Luminosa glosa sobre el diario, de Elias Canetti. Provoca reproducirla entera, pero mis dedos y mi visión se resisten, luego agrego los otros párrafos. Memorable.
(lacl)
En el diario uno
habla consigo mismo. Quien no logra hacerlo, quien ve frente a él a un
auditorio, aunque sea futuro, después de su muerte, está falseando. No es éste
el lugar para referirse a esos diarios falsificados. También pueden tener
cierto valor. Hay algunos que poseen una fascinación increíble; lo que interesa
en ellos son las proporciones de la falsificación. Su atractivo depende del
talento del falsificador. Pero lo que ahora quisiera abordar es el diario
auténtico, mucho más raro e importante. ¿Qué sentido tiene para quien lo
escribe, es decir, para alguien que de todos modos escribe muchísimo, porque su
profesión es escribir?
No deja de ser
extraño el que un diario no pueda llevarse siempre:
hay largos periodos durante los cuales lo esquivamos como algo peligroso, casi
como un vicio. No siempre estamos descontentos con nosotros mismos y con los
demás. Hay épocas de exaltación y de indudable dicha personal. En la vida de un
hombre para quien la propensión al conocimiento se ha convertido en una segunda
naturaleza, esas épocas no pueden ser muy frecuentes. Por eso mismo le
parecerán tanto más preciosas y tendrá miedo de deteriorarlas si las toca. Como
lo apoyan -igual que a cualquier otro- durante el resto, mucho mayor, de su
existencia, las necesita y por eso no
las toca: les deja su aura de milagros incomprensibles. Sólo su hundimiento lo
obligará a reflexionar de nuevo. ¿Cómo ha llegado a perderlas? ¿Qué cosa se las
ha destruido? Y en ese momento reanuda el diálogo consigo mismo.
Elias Canetti, de la sección Diarios, en Diálogo con el
interlocutor cruel, 1965. Tomado del libro Conciencia de las palabras.
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