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lunes, 25 de agosto de 2025

ANGEL ROSENBLAT: BUENAS Y MALAS PALABRAS - PALABRAS PRELIMINARES / Quinteto Contrapunto, la belleza de nuestros cantos.




ANGEL ROSENBLAT PALABRAS PRELIMINARES A LA SELECCIÓN DE BUENAS Y MALAS PALABRAS

 

Al reunir en volumen mi labor dispersa sobre el castellano de Venezuela, quiero respaldarla con algunas palabras de justificación o defensa.

En primer lugar, estas notas son un anticipo del Diccionario de venezolanismos que prepara el Instituto de Filología Andrés Bello de la Universidad Central de Venezuela. Las he publicado en los periódicos y revistas de Caracas a fin de despertar el interés del público culto por los problemas de la Filología moderna. Y para llegar de modo más directo a ese público, he tenido que aligerarlas de todo aparato erudito, lo que en terminología marítima se llama alijar. Cualquier observación se apoya, sin embargo, en numerosos

testimonios de la lengua oral o escrita o de la investigación filológica nacional y extranjera. El futuro Diccionario… facilitará ordenadamente todos esos materiales, que se encuentran además en el Instituto a disposición de los interesados. Representan en gran parte una colaboración abnegada de alumnos y de amigos. Tengo que resignarme a callar sus nombres, porque nunca podría darlos todos.

Debo justificar también el título. Buenas y malas palabras fue el que me sugirió Mariano Picón Salas, con cierta picardía, para mi colaboración en el «Papel Literario» de El Nacional. Desde mi punto de vista filológico no hay «malas palabras». Toda palabra, cualquiera que sea la esfera de la vida material o espiritual a que pertenezca, tiene dignidad e interés histórico y humano. Como el médico, el filólogo procede sin gazmoñería, con absoluta austeridad e inocencia. Pero de todos modos, un volumen destinado al gran público, aun a los alumnos y alumnas de colegios, y de colegios hispanoamericanos, no podía permitirse ese lujo o esa ostentación. No hay, pues, en esta obra malas palabras en ese sentido, y se verá defraudado el que las busque.

El título puede apuntar a otro aspecto, el de la corrección o incorrección. La labor filológica en Hispanoamérica, aunque no es de ayer, es todavía labor de gabinete. La gente cree que el filólogo tiene la exclusiva misión de decir si un uso es correcto o no, de regañar al prójimo, de salvar a la lengua de la corrupción que por lo visto la amenaza. No conciben que pueda haber algún otro interés filológico. Sin embargo, el problema de la corrección o incorrección es para el filólogo o el lingüista el menos interesante y el de menor cuantía. Lo importante es ver la vida actual de la lengua y el juego de valores de cada expresión dentro del sistema general; y además, desentrañar el origen y desarrollo de cada acepción. Comprender e interpretar es nuestro oficio.

Si una expresión es del habla popular o familiar, tiene su legitimidad en sí misma. La manera de hablar del pueblo venezolano, o del colombiano, argentino, castellano o andaluz, debe inspirar siempre el mayor respeto. La voz del pueblo es casi siempre la voz de Dios. Pero con el habla culta, la del libro, del periódico o de la conferencia, la actitud debe ser distinta. La lengua se afina desde la escuela hasta la universidad, desde la carta hasta el libro o el periódico, desde la conversación hasta la conferencia, y el filólogo no puede de ningún modo permanecer indiferente ante el uso del lenguaje o la educación del lenguaje. La lengua popular y familiar debe tener color local, debe ser espontánea y vivaz. En cambio, la lengua culta obedece a normas generales de unidad hispánica. Mientras que la variedad y la diferenciación es el sino forzoso del habla popular y familiar, la unidad es el ideal de la lengua culta, y corresponde a la comunicación cultural y a la educación acercarnos constantemente a ese ideal. El habla culta tiene, además del peligro de la incorrección, el de caer en la afectación y la pedantería. Y contra todos esos peligros sí cabe extremar el rigor.

Con todo, no hay divorcio absoluto entre habla popular o familiar y habla culta, y el criterio normativo no es siempre tan claro y elemental. El habla popular penetra a veces en la lengua culta y viceversa. ¿Habrá que condenar -como hacen algunos puristas recalcitrantes- una palabra tan expresiva como íngrimo, que encontramos en la alta prosa de Mariano Picón Salas o en el noble verso de Ida Gramcko? Creo que son los escritores y poetas los amos de la lengua y que el íngrimo nuestro tiene tanta dignidad como el lígrimo, salmantino del verso de Miguel de Unamuno.

