Russell fue un visionario y predijo con décadas de
antelación la caída de la cortina de hierro. Sin embargo, ello no quiere decir
que la pelea está ganada ni mucho menos, al contrario, hay múltiples fantasmas
de enfermizo comunismo a la manera en que ha sido descrito por Russell, que es
una real antítesis de lo que uno pudiera pensar que es y ha de ser nuestro
culto por practicar el bien común, su reparto amoroso entre los hombres.
Igualmente sucede con múltiples expresiones de fascismo. Hay democracias en las
que están tomando auge manifestaciones fascitas entre sus ciudadanos, que
demuestran muy poco interés por preservar el recto camino de la ciudadanía.
Creo que hay que atender a muchas de las consideraciones de Russell,
independientemente de que se hayan escrito hace un siglo, prácticamente. No
dejan de tener vigencia, me recuerdan ciertas disertaciones del querido y
admirado García Bacca sobre el mismo asunto.
Salud!
lacl
Scila y Caribdis, o comunismo y fascismo, Bertrand Russell.
En nuestros
días, muchos dicen que el comunismo y el fascismo son las únicas alternativas
prácticas en política, y que quienquiera que no apoya al uno, apoya, de hecho,
al otro. Yo me siento opuesto a ambos, y no puedo aceptar una de las dos
alternativas con más facilidad de la que, de haber vivido en el siglo XVI, hubiese
encontrado en ser protestante o católico. Voy a exponer, tan brevemente como
pueda, mis objeciones, primero al comunismo, después al fascismo, y más tarde a
lo que tienen en común.
Cuando
hablo de un comunista pienso en una persona que acepta las doctrinas
de la Tercera Internacional. En cierto sentido, los primeros cristianos fueron
comunistas, y también lo fueron algunas sectas medievales; pero tal sentido
está hoy anticuado. Voy a exponer mis razones para no ser comunista punto
por punto:
1º No puedo aceptar la filosofía de Marx, y menos aún la de Materialismo
y empíreo-criticismo, de Lenin. No soy materialista, aunque me haya
alejado del idealismo mucho más que algunos materialistas. No creo que haya
ninguna necesidad dialéctica en el cambio histórico; esta noción fue tomada por
Marx de Hegel, sin su única base lógica, a saber: la primacía de la idea. Marx
creía que el próximo estadio del desarrollo humano debe ser en
cierto sentido un progreso; yo no veo razón para esta creencia.
2º No puedo aceptar la teoría del valor de Marx ni tampoco, en su forma, la
teoría de la plusvalía. La teoría de que el valor de cambio de un producto es
proporcional al trabajo requerido en su producción, tomada por Marx de Ricardo,
se demuestra falsa por la teoría de la renta del propio Ricardo, y hace ya
tiempo que ha sido abandonada por todos los economistas no marxistas. La teoría
de la plusvalía descansa sobre la teoría de la población de Malthus, que Marx
rechaza en otro lugar. La economía de Marx no forma un todo lógicamente
coherente, sino que está construida con la aceptación y el rechazo alternados
de doctrinas más antiguas, según acomoda a su conveniencia al formular el
proceso contra los capitalistas.
3º Es peligroso tener a cualquier hombre por infalible; la consecuencia es,
necesariamente, una excesiva simplificación. La tradición de la inspiración
verbal de la Biblia ha hecho a los hombres demasiado predispuestos a buscar un
libro sagrado. Pero esta adoración a la autoridad es contraria al espíritu
científico.
4º El comunismo no es democrático. Lo que llama "dictadura del
proletariado" es, en realidad, la dictadura de una pequeña minoría, que se
convierte en una clase gobernante oligárquica. La historia toda demuestra que
el gobierno siempre es manejado en interés de la clase gobernante, excepto en
la medida en que ésta pueda verse influida por el temor a perder el poder. Ésta
es la enseñanza, no solamente de la historia, sino de Marx. La clase gobernante
en un estado comunista tiene todavía más poder que la clase capitalista en un
estado "democrático". En tanto conserve la lealtad de las fuerzas
armadas, puede usar del poder en conseguir para sí ventajas tan perjudiciales
como las de los capitalistas. Suponer que ha de actuar siempre para el bien
general es mero idealismo estúpido, contrario a la psicología política
marxista.
5º El comunismo restringe la libertad, particularmente la libertad intelectual,
más que cualquier otro sistema, salvo el fascismo. La completa unificación de
los poderes económico y político da lugar a un terrorífico mecanismo de
opresión, en el que no hay escapatoria para excepciones. Bajo tal sistema, el
progreso pronto se hace imposible, ya que está en la naturaleza de los
burócratas oponerse a todo cambio, a menos que incremento su propio poder. Toda
innovación seria sólo resulta posible por algún accidente que permita
sobrevivir a personas impopulares. Kepler vivió de la astrología. Darwin, de
los bienes heredados. Marx, de la "explotación" por Engels del
proletariado de Manchester. Tales oportunidades de sobrevivir a pesar de la
impopularidad serían imposibles bajo el comunismo.
