ES NEGRA, Alan Watts
Imagina a Dios Madre en lugar de Dios Padre,
en lugar de una luz cegadora una oscuridad impenetrable de la que surge todo.
OM.
Hay un
viejo cuento sobre un astronauta que viaje al espacio y, a su regreso, le
preguntaron si había estado en el cielo
y había visto a Dios.
—Sí
—respondió.
—¿Y cómo
es Dios?
—Es negra.
Aunque el
cuento es muy viejo, es sumamente profundo.
Conocí un
monje que empezó siendo agnóstico Luego se puso a leer a Henri Bergson, el
filósofo francés que proclamaba la fuerza vital (élan vital) y mientras más leía esta dase dé filosofía, más se
convencía de que esa gente en realidad hablaba de Dios.
Personalmente,
yo también he leído muchos razonamientos teológicos sobre la existencia de Dios
y todos comienzan siguiendo esta línea: Si somos inteligentes y razonables, no
podemos ser producto de un universo mecánico y carente de significado. Los
higos no crecen en los cardos, ni las uvas crecen en zarzas; por consiguiente,
nosotros, en tanto que expresase del universo, en tanto que apertura a través
de la cual el universo se observa a sí mismo, no podemos ser una mera
casualidad.
Y a que si
este mundo se puebla, como los
árboles fructifican el universo en sí (la energía subyacente en él, que es de
lo que se trata) debe ser inteligente.
Ahora
bien, cuando llegamos a esa conclusión, debemos tener mucho cuidado, porque
podemos dar un nuevo salto y llegar a una conclusión que carece de garantías:
que esa inteligencia, ese maravilloso poder creador que produce todo esto, es
el Dios de la Biblia.
¡Mucho
cuidado!
Porque ese
Dios, en contra de sus propios mandamientos, está hecho a imagen de un tirano
paternal, autoritario y benéfico del antiguo Medio Oriente. Resulta muy fácil
caer en esa trampa debido a que todo está preparado, institucionalizado por la
Iglesia católica romana, por la sinagoga, por las iglesias protestantes... todo
está listo para que lo aceptemos.
Bajo la
presión del consenso social resulta muy natural suponer que cuando alguien
emplea la palabra Dios, se
refiere a la figura paterna, porque incluso Jesús utilizó esta analogía del
padre para describir su experiencia de Dios.
Tuvo que hacerlo, pues en su cultura
no había ninguna otra figura.
Actualmente
nos hemos rebelado contra la imagen del padre autoritario, especialmente en los
Estados Unidos, que son una república y no una monarquía. Pero rechazar la
imagen paternalista de Dios como un ídolo no significa necesariamente ser ateo.
Yo he
propuesto algo llamado ateísmo en nombre de Dios. Es decir, una experiencia, un
contacto, una relación con Dios desde el fondo de nuestro ser, que no ha de
encarnarse ni expresarse en ninguna imagen determinada. Los teólogos en general
no están de acuerdo con esta idea.
En mis
conversaciones con ellos he descubierto que tienden a ser un poco obstinados
sobre la naturaleza de Dios. Insisten en que Dios, de hecho, tiene una
naturaleza muy determinada. Este monoteísmo ético sostiene que el poder que
gobierna este universo tiene opiniones y reglas sumamente definidas a las que
debemos someter nuestra mente y nuestros actos. Si no tenemos cuidado,
iremos en contra de los fundamentos del universo y seremos castigados. Dicho en
un lenguaje fuera de moda, nos quemaremos eternamente en los fuegos del
infierno. En términos modernos, no llegaremos a ser una persona auténtica. (Lo
que viene a ser tan sólo otra manera de decirlo.)
Existe la
idea de que hay una autoridad detrás del mundo y esa autoridad no somos
nosotros, sino alguien más. Esta concepción, judeo-cristiana y musulmana, hace
que muchas personas se sientan ajenas a la raíz y base de la existencia. De
hecho, hay muchas personas que nunca maduran y siempre están aterradas ante la
imagen del abuelo.
Actualmente
soy abuelo y los abuelos ya no me aterran. Sé que soy tan estúpido como mis
abuelos. Por lo tanto, no estoy dispuesto a inclinarme ante la imagen de un
dios con una larga barba blanca.
Nosotros,
la gente inteligente, no creemos en realidad en esa clase de Dios. Me refiero a
que pensamos que Dios es espíritu, que Dios es indefinible e infinito y todas
esas cosas; pero aun así. las imágenes de Dios tienen un efecto mucho más
poderoso sobre nuestras emociones que sobre nuestras ideas.
