Los seres humanos, que tanto degustamos y nos regodeamos en el gesto de haber creado "civilizaciones", en más ocasiones de las que quisiéramos, parecemos no calificar ni siquiera como platelmintos o protozoarios.
Nos empeñamos en mal colgarnos de alguna rama, sin nunca abrazar el tronco del árbol, ni colocar el oído en la corteza para vibrar con las irrigaciones de la savia. Y en esa mínima ventaja que nos confiere el hecho de inventarnos, de crear, inventar o reinventar la creación, o de emular al creador o a la creadora (pues no sabemos qué sexo tenga el hacedor del cosmos, si es que ha de tener uno), reside nuestra miopía, cuando no nuestra ceguera.
De allí el humano celo del uno para con el otro, el reojo del vecino para con los circunvecinos, de la tirria de un pueblo para con el otro y de las rencillas entre estirpes supuestamente distintas.
A ningún ser humano se le puede dar un folio en blanco para que lo rellene por nosotros, a ninguno. Pues somos tan incompletos y tan expuestos al yerro, tan propensos al engreimiento, en virtud de esa mínima ventaja referida, la cual no comporta más que un espejismo.
Eso no significa, sin embargo, que la especie humana no pueda seguir avanzando mientras aspira a una elevación espiritual en su decurso existencial. Sendero en el que cada individuo ha de dejar su aporte, con sus aciertos y yerros, víctima de las falencias propias de una psique que, a sabiendas de contar con ese recurso de la creación, también se sabe desvalida e ínfima ante la Inmensidad que le rodea.
Y creadores ínfimos y desvalidos, como somos ante el cosmos, nos topamos, por doquier, con una red de prójimos detractores en lo que concierne al tambaleante paso de nuestro humano devenir; son misioneros cuyo leitmotiv de vida es demostrar que los asiste una razón superior, si no divina, mientras se dedican a desbaratar todo aquello que les luzca impertinente para los destellos de su aura y su envanecido yo. Lo que suele impulsar a estos misioneros es un espíritu policial, en el sentido moderno del término, esto es, son movidos por el deseo de vigilar, oprimir, avasallar. Son clanes, no otra cosa. Con o sin poder, siempre persiguen el poder, independientemente de la parcela dónde monten su principado. No hay lupas ni telescopios que les puedan asisitir en su preconcebida visión. Sectas de rumiantes soledosos que se juntan en gesta, sin jamás haber estado verdaderamente juntos, esto es, en mística comunión.
Y no obstante las desesperanzas, cabe albergar la esperanza de que en el seno de toda civilización que nace, acaso palpite también la aspiración a un ascenso espiritual.
Pero el ser humano no ha logrado todavía llegar al estadio en el que esa red de obsesos y empecinados misioneros no sea la que siga ocupando cargos de responsabilidad en lo concerniente a lo colectivo (o quizás sembrando patrones de opinión cuando se encuentran a la defensiva frente a un poder ejercido por otros clanes, pues nadie ama más que ellos una palestra), amén de seguir dictaminando verticalmente -y hasta el aburrimiento- cuales han de ser las pautas "civilizatorias" que han de seguir las despectivamente llamadas masas.
lacl, 10 de Noviembre, 2021, 4: 45 am
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Nota Bene: Estos contenidos se comparten única y exclusivamente por interés humanístico, cultural o artístico. Salud, lacl.
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