DEL DESTIERRO *
Llevo en el espíritu
la desolación del paisaje, la naturaleza está de duelo; comunicó la montaña su
inamovilidad a la neblina que la envuelve; del aroma y del canto está huérfano
el aire, árboles melancólicos, como soñolientos agonizan bajo un cielo plomizo,
en una atmósfera asfixiante. En este lugar lleno de silencio, parece que sólo
viviera mi corazón alentado por un recuerdo, por una sensación muerta.
Rememoro la mañana,
cuando pasó a mi lado, encarnación de beldad tentadora que atormentara el sueño
de un asceta: arrogante el paso, desdeñoso el gesto; desde las tinieblas de sus
ojos de mirar perverso lanzaba sus flechas el amor oculto; en su faz, seda viva
un lunar como diminuta estrella apagada; con cabeza rubia ponía una sonrisa de
luz un sol de fiesta...
En éxtasis divino,
queriendo eternizar aquel instante, la contemplé alejarse junto con mi
tranquilidad por la avenida asombrosa de árboles, cuyas hojas susurraban con
murmullos de voces muy quedas.
Desde ese momento la
pena es mi huésped, consagrado a ella vivo, me mata su ausencia; hizo en mi
pecho su nido ese recuerdo que me atormenta como una garra que se ahonda.
Vivimos del dolor y
del pasado, disipando tristezas, poniendo en fuga negros pensamientos, el
recuerdo de aquella mujer hace palpitar mi corazón, único ser que parece vivir
en este lugar de silencio la naturaleza, cansada de actividad y ansiosa muerte.
*En
Ritmo e ideas. (Revista literaria). Cumaná, Año I, n° 1, 15 de diciembre de
1911.
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