Y cuando
la gente lee la Biblia y canta himnos como «Señor de los Tiempos que estás
entronizado en la gloria» y «Dios, inmortal e invisible, el único sabio,
inaccesible a nuestros ojos a pesar de la luz», siguen pensando en el señor de
barba que vive en el cielo. Todo eso está muy ligado con sus emociones.
Para
contrarrestarlo, debemos pensar en imágenes opuestas, y he aquí la imagen
opuesta:
Es negra.
Imaginemos
en lugar de Dios Padre a Dios Madre y, en lugar de un ser luminoso y
resplandeciente, una oscuridad impenetrable.
En la
mitología hindú, esta idea es representada por Kali, la Gran Madre, a quien se
representa con las imágenes más terribles. Kali tiene colmillos y su lengua
chorrea sangre; tiene una cimitarra en una mano, en la otra una cabeza cortada,
v está pisando el cadáver de su marido, Shiva. Además, Shiva representa el
aspecto destructivo de la divinidad que disuelve todas las cosas a fin de que
puedan volver a nacer. Esta madre terrible que se alimenta de sangre es la
imagen de la realidad suprema que se encuentra detrás de este universo. Ella
representa las cosas más terribles, las que más nos aterrorizan.
Esta
imagen es sumamente importante.
Supongamos
que, en este momento, nos sentimos bastante bien. La razón por la que sabemos
que nos sentimos bastante bien es que, en el fondo de nuestra mente, tenemos la
sensación de algo absolutamente terrible que simplemente no debe ocurrir. Y
así, en comparación con aquello que no sucede y que no necesariamente debe
suceder, nos sentimos bastante bien.
Esa cosa
absolutamente horrenda que no debe suceder es Kali.
Debemos
empezar a preguntarnos si la presencia de Kali no es, de cierta manera, algo
sumamente beneficioso. ¿Cómo podríamos saber que las cosas son buenas a menos
que haya algo que no sea bueno en modo alguno?
Es negra.
No se trata de un juicio definitivo, sino de una manera de empezar a considerar
el problema y de sacar nuestra mente de sus cauces normales.
El sujeto
tácito de este juicio, es decir, lo femenino, representa lo que en filosofía se
denomina el principio negativo. Lógicamente, a la gente de nuestra cultura que
apoya la liberación de la mujer no le gusta asociar lo femenino con lo
negativo, ya que lo negativo ha adquirido connotaciones sumamente malas.
Decimos que debemos subrayar lo positivo; lo que no es más que una simple
actitud machista y chauvinista. ¿Cómo podríamos saber que sobresalimos a no ser
por comparación con algo que no sobresale?
No podemos
apreciar lo convexo sin lo cóncavo. No podemos apreciar lo firme sin lo
vacilante. Por consiguiente, la pretendida negatividad del principio femenino es,
obviamente, vivificadora y muy importante.
Pero
vivimos en una cultura que no lo advierte. Por ejemplo, nuestra atención se
fija en las figuras e ignora los fondos. Al ver una pintura, una representación
de un ave, no advertimos el papel blanco que está debajo del dibujo. Al ver un
libro impreso, suponemos que lo importante es la impresión y que la página
carece de importancia. Pero si reconsideramos todo esto, ¿cómo podría haber una
impresión visible sin una página debajo?
De alguna
manera, consideramos que las posiciones subyacentes, como las posiciones
misioneras, son inferiores. Pero ser subyacente equivale a ser fundamental.
La palabra substancia se refiere a lo que se
encuentra por debajo (sub —
debajo y stancia — estar). Ser
substancial es ser subyacente, ser el sostén, el fundamento del mundo.
Esta es la
gran función de lo femenino: ser la sustancia.
Por
consiguiente, lo femenino es representado por el espacio, que de noche parece
negro.
De no ser
por el espacio negro y vacío, no tendríamos ninguna posibilidad de ver las
estrellas. Las estrellas brillan en el espacio y los astrónomos están empezando
a darse cuenta de que las estrellas son una función del espacio. Ahora bien,
esto parece ir en contra de nuestro sentido común, ya que pensamos que el
espacio no es otra cosa qué la nada y no nos damos cuenta de que el espacio es
totalmente básico para todo.
Es como
nuestra consciencia. Nadie puede imaginarse qué es la consciencia. Es el «qué»
más esquivo de todos los que existen.
