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domingo, 17 de julio de 2016

Ante la conjura del poder, la conjura de la poesía. En el marco del 5to Festival de poesía de Maracaibo.



Ante la conjura del poder, la conjura de la poesía.

El tiempo humano, esa impresión de duración en la que el hombre ha transfigurado su vivir, ha terminado por convertirse en altar desendiosado. Grosso modo, se vive para la jornada que ha de venir, mientras se acalla el rumor de lo presente y el manar de nuestra propia sangre.

Producto de una conjura -la conjura de un poder que sólo admite el vasallaje de los muchos en favor de los pocos-, resulta imperdonable el hecho de que, a estas alturas de la  historia, tantos seres humanos tengamos que ser víctimas de ese inmenso molino ideado exclusivamente para triturar aquello que nace en los afluentes de la vida anímica.

Se ha instaurado la ilusión de que ese engañoso artefacto de poder muele hechos, actos y gestos: humano obrar promulgado en un tiempo que corre veloz, segundo a segundo (y, paradójicamente, sin tiempo para la pausa), cuando la realidad es que lo que pulveriza es el asomo de la vida espiritual, nuestra sed de atemporalidad, nuestra gana y derecho a respirar eternidad.

Pero, ¿a qué viene esta amorfa perorata para celebrar la concelebración del culto al decir poétic­o? Pues, a la sencilla deducción de que el culto de la poesía nace, también, de otra conjura: la conjura de mostrar siempre el envés de la hoja, la cara oculta de la luna, el nadir que no se desea presentir; la conjura de revelar, si no verdades, al menos sí, certezas de un vivir posible y más allegado a las caridades del alma; la conjura que desnuda una mentira que, agazapada tras las solapas de un petulante señor cara de trámite, succiona la sangre del desprevenido ser que, de buena fe, le escucha.

Voces de todos los calibres, tonos y timbres, voces de escuchas que anotan todo lo dictado, lo revelado y lo secreto. Voces que han sido, ante todo y primeramente, puro oído. Y que en su condición de receptivo ombligo han auscultado suelo y cielo reverenciosamente, para legar la palabra de la Diosa. Voces que, aunque hayan sido obligadas a hablar desde el desierto, no dejarán de filtrar sus susurros en todo pabellón de oreja, en el mismísimo lóbulo de los oídos amaestrados.

Su conjura no opera cual opera la conjura del poder, porque la poesía opera a trastiendas, lentamente y sin descanso. Porque lo que le impulsa, anima y motiva no es la voluntad de poder, sino la gana de ser.

Por ello quiero agradecer a Luis Perozo Cervantes y el conjunto humano que tan abnegadamente le acompaña en la tesonera labor de mantener el fuego encendido para la concelebración de esta conjura, todas las atenciones y desvelos acometidos para llevar la barca a buen puerto. Les auguramos vientos promisorios en lo porvenir.

Salud, amigos! Y larga vida a la conjura.

lacl - 17 / 07 /2016
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