Otra fábula de Ramos Sucre en la que se sugiere la presencia de la
Diosa Blanca, patrona de los poetas y, más aun, instigadora de sus rezos,
cuando no es la que los dicta. Aunque en esta glosa poética, su figura más se asemeja a Atenea...
Salud!
lacl
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LA INSPIRACIÓN
LA
Yo me esforzaba en subir el curso de un río. No soltaba de la mano los
remos de un bajel fugaz, fabricado de una corteza. Yo la había desprendido de
un árbol independiente, familiar de las alondras y pregonero de sus flores
virginales en una selva augusta, reflejada en el espejo del éter.
Yo dibujé en la frente del bajel la imagen fácil del amor y redimí sus
ojos del cautiverio de la venda. Había usado en penetrar la corteza fragante un
estilo de hierro.
Vine a dar en una llanura libre, donde se encrespaba y corría,
vencedora de un asalto de leones, la hueste de unos caballos ardientes.
Se adelantaba hasta la presencia del océano y se volvía al sentir el
sonido frenético de la carrera me presentaba a cada instante un motivo nuevo y
singular de admiración. Yo pensaba en unos retóricos de la gentilidad,
divididos y hostiles al calificar méritos en los caballos de un friso,
agilitados por el cincel de Fidias.
El sonido frenético de las trompetas repercutía en el cielo diáfano y
anunciaba a la soberana del país quimérico. Vino a la cabeza de una escolta de
monteros y de prohombres ancianos, pares de una orden cortés en los días de una
briosa juventud. Había dejado un mundo inefable, a semejanza de Beatriz y con
el mismo atavío de sus llamas, y esgrimía el acero de Clorinda. Me invitó al
estribo de su carro e impuso en mi frente una señal de su autoridad, por donde
me visitaron pensamientos y sentimientos de una grandeza ilimitada.
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Jose Antonio Ramos
Sucre, El cielo de esmalte.
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