Islandia. Fiordos occidentales, foto tomada de la red
Podría decir que amo ese libro por encima de todas las cosas y no me sentiría traidor, por nada, a mi fuero interior. Pues con "Algunas palabras" me sucedió trance similar al que me atacara cuando, años después, "se me descubriera" la palabra de D. H. Lawrence. Fue como conseguir, por fin, un pecho con el que compartir un sentir aparejado. Claro, tales experiencias me han sucedido muchas veces, tal como ha de haberle sucedido a todo hijo de estos cielos cuando se le revela una palabra iluminada. La clave o cifra del asunto fue la hora en que llegó a mi vida. Justo cuando mi ser, en pleno trance de querer desplegar las alas y no saber cómo ni hacia dónde hacerlo, cruzaba su propia línea de sombra, dubitando sobre el hecho de si ese llamado sería tan cabal e imperativo cómo para imbuirme de lleno en esas aguas que tan ansiosas me llamaban: el mar de las palabras o, mejor, el del sentir en las palabras.
Siempre ha sido así. Toda mi vida he puesto a todo en duda, es una manera como de asegurarme el aislamiento, en la mayor medida posible, de toda mentira o auto engaño que pueda estar tramando ese señor cuyo amor propio tiende tantas tramas y cuenta con tantos artilugios para engañar a un cándido espíritu.
Lo cierto es que cuando ese libro apareció yo cruzaba esa línea -eran mis 21-. Apareció justo en el año de haber dejado yo -cometa como he sido- la Escuela de Letras y la Universidad, colmado por la nausea, harto y sin respuestas ante tantos atavíos de falsía; esos espacios se me revelaron tan acartonados como el país que los ceñía, eran como unas pequeñas réplicas del mapa mayor; así que huí necesitado de respirar, a pleno pulmón, el aire del afuera, el del verdadero afuera, ese afuera sin bridas que se desata en las trenzas luminosas de los rayos solares o en las femeninas sonoridades de las noches estrelladas, ese afuera sin compromisos ni tabulaciones, sin orden ni cláusulas, sin horarios ni nada.
Sin embargo, nunca perdí el sendero, a pesar de mis escarceos con la asfixiante esfera humana. Tampoco dejé mis lecturas. Y en buena hora cayó ante mis ojos ese libro, Algunas palabras, en el que la poesía que se canta es el cuadro. Donde los brillos de la literatura pasaron a un segundo plano. Donde la música que se respira es la del aire. En ese crucial momento de la vida me dije: por supuesto que la poesía, por supuesto que el ver, por supuesto que el cantar, por supuesto que el vivir. Y puedo dar fe de que ese libro fue para mí el hallazgo que no había sabido yo dónde buscar en esa hora de trance. Y cuado uno no encuentra, a uno lo encuentran. Ese libro fue para mí (y tomo la expresión prestada de un amado ser, Don Federico Cisneros Bertorelli, un caballero de la vieja guardia y un padre para mí) un fiel devocionario.
Hoy rescatamos uno de esos poemas en que la sencillez se decanta por sí sola, o se canta en su encanto. Un poema en el que, contrario a lo que pudiera pensarse al leer tan sólo el título, la realidad está tan cercana como la brisa que acaricia nuestra faz. Nada es irrealidad en este canto, ni siquiera la imaginación que sueña ansiosa con la vida en otros parajes, acaso inalcanzables...
Salud!
lacl
Islandia, (Eugenio Montejo, Algunas palabras)
Islandia y lo lejos que nos queda,
con sus brumas heladas y sus fiordos
donde se hablan dialectos de hielo.
con sus brumas heladas y sus fiordos
donde se hablan dialectos de hielo.
Islandia tan próxima del polo,
purificada por las noches
en que amamantan las ballenas.
purificada por las noches
en que amamantan las ballenas.
Islandia dibujada en mi cuaderno,
la ilusión y la pena (o viceversa).
la ilusión y la pena (o viceversa).
¿Habrá algo más fatal que este deseo
de irme a Islandia y recitar sus sagas,
de recorrer sus nieblas?
de irme a Islandia y recitar sus sagas,
de recorrer sus nieblas?
Es este sol de mi país
que tanto quema
el que me hace soñar con sus inviernos.
Esta contradicción ecuatorial
de buscar una nieve
que preserve en el fondo su calor,
que no borre las hojas de los cedros.
que tanto quema
el que me hace soñar con sus inviernos.
Esta contradicción ecuatorial
de buscar una nieve
que preserve en el fondo su calor,
que no borre las hojas de los cedros.
Nunca iré a Islandia. Está muy lejos.
A muchos grados bajo cero.
Voy a plegar el mapa para acercarla.
Voy a cubrir sus fiordos con bosques de palmeras.
A muchos grados bajo cero.
Voy a plegar el mapa para acercarla.
Voy a cubrir sus fiordos con bosques de palmeras.
Islandia
Islandia. Fiordos occidentales, foto tomada de la red
Ciprés de Barinas, no conozco el nombre del autor
Foto: lacl
Foto: lacl
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