Vistas a la página totales

martes, 9 de septiembre de 2025

M (Contemplando a una Virgen Negra con el niño entre sus brazos) lacl / Sobre Cuadernario, lacl / Walt Whitman en su voz leyendo América.

 



M


(Contemplando a una Virgen Negra

con el niño entre sus brazos)



Medianoche.

Toda ciudad es inhóspita.

Lo digo yo -que he vivido sólo en una-

a la luz de la llama de una vela

y luego de haber torcido cien esquinas.

No hace falta, para saberlo,

ser un mago con una vara

que esparce estrellas de vino, hojalata u olvido.

Cuando se agote la llama de mi vela,

acaso ya estaré dormido

entre un collar de azucenas,

y acaso sea mi pecho una ristra

de inviolados corazones.

Una mano, sólo una mano virgen,

femenina,

se atreverá a extenderse hacia adelante

como una sonrisa saludando al cielo.

Y en la vela vigilante de mi finado sueño

un velador tendrá la última palabra

que será la primera, la única, impronunciable.

Y un niño negro contemplando el horizonte,

adustamente seguirá su camino,

con delicados pasos tanteará

el tembloroso párpado

del suelo,

caminando feliz y sin destino,

hacia el útero de toda respuesta.


Extraído de la letra M de Cuadernario, Común Presencia Editores, Colección Los Conjurados, Bogotá, 2007.



***

Unas palabras en torno al origen de cuadernario

Esta suerte de glosa o tentativa poética corresponde a la letra M de un pequeño cuaderno telefónico, en el cual se escribió lo que luego intitulé Cuadernario y que fuera publicado en la Colección Los Conjurados de Común Presencia Editores. Cupo la suerte de que tal cuaderno hubiera sido confeccionado con la particularidad de incluir, al menos, unas cuatro páginas para cada letra del alfabeto. Y una mañana, en la que una luminosidad asombrosamente excepcional comenzara a juguetear con una exaltación rumorosa de mi espíritu, acaeció que una voz me ordenara dar inicio a una escritura libre y desenfadada sobre las páginas de tal cuaderno. Lo lúdico y, si se quiere, lo curioso del mandato es que tal voz me imponía iniciar cada texto, nota o imagen con la letra correspondiente a la página en cuestión. Así escribí, en la letra A, un texto un tanto extravagante para lo que, al menos yo, pudiera considerar mi “estilo” personal. Otros textos se escribieron, uno tras otro, hasta la letra E o la F. Luego me tocó dejar en reposo el cuaderno, por varios meses, antes de volver a esbozar cualquier otro intento entre sus páginas. Esta operación se repitió en el transcurso de unos cinco o seis años y acaso a ello ha de atribuirse su aire de heterogeneidad. No había prisas. Nunca escribí nada que no necesitara escribir en él, y cuando lo hice fue siempre atendiendo al llamado inicial, esto es, principiando cada texto, nota o asomo poético, con la enunciación de la letra correspondiente a aquella página que quedaba libre en el cuaderno. No lo considero un libro trascendente. Acaso contenga algún que otro texto que tenga algún valor. Eso es lo que menos me importa, siempre ha sido así con todo lo que escribo. Creo que los seres humanos le damos una recargada importancia a nuestras huellas personales, olvidando otorgarle el justo prevalecer al anonimato del vivir. Podemos ser fidedignos a la hora de correr el velo de nuestro ser y de nuestras indagaciones; es más, es natural que deseemos serlo, dado que ello es expresión de un llamado ineludible, pero ¿será esa misión exteriorizadora la prenda última y más preciada en el íntimo decurso de una vida? De ello no estaría tan seguro. Con todo, debo admitir que tampoco estoy exento de esa necesidad de exteriorizar lo que podríamos calificar como mis angustias y aspiraciones. En fin de cuentas, es éste más un cuaderno de obsesiones que de poesía. Acaso pueda librarme el consuelo de que algunas de nuestras obsesiones sean parientes muy cercanas de la poesía.

lacl

 *** * ***

Agregamos un enlace con la voz de Whitman leyendo América.

Nota: Los videos que se publican acá sólo se divulgan con un interés eminentemente cultural. Si el video no abre dentro del Blog, puede verse en la red YouTube, siempre y cuando no le hayan retirado o la cuenta de origen no haya sido cancelada o suspendida.  Simplemente hay que ir a esa red para disfrutar maravillas como ésta, la de poder escuchar la voz de Walt Whitman.






Agregamos otro enlace con la voz de Whitman, leyendo su América.









http://www.youtube.com/watch?v=5IeIN3WE4lI

sábado, 6 de septiembre de 2025

Utopía de un hombre que está cansado, Jorge Luis Borges / Johann Sebastian, pequeño dossier




 

 

Un libro de arena es, acaso, el enser más apropiado para escribir la utopía de todo hombre, esté cansado o no. Aquí dejamos la imaginada por un soñador que respondió al nombre de Jorge Luis Borges... 

Salud, lacl 

*** * ***

Utopía de un hombre que está cansado, Jorge Luis Borges.


