Jesús, Jesús, ¿cuándo fue nuestra hora?
Cuánto los dos nos extrañamos.
Rainer Maria Rilke, mayo / junio 1906, París
(Versión propia, lacl)
Sobre este poema, más en:
Pietá - Leve o Que Quiser/Meninas da Lua/Vai Saber?
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