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domingo, 13 de agosto de 2023

María Calcaño le escribe a Jacinto Fombona Pachano / María Calcaño, poema. Lectura.

 


Una carta plagada de gracia, ludismo, arrojo, vitalidad, una marea de vitalidad, como su poesía. 
Me eximo de agregar algunas palabras, por los momentos, pues me temo que el introito sería más largo que la propia carta. Las dejaré para un post scriptum...
¡Salud!
lacl

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María Calcaño le escribe a Jacinto Fombona Pachano

¿Cabe el enojo en dos unidades que vivían una misma luna?

Señor Jacinto (me han dicho que usted es un santo): ¡Va a decir, es una frívola! ¡No señor!. Nada de eso. Simplemente, una pobre mujer. ¡Qué amargura para decirle esto, Jacinto, digo, señor! Bueno, le prometo ser más juiciosa. No vuelva a darse esas fugaditas al campo si no quiere verme gritar todo un día. ¡Soy muy malcriada! Por allí me dijo uno: «¡oh, malcriada infinita! ven. Te lo dice este eremita de tu corazón». Bah, ¿qué le importan a usted estas cosas? Pero soy una gran habladora y si usted me escucha… Verdad? Ya me lo dijo. Sepa usted que me estoy riendo. Yo si sé reír. Y como dice Tirso que reía Elena de Troya: «es un temblor de amor en los labios» (no me pregunta cómo soy, pues es mi lado terrible, no me quiera ver cuando ría).

Voy a decirle, a veces me pongo triste. ¡Parece usted tan feliz! ¡Parece tan tranquilo! ¡Tan asentado! inclinada sobre sus cartas estoy horas y horas. Abismada, como en la orilla de los ríos o ¡al pie de plata de las cascadas dulcísimas!, y tengo pena con usted, tan reposado, y esta intensa se le ha metido por el costado con sus vértigos y sus revoluciones. Pero, ¡qué bien lo aprecia mi corazón, Jacinto! ¡Qué bien lo quiere la melancolía de esta agitadora!

Parece ser que somos dos amigos que nos separamos, hace mucho tiempo de locuras. Lo he entretenido mucho y le pido perdón. ¿Qué preguntas? dios, ¿que cómo soy?: embuste. Usted sabe cómo soy. ¿No has tenido en tus manos mis años? Oh, silencioso de mis noches erradas. Para buscarme usted las manos, se ha refugiado en su mujer. ¡Lástima que no alcance usted estos brazos míos, salvajes y crujidos! la otra noche soñaba con usted. Era para morir de rabia. Estaba usted muy viejo. Eso fue antes de su salida para el campo. y todo se perdió: en el sueño se puso viejo de verdad. ¡Fue el diablo seguramente que nos pegó ese susto! Que me jugó esa de traérmelo a usted, Jacinto, y de llevárselo otra vez. ¡Humo de la profundidad de mi sed de visiones, sería el mejor incienso que yo podría darle!; este sueño está prohibido recordarlo por miedo a que se deshaga.

No se debe meter a Satán en estas cosas. Somos gente de Dios. Tengo muchas cosas que decir, entre todas le adelantaré esta: ¡Me hace usted falta! Soy más espontánea que usted. Tengo un deseo avaro. Unas ganas locas de hacerme llamar por usted. Una señorita que lo conoce, hablaba la otra noche de usted. Una muchacha muy inteligente. Yo la acosaba a preguntas: ¿cómo es, muy buenmozo, Mery? Es moreno, divino, chica (Me imagino que ríe usted, ¡qué bueno!). Yo ahora estoy muy seria. Me dejó en la luna. Estoy muy disgustada con ella ¡porque le tiene un fervor...! y se llevó el libro que usted me obsequió y me va a estropear todas las mariposas de este año, las más lindas y extrañas que cazamos. Soy una loca por las mariposas, ¿sabe? Tengo que advertirle que esta niña es preciosa, y me dirá usted, pero no me aclaró nada… y yo quedé como loca. Ella es de labios gruesos y los mueve ligeramente. ¿Le gustan a usted las bocas así?

No sabe cómo me tiene usted de contenta, de feliz. Me ha dado una cosa, me lo ha anunciado usted. Para lucir los paisajes de los adivinos. ¿No me adivina ahora usted? ¿Recuerda su maliciosa carta de buena suerte? ¡Qué de cosas me trajo, dios mío! Buenas. Entre todas, un gato negro, tan pequeño que me cabe en los senos. Él no sabe nada, es inocente. Si llegara a saber dónde se acuesta. También me trajo mi abate (no vaya a pensar en el Padre Villalobos: Éste es un bruto. tiene nueve queridas.) Mi abate es lindo. No sé a quién quiero más, si a él o al gato. Éste me araña, pero sus uñas no van cazadas a daño. ¡Cómo sabe divertir en la noche terrible a los insectos! a los gatos lascivos y agazapado, con los ojos como filos de las charcas de colores, interrogando, diminutos…

En la navaja loca de los plenilunios mi gato me sigue, me enseña a decir buenas palabras. ¿Por qué cuando estoy escuchándolo a usted no se me quita de las piernas y me restriega, y me hace cosquillas, y me pone en un estado diabólico, algo juguetona, para usted, mi querido amiguito?

Usted es bueno y no le gustan estas cosas, ¿me perdona este rato? ¿Verdad que somos muy amigos, Jacinto? Bueno, ¿me va a decir la verdad? ¿No se confesó usted después de mandarme la última carta?

Voy a decirle una cosa. No debería, pero allá va: he llegado a imaginar que esa carta no era de usted. Por qué, no sé. La leí más de mil veces. Comparé letras y letras. Y al fin como que llego a creer que sí fue de usted. Sólo puedo decir que me hizo reír mucho, mucho. Se burla usted, ¿no? a veces reímos de felicidad. Yo no duermo mucho. Paso las noches desveladas, siempre leyendo, escribiendo. Pero esa noche, le juro que dormí como mi señor marido: ¿trajo opio su carta? ¿Usted no duerme mucho? Yo odio la gente que vive para dormir y que duerme la siesta, en la mañana, más que avergonzada, me habría cortado de buena gana los párpados, como en el origen del drama japonés.

¡Qué mañana de sol la que precedió a esta carta! Aún no ha llegado la que usted me anuncia. Pareciera que no la ha escrito. Yo le escribiré al recibirla, para comunicarle qué vamos a resolver. También hablaré de la portada. Nunca me ha gustado. Yo sé dibujar. ¿Verdad que ya estoy muy compuesta? ¿Muy obediente? Pero usted sí es verdad que sabe ponerse serio (¡el muy cruel!). Yo no tengo dónde sembrar mi angustia. ¡Ya verá usted las flores más extrañas, las más dolorosas! Aquellas que pondrían mi voz en diamante. ¡Cubriendo lágrimas en los hoyuelos de las piedras!

María Calcaño.






María Calcaño, poema. Lectura.



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