Otra de las maravillosas conferencias de ese caballero que no terminamos de encomiar, descubrir y redescubrir. Es una charla magistral que no hace falta glosar. Sólo una sutil elegancia nos gustaría señalar. El Fausto de Goethe no fue muy del agrado de Borges (una vez calificó esa obra como una de las formas del tedio, o algo así). El párrafo con que abre su conferencia es todo un dechado de elegancia para señalar su crítica a ese clásico de la literatura alemana. Sin más, esa pieza oral de la que no hemos conseguido aún el registro en las redes.
Salud!
lacl
A Nietzsche le desagradaba que se hablara parejamente de
Goethe y de Schiller. Y podríamos decir que es igualmente irrespetuoso hablar
del espacio y del tiempo, ya que podemos prescindir en nuestro pensamiento del
espacio, pero no del tiempo.
Vamos a suponer que sólo tuviéramos un sentido, en lugar de
cinco. Que ese sentido fuera el oído. Entonces, desaparece el mundo visual, es
decir, desaparecen el firmamento, los astros… Que carecemos de nuestro tacto:
desaparece lo áspero, lo liso, lo rugoso, etcétera. Si nos faltan también el
olfato y el gusto perderemos también esas sensaciones localizadas en el paladar
y en la nariz. Quedaría solamente el oído. Allí tendríamos un mundo posible que
podría prescindir del espacio. Un mundo de individuos. De individuos que pueden
comunicarse entre ellos, pueden ser millares, pueden ser millones, y se
comunican por medio de palabras. Nada nos impide imaginar un lenguaje tan
complejo o más complejo que el nuestro —y por medio de la música. Es decir,
podríamos tener un mundo en el que no hubiera otra cosa sino conciencias y
música. Podría objetarse que la música necesita de instrumentos. Pero es
absurdo suponer que la música necesita instrumentos. Los instrumentos se
necesitan para la producción de la música. Si pensamos en tal o en cual
partitura, podemos imaginarla sin instrumentos: sin pianos, sin violines, sin
flautas, etcétera.
Entonces, tendríamos un mundo tan complejo como el nuestro,
hecho de conciencias individuales y de música. Como dijo Schopenhauer, la
música no es algo que se agrega al mundo; la música ya es un mundo. En ese
mundo, sin embargo, tendríamos siempre el tiempo. Porque el tiempo es la
sucesión. Si yo me imagino a mí mismo, si cada uno de ustedes se imagina a sí
mismo en una habitación oscura, desaparece el mundo visible, desaparece de su
cuerpo. ¡Cuántas veces nos sentimos inconscientes de nuestro cuerpo…! Por
ejemplo, yo ahora, sólo en este momento en que toco la mesa con la mano, tengo
conciencia de la mano y de la mesa. Pero algo sucede. ¿Qué sucede? Pueden ser
percepciones, pueden ser sensaciones o pueden ser simplemente memorias o
imaginaciones. Pero siempre ocurre algo. Y aquí recuerdo uno de los hermosos
versos de Tennyson, uno de los primeros versos que escribió: «Time is
flowing in the middle of the night» (El tiempo que fluye a
medianoche). Es una idea muy poética esa de que todo el mundo duerme, pero
mientras tanto el silencioso río del tiempo —esa metáfora es inevitable— está
fluyendo en los campos, por los sótanos, en el espacio, está fluyendo entre los
astros.
Es decir, el tiempo es un problema esencial. Quiero decir
que no podemos prescindir del tiempo. Nuestra conciencia está continuamente
pasando de un estado a otro, y ése es el tiempo: la sucesión. Creo que Henri
Bergson dijo que el tiempo era el problema capital de la metafísica. Si se
hubiera resuelto ese problema, se habría resuelto todo. Felizmente, yo creo que
no hay ningún peligro en que se resuelva; es decir, seguiremos siempre
ansiosos. Siempre podremos decir, como San Agustín: «¿Qué es el tiempo?
Si no me lo preguntan lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro».
