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domingo, 18 de agosto de 2019

Cartas. León Tolstoi A NICOLÁS II Gaspra, 16 de enero de 1902 / Dmitri Shostakovich - Waltz No. 2





Casi sin querer queriendo, en las últimas jornadas han salido a flote y por sí solos, algunos hallazgos con la palabra crítica, indagadora, que se tiende en el aire como una necesaria oración; ha sido el encuentro con  publicaciones en torno a la función del intelecto en el campo del arte. Un escritor cabal, sea cual fuere el estilo que cultive, siempre tiene, a nuestro juicio, un roce de poeta. Y como tal, es un artista del intelecto, al igual que debieran serlo todos los creadores que fundan su arte en una necesidad expresiva que, aunque nos cueste un mundo sustentarlo como tesis, podríamos definir como enmarcada en el rumbo de un humanismo que busca un horizonte promisorio en tanto que especie.

Leyendo un tomo que lleva por título “Cartas memorables” y que seguramente me traje de algún viaje a Colombia, me topé con extractos de aquella carta de Tolstoi al Zar Nicolás, sonado intento fallido de llamar a capítulo a un poder despótico, del cual el Supremo Yo del Autócrata de la hora andaba enteramente desconectado. Un tomo de las cartas de Tolstoi me acompaña desde hace muchos años, pero no es de allí desde donde hago el rescate, sino desde una edición digital, pues para algo ha de servir la tecnología,  evidentemente, con los debidos cuidados de revisión del texto en cuestión.

Y paro el comentario porque, primero, lo importante es la carta de Tolstoi al Zar y, segundo, porque me he visto forzado a desmontar todo un anaquel de libros para asegurarme de que las trazas que han hecho nido en uno de los primeros libros que adquiriera con mis propios emolumentos, el tomo II de las obras completas de Conan Doyle, no tomen otros derroteros… Me toca hacer labor de Sherlock Holmes de biblioteca.
Salud
lacl

© lacl, 18/08/2019

Intermedio, 1999, Colombia
(Editorial relacionada con CIRCULO DE LECTORES)


Cartas León Tolstoi
A NICOLÁS II
Gaspra, 16 de enero de 1902

Querido hermano:

Me parece más oportuno ese tratamiento, pues me dirijo más bien al hombre-hermano que al zar. Y el motivo por el que os escribo, que es casi desde el otro mundo, en espera de una cercana muerte.

Me resisto a morir sin antes deciros mi opinión de vuestra labor actual y de lo que ella podría ser, del gran bien que haría a millones de seres y a vos mismo; y del gran mal que traerá a millones de personas e incluso a vos, si ha de seguir con la misma orientación que ahora lleva.

La tercera parte de Rusia se halla en estado de prevención, es decir, fuera de la ley. El ejército de policías -uniformados y secretos- crece sin cesar. Las cárceles, lugares de destierro y presidios están repletos, además de cientos de miles de delincuentes comunes, por los políticos, a los que ahora vienen a sumarse también los obreros. La censura ha llegado a tales absurdos en las prohibiciones como no se había visto antes nunca. Las persecuciones religiosas nunca fueron más y más inhumanas y frecuentes. En todas partes de las ciudades y centros fabriles hay tropas concentradas y se las envía con municiones de combate contra el pueblo. Son muchos los lugares en los que ya se ha derramado sangre de modo fratricida, y en todas partes se preparan -y sin falta los habrá- otros nuevos y aún más cercanos. Eso es resultado de toda esta intensa y despiadada labor de gobierno, la población agrícola -cien millones, en los que se sustenta el poderío de Rusia-, a pesar del excesivo crecimiento del presupuesto estatal o, más bien, a causa del mismo, va empobreciendo cada año hasta llegar a que el hambre se ha convertido en fenómeno normal. Y algo similar ha venido a ser el descontento general de todos los estamentos con el gobierno y la actitud de hostilidad hacia el mismo.

El motivo de todo eso, palpable, es que vuestros adjuntos os hacen creer que deteniendo toda la marcha de la vida misma en el pueblo aseguran la prosperidad de éste y vuestra calma y seguridad. Sin embargo antes puede detenerse la corriente de un río que el eterno movimiento de avance de la humanidad, establecido por Dios. Es de comprender que hombres para los que tal situación es ventajosa y que en su interior piensan: "después de nosotros, el diluvio", puedan y deban haceros creer eso; lo asombroso es que vos, personalidad libre y que nada necesitáis, hombre bueno y razonable, los creáis y -siguiendo sus miserables consejos-, permitáis o dejéis hacer que se consienta tanto mal en vistas a un fin tan irracional como lo es parar el eterno movimiento de la humanidad del mal al bien y de las tinieblas a la luz.