6º Hay en Marx, y en el pensamiento comunista corriente, una indebida
glorificación del trabajador manual en tanto opuesto al trabajador intelectual.
Como resultado, se ha logrado el antagonismo de muchos trabajadores
intelectuales que, de otro modo, podrían haber visto la necesidad del
socialismo y sin cuya ayuda difícilmente sea posible la organización de un
estado socialista. Los marxistas llevan la división de clases, en la práctica
mucho más que en teoría, a un nivel demasiado bajo en la escala social.
7º La prédica de la lucha de clases hace probable que ésta estalle en un
momento en que las fuerzas en oposición están más o menos equilibradas, o aun
cuando la hegemonía esté del lado de los capitalistas. Si las fuerzas
capitalistas predominan, el resultado es una época de reacción. Si las fuerzas
de los dos lados son aproximadamente iguales, el resultado, dados los modernos
métodos de guerra, probablemente sea la destrucción de la civilización, que
llevaría aparejada la desaparición tanto del capitalismo como del comunismo. Yo
creo que, donde hay democracia, los socialistas debieran confiar en la
persuasión y emplear la fuerza solamente para repeler un uso ilegal de la
fuerza por sus oponentes. Por este método seria posible a los socialistas
adquirir una preponderancia tan grande que determinaría que la guerra final
fuese breve y no lo bastante grave como para destruir la civilización.
8º Hay tanto odio en Marx y en el comunismo, que difícilmente podemos esperar
que los comunistas, victoriosos, establezcan un régimen que no depare
oportunidades para la malevolencia. En consecuencia, los argumentos en favor de
la opresión seguramente habrán de parecer a los vencedores más fuertes de lo
que son, especialmente si la victoria es resultado de una enconada y dudosa
guerra. Después de una guerra tal, no es probable que el partido victorioso se
encuentre de humor para una sana reconstrucción. Los marxistas tienden a olvidar
con demasiada frecuencia que la guerra tiene su propia psicología, que resulta
del miedo, y que es independiente de la causa original de la contienda.
El punto de vista de que la única elección prácticamente posible ha de hacerse
entre el comunismo y el fascismo me parece definitivamente equivocado por lo
que se refiere a los Estados Unidos, Inglaterra y Francia, y probablemente
también a Italia y Alemania. Inglaterra tuvo un período de fascismo bajo
Cromwell, y Francia bajo Napoleón; pero en ninguno de los dos casos fue aquél
una barrera para la democracia que siguió. Las naciones políticamente inmaduras
no son las mejores guías para el futuro político.
Mis objeciones al fascismo son más simples que mis objeciones al comunismo, y, en cierto sentido, más fundamentales. El propósito del comunismo es un propósito con el cual, en conjunto, estoy de acuerdo; mi desacuerdo se refiere a los medios más que a los fines. Pero en el caso del fascismo me disgustan los fines tanto como los medios.
Mis objeciones al fascismo son más simples que mis objeciones al comunismo, y, en cierto sentido, más fundamentales. El propósito del comunismo es un propósito con el cual, en conjunto, estoy de acuerdo; mi desacuerdo se refiere a los medios más que a los fines. Pero en el caso del fascismo me disgustan los fines tanto como los medios.
El fascismo es un movimiento complejo; sus formas alemana e italiana difieren
ampliamente, y en otros países, si se extiende, puede adoptar otras formas
todavía. Tiene, sin embargo, ciertos elementos esenciales, sin los cuales
dejaría de ser fascismo. Es antidemocrático, es nacionalista, es capitalista, y
busca ganar a aquellos sectores de la clase media que sufren a consecuencia de
la evolución moderna y esperan sufrir aún más si se establece el socialismo o
el comunismo. El comunismo también es antidemocrático, pero sólo durante algún
tiempo, al menos en cuanto sus fundamentos teóricos puedan ser aceptados como
determinantes de su política real; por añadidura, su objetivo es servir los
intereses de los asalariados, que son mayoría en los países adelantados, y que
el comunismo se propone aumentar en número hasta que constituyan la población
completa. El fascismo es antidemocrático en un sentido más fundamental. No
acepta la mayor felicidad del mayor número como principio justo de gobierno, sino que elige
ciertos individuos, ciertas naciones, ciertas clases, como "los
mejores" y como únicos merecedores de consideración. Los demás están para
que se les obligue por la fuerza a servir los intereses de los elegidos.