No sé si al cabo de veinte o treinta siglos de meditación
hemos avanzado mucho en el problema del tiempo. Yo diría que siempre sentimos
esa antigua perplejidad, esa que sintió mortalmente Heráclito en aquel ejemplo
al que vuelvo siempre: nadie baja dos veces al mismo río. ¿Por qué nadie baja
dos veces al mismo río? En primer término, porque las aguas del río fluyen. En
segundo término —esto es algo que ya nos toca metafísicamente, que nos da como
un principio de horror sagrado—, porque nosotros mismos somos también un río,
nosotros también somos fluctuantes. El problema del tiempo es ése. Es el
problema de lo fugitivo: el tiempo pasa. Vuelvo a recordar aquel hermoso verso
de Boileau: «El tiempo pasa en el momento en que algo ya está lejos de
mí». Mi presente —o lo que era mi presente— ya es el pasado. Pero ese
tiempo que pasa, no pasa enteramente. Por ejemplo, yo conversé con ustedes el
viernes pasado. Podemos decir que somos otros, ya que nos han pasado muchas
cosas a todos nosotros en el curso de una semana. Sin embargo, somos los
mismos. Yo sé que estuve disertando aquí, que estuve tratando de razonar y de
hablar aquí, y ustedes quizás recuerden haber estado conmigo la semana pasada.
En todo caso, queda en la memoria. La memoria es individual. Nosotros estamos
hechos, en buena parte, de nuestra memoria.
Esa memoria está hecha, en buena parte, de olvido.
Tenemos, pues, el problema del tiempo. Ese problema puede
no resolverse, pero podemos revisar las soluciones que se han dado. La más
antigua es la que da Platón, la que luego dio Plotino y la que dio San Agustín
después. Es la que se refiere a una de las más hermosas invenciones del hombre,
Se me ocurre que se trata de una invención humana. Ustedes quizás pueden pensar
de otro modo si son religiosos. Yo digo: esa hermosa invención de la eternidad.
¿Qué es la eternidad? La eternidad no es la suma de todos nuestros ayeres. La
eternidad es todos nuestros ayeres, todos los ayeres de todos los seres
conscientes. Todo el pasado, ese pasado que no se sabe cuándo empezó. Y luego,
todo el presente. Este momento presente que abarca todas las ciudades, todos
los mundos, el espacio entre los planetas. Y luego, el porvenir. El porvenir,
que no ha sido creado aún, pero que también existe.
Los teólogos suponen que la eternidad viene a ser un
instante en el cual se juntan milagrosamente esos diversos tiempos. Podemos
usar las palabras de Plotino, que sintió profundamente el problema del tiempo.
Plotino dice: hay tres tiempos, y los tres son el presente. Uno es el presente
actual, el momento en que hablo. Es decir, el momento en que hablé, porque ya
ese momento pertenece al pasado. Y luego tenemos el otro, que es el presente
del pasado, que se llama memoria. Y el otro, el presente del porvenir, que
viene a ser lo que imaginan nuestra esperanza o nuestro miedo.
Y ahora, vayamos a la solución que dio primeramente Platón,
que parece arbitraria pero que sin embargo no lo es, como espero probarlo.
Platón dijo que el tiempo es la imagen móvil de la eternidad. El empieza por
eternidad, por un ser eterno, y ese ser eterno quiere proyectarse en otros
seres. Y no puede hacerlo en su eternidad: tiene que hacerlo sucesivamente. El
tiempo viene a ser la imagen móvil de la eternidad. Hay una sentencia del gran
místico inglés William Blake que dice: «El tiempo es la dádiva de la
eternidad». Si a nosotros nos dieran todo el ser… El ser es más que el
universo, más que el mundo. Si a nosotros nos mostraran el ser una sola vez,
quedaríamos aniquilados, anulados, muertos. En cambio, el tiempo es la dádiva
de la eternidad. La eternidad nos permite todas esas experiencias de un modo
sucesivo. Tenemos días y noches, tenemos horas, tenemos minutos, tenemos la
memoria, tenemos las sensaciones actuales, y luego tenemos el porvenir, un
porvenir cuya forma ignoramos aún pero que presentimos o tememos.