No podéis desconocer vos que desde que existe el hombre, sus formas de vida, tanto las económicas y sociales como las religiosas y políticas, han ido evolucionando sin cesar, de más rudas, irracionales y crueles a más suaves, racionales y humanas.

Los que os aconsejan niegan esto, que al pueblo ruso le han sido inherentes en otro tiempo la ortodoxia y la autocracia, y de la misma manera le son ahora inherentes y le serán propias hasta su final; y por ello y para bien del pueblo ruso hay que apoyar a toda costa estas dos formas vinculadas entre sí: la creencia religiosa y el orden político. No cabe decir, sobre todo, que la ortodoxia, en otro tiempo inherente al pueblo ruso, le sea propia también ahora. Por los informes del procurador general del Sínodo podéis ver que los seres espiritualmente más desarrollados del pueblo, a pesar de todas las desventajas y peligros a que se hallan sometidos al renegar de la ortodoxia, van pasando cada año y en número cada vez mayor a las llamadas sectas. Además, de ser cierto que al pueblo le es inherente la ortodoxia, no hay por qué mantener de modo tan enconado esa forma de creencia y perseguir con tanta sevicia a quienes la niegan.

Acerca de la autocracia, lo mismo. Si en otro tiempo ella fue inherente al pueblo ruso, en tiempos del absolutismo, cuando se gobernaba personalmente, ahora está ya lejos de suceder, cuando todos saben o llegan a saber a poco que se instruyan: en primer lugar, que un buen zar es sólo "una feliz casualidad", y que los zares pueden ser y han sido también monstruos dementes, como Joann IV o Pablo; y, como segunda puntualización, por muy bueno que sea no puede gobernar él mismo a un pueblo de tantos millones, y que gobiernan los favoritos del zar, quienes se ocupan más de su propia situación que del bien del pueblo. Vos diréis: el zar puede elegir de adjuntos a personas desinteresadas y buenas. El zar no puede hacer eso, mal que le pese; ya que sólo conoce a varias decenas de personas que por casualidad o por diversas intrigas le se han ido acercando y con denuedo lo apartan de aquellos que pueden sustituirlos. Por tanto, el Soberano no escoge entre los miles de personas activas, enérgicas, ilustradas realmente y honestas que buscan la obra social, sino entre aquellos de quienes Beaumarchais dijo: “Sé mediocre y servil y todo lo conseguirás”. Y muchos rusos se subordinarían al zar, pero no pueden subordinarse sin sentir agravio a personas de su círculo a las que desprecian y que frecuentemente gobiernan al pueblo en nombre del Soberano.

Tal vez a vos os lleva a error el amor del pueblo por la autocracia y su representante el zar, la circunstancia de que en todos los recibimientos que se os tributa en Moscú y otras ciudades, por doquier, el gentío corre tras de vos al grito de "¡hurra!". No creáis que es una expresión de lealtad hacia vos, es la masa de los curiosos que corren igual tras cualquier espectáculo poco frecuente. A veces esos hombres a los que tomáis por intérpretes del amor popular hacia vos, sólo son gente reunida y aleccionada por la policía para que represente a un pueblo fiel, como acaeció, por ejemplo, con vuestro abuelo en Jarkov donde la multitud que llenaba la catedral era toda ella municipales disfrazados.

Si en un viaje zarista pudierais andar, como lo hago yo por las líneas de campesinos colocados tras las tropas, a lo largo del ferrocarril, y oír lo que dicen esos hombres: síndicos, alguaciles y guardias, sacados de las aldeas vecinas al frío y la lluvia, sin gratificación, con su propio pan, y que durante varios días esperan el paso del convoy; vos oiríais de los más auténticos representantes del pueblo, de simples campesinos, en todo el trayecto, palabras del todo disconformes con el amor por la autocracia y su representación. Si hace medio siglo, con Nicolás 1, todavía se erguía el prestigio del Poder zarista, en las últimas tres décadas ha ido menos sin cesar y ha caído últimamente hasta poder decir que nadie siente ya reparo en condenar de manera resuelta en todos los estamentos no sólo las disposiciones del gobierno, sino al propio Soberano y hasta increparlo y mofarse de él.