Mientras el fascismo está empeñado en la lucha para hacerse con el poder, tiene
que acudir a un considerable sector de la población. Tanto en Alemania como en
Italia surgió del socialismo, rechazando todo aquello que el programa ortodoxo
tenía de antinacionalista. Tomó del socialismo la idea de planificación
económica y de incremento del poder del estado; pero la planificación, en lugar
de hacerse en beneficio de todo el mundo, se haría en interés de las clases
altas y medias de un solo país. Y trata de asegurar tales intereses, no tanto
mediante el aumento de la eficiencia, como mediante el aumento de la opresión,
tanto de los asalariados como de los sectores antipopulares de la misma clase
media. En relación con las clases que quedan fuera del horizonte de su
benevolencia, puede, en el mejor de los casos, alcanzar la clase de éxito que
puede hallarse en una prisión bien
dirigida; algo más que eso, ni siquiera se lo propone.
La objeción radical al fascismo es su selección de una porción del género
humano como única importante. Los poseedores del poder han hecho, sin duda, tal
selección en la práctica desde que el gobernar fue instituido; pero el
cristianismo, en teoría, siempre ha reconocido a cada alma humana como un fin
en sí misma, y no como un simple medio para la gloria de otros. La fuerza de la
democracia moderna tiene su origen en los ideales morales del cristianismo y ha
hecho mucho para apartar a los gobiernos de la preocupación exclusiva por los
intereses de los ricos y los poderosos. El fascismo es, a este respecto, un
retorno a lo que de peor tenía el antiguo paganismo.
Si el fascismo pudiese triunfar, no haría nada por remediar los males del
capitalismo; por el contrario, los haría peores. Los trabajos manuales habrían
de realizarse por trabajadores forzados mantenidos al nivel de la mera
subsistencia; los hombres que llevaran a cabo tales trabajos no tendrían
derechos políticos, ni libertad de residencia, ni elección de lugar de trabajo,
y probablemente ni siquiera una permanente vida de familia; serían, de hecho,
esclavos. Todo esto puede verse ya en sus inicios en el sistema alemán de
tratar la cuestión del paro; ciertamente, es el resultado inevitable del
capitalismo falto de la fiscalización de la democracia, y las condiciones
similares del trabajo forzado en Rusia sugieren que es el resultado inevitable
de cualquier dictadura. En el pasado, el absolutismo ha sido acompañado siempre
por alguna forma de esclavitud o servidumbre.
Todo esto ocurriría si el fascismo hubiese de triunfar, pero difícilmente pueda
triunfar y estabilizarse, porque no puede resolver el problema del nacionalismo
económico. La fuerza más poderosa del lado de los nazis ha sido la industria
pesada, especialmente la del acero y la de productos químicos. La industria
pesada, organizada nacionalmente, es, hoy, el mayor inductor de la guerra. Si
todo país civilizado tuviese un gobierno al servicio de los intereses de la
industria pesada -como ya es el caso en una medida considerable-, la guerra,
antes de mucho, sería inevitable. Cada nueva victoria del fascismo aproxima la
guerra; y la guerra, cuando viene, tiene muchas probabilidades de barrer con el
fascismo junto con la mayor parte de las cosas existentes en el momento de su
estallado.
El fascismo no es una serie ordenada de opiniones como el
laissez-faire, o el socialismo, o el comunismo; es, esencialmente, una
protesta emocional, en parte de los miembros de la clase media (como los
pequeños comerciantes) que sufren las consecuencias del moderno desarrollo
económico, en parte de los anárquicos magnates industriales, cuyo amor al poder
se ha convertido en megalomanía. Es irracional en el sentido de que no puede
conseguir lo que sus defensores desean; no hay filosofía del fascismo, sino
solamente un psicoanálisis. Si triunfara, el resultado sería una extendida
miseria; pero su incapacidad para hallar una solución al problema de la guerra
hace imposible su éxito, más allá de un breve momento.
No creo que Inglaterra y Estados Unidos estén dispuestas a adoptar el fascismo,
porque la tradición de gobierno representativo es demasiado fuerte en ambos
países para permitir tal evolución. El ciudadano ordinario tiene el sentimiento
de que los asuntos públicos le conciernen, y no querría perder el derecho a
expresar sus opiniones políticas. Las elecciones generales y las elecciones
presidenciales son acontecimientos deportivos, como el Derby, y la vida
parecería más insípida sin ellos. Con respecto a Francia, es imposible sentir
idéntica confianza. Pero yo me sorprendería si Francia adoptara el fascismo,
excepto quizá temporalmente, durante una guerra.