De todos modos, lo fundamental para mí ha sido en cada caso la solución de un problema lexicológico. Y para plantearlo o resolverlo, pongo todas las cartas sobre la mesa. Las cuestiones de léxico son sin duda las más tentadoras, pero también las más peligrosas, porque son las de apariencia más clara, las que permiten el juicio de todos y la intervención polémica del público. He procurado presentarlas con la máxima claridad a fin de que sean accesibles a todos, para que todos se sientan estimulados a discutirlas. He practicado una Filología de puertas abiertas. El hecho de que estas notas hayan circulado ya por todo el país constituye sin duda una primera prueba de fuego. Después de ella, con la experiencia recogida y las observaciones de lectores y amigos, he rehecho lo que no me parecía satisfactorio y he procurado ponerlo todo al día.

Por mi parte, he tratado las palabras venezolanas con la mayor simpatía. Otros podrán juzgarlas con otros criterios o con otros estados de ánimo. No tengo instintos represores. Pero si alguien los tiene, podrá en cada caso encontrar los elementos de juicio, formarse una idea más completa del problema y dejarse llevar por su temperamento o sus ideas. Mi interés fundamental ha sido aclarar cada problema.

El criterio de corrección es más complejo de lo que suponen algunas personas. Hay quienes se mueven con mucho aplomo apoyados en dos muletas: el Diccionario y la Gramática de la Real Academia. Cuando no encuentran una palabra en el Diccionario le arrojan en seguida el anatema: «¡No existe!». Y si algo no está enteramente de acuerdo con la Gramática, se exasperan: «¡Es un disparate!». Ser filólogo de esa manera no parece ser profesión difícil. Pero sí un tanto expuesta al ridículo. Porque al año siguiente sale una nueva edición del Diccionario o de la Gramática y acoge la expresión antes condenada, que entonces empieza a «existir» (no es la inclusión en el Diccionario lo que le da existencia, sino su existencia lo que le gana un lugar en el Diccionario), o convierte el «disparate» en norma sagrada. He estudiado con todo interés la historia de la Academia desde 1713, y la he seguido a través de una serie de vacilaciones, fluctuaciones, avances y retrocesos. Es institución humana, y la Real Academia Española ha sido siempre mucho más liberal y progresiva que la Academia Francesa. A través de una labor muy útil y vasta, ha procurado estar a tono con la lengua culta y seguir sus pasos. No le toca ser paladín de vanguardismo, sino desempeñar una honorable función conservadora.

Hay una forma útil de purismo y hay una forma negativa, esterilizante. Si una expresión «no existe», es claro que no se puede estudiar. El purista que así procede hunde la cabeza en la arena y se niega a ver y oír. Elimina así automáticamente una parte importante del lenguaje y le niega todo interés humano. Para nosotros, por el contrario, todo lo humano tiene interés, y nada humano, en materia de lenguaje, nos es ajeno.

¿Cuál será entonces el criterio de corrección si no siempre puede uno atenerse a la Academia? Pues el mismo que tiene la Academia al adoptar una innovación: el uso de la lengua culta, la consagración social. Cada generación tiene sus aportaciones, sus preferencias, sus gustos idiomáticos. Y la persona que asuma la tremenda responsabilidad de juzgar el habla del prójimo no sólo deberá tener a su disposición los dos instrumentos académicos, sino seguir al día el movimiento lingüístico y cultural de su tiempo. Y aun así, en muchas ocasiones el criterio decisivo no será el tajante de corrección o incorrección, sino el más delicado, flexible e imponderable del buen gusto o del mal gusto. Esto del gusto es en última instancia el tribunal supremo.

Y aún otra cuestión. Mi punto de partida y mi método ha tratado de ser siempre lingüístico. Pero a través de lo lingüístico hay en estas páginas una tentativa de comprensión de lo venezolano. Como la forma articulada del lenguaje, con su juego permanente de tradición y de innovación, es expresión de una forma interior, espiritual —de acuerdo con la fecunda concepción de Guillermo de Humboldt—, se puede penetrar, a través de los usos venezolanos, en el alma venezolana, creadora y moldeadora de esos usos. Porque detrás de las palabras, a veces oculto o disimulado en ellas, está siempre el hombre. Quizá estas Buenas y malas palabras ayuden a entender algunos aspectos de la historia y de la vida de Venezuela.

 

Ángel Rosenblat



Quinteto Contrapunto, la belleza de nuestros cantos.  










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