Es un modo de gobierno trasnochado la autocracia, que puede corresponder a las exigencias del pueblo en algún sitio del África Central, lejos del mundo entero; pero no a las exigencias del pueblo ruso, que se ilustra cada vez más con la instrucción común a todo el orbe. Así, la forma de gobierno y la ortodoxia en ella vinculada sólo se puede mantener, como se hace ahora, con el apoyo de la violencia de toda clase: el estado de desconfianza, las deportaciones masivas, las ejecuciones, las persecuciones religiosas, la censura, el falseamiento de la educación Y, en general, todo tipo de malos actos y barbaridades.

Esos han sido hasta hoy los actos de vuestro reinado. Desde vuestra respuesta a la diputación de Tver, ante la que llamasteis "desatinadas ilusiones" a los más lícitos deseos de la población, suscitando la repulsa indignada y general de la sociedad rusa; todas vuestras decisiones sobre Finlandia, las apropiaciones de territorio chino, vuestro propósito de Conferencia de La Haya, acompañada del refuerzo de las tropas, vuestra violación de la autonomía y el medro de la arbitrariedad gubernativa, el apoyo de las persecuciones por motivos de fe, vuestro consentimiento al refrendo del monopolio de la vodka, es decir, del comercio del gobierno con un veneno que intoxica al pueblo; y, para acabar, vuestra insistencia en mantener los castigos corporales, a pesar de las solicitudes que se os vienen presentando para erradicar esta medida sin sentido y del todo inútil, que deshonra al pueblo ruso; todo eso, que no habríais podido realizar, si no se os hubiera planteado –por asesoramiento de vuestros insensatos colaboradores- el objetivo inalcanzable no sólo de retener la vida del pueblo, sino de hacerle volver al estado que ya vino sufriendo. Con violencia puede oprimirse al pueblo, pero no gobernarlo. Sólo hay un medio en nuestros días para dirigir al pueblo y consiste en situarse ante el movimiento popular que lleva del mal al bien, de las tinieblas a la luz, y conduce al logro de los fines inmediatos de dicho movimiento. Entonces, para estar capacitado para hacerlo, es menester dar al pueblo sobre todo la posibilidad de que exprese sus deseos y necesidades y, tras oírlos, cumplir los que respondan a las necesidades no de una clase o estamento, sino de la mayoría de la nación, de la masa del pueblo trabajador.

Los deseos que de darle esa posibilidad expresaría hoy el pueblo ruso, -según yo- serían los siguientes:

En primer lugar, el pueblo trabajador desea librarse de las leyes de excepción, que le colocan en la situación de paria que no goza de los derechos del resto de ciudadanos; en segundo lugar, quiere libertad de movimiento, libertad de enseñanza y libertad de conciencia en consonancia con sus necesidades espirituales; y, lo principal, dirá con una sola voz este pueblo de cien millones que quiere la libertad de explotación de la tierra, es decir, la abolición del derecho de propiedad agraria.

Tal abolición del derecho de propiedad agraria es, según creo, el objetivo inmediato cuyo logro debe plantearse como tarea de nuestro tiempo al gobierno ruso. Cada etapa de la existencia del género humano posee un escalón inmediato de realización de mejores formas de vida de acuerdo con la época y al que aquél aspira. Medio siglo atrás, ese escalón precedente fue para Rusia la abolición de la servidumbre. Hoy día dicho escalón es la emancipación de las masas obreras del yugo de la minoría que domina sobre ellas, lo que se conoce como el problema obrero.

Europa Occidental considera viable alcanzar ese objetivo mediante la entrega de las empresas y fábricas en usufructo general de los obreros. Sea justa o no lo sea dicha solución del problema, alcanzable o no para los pueblos occidentales, ello no puede ser aplicado en Rusia, tal como ella es ahora. Aquí, casi toda la población vive en el campo y se halla en plena dependencia de los grandes propietarios, la emancipación de los obreros, claro está, no puede lograrse con el paso de las fábricas y empresas al usufructo en común. La emancipación para el pueblo ruso puede alcanzarse, sin embargo, por medio de la abolición de la propiedad agraria y el reconocimiento de la tierra como patrimonio común; al igual que hace ya tiempo es el sincero deseo del pueblo ruso y cuya realización sigue aún esperando del gobierno de su país.



