Una glosa absolutamente redentora de la figura de
Fausto. Es un texto que, con increíble concisión, traza un derrotero
alternativo ante las consabidas tentaciones del mal de que Fausto es
objeto.
Por otra parte, es un intento de búsqueda de la figura femenina. En esta apretada glosa poética se cumple lo que afirmara Robert Graves en La Diosa Blanca: que en todo verdadero poema se canta a la Diosa. Y ella se manifiesta al final para apagar la lámpara de Fausto, lo que abre un abanico de hipótesis.
Y, como le dijera una vez a un amigo, vaya ironista que fue Ramos Sucre, al decir que Mefistófeles fue un antecesor de Hegel. Un punto de vista coincidente con el que manifestara Bertrand Russell con respecto a la dialéctica hegeliana, madre (a su parecer) de muchos de los grandes males de la modernidad...
Por otra parte, es un intento de búsqueda de la figura femenina. En esta apretada glosa poética se cumple lo que afirmara Robert Graves en La Diosa Blanca: que en todo verdadero poema se canta a la Diosa. Y ella se manifiesta al final para apagar la lámpara de Fausto, lo que abre un abanico de hipótesis.
Y, como le dijera una vez a un amigo, vaya ironista que fue Ramos Sucre, al decir que Mefistófeles fue un antecesor de Hegel. Un punto de vista coincidente con el que manifestara Bertrand Russell con respecto a la dialéctica hegeliana, madre (a su parecer) de muchos de los grandes males de la modernidad...
Salud!
lacl
LA
REDENCIÓN DE FAUSTO - JARS - El cielo de esmalte. 1929
Leonardo da Vinci gustaba de pintar figuras gaseosas, umbrátiles. Dejó en manos de Alberto Durero, habitante de Venecia, un ejemplar de la Gioconda, célebre por la sonrisa mágica.
Ese mismo cuadro vino a iluminar, días después, la estancia de Fausto.
El sabio se fatigaba riñendo con un bachiller presuntuoso de cuello de encaje y espadín, y con Mefistófeles, antecesor de Hegel, obstinado en ejecutar la síntesis de los contrarios, en equivocar el bien con el mal. Fausto los despidió de su amistad, volvió en su juicio y notó por primera vez la ausencia de la mujer.
La criatura espectral de Leonardo da Vinci dejó de ser una imagen cautiva, posó la mano sobre el hombro del pensador y apagó su lámpara vigilante.
Leonardo da Vinci gustaba de pintar figuras gaseosas, umbrátiles. Dejó en manos de Alberto Durero, habitante de Venecia, un ejemplar de la Gioconda, célebre por la sonrisa mágica.
Ese mismo cuadro vino a iluminar, días después, la estancia de Fausto.
El sabio se fatigaba riñendo con un bachiller presuntuoso de cuello de encaje y espadín, y con Mefistófeles, antecesor de Hegel, obstinado en ejecutar la síntesis de los contrarios, en equivocar el bien con el mal. Fausto los despidió de su amistad, volvió en su juicio y notó por primera vez la ausencia de la mujer.
La criatura espectral de Leonardo da Vinci dejó de ser una imagen cautiva, posó la mano sobre el hombro del pensador y apagó su lámpara vigilante.
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Leonardo
Durero
Mozart, Réquiem en re menor K626. Karl Böhm
Mozart, Réquiem en re menor K626. Karl Böhm
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