«Llamola utopía, voz griega cuyo significado es no hay tal lugar.»

Quevedo

No hay dos cerros iguales, pero en cualquier lugar de la tierra la llanura es una y la misma. Yo iba por un camino de la llanura. Me pregunté sin mucha curiosidad si estaba en Oklahoma o en Texas o en la región que los literatos llaman la pampa. Ni a derecha ni a izquierda vi un alambrado. Como otras veces repetí despacio estas líneas, de Emilio Oribe:

En medio de la pánica llanura interminable

Y cerca del Brasil,

que van creciendo y agrandándose.

El camino era desparejo. Empezó a caer la lluvia. A unos doscientos o trescientos metros vi la luz de una casa. Era baja y rectangular y cercada de árboles. Me abrió la puerta un hombre tan alto que casi me dio miedo. Estaba vestido de gris. Sentí que esperaba a alguien. No había cerradura en la puerta. Entramos en una larga habitación con las paredes de madera. Pendía del cielo raso una lámpara de luz amarillenta. La mesa, por alguna razón, me extrañó. En la mesa había una clepsidra, la primera que he visto, fuera de algún grabado en acero. El hombre me indicó una de las sillas.

Ensayé diversos idiomas y no nos entendimos. Cuando él habló lo hizo en latín. Junté mis ya lejanas memorias de bachiller y me preparé para el diálogo.

—Por la ropa —me dijo—, veo que llegas de otro siglo. La diversidad de las lenguas favorecía la diversidad de los pueblos y aún de las guerras; la tierra ha regresado al latín. Hay quienes temen que vuelva a degenerar en francés, en lemosín o en papiamento, pero el riesgo no es inmediato. Por lo demás, ni lo que ha sido ni lo que será me interesan.

No dije nada y agregó:

—Si no te desagrada ver comer a otro, ¿quieres acompañarme?

Comprendí que advertía mi zozobra y dije que sí.

Atravesamos un corredor con puertas laterales, que daba a una pequeña cocina en la que todo era de metal. Volvimos con la cena en una bandeja: boles con copos de maíz, un racimo de uvas, una fruta desconocida cuyo sabor me recordó el del higo, y una gran jarra de agua. Creo que no había pan. Los rasgos de mi anfitrión eran agudos y tenía algo singular en los ojos. No olvidaré ese rostro severo y pálido que no volveré a ver. No gesticulaba al hablar.

Me trababa la obligación del latín, pero finalmente le dije:

—¿No te asombra mi súbita aparición?

—No —me replicó—, tales visitas nos ocurren de siglo en siglo. No duran mucho; a más tardar estarás mañana en tu casa.

La certidumbre de su voz me bastó. Juzgué prudente presentarme:

—Soy Eudoro Acevedo. Nací en 1897, en la ciudad de Buenos Aires. He cumplido ya setenta años. Soy profesor de letras inglesas y americanas y escritor de cuentos fantásticos.

—Recuerdo haber leído sin desagrado —me contestó— dos cuentos fantásticos. Los Viajes del Capitán Lemuel Gulliver, que muchos consideran verídicos, y la Suma Teológica. Pero no hablemos de hechos. Ya a nadie le importan los hechos. Son meros puntos de partida para la invención y el razonamiento. En las escuelas nos enseñan la duda y el arte del olvido. Ante todo el olvido de lo personal y local. Vivimos en el tiempo, que es sucesivo, pero tratamos de vivir sub specie aeternitatis. Del pasado nos quedan algunos nombres, que el lenguaje tiende a olvidar. Eludimos las precisiones inútiles. No hay cronología ni historia. No hay tampoco estadísticas. Me has dicho que te llamas Eudoro; yo no puedo decirte cómo me llamo, porque me dicen alguien.

—¿Y cómo se llamaba tu padre?

—No se llamaba.

En una de las paredes vi un anaquel. Abrí un volumen al azar; las letras eran claras e indescifrables y trazadas a mano. Sus líneas angulares me recordaron el alfabeto rúnico, que, sin embargo, solo se empleó para la escritura epigráfica. Pensé que los hombres del porvenir no solo eran más altos sino más diestros. Instintivamente miré los largos y finos dedos del hombre.

Este me dijo:

—Ahora vas a ver algo que nunca has visto.

Me tendió con cuidado un ejemplar de la Utopía de More, impreso en Basilea en el año 1518 y en el que faltaban hojas y láminas.

No sin fatuidad repliqué:

—Es un libro impreso. En casa habrá más de dos mil, aunque no tan antiguos ni tan preciosos.

Leí en voz alta el título.

El otro rió.

—Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer sino releer. La imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios.

—En mi curioso ayer —contesté—, prevalecía la superstición de que entre cada tarde y cada mañana ocurren hechos que es una vergüenza ignorar. El planeta estaba poblado de espectros colectivos, el Canadá, el Brasil, el Congo Suizo y el Mercado Común. Casi nadie sabía la historia previa de esos entes platónicos, pero sí los más ínfimos pormenores del último congreso de pedagogos, la inminente ruptura de relaciones y los mensajes que los presidentes mandaban, elaborados por el secretario del secretario con la prudente imprecisión que era propia del género.