Soy consciente de que a estos pensamientos míos vuestros consejeros los tomarán por el colmo de la ligereza y carencia de espíritu práctico de un hombre que no concibe toda la dificultad del gobierno de un Estado, en este caso, la idea del reconocimiento de la tierra como propiedad común del pueblo; pero en vistas a no tener que volver a someter a más violencia -cada vez más cruel- al pueblo, sólo existe un medio, que es: plantearse como misión un objetivo que se halle a la cabeza de los anhelos populares. Y, sin esperar a que la carretada nos golpee rodando en las rodillas, llevarla uno mismo, o sea, ir en las primeras filas, liderar el logro de mejores formas de vida. Tal objetivo sólo puede constituir para Rusia la abolición de la propiedad agraria. Nada más que entonces el gobierno podrá, sin hacer, como hace ahora, concesiones indignas y forzadas a los obreros fabriles o a la juventud estudiantil, ser guía de su pueblo -sin miedo por su propia existencia- y gobernarlo de verdad.

Os dirán vuestros consejeros que liberar a la tierra del derecho de propiedad es una fantasía y una empresa irrealizable. Según la opinión de ellos, obligar a un pueblo activo tan numeroso a dejar de vivir o mostrar síntomas de vida y meterlo de nuevo en el cascarón del que ya hace tiempo salió, eso no es fantasía, ni tiene nada de irrealizable, sino que lleva consigo la más sabia y práctica de las obras. No habría más que reflexionar con seriedad para comprender de una vez por todas su no viabilidad, aunque se viene aplicando; y que lo otro, por el contrario, sí es viable, y todavía más, oportuno y necesario, si bien aún no se ha aplicado.

Personalmente, creo que la propiedad agraria en nuestra época es una injusticia tan patente y escandalosa como lo fue el derecho de servidumbre hace medio siglo. Juzgo que su erradicación pondrá al pueblo ruso en una elevada cota de independencia, prosperidad y abundancia. También pienso que tal medida terminará con toda la exacerbación socialista y revolucionaria que ahora empieza a extenderse entre los obreros y amenaza con el mayor de los peligros al gobierno pero también al pueblo.

Tal vez me equivoque, y la solución a este problema en uno u otro sentido pueda esperarse de nuevo sólo del propio pueblo, si él ha de tener la ocasión de expresarse. Por eso, sea como sea, la primera cuestión que ahora se alza ante el gobierno es la de eliminar el peso que impide al pueblo expresar sus necesidades y anhelos. No se hace bien a un hombre al que amordazamos para no oír lo que desea en su propio interés. Tan sólo si se conocen las necesidades y anhelos de todo el pueblo, o de su mayor parte, se le puede gobernar y hacerlo en su provecho.

Tan sólo una vida tenéis, querido hermano, en la tierra, y podéis malgastarla dolorosamente en intentos infructuosos para detener el movimiento de la humanidad -determinado por Dios- del el mal al bien y de las tinieblas a la luz; y podéis también, tras profundizar en las necesidades y aspiraciones del pueblo, dedicar vuestra vida a cumplirlos, vivirla tranquila y dichosamente al servicio de Dios y de los hombres.

Por grande que sea vuestra responsabilidad en el reinado, en el cual podéis hacer mucho de bueno y mucho de malo, es todavía mayor la que tenéis ante Dios por vuestra vida aquí, de la que depende vuestra vida sola, y que Dios os ha dado no para ordenar malas obras de toda clase ni tampoco para participar en ellas o permitirlas, sino para hacer uso de su voluntad. Y su voluntad es hacer el bien a los hombres, nunca el mal.

Recapacitad sobre esto no ante los hombres, sino ante Dios y haced lo que Dios os diga, o sea, vuestra conciencia. Y no os turbéis por los obstáculos que hayáis de encontrar si emprendéis el nuevo camino de la vida. Dichos obstáculos se destruirán por sí mismos, y vos no lo advertiréis siempre que actuéis en aras del alma, o sea, de Dios, y no de la gloria humana. 

Disculpadme si os he incomodado o entristecido, sin quererlo, por lo que dejo dicho en mi carta. El deseo de haceros bien y hacérselo al pueblo ruso es lo que me ha guiado. Si lo he conseguido o no, el futuro lo dirá, un futuro que -con toda seguridad- yo no veré. Creo haber cumplido con mi deber.

Deseándoos con toda sinceridad el justo bien, vuestro hermano,
LEON TOLSTOI


Dmitri Shostakovich - Waltz No. 2



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