Todo eso nos es dado sucesivamente porque no podemos
aguantar esa intolerable carga, esa intolerable descarga de todo el ser del
universo. El tiempo vendría a ser un don de la eternidad. La eternidad nos
permite vivir sucesivamente. Schopenhauer dijo que felizmente para nosotros
nuestra vida está dividida en días y en noches, nuestra vida está interrumpida
por el sueño. Nos levantamos por la mañana, pasamos nuestra jornada, luego
dormimos. Si no hubiera sueño, sería intolerable vivir, no seríamos dueños del
placer. La totalidad del ser es imposible para nosotros. Así nos dan todo, pero
gradualmente.
La transmigración responde a una idea parecida. Quizás
seríamos a un tiempo, como creen los panteístas, todos los minerales, todas las
plantas, todos los animales, todos los hombres. Pero felizmente no lo sabemos.
Felizmente, creemos en individuos. Porque si no estaríamos abrumados, estaríamos
aniquilados por esa plenitud.
Llego ahora a San Agustín. Creo que nadie ha sentido con
mayor intensidad que San Agustín el problema del tiempo, esa duda del tiempo.
San Agustín dice que su alma arde, que está ardiendo porque quiere saber qué es
el tiempo. El le pide a Dios que le revele qué es el tiempo. No por vana
curiosidad sino porque él no puede vivir sin saber aquello. Aquello viene a ser
la pregunta esencial, es decir, lo que Bergson diría después: el problema
esencial de la metafísica. Todo eso lo dijo con ardor San Agustín.
Ahora que estamos hablando del tiempo, vamos a tomar un
ejemplo aparentemente sencillo, el de las paradojas de Zenón. El las aplica al
espacio, pero nosotros las aplicamos al tiempo. Vamos a tomar la más sencilla
de todas; la paradoja o la aporía del móvil. El móvil está situado en una punta
de la mesa, y tiene que llegar a la otra punta. Primero tiene que llegar a la
mitad, pero antes tiene que cruzar por la mitad de la mitad, luego por la mitad
de la mitad de la mitad, y así infinitamente. El móvil nunca llega de un
extremo de la mesa al otro. Oh, si no, podemos buscar un ejemplo de la
geometría. Se imagina un punto. Se supone que el punto no ocupa extensión
alguna. Si tomamos luego una sucesión infinita de puntos, tendremos la línea. Y
luego, tomando un número infinito de líneas, la superficie. Y un número
infinito de superficies, tenemos el volumen. Pero yo no sé hasta dónde podemos
entender esto, porque si el punto no es espacial, no se sabe de qué modo una
suma, aunque sea infinita, de puntos inextensos, puede darnos una línea que es
extensa. Al decir una línea, no pienso en una línea que va desde este punto de
la tierra a la luna. Pienso, por ejemplo, en esta línea: la mesa, que estoy
tocando. También consta de un número infinito de puntos. Y para todo eso se ha
creído encontrar una solución.
Bertrand Russell lo explica así: hay números finitos (la
serie natural de los números 1, 2. 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10 y así
infinitamente). Pero luego consideramos otra serie, y esa otra serie tendrá
exactamente la mitad de la extensión de la primera. Está hecha de todos los
números pares. Así, al 1 corresponde él 2, al 2 corresponde el 4, al 3
corresponde el 6… Y luego tomemos otra serie. Vamos a elegir una cifra
cualquiera. Por ejemplo, 365. Al 1 corresponde el 365, al 2 corresponde el 365
multiplicado por sí mismo, al 3 corresponde el 365 multiplicado a la tercera
potencia. Tenemos así varias series de números que son todos infinitos. Es
decir, en los números transfinitos las partes no son menos numerosas que el
todo. Creo que esto ha sido aceptado por los matemáticos. Pero no sé hasta
dónde nuestra imaginación puede aceptarlo.
Vamos a tomar el momento presente. ¿Qué es el momento
presente? El momento presente es el momento que consta un poco de pasado y un
poco de porvenir. El presente en sí es como el punto finito de la geometría. El
presente en sí no existe. No es un dato inmediato de nuestra conciencia. Pues
bien; tenemos el presente, y vemos que el presente está gradualmente volviéndose
pasado, volviéndose futuro. Hay dos teorías del tiempo. Una de ellas, que es la
que corresponde, creo, a casi todos nosotros, ve el tiempo como un río. Un río
fluye desde el principio, desde el inconcebible principio, y ha llegado a
nosotros. Luego tenemos la otra, la del metafísico James Bradley, inglés.
