¿Será que aquellos que creen en lo que yo no creo,
amigos incluidos, creen que yo descreo de ellos?
Porque yo jamás he descreído del ser humano.
Eso sí, soy un inveterado incrédulo de las
creencias en cuya creación el ser humano no participa; en ese tipo de leyendas,
por ejemplo, que se adoptan sin haber auscultado el propio corazón.
Mi conclusión no existe, pero sí existe la
sospecha. No auscultamos nuestro propio corazón de puro miedo.
Entonces, al que hay que abatir es al señor miedo,
independientemente de que el miedo siempre quede plantado allí, con su derecho
a seguir suspirando a un margen de la vereda. Pero qué sabroso es caminar a
sabiendas de que el miedo está allí, a un margen de la vereda, y tener la
potestad de continuar la marcha.
El miedo es libre.
Lo que no es libre es la estupidez.
lacl, 12 de Febrero, 2018
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