LA NOCHE
Yo estaba perdido en un mundo
inefable. Un bardo inglés me había referido las visiones y los sueños de
Endimión, señalándome su desaparecimiento de entre los hombres y su partida a
una lejanía feliz.
Yo no alcanzaba la suerte del pastor
heleno. Recorría el camino esbozado en medio de una selva, hacia el conjunto de
unas rocas horizontales, simulacro distante de una vivienda. Desde la espesura,
amenazaban y rugían las alimañas usadas por los magos de otro tiempo en
ministerios perniciosos.
Un escarabajo fosforescente se colgó
de mis hombros. Yo había distinguido su imagen sobre la tapa de un féretro, en
la primera sala de un panteón cegado.
La luna mostraba la faz compasiva y
llorosa de Cordelia y yo gobernaba mis pasos conforme su viaje erróneo.
Salí a la costa de un mar
intransitable y fui invitado y agasajado por una raza de pescadores
meditabundos. Suspendían las redes sobre los matojos de un litoral austero y
vivían al aire libre, embelesados por una luz cárdena difundida en la
atmósfera. Hollaban un suelo de granito, el más viejo de la tierra.
Una hora maestra del Séptimo arte
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