Debido a
que es el telón de fondo de todo lo demás que conocemos, no le prestamos mucha
atención. Ponemos atención en las cosas que se hallan dentro del campo de la
consciencia, en las descripciones, en los objetos, en las supuestas cosas que
hay en el campo visual, en los sonidos que se encuentran dentro de nuestra
capacidad auditiva, etc. Pero a lo que abarca todo eso (sea lo que sea) no le
prestamos mucha atención. Ni siquiera podemos pensar en ello.
Es como
intentar verse la cabeza. Intentemos vemos la cabeza y ¿qué encontramos? Ni
siquiera una mancha oscura en medio de las cosas; simplemente no encontramos
nada.
Y sin
embargo, la cabeza es aquello con que vemos, lo mismo que el espacio es aquello
donde brillan las estrellas.
Hay algo
sumamente raro en todo esto. Eso que no puedes capturar, eso que siempre nos
escapa, que es totalmente esquivo...
el vacío
... parece
ser absolutamente necesario para que exista cualquier cosa. Ahora llevemos este
pensamiento más adelante.
Kali
también es el principio de la muerte porque lleva una cimitarra en una mano y
una cabeza cortada en la otra.
Pensar en
la muerte es tremendamente importante, pero lo eludimos. En nuestra cultura
barremos la muerte debajo de la alfombra.
En los
hospitales se intenta mantener vivo al paciente durante el mayor tiempo
posible, a pesar de que pueda tratarse de una situación totalmente desesperada.
No le dicen al paciente que va a morir. Cuando tienen que decir a sus parientes
que se trata de un caso «sin esperanza», a menudo se les advierte que no deben
decírselo al paciente. Y la familia llega a ver al paciente con una sonrisa
fingida y le dicen: «Oye, te pondrás bueno dentro de un mes, más o menos.
Después iremos a pasar unos días al mar y escucharás el canto de los pájaros».
Y el moribundo sabe perfectamente que eso es una ficción.
Hemos
hecho de la muerte algo terrible. Hemos inventado vidas terribles para después
de la vida. La versión cristiana del cielo es tan abominable como la versión
cristiana del infierno. Nadie quiere pasarse la vida dentro de la iglesia,
¡vamos!
Los niños
quedan absolutamente horrorizados al oír himnos como el que dice: «Postrado
ante Ti para contemplarte continuamente». Ahora bien, en el nivel teológico se
puede retorcer sutilmente este himno para que parezca muy profundo. Estar
postrado y contemplar (ver), al mismo tiempo, es una coinci— dentia oppositorum, una coincidencia de opuestos, un
concepto muy profundo. Pero para un niño es como un calambre en el cuello.
Nos
enfrentamos a la idea de que lo que puede suceder tras la
muerte es
que nos encontraremos ante nuestro juez, el que lo sabe todo sobre nosotros, el
Gran Papá que sabe lo malos que éramos desde muy pequeños. Con su mirada
llegará hasta el centro de nuestra existencia inautèntica... y ¡quién sabe los nervios
y la inquietud que sentiremos!
O podemos
creer en la reencarnación y pensar que nuestra próxima vida será la recompensa
o el castigo por lo que hemos hecho en esta. Bueno, si hemos cometido el crimen
perfecto en esta vida, quién sabe qué cosas terribles nos sucederán en la
próxima.
Consideramos
que la muerte es una catástrofe.
También
hay otras personas que dicen: «Cuando estás muerto, estás muerto». Como si no
fuera a suceder nada en absoluto. Así que ¿para qué preocuparse? Bueno, en
realidad no nos gusta mucho la idea, nos espanta. ¿Te imaginas 16 que sería
morir? ¿Dormirse y nunca más despertar?
Hay muchas
cosas que no será. No será como si te enterraran vivo. No será como estar
eternamente en la oscuridad. Os digo que será como si nunca hubierais existido,
en absoluto. No solamente vosotros, sino todo lo demás también. Simplemente no
habrá habido nunca nada y no habrá nadie que lo lamente.
Y no habrá
problema.
Pensadlo
un momento.
Cuando en
realidad lo pensamos, sentimos una sensación muy extraña.
Imaginadlo
en realidad.
Simplemente
detenerse por completo... y ni siquiera podemos hablar de detención, porque no se puede tener
detención sin arranque. Y no hubo arranque; no hubo nada.
Si lo pensamos, veremos que así era antes de que naciéramos. Si
retrocedemos tanto como nos sea posible en el recuerdo, llegamos a ese estado.
Y al anticipamos al futuro a fin de saber cómo será estar muerto, se nos
ocurren ideas raras: que ese vado es la contraparte indispensable de lo que llamamos ser.