Todo esto se leía para el olvido, porque a las pocas horas lo borrarían otras trivialidades. De todas las funciones, la del político era sin duda la más pública. Un embajador o un ministro era una suerte de lisiado que era preciso trasladar en largos y ruidosos vehículos, cercado de ciclistas y granaderos y aguardado por ansiosos fotógrafos. Parece que les hubieran cortado los pies, solía decir mi madre. Las imágenes y la letra impresa eran más reales que las cosas. Solo lo publicado era verdadero. Esse est percipi (ser es ser retratado) era el principio, el medio y el fin de nuestro singular concepto del mundo. En el ayer que me tocó, la gente era ingenua; creía que una mercadería era buena porque así lo afirmaba y lo repetía su propio fabricante. También eran frecuentes los robos, aunque nadie ignoraba que la posesión de dinero no da mayor felicidad ni mayor quietud.

—¿Dinero? —repitió—. Ya no hay quien adolezca de pobreza, que habrá sido insufrible, ni de riqueza, que habrá sido la forma más incómoda de la vulgaridad. Cada cual ejerce un oficio.

—Como los rabinos —le dije.

Pareció no entender y prosiguió.

—Tampoco hay ciudades. A juzgar por las ruinas de Bahía Blanca, que tuve la curiosidad de explorar, no se ha perdido mucho. Ya que no hay posesiones, no hay herencias. Cuando el hombre madura a los cien años, está listo a enfrentarse consigo mismo y con su soledad. Ya ha engendrado un hijo.

—¿Un hijo? —pregunté.

—Sí. Uno solo. No conviene fomentar el género humano. Hay quienes piensan que es un órgano de la divinidad para tener conciencia del universo, pero nadie sabe con certidumbre si hay tal divinidad. Creo que ahora se discuten las ventajas y desventajas de un suicidio gradual o simultáneo de todos los hombres del mundo. Pero volvamos a lo nuestro.

Asentí.

—Cumplidos los cien años, el individuo puede prescindir del amor y de la amistad. Los males y la muerte involuntaria no lo amenazan. Ejerce alguna de las artes, la filosofía, las matemáticas o juega a un ajedrez solitario. Cuando quiere se mata. Dueño el hombre de su vida, lo es también de su muerte.

—¿Se trata de una cita? —le pregunté.

—Seguramente. Ya no nos quedan más que citas. La lengua es un sistema de citas.

—¿Y la gran aventura de mi tiempo, los viajes espaciales? —le dije.

—Hace ya siglos que hemos renunciado a esas traslaciones, que fueron ciertamente admirables. Nunca pudimos evadirnos de un aquí y de un ahora.

Con una sonrisa agregó:

—Además, todo viaje es espacial. Ir de un planeta a otro es como ir a la granja de enfrente. Cuando usted entró en este cuarto estaba ejecutando un viaje espacial.

—Así es —repliqué—. También se hablaba de sustancias químicas y de animales zoológicos.

El hombre ahora me daba la espalda y miraba por los cristales. Afuera, la llanura estaba blanca de silenciosa nieve y de luna.

Me atreví a preguntar:

—¿Todavía hay museos y bibliotecas?

—No. Queremos olvidar el ayer, salvo para la composición de elegías. No hay conmemoraciones ni centenarios ni efigies de hombres muertos. Cada cual debe producir por su cuenta las ciencias y las artes que necesita.

—En tal caso, cada cual debe ser su propio Bernard Shaw, su propio Jesucristo y su propio Arquímedes.

Asintió sin una palabra. Inquirí:

—¿Qué sucedió con los gobiernos?

—Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más compleja que este resumen.

Cambió de tono y dijo:

—He construido esta casa, que es igual a todas las otras. He labrado estos muebles y estos enseres. He trabajado el campo, que otros cuya cara no he visto, trabajarán mejor que yo. Puedo mostrarte algunas cosas.

Lo seguí a una pieza contigua. Encendió una lámpara, que también pendía del cielo raso. En un rincón vi un arpa de pocas cuerdas. En las paredes había telas rectangulares en las que predominaban los tonos del color amarillo. No parecían proceder de la misma mano.

—Esta es mi obra —declaró.

Examiné las telas y me detuve ante la más pequeña, que figuraba o sugería una puesta de sol y que encerraba algo infinito.

—Si te gusta puedes llevártela, como recuerdo de un amigo futuro —dijo con palabra tranquila. Le agradecí, pero otras telas me inquietaron. No diré que estaban en blanco, pero sí casi en blanco.

—Están pintadas con colores que tus antiguos ojos no pueden ver.

Las delicadas manos tañeron las cuerdas del arpa y apenas percibí uno que otro sonido. Fue entonces cuando se oyeron los golpes.

Una alta mujer y tres o cuatro hombres entraron en la casa. Diríase que eran hermanos o que los había igualado el tiempo. Mi anfitrión habló primero con la mujer.

—Sabía que esta noche no faltarías. ¿Lo has visto a Nils?

—De tarde en tarde. Sigue siempre entregado a la pintura.