Hay algunas objeciones -y son las más concluyentes, a mi entender- que
convienen igualmente al comunismo y al fascismo. Los dos son intentos de una
minoría para moldear un pueblo por la violencia de acuerdo con una pauta
preconcebida. Ambos consideran al pueblo del modo en que un hombre considera
los materiales con que intenta construir una máquina: los materiales son
sometidos a grandes alteraciones, pero según los propósitos del hombre en
cuestión, no según ley alguna de desarrollo a ellos inherente. Cuando se trata
de seres vivos, y sobre todo en el caso de seres humanos, el crecimiento
espontáneo tiende a producir ciertos resultados, en tanto que otros pueden
producirse tan sólo por medio de cierta compulsión y esfuerzo. Los embriólogos
pueden producir animales de dos cabezas, o con una nariz donde habría de haber
un pie; pero tales monstruosidades no encuentran la vida muy agradable. Del
mismo modo, los fascistas y los comunistas, con una imagen en su mente de la
sociedad en conjunto, deforman a los individuos hasta que se ajusten a un
modelo; a aquellos que no pueden ser deformados adecuadamente, se les mata o se
les encierra en campos de concentración. No creo que tal actitud, que ignora
totalmente los impulsos espontáneos del individuo, sea justificable éticamente,
ni que llegue a ser, a la larga, políticamente fructuosa. Es posible recortar
arbustos dándoles forma de pavo real, y por medio de una violencia semejante
puede infligiese una deformación semejante a los seres humanos. Pero el arbusto
pemanece pasivo, en tanto que el hombre, sea lo que fuere lo que el dictador
desee, permanece activo, si no en una esfera, en otra. El arbusto no puede
transmitir la lección que el jardinero ha estado explicando acerca del empleo
de la podadera, pero el ser humano deformado siempre puede encontrar seres
humanos más humildes contra los cuales esgrimir tijeras más pequeñas. Los
inevitables efectos de un moldeo artificial sobre el individuo son la crueldad
o la indiferencia, quizá las dos cosas alternativamente. Y de un pueblo con
estas características, nada bueno cabe esperar.
El efecto moral sobre el dictador es otro asunto al que ni el comunismo ni el
fascismo prestan la necesaria atención. Si el dictador es, para empezar, un
hombre con escasa simpatía humana, será, desde el principio, indebidamente
despiadado, y en la persecución de sus fines impersonales no se detendrá ante
ninguna crueldad. Si, inicialmente, padece, por simpatía, con los sufrimientos
que la teoría le obliga a infligir, o bien tendrá que dejar paso a un sucesor
de materia más rígida, o tendrá que sofocar sus sentimientos humanitarios, en
cuyo caso es probable que llegue a ser aún más sádico que el hombre que no ha
pasado por tal conflicto interior. En cualquiera de los dos casos, el gobierno
estará en manos de hombres implacables, en los que el afán de poder podrá ser
disfrazado de anhelo de un determinado tipo de sociedad. Pero, por la
inevitable lógica del despotismo, aquello que de bueno haya podido haber en los
propósitos originales de la dictadura, desaparecerá gradualmente de la vista, y
la preservación del poder del dictador emergerá cada vez más como el escueto
propósito de la máquina del estado.
La preocupación por las máquinas ha producido lo que podríamos llamar la falacia del manipulador, que consiste en tratar a los individuos y a las sociedades como si fueran inanimados y como si los manipuladores fuesen seres divinos. Los seres humanos cambian según el tratamiento a que se les somete, y los mismos operadores cambian como resultado del efecto que las operaciones tienen sobre ellos. La dinámica social es, pues, una ciencia muy difícil, acerca de la cual se sabe mucho menos de lo que sería necesario para garantizar una dictadura. En el manipulador típico está atrofiado todo sentimiento respecto del desarrollo natural de su paciente; el resultado no es, como él espera, una adaptación pasiva al lugar preconcebido en el esquema, sino un desarrollo enfermizo y deformado, conducente a otro esquema grotesco y macabro. El argumento psicológico último en pro de la democracia y de la paciencia es que es esencial un elemento de libre desarrollo, de "haz-como-quieras" y de indisciplinado y natural vivir, si los hombres no han de convertirse en monstruos deformes. En todo caso, creyendo, como yo creo, que las dictaduras comunistas y fascistas son igualmente indeseables, deploro la tendencia a considerarlas como únicas alternativas y a tratar la democracia como algo obsoleto. Si los hombres las tienen por únicas alternativas, se convertirán en lo que corresponda; si los hombres piensan de otro modo, no será así.
Nota. Forma parte de los ensayos contenidos en el libro Elogio de la ociosidad, Bertrand Russell, 1935.
Andrew Lloyd Webber, Sarah Brightman, Paul Miles-Kingston - Pie Jesu
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