A Carlos Morales del Coso
En manos de las minorías gobernantes, la
modernidad se ha convertido en un armatoste de moler la juventud.
Siempre pienso en esos años, en lo que a lo ancho y largo del mundo proponían los
jóvenes. Y no me cabe la menor duda de
que, en su candor, los jóvenes no avizoraron el inmenso peligro que representaba
una minoría gobernante de senectud adocenada, pero muy diligente en su misión de
quebrarles las piernas a esos muchachos que amenazaban con echar todo su
podrido mundo al piso.
Los sucesos de 1968 en diversos rincones del orbe,
las experiencias como el "Mayo francés", la fiesta de Woodstock, la aplastada juventud de Checoslovaquia, la masacre de Tlatelolco, la revolución
musical, la propuesta de un mundo del que se desarraigaran la guerra y los
prejuicios, todo ello fue llevado al traste por hombrecillos de oficina, con
espejuelos en rostros de ratón, pero muy bien enfocados en su misión de acallar
y destruir la candorosa posibilidad de un mundo sin tabúes.
Claro que todo esto fue posible con la anuencia de
la pureza y candidez juvenil. No había maldad en esos corazones. Y con la pura
y simple evocación de lemas como "Paz y amor" era imposible derrotar a las contrahechas
y malhadadas huestes de toda política oficial. Y, en buena parte, los 60 y 70 terminarían
por asemejarse a los locos años 20, en su culto al escapismo. No creemos
necesario recontar las víctimas fatales que quedaron en el camino persiguiendo
la alucinación.
Algunos pensaron que la vía sólo podía ser política.
Pero la política ya era un títere en manos de esas minorías que todo lo vigilan,
tutelan y apadrinan. Pues su primerísima misión era y sigue siendo la de mantener
firme el statu quo de un putrefacto mundo humano, en el que ni la contemplación del
cosmos ni el deleite de la flor tienen cabida.
Las minorías gobernantes no descansan, siempre
andan trabajando en su labor de destrucción. Son unos mirmidones. Trabajo,
dinero y poder conforman su santísima trinidad. Una tríada sin ninguna cualidad
para el entusiasmo, el endiosamiento. Sin logos ni espíritu. La condición para adorar a su santísima trinidad es la de aceptar su ceguera. Se trabaja para
trabajar, se obtiene dinero para tener dinero, se persigue el poder para tener más
poder.
La juventud, alguna juventud del mañana, si es que
el mundo humano pretende salvaguardarse a sí mismo, deberá abstenerse de beber
en las copas de la ceguera.
Nota: He hecho mía esa expresión de Aldous Huxley
de las “minorías gobernantes”, y la he acogido como una frase que devela,
sencilla pero directamente, uno de los grandes padecimientos de la humanidad. Otro
maravilloso giro de expresión suyo, para etiquetar las artimañas de los clanes empeñados en avasallar al mundo humano es
aquella de las “finanzas centralizadas”. Ambas expresiones son esgrimidas en un
libro de cabecera que hoy debiera ser reeditado y regalado a la juventud que despunta:
“Ciencia. Libertad y paz”. Un libro maravilloso sobre las posibilidades prácticas
del hombre de a pie para combatir las tretas que, en su perjuicio, arma el
poder detentado por las minorías.
4 comentarios:
Como decíamos entonces: "No confíes en alguien mayor de 30 años."
Como decíamos entonces: "No confíes en alguien mayor de 30 años."
Como decíamos entonces: "No confíes en alguien mayor de 30 años."
Es que el mundo humano ha instituido, como norma, cortar el hilo que nos conecta a una niñez que sabe lo que es solazarse en el juego con todo aquello que nos trasciende, el insondable firmamento. Al perder conexión con la desentendida inocencia, perdemos conexión con el alma, mutilamos nuestra esencial identidad.
Un abrazo, América...
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