Unas dosis del cuasi
olvidado Bertrand Russell no serían perjudiciales como antídoto. Su temprana
abjuración del sistema impuesto por el “hombre de hierro”, pero sobre todo las
razones de dicha abjuración, expuestas en ensayos tales como “El impacto de la
ciencia en la sociedad”, coadyuvan a un balance frío e imparcial del por qué
tomar posturas que, en ocasiones, si bien no resultan ser las más ideales,
vistas a la luz de una provisionalidad de largo alcance, acaso sí sean las más
convenientes para el lento avance del progreso humano. Russell vaticinó, creo
que con más de medio siglo de anticipación, las razones del por qué un sistema
cerrado, como el basado en la cortina de hierro cedería y terminaría cayendo
ante un sistema relativamente abierto que, si bien no es una joya para el
individuo, ofrece más alternativas para su interna depuración. “Entre dos males
-alegó el viejo Russell, con su peculiar sentido común- hay que optar siempre
por el menor”. En la actualidad creo que la lucha se basa, más bien, en evitar
que los sistemas basados en una democracia relativamente liberal terminen de
implantar un maquillaje que les dé paso a convertirse en sistemas cerrados en
los que ese individuo que -sumado uno a uno- llamamos mayoría, nunca tiene la
última palabra. Hoy la batalla se centra en evitar que las minorías gobernantes
den el paso hacia totalitarismos barnizados de democracia.
lacl, 03 / 09 /2018
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