Un canto a La Diosa,
uno más, entre los centenares de miles de cantos elevados en su ofrenda. Este lo debemos al honorable Wallace Stevens, poeta entre los poetas. No
dejamos mayores comentarios por los momentos, toda vez que ando imbuido en
revisar su decir, su cadencia. Es una versión temporal, quiero decir con ello,
pero no me aguantaba la gana de compartirlo. Luego depuraré, de estar ello a mi
alcance, su dicción en nuestra lengua. Estremece Stevens con la sencillez con
que canta a la que canta. Es una honrada labor de amante incondicional. Al
final del poema en inglés, puede ser escuchado este noble canto en la voz del
propio Stevens. Agrego una colección personal de imágenes
del océano caribeño y su adoradora Selene.
Salud!
lacl
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La idea de orden en
Key West, Wallace Stevens
Ella cantaba más allá
del genio del mar.
El agua nunca fue
formada para mente o voz,
como un cuerpo, todo cuerpo,
agitando
sus mangas vacías; y
sin embargo, su mímico movimiento
hacía llorar
constantemente, causaba un lamento constante;
no era nuestro, aunque lo
dedujimos,
inhumano, del verdadero
océano.
El mar no era una
máscara. No más fue ella.
La canción y el agua no
fueron un sonido entretejido,
incluso, si lo que ella
cantaba era lo que ella escuchaba,
dado que lo que ella
cantaba era enunciado, palabra por palabra.
Puede ser que, en todas
sus tocadas frases,
el agua arremolinada y
el viento jadeante,
haya sido a ella y no al
mar a quien escuchamos.
Porque ella fue la
creadora de la canción que ella cantó.
El mar, siempre furtivo,
de gestos trágicos
era simplemente un
lugar por el que ella caminaba para cantar.
¿De quién es este
espíritu? dijimos, porque nosotros sabíamos
que era el espíritu que
buscábamos y sabíamos
que deberíamos
preguntarle esto insistentemente mientras ella cantaba.
Si sólo fuera la oscura
voz del mar
esa rosa, incluso
coloreada por muchas olas;
si sólo fuera la enunciadora
voz del cielo
y la nube, del coral sumergido
en muros de agua,
por más claro que hubiera
sido el aire profundo,
el estentóreo discurso
del aire, un sonido veraniego
repetido en un verano
sin fin
y sonando solo. Pero es
que fue más que eso,
más aún que su voz y la
nuestra, entre
las sumergidas sin
sentido del agua y el viento,
distancias teatrales,
sombras de bronce colmadas
en horizontes elevados,
atmósferas montañosas
de cielo y mar.
Fue
su voz la que hizo
el cielo más intenso en
su desaparición.
Ella midió a la hora su
soledad.
Ella fue la simple
artífice del mundo
en el que ella cantaba.
Y cuando ella cantaba, el mar,
fuera lo que fuera, hizo
de su ser
lo que era su canción, pues
ella era la creadora. Entonces nosotros,
cuando la vimos deambulando
sola,
supimos que nunca hubo
un mundo para ella
excepto el único que
ella cantó y, cantando, hizo.
Ramon Fernández, dime,
si tú sabes,
por qué, cuando el
canto terminó y regresamos
hacia el pueblo, di por
qué las luces de cristal,
las luces en los barcos
de pesca allí anclados,
a medida que la noche
descendía, inclinándose en el aire,
dominaron la noche y
dividieron el mar,
fijando zonas
blasonadas y polos ardientes,
arreglando,
profundizando, encantando la noche.
Oh! Bendita furia por
el orden, mi pálido Ramón,
la furia del hacedor por
ordenar las palabras del mar,
palabras de los fragantes
portales, signados con una tímida estrella,
y de nosotros mismos y
de nuestros orígenes,
en comarcas
fantasmales, los sonidos más agudos.
Wallace Stevens, “The Idea of Order at Key West” from
Collected Poems.
Copyright 1923, 1951, 1954 por Wallace Stevens. Reprinted with the permission
of Alfred A. Knopf, a division of Random House, Inc.
Source: The Collected Poems of Wallace Stevens (Alfred
A. Knopf, 1990)
The Idea of Order at Key West, Wallace Stevens
She sang beyond the genius of the sea.
The water never formed to mind or voice,
Like a body wholly body, fluttering
Its empty sleeves; and yet its mimic motion
Made constant cry, caused constantly a cry,
That was not ours although we understood,
Inhuman, of the veritable ocean.
The sea was not a mask. No more was she.
The song and water were not medleyed sound
Even if what she sang was what she heard,
Since what she sang was uttered word by word.
It may be that in all her phrases stirred
The grinding water and the gasping wind;
But it was she and not the sea we heard.
For she was the maker of the song she sang.
The ever-hooded, tragic-gestured sea
Was merely a place by which she walked to sing.
Whose spirit is this? we said, because we knew
It was the spirit that we sought and knew
That we should ask this often as she sang.
If it was only the dark voice of the sea
That rose, or even colored by many waves;
If it was only the outer voice of sky
And cloud, of the sunken coral water-walled,
However clear, it would have been deep air,
The heaving speech of air, a summer sound
Repeated in a summer without end
And sound alone. But it was more than that,
More even than her voice, and ours, among
The meaningless plungings of water and the wind,
Theatrical distances, bronze shadows heaped
On high horizons, mountainous atmospheres
Of sky and sea.
It was her voice
that made
The sky acutest at its vanishing.
She measured to the hour its solitude.
She was the single artificer of the world
In which she sang. And when she sang, the sea,
Whatever self it had, became the self
That was her song, for she was the maker. Then
we,
As we beheld her striding there alone,
Knew that there never was a world for her
Except the one she sang and, singing, made.
Ramon Fernandez, tell me, if you know,
Why, when the singing ended and we turned
Toward the town, tell why the glassy lights,
The lights in the fishing boats at anchor there,
As the night descended, tilting in the air,
Mastered the night and portioned out the sea,
Fixing emblazoned zones and fiery poles,
Arranging, deepening, enchanting night.
Oh! Blessed rage for order, pale Ramon,
The maker’s rage to order words of the sea,
Words of the fragrant portals, dimly-starred,
And of ourselves and of our origins,
In ghostlier demarcations, keener sounds.
Wallace Stevens, “The Idea of Order at Key West” from
Collected Poems. Copyright 1923, 1951, 1954 by Wallace Stevens. Reprinted with
the permission of Alfred A. Knopf, a division of Random House, Inc.
Schubert's Fantasy in F minor for Piano Four Hands, D940
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