—Esperemos que con mejor fortuna que su padre.

Manuscritos, cuadros, muebles, enseres; no dejamos nada en la casa.

La mujer trabajó a la par de los hombres. Me avergoncé de mi flaqueza que casi no me permitía ayudarlos. Nadie cerró la puerta y salimos, cargados con las cosas. Noté que el techo era a dos aguas.

A los quince minutos de caminar, doblamos por la izquierda. En el fondo divisé una suerte de torre, coronada por una cúpula.

—Es el crematorio —dijo alguien—. Adentro está la cámara letal. Dicen que la inventó un filántropo cuyo nombre, creo, era Adolfo Hitler.

El cuidador, cuya estatura no me asombró, nos abrió la verja.

Mi huésped susurró unas palabras. Antes de entrar en el recinto se despidió con un ademán.

—La nieve seguirá —anunció la mujer.

En mi escritorio de la calle México guardo la tela que alguien pintará, dentro de miles de años, con materiales hoy dispersos en el planeta.

Jorge Luis Borges


***
Johann Sebastian, pequeño dossier

Glenn Gould - Bach, Fugue in E-flat major & Cantata "Widerstehe doch der Sünde"



CBC Presents: "Glenn Gould On Bach"




Bach - Matthäus-Passion BWV 244 
(recording of the Century : Otto Klemperer


The Well-Tempered Clavier Complete by Glenn Gould 1/13



viernes, 5 de septiembre de 2025

Hubo ojos más cortantes que una afilada guadaña, Osip Mandelshtam / GUARIDA MUSICAL: STRAVINSKY, ORFEO LA ODISEA DE ORFEO





En sumas ocasiones, el crisol refinado del verbo, vale por todo el peso de una veta de infinitas palabras. Verbigracia, este cohesionado poema de Mandelshtam.

Salud, lacl

***

Hubo ojos más cortantes que una afilada guadaña 

En un reloj de Cuco y en una gota de rocío. 

Y apenas enseñaron a distinguir en su tamaño la multitud solitaria de las estrellas.


Osip Mandelshtam, Cuadernos de Voronezh. Traducción de Jesús García Gabaldón. Igitur Poesía.


***

Gulag


El poeta







GUARIDA MUSICAL: 
STRAVINSKY, ORFEO
LA ODISEA DE ORFEO







jueves, 4 de septiembre de 2025

El árbol, la sombra, el hombre. , lacl / Tú me abandonarás en primavera Clara Montes interpreta un poema de Antonio Gala







El árbol, la sombra, el hombre. 


Caminas en medio de una soledosa multitud de ojos, voces, acalladas presencias que atisban tras la maleza o murmuran desde la copa de los árboles. 

A dos pasos se tiende el extravío, como una tentadora ensoñación. 

Es la montaña, ofreciendo dócil lo infinito: el reverso o contracara de una vida que echó raíces sobre una terrestre apariencia. Si te internaras tan sólo dos pasos en la jungla, sabes que entrarás en otro plano o dimensión, que la pérdida se te regala allí, como un fruto al alcance de la mano. 

Ante la incógnita que ha hecho presencia por obra de la noche, optas por seguir caminando, a ratos, sobre la vereda de los transeúntes, a ratos, sobre el campo abierto. 

Te detienes ante un árbol. 

Luces de artificio crean una hiperrealidad colmada de silencio. 

El verde del pasto se teje con tu sombra, que sube por el tronco como una tenue oscuridad, para evadir la fantasía de un mundo superpuesto sobre otro, un mundo que se inventó una indumentaria para vestir su desamparo, una maqueta imaginaria pretendiendo, incansablemente, justificar otro extravío, tan concluyente y  definitivo como la experiencia de caminar a solas entre una tupida selva oscura. 


lacl, septiembre 3, 2025. Escrito entre la hora del pulmón y el amanecer...

***

Tú me abandonarás en primavera
Clara Montes interpreta un poema de Antonio Gala


lunes, 1 de septiembre de 2025

El libro de los seres imaginarios, nota de agradecimiento, lacl / PRÓLOGO, BUDDHA - ELFOS / Jorge Luis Borges, el poeta en su voz. / Borges - Entrevista de Antonio Carrizo a Jorge Luis Borges FOTOGRAFÍAS CURIOSAS DE JORGE LUIS BORGES


 

Hay tareas, emprendimientos, lances en la vida que se inician bajo el impulso del más puro de los amores. Aquel que es movido por una fuerza de origen acaso desconocido, un desbordamiento ctónico o celeste, ingobernable, deseoso, provecto de inspirado entusiasmo. Así me imagino yo tareas como aquella emprendida por el maestro Borges con la colaboración de Margarita Guerrero, al compilar y redactar este libro de los seres imaginarios.

Supondré, como hipótesis, que hay que haber amado abnegadamente el don de la imaginación o el derrotero de la humana cultura a lo largo de los siglos, como condición previa a la gracia de descubrir lo que significa la senda dorada de la dedicación de las horas vividas a la luz de la letra, para luego optar por el gesto de donarlas en lo aprendido y lo aprehendido, en lo absorbido y destilado en ese alambique incansable que decanta elixires en el pecho. 

