Pues sí que ha sido propicia la despedida de Kundera para poner sobre la mesa los valores y una dignidad que todo ser humano debe defender (y a toda costa, agregaría yo). Es un hermoso y justo homenaje el que le hace el poeta Ramón Ordaz. Comulgamos, desde la a hasta la z, con todo lo que expone en su sentida nota.
Siendo un poder, la poesía es antipoder. Su potencia no es aquella de las que se colocan al lado de ningún trono temporal. Por eso es que siempre hemos defendido la ética como parte de la estética. Y la ética nada tiene que ver con ideologismos o fanatismos, mucho menos con las abyectas sumisiones que, en nombre del humanismo, pisotean lo humano y lo divino.
Salud, lacl
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ESCOLIOS PARA UNA BARDOLOGÍA, RAMÓN ORDA
ALGUNAS HUELLAS DE MILAN KUNDERA: ZÁVIS KALANDRA Y PAUL ÉLUARD
En el ya clásico libro “Conversaciones con Goethe”, de J. P. Eckermann, conservo subrayado un breve fragmento que data de 1832; casi doscientos años que el autor del “Fausto” se las comunicó durante su último año de vida al diligente Eckermann. Dice Goethe: “Tan pronto como un poeta quiere producir efecto político tiene que entregarse a un partido, y tan pronto como haya hecho esto, está perdido como poeta; tiene que despedirse de su espíritu libre, de su mirada desembarazada, y ponerse la vestimenta de la limitación y del odio ciego”.
Aristócrata como fue, Goethe hizo su pasantía en la guerra que libraba Alemania contra quienes fueran los propulsores de la Revolución francesa. Derrotado el ejército prusiano en Valmy, Francia entraría de lleno a darle forma y figura al mito de la Revolución, la que en su locura llevó de paseo a la guillotina tanto a jerarcas de la nobleza como a hijos del estado llano, que incluía desde burgueses, mercaderes, campesinos y pobres de las ciudades. No se dieron cuartel para demostrar la eficacia democrática del invento de Guillotin. Robespierre, que se dio gusto mandando a decapitar a sus adversarios, terminaría él mismo, el incorruptible, siendo víctima de la implacable hoja de acero. En “La revolución devora a sus hijos”, expresión ya común desde entonces, el periodista español Pedro García Cuartango escribió a propósito del tema ABC (10-07-2023) con este título la singular y macabra historia de tales revoluciones. Hago esta breve ilustración para explicarnos cuánto sabría el escritor alemán sobre esos destinos truncos, salpicados de odios y olvidos, de muchos poetas de su tiempo. Sus palabras no son más que el extracto de un pasado grotesco que es recurrente hasta nuestros días.
La reciente muerte de Milan Kundera ha servido para refrescarnos un caso sobre el que siempre quise pergeñar unas notas, de manera que sea propicia la luctuosa noticia para abordar el tema y rendir sesgadamente un breve homenaje al escritor checo. En su obra “El libro de la risa y el olvido” dedica unas sentidas páginas al sacrificado poeta surrealista de su país, Závis Kalandra, cuya muerte en la horca está vinculada al poeta francés Paul Éluard. A mediados del siglo XX Rusia había tomado por asalto a Checoslovaquia para incorporarla a su rosario de repúblicas socialistas. El estalinismo estaba en su mejor pregón de salvaje dominio y ejecutaba, aquí y allá, a los “traidores” de la revolución del octubre. El pecado de Kalandra fue, al parecer, haber denunciado los criminales procesos de Moscú, igual que lo haría André Gide y de los cuales hay un dramático testimonio en la novela “El cero y el infinito”, de Arthur Koestler; todos ellos de vuelta del supuesto paraíso comunista. El caso de Éluard es un patético ejemplo de sumisión a una a una ideología y entrega incondicional del espíritu individual a los fragores de un partido. Su conducta en la Praga de la década del 50, del siglo pasado, confiere razón a las palabras de Goethe y pone en el asadero a este entusiasta surrealista francés, para cuya época desataba su euforia anunciando las banderas de la libertad. Una carta de André Breton a Éluard pidiéndole que intercediera por Kalandra fue desoída por este. Nada le importó la horca que esperaba por el poeta checo. Dice en su estilo confesional Kundera: “André Breton no creyó que Kalandra hubiera traicionado al pueblo y a sus esperanzas y dirigió un llamamiento en París a Éluard (en carta abierta del día 13 junio de 1950) para que protestase contra la absurda acusación e intentase salvar a su antiguo amigo praguense” (El libro de la risa…). Pero Éluard zarandeaba su vida de recital en recital, remata Kundera, entre París, Moscú, Varsovia, Praga, Sofía, Grecia, entre todos los países socialistas y todos los