Bradley dice que ocurre lo contrario: que el tiempo fluye desde el porvenir
hacia el presente. Que aquel momento en el cual el futuro se vuelve pasado, es
el momento que llamamos presente.
Podemos elegir entre ambas metáforas. Podemos situar el
manantial del tiempo en el porvenir o en el pasado. Lo mismo da. Siempre
estamos ante el río del tiempo. Ahora, ¿cómo resolver el problema de un origen
del tiempo? Platón ha dado esa solución: el tiempo procede de la eternidad, y
sería un error decir que la eternidad es anterior al tiempo. Porque decir
anterior es decir que la eternidad pertenece al tiempo. También es un error
decir, como Aristóteles, que el tiempo es la medida del movimiento, porque el
movimiento ocurre en el tiempo y no puede explicar el tiempo. Hay una sentencia
muy linda de San Agustín, que
dice: «Non in tempore, sed cum tempore Deus creavit caela et terram» (es decir: No en el tiempo, sino con tiempo, Dios creó los cielos y la tierra). Los primeros versículos del Génesis se refieren no sólo a la creación del mundo, a la creación de los mares, de la tierra, de la oscuridad, de la luz, sino al principio del tiempo. No hubo un tiempo anterior: el mundo empezó a ser con el tiempo, y desde entonces todo es sucesivo.
dice: «Non in tempore, sed cum tempore Deus creavit caela et terram» (es decir: No en el tiempo, sino con tiempo, Dios creó los cielos y la tierra). Los primeros versículos del Génesis se refieren no sólo a la creación del mundo, a la creación de los mares, de la tierra, de la oscuridad, de la luz, sino al principio del tiempo. No hubo un tiempo anterior: el mundo empezó a ser con el tiempo, y desde entonces todo es sucesivo.
Yo no sé si este concepto de los números transfinitos que
explicaba hace un momento puede ayudarnos. No sé si mi imaginación acepta esa
idea. No sé si la de ustedes puede aceptarla. La idea de cantidades cuyas
partes no sean menos extensas que el todo. En el caso de la serie natural de
los números aceptamos que la cifra de números pares es igual a la cifra de
números impares, es decir, que es infinita; que la cifra de potencia del número
365 es igual a la suma total. ¿Por qué no aceptar la idea de dos instantes de
tiempo? ¿Por qué no aceptar la idea de las 7 y 4 minutos y de las 7 y 5
minutos? Parece muy difícil aceptar que entre esos dos instantes haya un número
infinito o transfinito de instantes.
Bernheim dijo que las paradojas de Zenón se basaban en un
concepto espacial del tiempo. Que en la realidad lo que existe es el ímpetu
vital y que no podemos subdividirlo. Por ejemplo, si decimos que mientras
Aquiles corre un metro la tortuga ha corrido un decímetro, eso es falso, porque
decimos que Aquiles corre a grandes pasos al principio y luego a pasos de
tortuga al final. Es decir, estamos aplicando al tiempo unas medidas que
corresponden al espacio. Pero vamos a suponer un transcurso de cinco minutos de
tiempo. Para que pasen cinco minutos dé tiempo es necesario que pase la mitad
de cinco minutos. Para que pasen dos minutos y medio, tiene que pasar la mitad
de dos minutos y medio. Para que pase la mitad, tiene que pasar la mitad de la mitad,
y así infinitamente, de suerte que nunca pueden pasar cinco minutos. Aquí
tenemos las aporías de Zenón aplicadas al tiempo con el mismo resultado.
Y podemos tomar también el ejemplo de la flecha. Zenón dice
que una flecha en su vuelo está inmóvil en cada instante. Luego, el movimiento
es imposible, ya que una suma de inmovilidades no puede constituir el
movimiento.