Gracias a ese impulso vital es que podemos, los miembros de nuestra estirpe, gozar de lo que otros miembros han creado y atesorado, como custodios de nuestro devenir. Borges y ¿por qué no? algunos de sus amigos y compañeros de gesta o aventuras, formaron fila desprendidamente cuando los hados llamaron a los elegidos. 

Dejemos pues, aquí, una vez más, el prólogo, añadiendo un par de brevedades de ese libro indispensable, apretado compendio en lo que se refiere al conteo de las páginas, pero infinito en lo que sugiere cada trazo escrito en ese otro libro, el de nuestra común imaginación...

Salud, lacl

P. S. Agregamos material adicional, algunas poemas de Borges, en su voz, una entrevista y algunas fotografías.


*** * ***

El libro de los seres imaginarios 

Jorge Luis Borges con la colaboración de Margarita Guerrero 


PRÓLOGO 

El nombre de este libro justificaría la inclusión del príncipe Hamlet,del punto, de la línea, de la superficie, del hipercubo, de todas las palabras genéricas y, tal vez, de cada uno de nosotros y de la divinidad. En suma, casi del universo. Nos hemos atenido, sin embargo, a lo que inmediatamente sugiere la locución "seres imaginarios", hemos compilado un manual de los extraños entes que ha engendrado, a lo largo del tiempo y del espacio, la fantasía de los hombres. 

Ignoramos el sentido del dragón, como ignoramos el sentido del universo, pero algo hay en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres, y así el dragón surge en distintas latitudes y edades.  

Un libro de esta índole es necesariamente incompleto, cada nueva edición es el núcleo de ediciones futuras, que pueden multiplicarse hasta el infinito.

Invitamos al eventual lector de Colombia o del Paraguay a que nos remita los nombres, la fidedigna descripción y los hábitos más conspicuos de los monstruos locales. 

Como todas las misceláneas, como los inagotables volúmenes de Robert Burton, de Fraser o de Plinio, El libro de los seres imaginarios no ha sido escrito para una lectura consecutiva. Querríamos que los curiosos lo frecuentaran, como quien juega con las formas cambiantes que revela un caleidoscopio. 

Son múltiples las fuentes de esta "silva de varia lección" las hemos registrado en cada artículo. Que alguna involuntaria omisión no sea perdonada. 

JLB / MG

Martínez, septiembre, 1967.


*** * ***


EL ELEFANTE QUE PREDIJO EL NACIMIENTO DE BUDDHA

Quinientos años antes de la era cristiana, la reina Maya, en el Nepal, soñó que un elefante blanco, que procedía de la Montaña de Oro, entraba en su cuerpo. Este animal onírico tenía seis colmillos, que corresponden a las seis dimensiones del espacio indostánico: arriba, abajo, atrás, adelante, izquierda y derecha. Los astrólogos del rey predijeron que Maya daría a luz un niño que sería emperador de la tierra o redentor el género humano. Aconteció, según se sabe, lo último. 

En la India el elefante es un animal doméstico. El color blanco significa humildad y el número seis es sagrado. 


*******

LOS ELFOS 


Son de estirpe germánica. De su aspecto poco sabemos, salvo que son siniestros y diminutos. Roban hacienda y roban niños. Se complacen en diabluras menores. En Inglaterra se dio el nombre de elf-lock (rizo de elfo) a un enredo del pelo, porque lo suponían obra de Elfos. Un exorcismo anglosajón les atribuye la malévola facultad de arrojar desde lejos minúsculas flechas de hierro, que penetran sin dejar un rastro en la piel y causan dolores neurálgicos. En alemán, pesadilla se traduce por Alp, los etimólogos derivan esa palabra de "elfo", dado que en la Edad Media era común la creencia de que los Elfos oprimían el pecho de los durmientes y les inspiraban sueños atroces.


*******

Jorge Luis Borges, el poeta en su voz.


LÍMITES, Jorge Luis Borges.

Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar.
Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
hay un espejo que me ha visto por última vez,
hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo.
Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)
hay alguno que ya nunca abriré.
Este verano cumpliré cincuenta años;
La muerte me desgasta, incesante.

https://www.youtube.com/watch?v=6nMFVdF_DM4

POEMA CONJETURAL



Everness

http://www.youtube.com/watch?v=V6VjKoMHZLU&feature=related

Everness, Jorge Luis Borges

Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.

Ya todo está. Los miles de reflejos
que entre los dos crepúsculos del día
tu rostro fue dejando en los espejos
y los que irá dejando todavía.

Y todo es una parte del diverso
cristal de esa memoria, el universo;
no tienen fin sus arduos corredores

y las puertas se cierran a tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
verás los Arquetipos y Esplendores.



Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad



Borges - Entrevista de Antonio Carrizo a Jorge Luis Borges


FOTOGRAFÍAS CURIOSAS DE JORGE LUIS BORGES 




viernes, 29 de agosto de 2025

Re-cor-dar: Ensayar, respirar, caminar. lacl / BACH, ADAGIO / AIR

 

Llueve. 