Todos pensamos
que estamos vivos. Pensamos que estamos realmente aquí. ¿Cómo podríamos
experimentar esta realidad, si
no
hubiésemos estado alguna vez muertos? ¿Qué nos da una vaga noción de que
estamos aquí, si no es el hecho de que, alguna vez, no lo estuvimos? ¿Y de que
más tarde, no lo estaremos?
Se trata
de un ciclo, como los polos negativo y positivo en electricidad. Este es el
valor del simbolismo de Es negra.
Ella, el
principio uterino, lo receptivo, el vacío y la oscuridad. ¿Dónde podría brillar
la luz, si no en la oscuridad?
Si podemos
captar esto, podemos comprender muchas fascinantes consecuencias.
En la
naturaleza no hay verdadera negrura. Tengo un gato que supuestamente es negro,
pero observándolo de cerca es de color marrón oscuro. Todas las sombras tienen
color. Al igual que no hay gatos negros, en realidad no existen personas
negras. Yo soy más bien de un rosado pastoso y no verdaderamente blanco,
mientras que mis amigos negros son de diferentes tonos de marrón.
Al mismo
tiempo, el uso de la palabra negro
contiene algo sumamente significativo. Es el principio de la noche. El otro
lado de la luz es muy importante porque nos demuestra que la luz no puede ser
luz sin el negro. Por consiguiente, debemos abandonar la teología en que la luz
y la oscuridad se oponen irreconciliablemente.
La
concepción más esquizofrénica posible es pensar que lo blanco y la luz son lo
bueno, lo que es total y hay que conservar, mientras que la oscuridad y lo
negro son lo malo, que debe abandonarse y rechazarse. La luz y la oscuridad, el
blanco y el negro, el yang y el yin, son mutuamente indispensables.
No
queremos pensar que la resolución de ambos es una especie de lodosa mezcla de
blanco y negro. Intentamos pensar qué es lo que tienen en común la luz y la
oscuridad, el blanco y el negro, y que escapa a nuestra imaginación.
Cuando el
macho y la hembra se unen (cuando se unen en realidad) sucede algo entre ellos
que escapa a su imaginación.
«Te
quiero».
¿Qué
significa esto?
Una mujer
puede preguntar a un hombre: «¿Por qué me amas?»
éste
balbucea: «No lo sé. Hay algo en ti que se me escapa. No me pidas que te lo
explique, por favor».
Luego, en
otra ocasión, el hombre puede decir: «Bueno, la situación es perfectamente
clara, es así y asá, todo el mundo lo entiende», y la mujer dice: «Bueno, tal
vez, pero yo creo que te has olvidado de algo, de algo muy importante que no
has incluido en tu idea. No me parece correcta».
este es el
juego sempiterno entre ambos, de manera que ambos son misterios interminables
para el otro. Las mujeres parecen avispadas y piensan que comprenden a los
hombres. Y los hombres parecen vehementes y piensan que entienden a las
mujeres. Pero no es así.
Ninguno de
los dos entiende al otro y así es como debe ser. Si entendiéramos todo
completamente hasta sus mismísimas raíces, nos aburriríamos.
Todo sería
predecible.
¿Qué puede
resultar más aburrido que conocer tan bien a una persona que podamos predecir
todas sus reacciones? Si automáticamente sabemos cuál será su opinión sobre
cualquier tema, no nos molestaremos en hablar de nada. De hecho, una persona
tan predecible es muy vulnerable, ya que cualquiera cuyos hábitos sean
completamente predecibles es, como decía don Juan a Carlos Castañeda, una presa
fácil.
¡Seamos
sorprendentes y, además, sorprendámonos a nosotros mismos!
La única
manera en que podemos ser verdaderamente irregulares es no sabiendo,
intelectualmente, lo que vamos a hacer. Esta es una enseñanza de Jesús. Él dijo
que todos los que han nacido del Espíritu son como el viento que sopla donde él
quiere, y nosotros lo oímos, pero no sabemos de dónde viene ni adónde va.
También recomendó a sus discípulos que, cuando fueran a hablar, no pensaran de
antemano k› que iban a decir, sino que dejaran que el Espíritu los inspirase.
(Naturalmente, todos los sacerdotes han sido educados para preparar
cuidadosamente sus sermones de antemano.)
A la
mayoría de nosotros nos asusta lo desconocido.
Tenemos miedo
de no llegar a conocer a Dios (es decir, la base de nuestro ser, la energía que
todos expresamos). Atendemos a toda clase de imágenes, ya sean masculinas o
femeninas, luminosas u oscuras, sabiendo perfectamente que no podemos llegar a
lo que nos es esencial y eso nos preocupa.
