El azaroso e incierto destino o derrotero de los libros, acá manifestado en el introito de Ovidio a sus elegías tristes. Lo leíamos en días pasados con motivo de la concelebración del Día del libro.
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OVIDIO LAS TRISTES LIBRO PRIMERO Primera Elegía
Pequeño libro, irás, sin que te lo prohíba ni te acompañe, a Roma, donde, ¡ay de mí!, no puede penetrar tu autor. Parte sin ornato, como conviene al hijo de un desterrado, y viste en tu infelicidad el traje que te imponen los tiempos. Que el jacinto no te hermosee con su tinte de púrpura: tal color es impropio de los duelos; que tu título no se trace con bermellón, ni el aceite de cedro brille en tus hojas, ni los extremos de marfil se destaquen de la negra página. Luzcan estos primores en los libros venturosos; tú debes recordar mi adversa fortuna. Que la frágil piedra pómez no pula tu doble frente, para que aparezcas erizado con los pelos dispersos. No te avergüences de los borrones; el que los vea, notará que los han producido mis lágrimas. Marcha, libro mío; saluda de mi parte aquellos gratos lugares, y al menos los visitaré del único modo que se me permite.
XII
Me escribes que mate con el estudio el tiempo calamitoso, no sea que la torpe desidia aniquile mis bríos. Difícil es, amigo, seguir el consejo que me das, porque los versos son hijos de la alegría, y reclaman un espíritu sosegado. Mi fortuna se ve combatida por furiosas borrascas, y peor que la mía no es la suerte de nadie. ¿Quieres que Príamo se regocije en los funerales de sus hijos, y que Níobe, huérfana de los suyos, guíe las festivas danzas? ¿Es el duelo o el trabajo lo que, a tu juicio, debe preocuparme solo y relegado a los últimos confines de los Getas? Aunque supongas mi ánimo con la fortaleza del duro roble, como la fama pregona en el acusado de Anito, toda mi ciencia caería aplastada por la mole de mi ruina, pues la cólera de un dios sobrepuja a las fuerzas humanas. Aquel viejo a quien Apolo llamó el sabio río acertaría a componer una obra en circunstancias semejantes.
Cuando me olvidase de la patria y de mí mismo, cuando perdiese el sentimiento de todo lo pasado, el temor me prohibiría entregarme a pacíficas tareas. Vivo rodeado de innumerables enemigos, y además el ingenio se embota en una larga inacción, y pierde sus bríos anteriores. El campo fértil, si no se remueve con surcos incesantes, no producirá más que grama y abrojos; el caballo largo tiempo sin ejercicio correrá mal, y llegará el último cuando se lance a la carrera; si alguna barca permanece meses y meses fuera de las aguas acostumbradas, la carcoma roe sus tablas y sus costados se entreabren. Yo, lo mismo, siendo ayer tan insignificante, desespero de llegar nunca a lo que fui. El continuo sufrimiento en los trabajos aniquila el ingenio, y ya me falta gran parte del antiguo vigor; lo que no obsta muchas veces a que torne las tablillas, como ahora mismo, y me afane en someter las palabras a los pies cabales, sin producir un solo verso, o produciéndolos tales como los que lees en consonancia con la situación de su autor y del lugar que habita.
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