Sobre el filo silencioso

de la ausente madrugada 

se ha presentado la llovizna.

Remember to remember. 

Recuerdo el título de aquel libro extraviado. 

Lo firmaba Henry Miller. 

Hay los destinos esquivos. 

También las intenciones, los deseos. 

También hay los propósitos fallidos, 

lances en la vida inacabados 

e, incluso, no iniciados; 

como si la vida fuera copia del procedimiento 

de un relato inconcluido de Franz Kafka. 

Ese libro ha estado junto a mí por décadas y siempre ha logrado escaparse por alguna rendija del enigma, cada vez que he comenzado a leer algunas páginas. Probablemente sea una parodia de nuestra experiencia vital; al menos, en multitud de facetas de nuestra vida. En fin, algún día aparecerá, si le parece conveniente, y acaso se dejará tratar como una amante fiel. Este recuerdo viene al caso porque me he dicho a sotto voce: "...remember to remember..."

Recordar por recordar o recordar para recordar. Y como algunas veces suelo apuntar, en nuestra hermosa palabra recordar yace inserto el vibrante corazón. Nos viene inscrito en su etimología: re-cor-dar en nuestra lengua, ri-cor-dare en italiano. Se trata pues de recoger o rescatar, con el pensamiento del corazón, aquello que hemos de dar. De eso se trata el memorar. 

Estas palabras vienen a cuento porque la siguiente divagación o digresión, un tanto luenga para un medio digital, fue publicada en los primeros días de este blog, formando parte de otra publicación más extensa aún. Comencé esta experiencia de llevar un blog literario con un espíritu afín al de Walt Whitman cuando escribiera aquel bellísimo poema intitulado Al Comenzar Mis Estudios, colmado de entusiasmo y emotiva efusividad. De allí que aquellas publicaciones iniciales fueran un tanto extensas para un medio comunicacional como un blog. 

En fin, hoy extraigo esa nota dentro de otra, para publicarla en separata. Y si lo hago es por lo que psíquica o anímicamente ese texto representa para un servidor, en lo que concierne a la razón o sentido de vivir. 

Salud, lacl

P. S. Me ha alcanzado la hora del pulmón a la hora de culminar estas palabras, son las 3:07 a.m del 29 de agosto de 2025.


Ensayar, respirar, caminar. 
05 de Octubre – 2007. Amanecer
lacl

Hace algunos días un amigo me ha dicho que yo, más que poeta, lo que soy es un ensayista. Antes que molestarme, me ha contentado esa aproximación. Desde niño me acompañó siempre la impresión de que todo es circunstancial, efímero y pasajero. Que en nuestras vidas todo es conato e intento. No en balde contracorrientes abre con aquella luminosa frase que pronunciara Armando Reverón un poco antes de su fallecimiento: todo ensayo es vivir. Voy a confesar algo: recorría yo los pasillos de la Galería de Arte Nacional con motivo de un homenaje al artista. Sus escaramuzas con el barro y la luz siempre me conmovieron y tuve la fortuna de poder contemplar su mundo desde muy temprana edad. De pronto me detengo ante una vitrina que expone material bibliográfico. Uno de ellos es un reportaje-entrevista de José Ratto-Ciarlo al pintor, luego de su última y quijotesca “salida” de la clínica y los cuidados del doctor Báez Finol (si la memoria no me falla). Cuando Ratto-Ciarlo le manifiesta su asombro al contemplar toda una multiplicidad de ensayos y bocetos pictóricos (pues es testigo de un milagro de resurrección o, si lo prefieren, de un caso de endiosamiento), Reverón le espeta con ese dardo del verbo: todo ensayo es vivir. Y aquí va la confesión: tal aseveración era una ofrenda que había estado allí, brillando en un papel ya amarillento y flotando en el aire, aguardando por mí. Abrupta, violentamente me percaté de que esa frase (¿por qué no rezo u oración?), que había sido enunciada algún tiempo antes de mi venida al mundo, se había engarzado a juguetear con las horas entre los recovecos del viento, para luego sorprenderme cabalgando sobre ese potro sin vida en el que encarnan tantas humanas vicisitudes. Salí de la galería reptante y en estado de gracia,

*I*L*U*MIN*A*D*O*,


deambulando a unos tres centímetros por encima del suelo, sin que nadie lo notase. Me perdí en mis adentros, me interné en el afuera. SILENCIO. Ni una palabra, ninguna dicción. Ni siquiera una interjección. Sólo caminar y caminar. Caminar para perderme y caminar para encontrarme en el extravío de ser, al fin, nadie. Tan solo un vivir caminante.


En experiencias tan particulares o personales como la que acabo de narrar yace, creo, el germen de toda poesía. Y si la poesía ha de ser enfermedad, entonces, declaro mi contagio. Y yo, un ser tan lingüístico, detesto a los poetas lingüísticos. Aclaro: detesto a los que lo son adrede. Los que se olvidan de la comunión con el afuera, los que se olvidan del ritmo silencioso de las caravanas de hormigas, los que no se permiten sumergirse en el olvido de sí mismos y menos aún consienten recordarse; los que se niegan o se anulan en pos del virtuosismo palabrérico. Los hay y muchos.