Pero si nosotros pensamos que existe un espacio real, ese
espacio puede ser divisible finalmente en puntos, aunque el espacio sea divisible
infinitamente. Si pensamos en un espacio real, también puede subdividirse en
instantes, en instantes de instantes, cada vez en unidades de unidades.
Si pensamos que el mundo es simplemente nuestra
imaginación, si pensamos que cada uno de nosotros está soñando un mundo, ¿por
qué no suponer que pensamos de un pensamiento a otro y que no existen esas
subdivisiones puesto que no las sentimos? Lo único que existe es lo que
sentimos nosotros. Sólo existen nuestras percepciones, nuestras emociones. Pero
esa subdivisión es imaginaria, no es actual. Luego hay otra idea, que también
parece pertenecer al común de los hombres, que es la idea de la unidad del tiempo.
Fue establecida por Newton, pero ya la había establecido el consenso antes de
él. Cuando Newton habló del tiempo matemático —es decir, de un solo tiempo que
fluye a través de todo el universo— ese tiempo está fluyendo ahora en lugares
vacíos, está fluyendo entre los astros, esta fluyendo de un modo uniforme. Pero
el metafísico inglés Bradley dijo que no había ninguna razón para suponer eso.
Podemos suponer que hubiera diversas series de tiempo,
decía, no relacionadas entre sí. Tendríamos una serie que podríamos llamar a,
b, c, d, e, f… Esos hechos están relacionados entre sí: uno es posterior a
otro, uno es anterior a otro, uno es contemporáneo de otro. Pero podríamos
imaginar otra serie, con alfa, beta, gamma… Podríamos imaginar otras series de
tiempos.
¿Por qué imaginar una sola serie de tiempo? Yo no sé si la
imaginación de ustedes acepta esa idea. La idea de que hay muchos tiempos y que
esas series de tiempos —naturalmente que los miembros de las series son
anteriores, contemporáneos o posteriores entre sí— no son ni anteriores, ni
posteriores, ni contemporáneas. Son series distintas. Eso podríamos imaginarlo
en la conciencia de cada uno de nosotros. Podemos pensar en Leibniz, por
ejemplo.
La idea es que cada uno de nosotros vive una serie de
hechos, y esa serie de hechos puede ser paralela o no a otras. ¿Por qué aceptar
esa idea? Esa idea es posible; nos daría un mundo más vasto, un mundo mucho más
extraño que el actual. La idea de que no hay un tiempo. Creo que esa idea ha
sido en cierto modo cobijada por la física actual, que no comprendo y que no
conozco. La idea de varios tiempos. ¿Por qué suponer la idea de un solo tiempo,
un tiempo absoluto, como lo suponía Newton?
Ahora vamos a volver al tema de la eternidad, a la idea de
lo eterno que quiere manifestarse de algún modo, que se manifiesta en el
espacio y en el tiempo. Lo eterno es el mundo de los arquetipos. En lo eterno,
por ejemplo, no hay triángulo. Hay un solo triángulo, que no es ni equilátero,
ni isósceles, ni escaleno. Ese triángulo es las tres cosas a la vez y ninguna
de ellas. El hecho de que ese triángulo sea inconcebible no importa nada: ese
triángulo existe.
O, por ejemplo, cada uno de nosotros puede ser una copia
temporal y mortal del arquetipo de hombre. También se nos plantea el problema
de si cada hombre tuviera su arquetipo platónico. Luego ese absoluto quiere
manifestarse y se manifiesta en el tiempo. El tiempo es la imagen de la
eternidad.
Yo creo que esto último nos ayudaría a entender por qué el
tiempo es sucesivo. El tiempo es sucesivo porque habiendo salida de lo eterno
quiere volver a lo eterno. Es decir, la idea de futuro corresponde a nuestro
anhelo de volver al principio. Dios ha creado el mundo; todo el mundo, todo el
universo de las criaturas, quiere volver a ese manantial eterno que es
intemporal, no anterior al tiempo ni posterior; que está fuera del tiempo. Y
eso ya quedaría en el ímpetu vital. Y también el hecho de que el tiempo está
continuamente moviéndose. Hay quienes han negado el presente. Hay metafísicos
en el Indostán que han dicho que no hay un momento en que la fruta cae. La
fruta está por caer o está en el suelo, pero no hay un momento en que cae.
