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sábado, 1 de noviembre de 2025

Como una serpiente deja su piel entre los brezos, lacl / Galería de Orfeo: Filiae maestae Jerusalem

 © lacl 


Como una serpiente dejando su piel entre los brezos, lacl.


¿¿Existe un motivo para la vida?

¿Tiene sentido el haber surgido 

a la superficie del aire y de la tierra, 

al golpe de la luz enceguecedora 

que nos colma de asombros con su asombro? 

En el ombligo de las horas solas, 

mientras contemplas la oquedad del horizonte, 

¿no se te ha ocurrido alguna vez formularte preguntas similares? 

¿O plantearte la disyuntiva de cuál ha de ser la razón de que vida y muerte enlacen tu camino? 

Quizás prefiramos 

no plantearnos estas cuestiones, 

por no asediar 

con ataques de asfixia

el juego de caricias

con que retoza el sinfónico 

acordeón de nuestra inspiración. 

Pero la más cruda verdad 

es que hemos venido

y que nos iremos. 

La más cruda verdad, que respiramos

mientras se cumple el milagro de la

creación, 

la inexplicable providencia 

de hacer presente la existencia, 

brotar de la nada como nace una luna

o aparece una mancha en el manto celeste

de una inmensa galaxia...

Pero estamos aquí y ahora 

mientras estamos en el ahora, 

y miramos una mancha en nuestro brazo 

o quizás un lunar que aparece en nuestra axila, 

y eventualmente,

somos testigos de cómo una serpiente

deja su piel entre los brezos. 

Y no quieres preguntarte nada sobre fin y realidad.

Prefieres evitar preguntas para las que nadie o casi nadie tiene respuestas. 

Y cuando las tiene

son respuestas 

que enarbolan la imperturbable 

solidez de la ignorancia.

Pero sientes una llama 

o el rescoldo de un fuego 

palpitando en la capilla de tu pecho.

Y, en ocasiones, 

te inunda un aroma a santidad inexplicable,

que no sabes abordar

ni entiendes cómo te aborda. 

Y miras a tu izquierda y contemplas a tu prójimo. 

Y algo te dice que no todo es miserable, 

que más allá del absurdo misterio,

puedes amar sin razón 

lo que miras y palpas a tu alrededor. 

Y te sientes capaz de prestar tu hombro al desvalido, 

porque probablemente se te revela 

que nadie hay tan desvalido como tú. 

Y de pronto lo descubres, 

eres capaz de condolerte, 

de cambiar de estancia, 

de ser el otro, 

de -también- cambiar de piel, 

de dejar de ser tú, 

de migrar en las alas del ave que vuela 

a lo ignoto de una inasible belleza. 


lacl, para saludar a noviembre, en la hora pulmonar de sus atisbos...

Madrugada del 1ro de noviembre de 2025.

***
A. VIVALDI: «Filiae maestae Jerusalem» 

RV 638 [II.Sileant Zephyri], Ph. Jaroussky 







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