La poesía es un estado de iluminación, no una pleamar de yoes mostrando sus imaginarios títulos, sus certificadas horas de vuelo. Parafraseando a nuestro querido Reverón -y con su venia- voy a decir que toda vida es ensayo, acercamiento, vacilación, tanteo, reconocimiento, rodeo y comunión. La poesía es un encuentro místico del que nuestros diurnos procesos de dilucidación nada saben.

Y le doy gracias a mi amigo por haberme acicateado con su aserto, pues me da ocasión para merodear sobre el tema, porque para mí toda la vida ha sido un preguntarme y repreguntarme qué sentido tiene el que me conceptúe como poeta -o como cualquier otra cosa-, siguiendo esa vacua costumbre tan del gusto de las mayorías. Toda mi vida ha sido un danzar o un pespuntear sobre la prerrogativa que los seres humanos nos tomamos para calificarnos de esto o de aquello. Y, peor aún, de un buen “esto” o un mejor “aquello”. ¿Es que nacimos con ese derecho? Me parece que solemos ser extremadamente ligeros al respecto.

Así, mis días han transcurrido entre una negación y una aseveración (pero, ¿qué vida no lo hace? el asunto quizás sea ¿qué vida lo reconoce?); y han devenido, también, sobre una constante dubitación de mi alma, un inquirir en torno a mi presencia en este insólito recinto que llamamos mundo, en tanto que contempla una contienda de tribus desorientadas que se empeñan en modelar e imponer -unas a otras- ese “su” mundo, a imagen y semejanza de una caprichosa Babel que llevan en la mente.


Y es gracias al aserto de mi amigo que voy a atreverme a develar parte de ese transcurrir. ¿Que develaré una contradicción? Pues sí. Siempre me contradigo. Pues al hacerlo alcanzo a sentirme un tanto menos lejos de mí mismo y un poco menos extraño. Y, tal y como me susurrara la voz que siempre me despierta, la que me retrotrajo a la vigilia durante una reciente madrugada, “voy a negarme, porque al aseverarme me pierdo”.


De Contracorrientes, libro del que he dado ya noticia en esta página (glosa del siete de Julio-2007), insertaré acá algunas consideraciones en torno a poeta y poesía. Y de un inédito cuaderno de asomos poéticos (exceptuando algunos textos aparecidos en una publicación del CELARG y el ya expurgado Enola Gay), que lleva por nombre Toma Luz, toda la noche, insertaré el texto que sirve de preludio y que he denominado Introito antipoético.


Las imágenes precedentes: a) Reverón con sus muñecas, b) y c) la sombrilla robinsoniana de Armando Reverón, c) el teléfono de Reverón.


Deseo, antes de continuar, recomendar ampliamente la página del MOMA dedicada a Armando Reverón. El enlace es el siguiente: http://www.moma.org/exhibitions/2007/reveron/index.html



De Contracorrientes, BID&CO Editor

***

Ante todo debo decir que no me considero un poeta, al menos, no a la moderna usanza que circunscribe al poeta (o a la figura del poeta) dentro del ámbito de lo estrictamente literario. Todo lo foráneo palpita, de algún modo, en nosotros. Afuera todo un mundo nos requiere y nosotros marchamos a su son. Un poeta no es, primero, un literato o no es, primero, un ser literario. Un poeta ama las letras, ama las palabras, tanto como ama la estampa de cualquier viso de la realidad, por nimio que sea, pero no forzosamente ama la literatura a la manera en que se aman los cegados credos. En todo poeta se enuncia una dicción, pero es una dicción que va más allá de las palabras. Ellas, a su pesar, tienen que conformarse con el papel de ser vehículo de esa dicción y aquellos que rinden culto a la poesía han de conformarse con volver, una y otra vez, al concurso de aquellas, para expresar el alto y bajo relieve de la realidad, la palpable extrañeza de las cosas y seres que nos rodean, tan posibles -en su existencia- como la presencia misma de las palabras, que comienzan siendo un misterio y terminan siendo un misterio. Creo que la frase la escribió Ungaretti: un poeta es un hombre que lo siente todo. Siempre acude a mi memoria tan sencillo planteamiento, implica una revolución del pulso; también recuerdo siempre otra frase, ésta de Julio Ortega, durante una charla que se realizó en Caracas por el año 1990: “…todo poeta ha de tener poesía inédita…”, a lo que añadió: “…hay que desconfiar de los poetas que no tienen o guardan poesía inédita en un cajón o alguna gaveta de su casa…”. Qué jardín de sutilezas sugiere esta proposición.


***


La luna pende amarilla,

cenicienta, vaga, dulce,
cruel.

Dos niños de nadie juegan

al fútbol a la medianoche
(es la plaza Brion);
entre árboles asediados
por banquetas y bloques de cemento,
discuten la validez de cada gol,
mientras una bruma nauseabunda
espolvorea sus cabellos y los míos.

La luna o, mejor, el color hepático de su risueña agonía

no logra conmover cielo ni tierra.