partidos comunistas del mundo. Se negó a defender a un “traidor”, relata Kundera, “y, en lugar de eso, recitó con voz metálica: ‘Vamos a colmar la inocencia/ de la fuerza que durante tanto tiempo nos ha faltado/ no estaremos nunca más solos’” (El libro de la risa…). Al final Kalandra fue ahorcado y la indiferencia y acusación de Éluard se convirtieron en una bofetada a todo lo que predicaba. En 1980 la revista Quimera publicó la entrevista que el escritor Philip Roth hizo a Kundera y allí abordó de nuevo su pesar por el destino de Kalandra. A una pregunta de Roth sobre el caso Éluard, respondió: “Después de la guerra, Paul Éluard abandonó el movimiento surrealista y se convirtió en el mayor exponente de lo que yo llamo la poesía del totalitarismo. Sus poemas eran un canto a la paz, la justicia, la fraternidad y un mañana mejor, un canto a la solidaridad y contra el abandono; a la alegría y contra la tristeza, a la inocencia y contra el cinismo. Cuando en 1950, los dirigentes del paraíso sentenciaron a morir ahorcado a su amigo el surrealista checo Závis Kalandra, Éluard sacrificó sus sentimientos personales de amistad en interés de ideales supra personales y aprobó públicamente la ejecución de su camarada. El verdugo dio muerte mientras el poeta cantaba. Todo el período de terror estalinista fue un período de delirio lírico colectivo”. A cualquiera se le enfría el guarapo, como dice nuestra gente. Hay cierta actitud idiota a la hora de juzgar a un poeta; pareciera que estos son seres impolutos, angélicos, cuando la realidad nos dice todos los días cómo está repartido el mal en el mundo. Ser poeta no excusa de nada y menos salva de que una justa ponderación de los hechos someta a la crítica actitudes innobles. La frase del poeta persa referido a la mujer, casi que se lo endosan a los seres alados de la poesía: “Al poeta, ni con el pétalo de una rosa”. Pues no, humano somos, y si nuestra conducta pública es condenable, ¿cuál es el temor de juzgar a los poetas por actos reprochables? Bueno es recordar la copla de Antonio Machado en voz de uno de sus alter ego: “Sube y sube, pero ten/ cuidado nefelibata, / porque en las nubes también/ se puede meter la pata”.
¿Cómo no pensar en Jaromil?, ese poeta soso, castrado, delator, que Kundera retrata con cruda ironía en su novela “La vida está en otra parte”: poeta revolucionario al servicio del régimen opresor en esa Checoslovaquia tan afectada como fue por la antigua URSS. Sí, Kundera, definitivamente, la vida está en otra parte.
Ramón Ordaz
NOTAS MARGINALES
Breton a Éluard:
¡No es esa la madera con la que se fabrican los traidores! Tú, de quien yo conocí por largo tiempo el respeto y el sentido sagrado de la voz humana hasta en la entonación (…) ¿Cómo puedes soportar, en tu fuero interno, semejante degradación del hombre en la persona de aquel que se mostró amigo tuyo? “
En La llave de los campos, André Breton.
Eluard a Breton:
“Mucho tengo que hacer con los inocentes que gritan su inocencia y no tengo tiempo para ocuparme de los culpables que gritan su culpabilidad.”
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Milan Kundera, El libro de la risa y el olvido:
"...En febrero de 1948, el líder comunista Klement Gottwald salió al balcón de un palacio barroco de Praga para dirigirse a los cientos de miles de personas que llenaban la Plaza de la Ciudad Vieja. Aquel fue un momento crucial de la historia de Bohemia. Uno de esos instantes decisivos que ocurren una o dos veces por milenio.
Gottwald estaba rodeado por sus camaradas y justo a su lado estaba Clementis. La nieve revoloteaba, hacia frío y Gottwald tenía la cabeza descubierta. Clementis, siempre tan atento, se quitó su gorro de pieles y se lo colocó en la cabeza a Gottwald.
El departamento de propaganda difundió en cientos de miles de ejemplares la fotografía del balcón desde el que Gottwald, con el gorro en la cabeza y los camaradas a su lado, habla a la nación. En ese balcón comenzó la historia de la Bohemia comunista. Hasta el último niño conocía aquella fotografía que aparecía en los carteles de propaganda, en los manuales escolares y en los museos.
Cuatro años más tarde a Clementis lo acusaron de traición y lo colgaron. El departamento de propaganda lo borró inmediatamente de la historia y, por supuesto, de todas las fotografías. Desde entonces Gottwald está solo en el balcón. En el sitio en el que estaba Clementis aparece solo la pared vacía del palacio. Lo único que quedó de Clementis fue el gorro en la cabeza de Gottwald.
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Tumbalalaika
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