Abandonarnos
pacífica y auténticamente, de manera sumisa, a la posibilidad de la muerte, a
la inexistencia de nuestros recuerdos, de nuestro ego; pasar del es al no es; rendirnos a lo femenino, cosa que hacemos alegremente
cuando hacemos el amor, algo estrechamente vinculado en toda la historia
simbólica con la muerte: Esos son los pasos que nos provocan tanta angustia.
Nos
sentimos fascinados y horrorizados al mismo tiempo por esto que somos y que
nunca podremos saber, que nunca podremos controlar.
Y así
llegamos ante la presencia del Dios que no tiene imagen.
Detrás de
la imagen del padre, detrás de la imagen de la madre, detrás de la imagen de la
luz inaccesible y detrás de la imagen de la oscuridad profunda y abismal, hay
algo más que no podemos concebir en absoluto. Esto no es ateísmo en el sentido
formal de la palabra. Es una actitud profundamente religiosa, ya que en
términos prácticos corresponde a una actitud hacia la vida que implica una
confianza y abandono totales.
Cuando
elaboramos imágenes de Dios, estas no son más que exhibiciones de nuestra falta
de fe. Queremos algo de qué cogemos, de qué aferramos, la roca de los tiempos o
lo que sea. Pero únicamente cuando no nos aferramos adoptamos una actitud de
fe.
De ordinario,
si os presentara una idea que os pareciera totalmente negativa, que aboliera
todas las certezas que consideráis necesarias y os dejara aparentemente en
medio de un vacío, pensaríais que soy un nihilista, un destructor. De alguna
manera es cierto: esta es la actitud de Shiva, una actitud destructiva.
Pero, una
vez más, llegamos a la idea del ateísmo en nombre de Dios. Únicamente
abandonando todas estas concepciones, podemos en realidad descubrimos a
nosotros mismos.
Si
abandonamos todos los ídolos, encontraremos, desde luego, que este desconocido
que es el fundamento del universo somos nosotros mismos.
No es el
tú qué piensas que eres.
No es la
opinión que tienes de ti mismo.
No es la
idea o imagen que tienes de ti mismo.
No es tu
sensación crónica del deber.
Tu ser
está más allá de todo eso.
Es algo
que nunca puedes capturar.
No puedes
comprenderlo; ¿para qué?
Si
pudieras, ¿qué harías con él?
Nunca
puedes llegar a él.
La actitud
de fe con respecto a ese misterio central y profundo consiste en dejar de
perseguirlo, de intentar capturarlo.
Si eso
sucede, pasan las cosas más sorprendentes. Si yo trato de mejorarme y de
controlarme levantándome con los cordones de los zapatos, lo único que lograré
será desperdiciar energía indefinidamente; simplemente resulta imposible.
Cuando dejo de intentarlo, de pronto toda esa energía que he estado malgastando
la puedo emplear para otra cosa.
La mayoría
de nosotros estamos en un estado de tensión constante, pensando si vamos a
sobrevivir o no. Al conducir en la carretera, cada minuto pensamos si vamos a
sobrevivir.
Si tomamos
un avión pensamos si vamos a sobrevivir. Nos preguntamos de dónde vamos a sacar
el dinero para comprar comida al día siguiente. Estamos totalmente absortos en
esta necesidad de sobrevivir. Estamos «cansados de vivir y tenemos miedo de
morir».
Supongamos
que nos damos cuenta de que sobrevivir o no carece de importancia. ¿Realmente
necesitamos sobrevivir?
¿No te
sentirías mucho mejor si abandonaras la necesidad de sobrevivir?
¿No te
sentirías más libre?
¿No
dispondrías de más energía para hacer cosas gloriosas?
¿No serías
capaz de amar más a los demás si ya no te preocupara si vas a sobrevivir?
Hemos
aprendido que debemos continuar, que es nuestro deber.
Pero no lo
es.
Todas
estas ideas sobre lo espiritual, lo divino y lo que debemos hacer no son la
única manera de ser religioso.
Hay un
misterio inefable subyacente en nosotros y en el mundo. Es la oscuridad de la
que surge la luz. Cuando reconocemos la integridad del universo y que la muerte
es tan inevitable como el nacimiento, podemos descansar y aceptar que es así.
No podemos
hacer nada más.
Alan Watts, del Libro OM, La sílaba sagrada.
***
ERES ESO, Alan Watts
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