Un texto de hace 19 años. Este fue uno de los artículos enviados al desaparecido órgano digital elmeollo, que administraban Graciela Bonet e Israel Centeno. Lo he conseguido por causal casualidad, cuando buscaba algo de otro corte entre mis archivos. Salud, lacl.
La más genuina de las Misiones.
Las preguntas son obvias ¿Habrá llegado la hora de una respuesta distinta de parte de un grueso lote de ciudadanía venezolana ante un gobierno que, con maquillaje democrático y un sombreado asomo de carabinas, se empeña en mantener secuestrados los poderes públicos y ejercer la conducción de los destinos del país pensando sólo en una porción de conciudadanos, es decir, aquella que le apoya incondicionalmente? ¿Habrá llegado la hora de buscar una respuesta algo más precisa, cívica y concluyente que la aplicación de un artículo que nadie sabe cómo invocar, el archiconocido o archidesconocido, implorado y manoseado artículo 350 de la Constitución? Algunos hemos asomado la posibilidad de invocar aquello que Ghandi denominó Satyagraha, una forma de acción directa no violenta, basada en la no cooperación con un estado o gobierno absolutista, basándose en lo que Thoreau bautizó como desobediencia civil.
La CD y con ella muchos de quienes pusieron o pusimos nuestras esperanzas en sus gestiones de representatividad ciudadana, hemos estado encarnando un caso de "video meliora proboque, deteriora sequor", veo y apruebo lo mejor, pero sigo lo peor. En esa preferencia de seguir lo peor, no nos hemos diferenciado mucho, quienes rechazamos un gobierno autoritario, de los venezolanos que lo aprueban; los seguidores de la autocracia también "ven y aprueban lo mejor, pero siguen lo peor". La diferencia central radica en que los incondicionales de la autocracia tienen la sartén tomada por el mango, mientras que los opositores estamos dando vueltas en el centro de la paila.
Puntualicemos un tanto más. Para los incondicionales de la autocracia es natural el castigar a quien infringe la ley, pero no se detienen ni un segundo a pensar si los parámetros esgrimidos por los factores congregados hoy en el poder se ajustan a derecho. Para quienes nos encontramos en la difícil posición de tener que enrostrar un método de gobierno que incentiva la arbitrariedad y el avasallamiento sobre cualquier manifestación de disidencia, es imposible acompañar al factor de los incondicionales. Y no hace falta pertenecer a ninguna agrupación política para oponerse a tales prácticas.
Una de las "razones" que se aducen en el sector de los incondicionales del poder centralizado, hoy en manos de una agrupación que apela a la intimidación como moneda política, es que hay que saber soportar los lunares y sobrellevar los vicios propios de un sistema autoritario, pues por otra parte, se está obrando "correctamente" en algunas áreas de la vida del país. Con ello se justifica el que atendiendo a una parte de la población se desatienda a la otra. Y no me refiero precisamente, con ello, a que se esté desatendiendo un segmento de oligarcas. Eso es una aberración. Ningún fin puede justificar los medios. Menos si, con los medios utilizados, se violentan los derechos de uno solo de los ciudadanos. Léase bien: dije derechos, no he dicho prerrogativas; de esas de las que tanto usufructuaron y, penosamente, hoy siguen usufructuando unas minorías coronadas de aurora angelical.
Ahora bien, si es cierto que nunca es apropiado el hacer leña del árbol caído (cual lo es el variopinto y múltiplemente injertado árbol de la CD) *, también es cierto que ha llegado la hora de comenzar a ver el panorama con más apego a la realidad o, por lo menos, a las consecuencias innegables que estamos padeciendo los venezolanos todos: una Venezuela envilecida por el dislate y la vocinglería de políticos de agenda oculta y fines personalistas, cuando no siniestros. El asunto es, ¿estamos los venezolanos preparados para una batalla cívica como ésta? ¿Seríamos capaces de organizarnos en un movimiento de acción directa no violenta? Pudiera ser que sí, no estoy seguro. Pero será necesario que los ciudadanos se preparen, que discutan y no que se maten, que entiendan que esto es más importante que la obtención de un poder central que sempiternamente ha sido secuestrado por una etérea minoría. Si alcanzamos a superar ese obstáculo, quizás será posible el logro de una vida en armoniosa comunidad y hacer más justa la justicia. Pero mientras los venezolanos sigamos divididos en dos segmentos irreconciliables, prestando oídos al azuzamiento que predican políticos de agenda interesada, sean éstos caudillos, magnates o aprovechadores espontáneos, la nación seguirá cayendo por un despeñadero de incertidumbre y sin lograr detenerse para la necesaria edificación de la armonía general que reclama toda sociedad.
Pienso que es muy importante insistir sobre lo siguiente: secularmente las minorías gobernantes, independientemente de sus creencias políticas y del incansable argumento de actuar en nombre y en favor de las mayorías que les han puesto en el poder, se han caracterizado por el gusto de practicar una tutela despótica sobre la población o una parte de la población y en ello obran injustamente. Pareciera que basta con que lleguen al poder para transformarse en élites absolutistas. Pero llegan siempre a esa perversa condición gracias al aval de un pueblo inerte y vulnerable en cuestiones de ciudadanía y cooperación entre los individuos.
Al presente, es decisivo un entendimiento entre las partes, pero muy difícilmente, éste se manifestará o propiciará desde las cúpulas, se requiere de un entendimiento de base, entre los ciudadanos de a pie. Y si algo se demostró, fehacientemente, durante el pasado referéndum, es que los venezolanos de a pie se saben conducir mejor que sus precipitados dirigentes. Parecieran estar mejor dotados para la consecución de ese entendimiento que sus propios dirigentes políticos no logran alcanzar. Sea porque, en realidad, no lo quieren o porque, sencillamente, no conviene a sus velados fines.
Acaso nuestra Misión -y ahora sí podemos decir que una misión se justifica- sea la de redefinir nuestro horizonte como colectivo. Al menos creo que ésa es la misión que nos toca a todos aquellos que no estamos viendo espejismos, tras la ilusoria magnanimidad y el justicierismo carcelero que ejerce hoy una secta en el poder y la panacea escurridiza que nos deparan unos ya conocidos vendedores de promesas. Propagar, transferir y elevar esa misión, a los cuatro vientos, es la tarea. Una tarea cuyo horizonte lo conformen la amplitud de criterios y la aceptación del otro.
Luis Alejandro Contreras 31/8/2004
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