¡Qué raro pensar que de los tres tiempos en que hemos
dividido el tiempo —el pasado, el presente, el futuro—, el más difícil, el más
inasible, sea el presente! El presente es tan inasible como el punto. Porque si
lo imaginamos sin extensión, no existe; tenemos que imaginar que el presente
aparente vendría a ser un poco el pasado y un poco el porvenir Es decir,
sentimos el pasaje del tiempo. Cuando yo hablo del pasaje del tiempo, estoy
hablando de algo que todos ustedes sienten. Si yo hablo del presente, estoy
hablando de una entidad abstracta. El presente no es un dato inmediato de
nuestra conciencia.
Nosotros sentimos que estamos deslizándonos por el tiempo,
es decir, podemos pensar que pasamos del futuro al pasado, o del pasado al
futuro, pero no hay un momento en que podamos decirle al tiempo: «Detente
¡Eres tan hermoso…!» como quería Goethe. El presente no se detiene. No
podríamos imaginar un presente puro; sería nulo. El presente tiene siempre una
partícula de pasado, una partícula de futuro. Y parece que eso es necesario al
tiempo. En nuestra experiencia, el
tiempo corresponde siempre al río de Heráclito, siempre seguimos con esa antigua parábola. Es como si no se hubiera adelantado en tantos siglos. Somos siempre Heráclito viéndose reflejado en el río, y pensando que el río no es el río porque ha cambiado las aguas y pensando que él no es Heráclito porque él ha sido otras personas entre la última vez que vio el río y ésta. Es decir, somos algo cambiante y algo permanente. Somos algo, esencialmente misterioso.
tiempo corresponde siempre al río de Heráclito, siempre seguimos con esa antigua parábola. Es como si no se hubiera adelantado en tantos siglos. Somos siempre Heráclito viéndose reflejado en el río, y pensando que el río no es el río porque ha cambiado las aguas y pensando que él no es Heráclito porque él ha sido otras personas entre la última vez que vio el río y ésta. Es decir, somos algo cambiante y algo permanente. Somos algo, esencialmente misterioso.
¿Qué sería cada uno de nosotros sin su memoria? Es una
memoria que en buena parte está hecha del ruido pero que es esencial. No es
necesario que yo recuerde, por ejemplo, para ser quien soy, que he vivido en
Palermo, en Adrogué, en Ginebra, en España. Al mismo tiempo, yo tengo que
sentir que no soy el que fui en esos lugares, que soy otro. Ese es el problema
que nunca podremos resolver: el problema de la identidad cambiante. Y quizás la
misma palabra cambio sea suficiente. Porque si hablamos de cambio de algo, no
decimos que algo sea reemplazado por otra cosa. Decimos: La planta
crece. No queremos decir con esto que una planta chica deba ser reemplazada
por una más grande. Queremos decir que esa planta se convierte en otra cosa. Es
decir, la idea de la permanencia en lo fugaz.
La idea del futuro vendría a justificar aquella antigua
idea de Platón, que el tiempo es imagen móvil de lo eterno. Si el tiempo es la
imagen de lo eterno, el futuro vendría a ser el movimiento del alma hacia el
porvenir. El porvenir sería a su vez la vuelta a lo eterno. Es decir, que
nuestra vida es una continua agonía. Cuando San Pablo dijo: «Muero cada
día», no era una expresión patética la suya. La verdad es que morimos cada
día y que nacemos cada día. Estamos continuamente naciendo y muriendo. Por eso
el problema del tiempo nos toca más que los otros problemas metafísicos. Porque
los otros son abstractos. El del tiempo es nuestro problema. ¿Quién soy yo?
¿Quién es cada uno de nosotros? ¿Quiénes somos? Quizás lo sepamos alguna vez.
Quizás no. Pero mientras tanto, como dijo San Agustín, mi alma arde porque
quiero saberlo.
23 de junio de 1978
BORGES ENTREVISTA CARRIZO 1899-1920 PROG 1
No hay comentarios.:
Publicar un comentario