Lecturas cruzadas. Rabindranath Tagore,
Huanchu Daoren.
Mi curiosidad aunada a un espíritu inquieto me ha inducido
a una costumbre que un psicólogo podría tachar de disociada: me encanta leer a saltos.
No a saltos de soga, sino saltando entre los libros. Costumbre que sólo
interrumpo cuando me topo con una novela que robe mi cuidado o un libro de
ensayo que secuestre mi espíritu. Cuando una novela logra captar nuestra atención
es porque nos ha hecho viajar a su mundo, somos parte de él y de él no deseamos
salir. No es muy común que ello suceda, pero tampoco es infrecuente. Hay portentosas
narraciones que aguardan por nosotros. Lo mismo puede suceder con un ensayo de
largo aliento. Nos secuestra y, entonces, no hay otro mundo que el del
secuestro.
Pero volviendo a lo expresado inicialmente, la razón de
esos saltos sin sobresaltos, se debe a que uno (yo, al menos) necesita respirar
en la conversación establecida con un libro o su autor. Uno no habla de
corrido, necesita respirar, hacer pausa, para poder seguir el hilo del diálogo.
Porque leer un libro es establecer una conversación que nunca se decide a cerrarse.
Es como esas conversaciones amistosas, que se quedan con la sed de un nuevo
encuentro. Al menos, para quienes no han perdido el gusto por el compartir y el
departir de la palabra.
Y ese diálogo del ojo con la letra persiste incluso después
de que ha concluido la lectura (o la conversa, como prefieran). Es un diálogo
inconcluso. De allí que, en mi caso, se impone la necesidad del silencio, junto
a la del discurso. Uno se queda pensando en aquello dialogado y en lo que se dirán
la próxima vez “que se vean”. En fin, toda lectura encarna un diálogo amistoso y,
a veces, no tan amistoso, dada la inevitable confrontación de puntos de vista. Pero
uno sabe y espera con ansiedad el nuevo encuentro. Pues, la pausa nos ha
servido para que los pensamientos musiten nuevas vertientes al discurso. Esa es
la razón de que a un servidor tanto le encante leer a saltos, pues es como el
juego de la vida, en la plaza pública uno siempre está conversando con multitud
de personas y, sin embargo, jamás pierde el hilo de ninguna de las tertulias.
Estos dos autores que hoy brevemente cito han estado
abrazados desde hace unos meses, un libro sirve de marcador al otro. Pues en
esas noches de vigilia han estado dialogando a saltos, entre ellos y conmigo.
Hoy me decido a extraer unos breves pasajes de cada uno.
Lo cierto de todo es que toparse con esos pájaros no tan
perdidos de Tagore o con esa belleza contenida que uno encuentra en un erudito
(en el más bello sentido de la palabra) que por el siglo 16 decidiera retornar, ya en los últimos pasajes de su
vida, a los orígenes, pues es un milagro que debemos saber agradecer.
Salud!
lacl
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Tú no ves lo que eres, sino tu sombra.
El descanso es del trabajo como los párpados son de los
ojos.
Los árboles llegan hasta mi ventana, como la voz anhelante
de la tierra muda.
De sus armas hace sus dioses. Cuando vencen ellas, él es el
vencido.
Entendimiento agudo, pero sin grandeza, lo pincha todo,
pero nada mueve.
¡Cómo pinta el deseo los colores del iris en la niebla de
la vida!
Los hombres son crueles, pero el hombre es bueno.
Con la ayuda de la yerbecilla, se hace el mundo
hospitalario.
El viento poeta sale por el mar y por el bosque en busca de
su propia voz.
Cuando sonrió el hombre, el mundo le amó. Cuando rió, le
tuvo miedo.
Rabindranath Tagore, Chitra / Pájaros
perdidos. Editorial Losada, Buenos Aires, 1978
En la bella traducción de Zenobia de Camprubí,
la esposa de Juan Ramón Jiménez.
* Cuando estás apegado al mundo sólo ligeramente, ligero es también
el efecto del mundo sobre ti. Cuando estás
intensamente envuelto en ocupaciones diversas, sus enredos también se
intensifican. Así pues, para las personas iluminadas la simplicidad es superior
al refinamiento, y la libertad preferible al refinamiento de las formas.
* Cuando estás oyendo constantemente palabras ofensivas y
tienes siempre en mente algún asunto irritante, entonces sólo tienes una piedra
de afilar para moldear el carácter. Si sólo escuchas lo que te agrada y sólo intervienes
en aquello que te ilusiona, estás enterrando tu vida en un veneno mortal.
* Escuchar el sonido de una campana en una noche apacible le
despierta a uno de un sueño dentro de un sueño; contemplar el reflejo de la
luna en un estanque claro nos induce a explorar el cuerpo más allá del cuerpo.
Huancho Daoren, Retorno a los orígenes. Reflexiones
sobre el Tao. Editorial Edaf, Madrid, 1993.
Nota: he matizado el decir de algunos
pasajes de esta última traducción. Me excuso por mi pecado, pero se me hizo
perentorio.
GUARIDA DE LOS MÚSICOS
Conmueve el rostro de B. B. King al dar las gracias a los músicos que le acompañan, encabezados por Eric Clapton
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