Así bautizó Gonzalo aquella tarde, tarde
caraqueña, en la que el sol no lograba atravesar las nubes por completo. Me
dijo, ¿sabes cómo llamamos en Bogotá a estas insinuaciones solares? Sol de
hielo. Y fue una de las más gratas conversas de la que guste hacer evocación mi
ya trajinada memoria. Habíamos subido al Ávila. Quería mostrarle esa maravilla,
que en veces se da, la de ver al sur la ciudad caraqueña y al norte el mar
caribe. Pero esa tarde las nubes al norte estaban ariscas. Y ni siquiera el sol
pudo convencerlas. Dejaba traslucir su esplendor tras la niebla, pero hasta
allí. Un disco de luz tras el rocío celeste. Entonces se tendió en el aire la
pregunta de Gonzalo. Recuerdo haberle dicho, la poesía está en todas partes
pues, pues ése es adagio colectivo. Hoy Gonzalo se ha ido a perseguir soles de
hielo, cantos de otredad, vuelos de polvo cósmico entre los aires de la nada,
porque la nada lo es todo. Salve Gonzalo. Gracias por tu amistad y ese acallado
entusiasmo tuyo, tan henchido de templada fruición. Lamento no haber podido
volver a Bogotá. Algún día nos sentaremos a contemplar soles de hielo y
beberemos del vino más excelso, el vino que se bebe en los confines que brotan
de las cabeceras del tiempo.
SALUD!
Otros enlaces con Gonzalo:
Bitácora del tiempo como Prometeo encadenado…
Márgenes de Bogotá
Salutación
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