Prosigo mi camino.



Pienso, quizás egoístamente, que hace meses no escribo un poema, pero inmediatamente surge una voz que me dice que eso importa un bledo. ¿ Qué dilema es éste de conciliar mi mundo con el mundo ? Hace poco sí escribí un verdadero poema, sencillo y hermoso porque tan sólo era el registro de un “fresco” que observé en la calle, pero lo perdí en la calle misma, tal vez al meter la mano en el bolsillo. Así, pues, es como si no hubiera escrito nada. Como un doble relámpago, acuden a mi memoria dos sentencias, una es de Auden y la otra de Rilke. Auden postula la incertidumbre de todo poeta, sobre si volverá a encontrar las perlas de un nuevo poema, después de haberse encontrado con aquellas que le señalaron el develamiento del último poema escrito. Rilke dice que todo poema (en realidad, toda obra de arte) ha de nacer de una profunda necesidad. Infiero de la conjugación de ambas sentencias, que poesía y poema son el padecimiento, la incertidumbre de una magia necesaria.


En mi camino pienso que había que estar allí,

deberían haber estado allí, en la plaza, a medianoche;
todos y cada uno de los hombres y mujeres que viven en el mundo,
deberían tener un encuentro como ése, sin otra compañía
que la de su yo interior, sin otros testigos que sus propios ojos:

Dos niños en un insólito campo de juego,

azuzándose con voces avejentadas.

Dos niños

corriendo bajo una luna de hiel,
con sus cabellos blancos.

Dos niños

lúdicos y endurecidos.


Hace tiempo que no escribo un poema.


***


Mucha de la poesía

que se capta, se vive o se siente,
de algún modo viaja ya
implícita en la mirada
del contemplador.

De algún modo hizo morada

en los ojos de quien
se asoma al mundo

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *




De Toma Luz, toda la noche
Introito antipoético



Yo soy poeta.


Me importa un comino todo lo demás.


Soy un poeta solitario.


He tenido que aceptarlo, a mi pesar

y a pesar de los demás.
Soy un miserable poeta, un maldito;
no un poeta maldito,
ni alguien que añora ampararse
bajo la figura romanticona, mítica o Narcisa
de alguien juega a ser el poeta
o el elegido,
sino un hombre como cualquiera,
que padece el arrobamiento
del extraño mundo que inventaron
otros hombres como yo;
un hombre que tan solo querría vivir
cantando a cántaros, hacia sus adentros,
buscando, sin prisas, armonizar con la voz
que brota del fondo de sí mismo
y desde más allá;
esa voz arcaica y lejana que se solaza y se besa
con cada esquina del cielo
y nos canta los padeceres
y el ritmo de un mundo
que, en fin de cuentas, no fue inventado
por hombre alguno.

Yo soy poeta.


He tenido que admitirlo.


No soy un buen poeta o un mal poeta,

no es eso lo que busco o me desvela
-ni literaria ni estilísticamente hablando-
pues, no se elige ser poeta;
sólo soy un hombre que vive en secreto,
delirando a sottovoce,
a espaldas del organigrama de vida que predica
el invento de mundo en que existo.

Soy poeta

a pesar de mis intentos sobrehumanos
-como los de un tozudo Sísifo-
por acoplarme a la miseria de orden
que se me exige exhibir como las plumas de un Pavo Real,
para luego poder demostrar en el circo
que cumplo con las metas
de un arduo oficio sin sentido
que no genera bien a nadie;
ocupación más absurda aún
que el pírrico esfuerzo de un Sísifo.

Soy poeta a pesar de mí mismo,

un hombre que vive en la noche,
sigilosamente contemplando
las visitas de la luna desde su cama
o devanando, en la barra de un bar
y ante la vista de cualquiera,
el hilo con el que habrá de coser las telas
de la angustia y la serena esperanza.

Yo soy poeta.

Nunca se lo dije a nadie,
ni tampoco se lo he aceptado a nadie,
porque la poesía, su descubrimiento,
es, acaso, lo único sagrado
que haya vivido en mi vida,
amén de los naturales dones
que nos sirve la vida misma.
Porque la poesía, su revelación,
está en la vida misma: tan cercana,
tan a flor de piel, tan parecida al asombro
y tan pocas veces convocada;
qué perogrullada decir esto, pero es así,
ella es la única religión
que no clama por golpes de pecho,
mi único culto posible,
tan vivido y padecido, como para andar por allí
mancillándolo con reiterativas y egóticas arengas,
que no son sino una grosera e imperdonable
falta de respeto hacia la madre de todas las cosas
y hacia nosotros mismos, sus engreídos bastardos.

Pero hoy me encuentro agotado

de tanta doble mentira
y de trajear, por tanto tiempo
tan solemne vestimenta.
Y hoy quiero decir
(confesar, sería la palabra justa),
por una vez,
que soy poeta,
muy a mi pesar
y a pesar de los demás.
Y que hoy estoy más huérfano que nunca.


Caracas, a pleno sol del seis de diciembre de 1996



***

BACH, ADAGIO / AIR