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sábado, 30 de abril de 2022

Guarida de los poetas. El venturoso, José Antonio Ramos Sucre


Siempre asombra el arte acrisolado que brota de la pluma de Ramos Sucre. Logra sustraerse a las inmensurables distancias de los mitos, de los sueños, del tiempo o de los tiempos en los que se conjuntan imago y realidad. Sus escritos lucen a veces surgidos como de la mano de un demiurgo o de un mago visionario. Un viaje entre tiempos y dimensiones por medio del cual logra situarse en la otredad ya vivida y cantada por escribas y rapsodas. 

En esta fábula parece ser un griego escapado de un templo. 

En su periplo aparece una emisaria de la diosa blanca, que en sus manos deja "su veste de gasa lunar."

Continúa su itinerario para dar en un lejano paraje, en clara alusión a los hijos de la antigua Etiopía, rindiendo culto al sol en honor de Memnón, que junto a sus guerreros había emprendido marcha en defensa de Troya y quien fuera muerto en batalla por el puñal de Aquiles.

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EL VENTUROSO


Yo salí, a la hora prohibida, del templo solar y me adelanté más allá de la torre coronada de una estrella, emblema y recuerdo de Hércules.

Acudí en servicio de una mujer desfallecida sobre la ribera de un mar inmóvil y de aguas negras, en donde zozobraba un arrebol extravagante. Ostentaba la corona de violetas de la penitencia y pedía a voces el alivio del sueño. Desapareció dejando en mis manos su veste de gasa lunar.

Yo había perdido el camino del regreso y seguí los pasos de un gato salvaje encarnizado en la persecución de un faisán.

Vine a dar en un paraje cerril y hallé gracia entre unos cazadores magnánimos. Combatían el elefante al arma blanca, auxiliados de unos perros de la casta maravillada por Alejandro, el vencedor de los persas. Uno solo bastaba para estrangular al león.

Adopté fácilmente sus costumbres. Se decían los preferidos del sol y los hombres más cercanos de donde nace.

He llegado hasta presidir la única ceremonia de su religión. Elevan al amanecer un coro de lamentos en memoria del hijo de la Aurora, sacrificado por Aquiles.


Jose Antonio Ramos Sucre, LAS FORMAS DEL FUEGO










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